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Noticias del mundo del cine (por decir algo)

 

05/07/2004: Marlon Brando

Parecía que este año, con la muerte de Jesús Gil, se había cubierto ya el cupo de fallecimientos de personas imprescindibles. Pero, sorpresas de la vida, le toca el turno, en los primeros compases del verano, al Jesús Gil americano, el actor Marlon Brando. Aunque, bien pensado, no se parecían tanto Gil y Brando. Mientras el primero era un tío natural, campechano, ilusionado ante la vida y hombre de su casa, Brando era un tipejo reservado, oscuro, desordenado, caótico, que despreciaba su oficio (es decir, a los espectadores que iban a ver sus películas) y que veía el pasar de los años con una única ilusión: esperar el momento de fallecer por un atracón de hamburguesas en su retiro paradisíaco.


De todos modos, esto es lo que pasa. A las personas divertidas, accesibles y alegres se les llama mafiosos y asesinos; a los atormentados e inseguros, genios. Y así fue Marlon Brando. Tan atormentado que era “el mejor actor de la historia”, tal y como se le ha definido, sin rubor, desde todas partes. Es curiosa la ligereza que tienen los periodistas y críticos de cine en otorgar el título de “el más mejor de todos” a ciertos personajes y obras. Así, Ava Gardner era la mujer más guapa del mundo, o “Ciudadano Kane”, la mejor película del mundo. Y tan frescos.


En el caso de Brando, tampoco vamos a decir que era un mal actor, en absoluto. Pero el título de “el más mejor de todos” sería discutible si utilizamos algún parámetro, por vulgar que sea.


- Para empezar, la cantidad. Brando se prodigó en muy pocas películas. Y en algunas de las más famosas no era ni siquiera el protagonista (sin ir más lejos, “El Padrino” y “Apocalipsis Now”).
- Por otro lado, la calidad. Desde “Apocalipsis Now” se limitó a hacer películas infumables, auténticos bodrios que, si los hubiese protagonizado Antonio Ozores, le habrían puesto de vuelta y media.
No obstante, a Brando se le perdonaba todo. Su séquito mediático de aduladores se rendían a sus pies por la mitología que él mismo había sabido crearse.
- Además, el tío estaba bueno. Fue el primero en aparecer marcando musculitos con camiseta ajustada. Después ya le seguirían actores como Paul Newman, Steve McQueen, Sylvester Stallone o Arnold Schwarzenegger. Pero Brando, al ser el primero, dejó fija en la retina de más de una generación de críticos de cine (pseudo-feministas y metrosexuales la mayor parte de ellos) los atributos que poseía. Como causaba tanta fascinación su pose chulesca y cuadrada, nadie atendía a sus papeles y se acordaba, entre todos, decir que era un buen actor.
- Además, era un progre chungo. Eso sí, como buen progre chungo, apoyaba cualquier causa (sin ningún orden ni concierto) y viéndolo todo desde la televisión por satélite de su isla. Que un día se avergonzaba de haber hecho una película con Elia Kazan, pues decía que la hizo por dinero y en contra de su voluntad; que otro día se liaba con una india, pues decía que defendía a los pueblos indígenas. Sin faltar su desprecio hacia la industria de Hollywood. Eso sí, mi Oscar no lo recojo, pero que no me lo quite nadie.
- También sabía promover sentimientos de pena. La obesidad y sus problemas familiares y económicos fueron los puntos sobre los que construyó en las últimas décadas una imagen lastimera que frenaba a sus múltiples acreedores. Porque ¿qué mala persona se habría atrevido a racanearle unos cuantos millones de dólares a todo un mito de la cultura norteamericana?

La figura de Brando es repulsiva. Su labor como actor resulta, en ocasiones, sensacional. Es decir, cuando se tomaba un poco en serio su trabajo: ahí tenemos sus interpretaciones en “El último tango en París” o en “El Padrino”. No obstante, demasiadas veces se le notaba que le aburría lo que hacía, y sólo le faltaba bostezar ante la cámara. Tenemos un ejemplo en su papel de “Supermán”, donde el entusiasmo que muestra hace que el espectador tenga la sensación de que Brando se iba a dormir o a tirarse un pedo de un momento a otro. El aburrimiento, el dinero y las pocas ganas de trabajar acabaron convirtiéndole en una caricatura de sí mismo, en una especie de Jabba the Hutt que hacía películas como quien se bebe una cerveza. Pero, qué más da, si era nada más y nada menos que Marlon Brando.

Manuel de la Fuente

01/03/2004: Oscars 2004: Los premios gordos

Lo avisaron. Y acertaron. Los periodistas desplazados a Hollywood venían algunos días advirtiendo del éxito que iba a obtener “El señor de los anillos”. Y como estas cosas son sabidas por la gente que trabaja allí, no se equivocaron. A pesar de que haya quien se empeñe en afirmar que los Oscar son impredecibles, basta con escuchar lo que dicen los enviados especiales a la ceremonia para saber por dónde van a ir los tiros. Hay que obviar las valientes apuestas de los críticos que se quedan en España. Han abundado por aquí, como siempre, los pronósticos en plan “yo creo que ganará esta actriz, pero también podría ser que ésta, ésta o ésta dieran la sorpresa”. Hay que hacer caso a quienes están más cerca de la noticia, más cerca de las fiestas de alcohol y cocaína, más cerca de las compras de votos.

