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Junio de 2.003

 

25/6/03: Impasible el alemán

Los trabajos de la Convención encargada de preparar el borrador de una nueva Constitución europea han llegado al fin a su fin envueltos en el mismo clima en que dieron inicio a los mismos: un patente desinterés de la ciudadanía e, incluso, de los medios especializados y de los profesionales del gremio. Esta constatación permite establecer una primera conclusión llamada a ser poco polémica: fracaso sin paliativos en lo que se refiere al empleo del debate constituyente como palanca de articulación de una novación democrática en la Unión Europea.

Queramos o no, parece claro que si algún debate se ha producido en los últimos tiempos con un mínimo de profundidad en torno a la identidad europea y sus posibles formas de articulación futura, éste ha venido de la mano de acontecimientos exógenos. Por ejemplo, con el éxito de la Operación Humanitaria Conjunta de ayuda al pueblo iraquí, se han esbozado algunas posiciones, con la gracia y salero propios del Viejo Continente.

En concreto, ha merecido nuestra atención el debate a tres bandas entre Jürgen Habermas, Jacques Derrida y la esperanza polaca del momento, el disidente-escritor oficial del atlantismo Adam Michnik. En realidad, hemos de aclarar desde un primer momento que esta pretendida polémica a tres bandas es, en realidad, una discusión a dos. Haciendo gala de su supurante identidad francesa, Derrida se limitó a "pedirle" a Habermas que reflejara también su opinión en un artículo que, luego, firmaron a medias. Todo el trabajo y el texto son obra del alemán, que se chapó las correspondientes horitas de trabajo, mientras el francés tomaba unos vinitos en un simpático café parisino. Pero, ojo, no se vayan a pensar, el artículo pasará a la historia, también, como firmado por Derrida. Al margen de las chanzas que puedan hacerse sobre la perfeccionada estrategida derridaniana para lograr no sólo que sus amantes o neo-esclavos del momento produzcan para él sino que lo hagan filósofos alemanes (en una simpática vuelta al siglo XVIII), es claro que estos sujetos son europeos de pura cepa. Dignos representantes de sus naciones unidos por una voluntad de colaborar conjuntamente (y, en el caso alemán, ello a pesar de que tal colaboración suponga aparentemente sólo pagar/trabajar para que luego los polacos o los españoles con ese dinero se compren aviones americanos, algo que acometen con espíritu altruista, en parte todavía traumatizados por su pasado), con un ideario común, pretendidamente racional-normativista. Por seguir con el cliché, el polaco Michnik representaría, como no podía ser de otra manera, a ese simpático recién llegado al mundo de los mayores, extasiado con las figuras melodramáticas y existencialista por naturaleza, ingenuidad y, en el caso que nos ocupa, devenir histórico.

Pues los nenes se han puesto a discutir con un mínimo de seriedad y rigor sobre la esencia de Europa, lo que su núcleo haya de ser, y cómo articularlo en el futuro. Pequeñas minucias que, volviendo al origen de nuestro comentario, deberían haber sido expuestas y reflexionadas, es un suponer, a lo largo de las labores de la Convención encargada de redactar ese evanescente (a pesar de sus quinientas páginas) proyecto de Constitución europea.

Y, sin embargo, los resultados han sido decepcionantes. La Convención ha acabado dando a luz un texto que probablemente es la culminación definitiva de la quiebra de un modelo. Ajeno a la realidad social, sordo a las exigencias de los ciudadanos, decepcionante desde una perspectiva europeísta, y profundamente atormentado en la medida en que ha sido incapaz de cumplir ni uno solo de sus objetivos (aligeramiento burocrático, acercamiento a la ciudadanía, avances en la unión…) más allá del impepinable proceso de acomodo burocrático de nuevos miembros, el texto presentado (y que sustancialmente será asumido por los Estados, al parecer) es la historia de una renuncia.