Pero, de todos modos, existe en Europa una fascinación hacia los Oscar similar a la que ejerce una prostituta en un seminario: nadie lo admite, pero todos la miran. Es sintomático, a este respecto, las declaraciones que hacía a Canal Plus el crítico Antonio Gasset (el que aparece en “Días de cine” diciendo cosas como “ahora va la publicidad, buen momento para que su amante le coma los callos de los pies a mordiscos y para que Vd. se masturbe con un cortaúñas”) en que venía a decir que sí, bueno, que en los Oscar hay pocas películas europeas, pero que es una fiesta americana y que “no se pueden pedir milagros”. Es cierto. Menuda putada tener un premio al que optan peliculitas como “Mystic River” o “Buscando a Nemo”. Qué desgracia tener que ver a actrices como Charlize Theron o Nicole Kidman. Una porquería soportar que se homenajee a un directorzuelo del tres al cuarto como Blake Edwards. Donde esté el “milagro” glamouroso del cine europeo, que se quite ese apestoso cine yanqui. Es que tiene narices. Se pagan ellos la fiesta y encima se dan los premios a ellos mismos. Claro, la cultura del fast food y del imperialismo, que nos suele traer estas cosas.

Así, este año el “Gordo”, con perdón, le ha tocado a Peter Jackson. Después de que el año pasado le tocara un premio “gordo” a Michael Moore (no sé yo a qué espera la Academia de Cine en España para presentar a Álex de la Iglesia; igual espera a que éste salga en un telediario defendiendo a la SGAE), queda claro que a Hollywood le va lo gordo: 11 premios a una película gorda, igualando el récord de otras producciones gordas, como “Ben Hur” y “Titanic”. Los suculentos beneficios que ha generado la cinta, especialmente en concepto turístico a Nueva Zelanda, debe de haber abierto los ojos de los académicos. No en vano Jackson agradeció el premio “al pueblo y gobierno de Nueva Zelanda”. Ya se sabe, aún queda mucho dinero por ganar y muchos DVDs por vender. Y a Jackson le dan el premio ahora, en una maniobra que huele a premio no a una película, sino a toda la trilogía. No obstante, siempre hay clases y clases. Y si bien es cierto que “El señor de los anillos” ha arrasado y se ha llevado los premios más importantes (mejor película y dirección), no es menos cierto que el grueso de las estatuillas lo ha acaparado los aspectos técnicos de la película: guión adaptado, dirección artística, vestuario, montaje, banda sonora, efectos especiales, sonido y maquillaje. Es decir, que los actores, todos esos monstruitos, hobbits, enanos, mujeres lefa y demás, cero patatero.

Sean Penn y Tim Robbins se han llevado un premio cada uno por “Mystic River”. La verdad, no se entendía muy bien a quienes decían que podía ser el año de Clint Eastwood, porque él ya tuvo su año con “Sin perdón”. Lo peor de estas concesiones es la autocensura ejercida por ambos actores, quienes, sabedores de que con el retraso de emisión se les podía cortar en cualquier momento, sus palabras anti-Bush quedaron en nada: las cobardes palabras de Robbins (“Sé que muchos de los que me han votado no comparten mis ideas, pero aún así han demostrado su comprensión por el arte”) describen a la perfección este clima de neo-maccarthismo: el recuerdo de las consecuencias de la teta de Janet Jackson (despido incluido de una teleserie) ha hecho que sea una ceremonia bastante descafeinada.

Porque ya se sabe. Pandilla de rojos la que puebla Hollywood. Hay que meterles en cintura. Si ahora ya se ha levantado la prohibición de que las actrices vayan al teatro Kodak vestidas como mujeres de la calle, hacen bien George y el gobernador Schwarzenegger en advertir de los peligros del libertinaje sexual. Los actores, a dar ejemplo, habráse visto: ni escotes ni palabrotas. Que luego empiezan a casarse entre sí los maricones y California se convierte en un burdel. Pero qué se habrán creído. Que un niño ve un pezón por televisión y al día siguiente ametralla a sus compañeros en la clase de creacionismo bíblico. Lo que deberían hacer es no dejar entrar en la ceremonia a nadie que no fuera miembro de la Asociación del Rifle. Así no habría que recurrir por obligación a retardar la emisión de la imagen.

Sofia Coppola, por su parte, sólo ha conseguido el Oscar al mejor guión por “Lost in Translation”. Y eso que estaba por ahí su Papá metiendo presión. Un ejemplo más de que Hollywood odia el arte. La cara de chasco de Bill Murray refleja la frustración por lo difícil que es hacer cine independiente, artístico, sensible y de calidad en Estados Unidos. Lo mismo que “Cold Mountain”, esa gran historia épica al estilo de “Lo que el viento se llevó”, con un único premio a Renée Zellweger, a pesar lo interesante y ágil de la trama y del guión tan original que tiene. Y Pixar, que se despide de Disney (aunque suenan rumores de reconciliación) con un Oscar por “Buscando a Nemo”.

Hay algunas cosas dignas de mención, como el premio a “Las invasiones bárbaras”, porque los simpáticos vecinos canadienses también merecen ser recordados, a pesar de hacer una película sin disparos y donde se pasan todo el metraje hablando de política y sexo (eso sí, con un barniz nostálgico, que eso vende lo suyo). O lo de “Master and Commander” que, la verdad, para lo que se ha llevado, no valía la pena ni acudir. Y, cómo no, la derrota de “Balseros”, que, aun con todo el dinero que se han gastado sus responsables en Hollywood para promocionar la cinta, no ha conseguido llevarse el gato al agua. Con todo, el homenaje a Blake Edwards era de lo más esperado. A pesar de tener más de ochenta años y de sufrir una grave enfermedad, él dice que aún puede dirigir una película. Y los productores le dan palmaditas en la espalda: “Sí, sí, valiente, tranquilo que te la hacemos (la película)”. Lo mismo que le dijeron a Boetticher y a Billy Wilder.

Manuel de la Fuente

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