Renuncia a pensar Europa y a construirla. Pero renuncia, sobre todo, a hacerlo con los ciudadanos y para ellos. Mientras las sociedades europeas van en una dirección, la Convención, influida por el talante de su Presidente (el conocido meapilas Giscard d'Estaing) y de sus más significados gobiernos, se ha despachado con un hermoso preámbulo de tintes preconciliares (que, por otro lado, ha parecido temerariamente liberal y posmoderno a nuestra Ministra de Asuntos Exteriores, por lo que se ha visto obligada a transmitir la honda preocupación sentida por las más ilustres mentes españolas y Doña Ana Botella de Ánsar respecto del preocupante boquete de un texto que no declara expresamente como religión única y verdadera la fe en Cristo Nuestro Señor). A esta lamentable declaración de intenciones (que bien pudiera bastar para que muchos, sin ir más lejos quien esto escribe, se negaran a avalar con su voto semejante texto cavernario) une el proyecto de Convención una serie de logros que, sin duda, pasarán a la historia de la perfección del europeísmo:

- La Convención otorga carta de naturaleza a la Declaración de Derechos de Niza. Esta propagandística medida sirve de bien poco si tenemos en cuenta que esa Declaración (por muy absurdo que fuera en su momento, y aberrante, que se hiciera sin darle validez jurídico-obligatoria) es sencillamente redundante dado el acabado sistema de protección de esos mismos derechos (y algunos más) que tienen normalmente todos los estados miembros pero, sobre todo, la Convención Europea de Derechos Humanos, con un sistema de recursos judiciales bastante más eficaz. Porque junto a la declaración jurídica de validez, ningún ciudadano piensa que la nueva Convención establece un mecanismo mínimamemte serio que permita aventurar la posibilidad de hacer valer un derecho en un plazo razonable (digamos, en menos de 15 ó 20 años). Esas cosas son sueños utópicos de europeístas ajenos a la ética de la responsabilidad.

- La simplificación jurídica del texto, haciéndolo asequible a todos los ciudadanos, es un éxito sin precedentes. Basta para dar cuenta del mismo el extenso articulado y las intimidantes dimensiones de los ejemplares que ya se han difundido. Pueden bajarse el brillante resultado de esta experiencia, si tienen una conexión ADSL a la Red, en apenas unas dos o tres horitas.

- La profundización en la democratización de los procesos de toma de decisiones, otro de los logros del nuevo texto, no deja de dar satisfacciones a quienes sienten como propias las instituciones. Pueden respirar tranquilos, porque los alambicados mecanismos de los procesos de codecisión Parlamento-Comisión quedan atrás y son sustituidos por otros, si cabe más intrincados, en lo que es buena prueba de la superación de la influencia de las camarillas de burócratas de Bruselas y del nuevo peso concedido a la opinión de las gentes. Grosso modo, puede decirse que la legitimidad democrática del funcionamiento de la nueva Unión Europea vendrá a coincidir sustancialmente con la del mismo texto constituyente: lo que place a los gobiernos ha de entenderse que place a los ciudadanos, que para algo los han votado.

A grandes rasgos, y más allá de los equilibrios y reformas necesarias para acoger a los países del Este (traducidos, por otra parte, en patéticos resultados para España, que viene negociando desde hace un lustro en Europa con una gracia que sólo tiene precedentes en el Tratado de París con el que acabamos cediendo a los americanos no sólo Cuba -como ellos querían- sino también Filipinas -ni se lo esperaban- y casi la provincia de Cádiz -se la ofrecimos asustados cuando el plenipotenciario americano se levantó de la mesa, pero éste, compasivo, explicó que sólo quería ir al baño), la Convención Europea no va a servir apenas para nada. De forma que, en la medida en que se adopte como texto que guíe la ampliación, vamos a tener una Europa muy grande, incluso con Moldavia (conviene aunar fuerzas para oponernos a los maléficos y peligrosísimos turcos que, ya se sabe, no conocen la verdadera fe), pero no parece que este peculiar plan de ruta constituya nada más que un gigantesco entramado burocrático-institucional de corte para-confederal. Que no es poca cosa, probablemente (se pueden vender cosas con más o menos facilidad, y hacer turismo sin excesivos quebrantos), pero queda muy lejos de las ambiciones de quienes pretenden crear, aunque sea sólo a partir de un núcleo duro, una Europa unida que constituya una civilización y un ente político digno de esa nombre.

ABP (València)

 

13/6/03: La centrifugadora iraquí

Una vez más, no nos cansaremos de decirlo, en voz bien alta y potente: ¿Ande están las famosas armas?

Un par de meses después de la Operación Humanitaria que liberó Irak, siguen sin descubrirse las armas de destrucción masiva que se adujeron en su día como razón al menos legal del ataque concertado. Las armas, retórica humanitaria y componendas de posguerra aparte, son lo único que podría legitimar la invasión de Irak, al menos en los países que reconocen la soberanía de la ONU y el TPI.

La sabiduría popular ya sentenció en su día que lo de las armas era una excusa barata para atacar Irak y conseguir los auténticos, y oscuros, objetivos de la invasión (el petróleo, la reconstrucción, Israel, mejorar el acento texano con más Bushlecciones en Crawford, …); pero que todo el mundo lo tenga claro y que dicha percepción de las cosas se oficialice son asuntos muy distintos.

Bush y, sobre todo, Blair, comienzan a tener serios problemas ante sus respectivos parlamentos y opiniones públicas conforme se pone de manifiesto que las dichosas armas no aparecen; y esto, que en un primer momento podría ser motivo de preocupación (¿conservará Sadam un equipo completo de Quiminova doquiera se haya escondido? ¿Habrá donado las siniestras armas a sus amiguitos de Al Qaeda? ¿Estará preparando el lanzamiento de un nuevo detergente en España asesorado por Manuel Luque, ex director general de CAMP, apodado siniestramente "Luque el Químico"?), actualmente pone de manifiesto lo que muchos sospechábamos; las armas no son tales, y si alguna vez lo fueron, desaparecieron gracias a la labor de los inspectores y a la presión militar de EE.UU. mientras negociaba en Naciones Unidas.

Otra cuestión es que las armas justificaran la guerra, que tampoco, pero en cualquier caso lo que ahora se ventila aquí es: ¿Faltaron a la verdad nuestros dilectos representantes? Y de ser así, ¿lo hicieron conscientemente? En democracias maduras como las de EE.UU. y el Reino Unido esto es una cuestión capital que podría derribar al Gobierno o, cuando menos, debilitar enormemente su postura, de confirmarse las sospechas. En España no ha habido lugar a la discusión. Bien es cierto que la participación de nuestro país en el conflicto nunca fue mucho más allá de "chico, lleva las maletas" y hacerse la foto a cambio, pero aún y así conviene recordar lo que dijo nuestro Presidente, una vez más Joe Mary Ánsar, en Antena 3 TV dos días antes de la macromanifestación del 15 de Febrero:

"Puede usted estar seguro y todas las personas que nos ven pueden estar seguras de que estoy diciendo la verdad, que el régimen iraquí tiene armas de destrucción masiva y tiene vínculos con grupos terroristas"

Ahora la postura de nuestro Gobierno es que cuando afirmaron lo citado, y en las muchas ocasiones en que lo repitieron, se referían a la Resolución 1441, panacea de todas las leyes a la que se agarra el Ejecutivo para justificarlo todo, desde su apoyo en la ONU hasta sus argumentos políticos, pasando por la propia legalidad de la invasión, que en teoría "blindaría" a España y a sus representantes ante hipotéticas, aunque improbables, acciones legales.

Sin embargo, esto no constituye una explicación seria. El Gobierno no puede, ni siquiera en España, sencillamente ignorar las consecuencias de sus actos escudándose en el manido "ya pasará la tormenta", tan utilizado en la crisis del Prestige y en la reciente muerte de 62 militares españoles. Ni siquiera es preciso que presente pruebas (entre otras cosas porque esto último se antoja imposible), sería suficiente con reconocer su error, por más que nuestros aliados de última hora, que tan bien nos pagan con pedazos de desierto y perpetuación de paraísos fiscales, se lo tomaran a mal.

Un buen Gobierno sabe diferenciar firmeza de autoritarismo, pero en el nuestro los síntomas son preocupantes. Algún día, aunque no sabemos cuándo, todo esto le pasará factura.

Guillermo López (Valencia)

 

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