Buscando
a Nemo
Todos
somos diferentes
Una de las tendencias más interesantes que nos ha aportado
el cine norteamericano de los años 90 es la animación
por ordenador. Una revolución tecnológica encabezada
por la productora Pixar. Y no es casual que sea Pixar la auténtica
voz cantante en este cine, ya que ha sido la primera productora
que se dio cuenta de verdad de que esta revolución tecnológica
no tenía ningún sentido si no se ponía al servicio
de la narratividad cinematográfica. Desde el principio, el
fundador de Pixar, John Lasseter, ha apostado por esta vía:
“Siempre
he dicho que no es la tecnología la que va a entretener al
público, sino la historia. Cuando vas a ver una gran película
de acción, no sales del cine diciendo: ‘Esa nueva cámara
de Panavisión era asombrosa, hacía buena a la película’.
El ordenador es un instrumento, y está al servicio de la
historia.”
Estas palabras, que a mediados de los 90 sonaban ridículas,
han resultado al final acertadas del todo. Muy poco a poco el cine
de acción USA va entendiendo que Lasseter tiene razón,
y ya podemos incluso encontrar películas comerciales donde
los efectos especiales por ordenador no son una mera herramienta
de lucimiento, sino un soporte para la historia: ahí están
las películas del Señor de los Anillos o el primer
Matrix.
Y
parece mentira que sea en el terreno de las películas infantiles
donde se genera esta concepción, pero así es. Porque
la primordial preocupación de Pixar han sido siempre los
guiones. Tampoco es casual que Lasseter tuviera, desde el principio,
tan claras las ideas. Porque este californiano nacido en 1957 se
formó trabajando para Disney, donde aprendió a tener
una preocupación extrema por los guiones. De modo complementario,
Lasseter aportará a la Disney (a través de Pixar)
una visión tremendamente moderna y progresista de las películas
infantiles de animación.
Tras
realizar una serie de cortometrajes en los años 80 en que
fue perfeccionando su técnica, Lasseter se convierte en el
auténtico motor de Pixar, que arranca como una productora
modesta que logra en 1988 su primer hito: el Oscar al mejor corto
de animación por “Tin Toy”, el primer corto de
la historia animado completamente por ordenador. Lasseter culminaba,
así, su aprendizaje en la Disney y en la ILM de George Lucas,
y se ganaba el reconocimiento y apoyo de la industria para realizar
su primer largo de animación: “Toy Story” (1995).
A partir de aquí no sólo llegaron más productos
de Pixar (“Bichos”, “Toy Story 2”, “Monstruos
S.A.”), sino también toda una revolución en
Hollywood, al ponerse las pilas las grandes productoras para crear
divisiones de animación por ordenador para sacar sus propias
películas y no renunciar al gran mercado que se abría:
de este modo, Dreamworks estrena films como “Hormiga Z”
y “Shrek”, y la Fox se lanza al ruedo con “Ice
Age”.
La competencia se traduce en unos productos con un grado de profesionalidad
deliciosa que se manifiesta en dos aspectos:
-
en el nivel técnico, se busca el más difícil
todavía: cada película profundiza en la búsqueda
de nuevas texturas, como “Shrek” (el personaje humano
de la princesa Fiona) o “Monstruos S.A.” (el pelaje
de Sully y el vestido de Boo).
-
en lo que respecta a los guiones, se busca una mayor originalidad:
“Toy Story” nos muestra el mundo de los juguetes y su
relación con los humanos; “Ice Age” nos presenta
a criaturas prehistóricas en las eras de las glaciaciones,
etc.
En
este contexto de formidable competencia, llega la última
producción de Pixar, “Buscando a Nemo”. La película
narra la historia de un pez que es capturado por un dentista para
exhibirlo en el pequeño acuario de su consulta. El padre
de la criatura partirá en su busca, acompañado por
un pez con problemas de memoria y ayudado por toda la comunidad
marina, desde tiburones a tortugas, pasando por pelícanos.
El rescate de Nemo se convertirá en toda una peripecia de
acción conjunta entre las diversas criaturas.
La
obsesión de Pixar vuelve a manifestarse una vez más
en esta cinta: la tolerancia hacia la diferencia. Nemo es un pez
con una minusvalía (tiene una aleta más pequeña
que la otra) y es la sobreprotección de su padre lo que origina
su captura. En su odisea, el padre de Nemo (Marlin) recibirá
una valiosa lección: debe ser menos protector y dejar que
su hijo se eduque de manera natural en su entorno. Y no sólo
se hará más tolerante hacia Nemo, sino también
hacia Dory, su compañera de aventuras, a la que aprende a
respetar con su minusvalía mental. Todo el viaje se convierte,
de este modo, en un proceso de aprendizaje para Marlin. La búsqueda
de un pez no es más que una metáfora del respeto,
una constante en Pixar: si en “Toy Story” la metáfora
la ejercían los juguetes (que se enfrentaban al niño
que los explotaba con petardos) y en “Monstruos S.A.”
se daba la vuelta a la situación (pues eran los monstruos
los que aprendían a ser respetuosos con los niños,
optando al final por las risas en detrimento de los sustos), “Buscando
a Nemo” plantea una hermandad entre todas las razas (las clases
de peces) y apuesta por una educación progresista: frente
a las películas estupidizantes que apuestan por la unidad
familiar, “Buscando a Nemo” nos presenta a Malvin, un
padre viudo que se hace cargo de Nemo, su hijo minusválido.
La película no acaba, afortunadamente, con un nuevo matrimonio
de Malvin, sino con la lección aprendida y las ganas de mirar
hacia el futuro.
En
este sentido, que Pixar ha aportado aires nuevos a la factoría
Disney es algo que parece incuestionable. Las películas de
Pixar presentan relaciones adultas que van más allá
de la voluntad de casarse unos con otros y tener muchos hijos: Sully
y Wazowski son dos solteros que viven juntos en un apartamento en
“Monstruos S.A.”; “Toy Story” prima la relación
entre Buzz y Woody sobre la historia de amor; y “Toy Story
2” ni siquiera se plantea una relación amorosa entre
Woody y la chica cowboy a pesar de que ambos formarían una
“pareja ideal”. “Buscando a Nemo” habla
de la educación a los hijos, sin importar un pimiento si
la unidad familiar está compuesta por un matrimonio o no.
No obstante, “Buscando a Nemo” no cuenta con la implicación
directa de Lasseter, y eso se nota. La película no plantea
situaciones tan divertidas ni un ritmo de aventuras tan trepidante
como “Toy Story 2”, la obra maestra de Pixar. Pero tampoco
divierte tanto como “Monstruos S.A.”. De hecho, en “Buscando
a Nemo” (que está dirigida por Andrew Stanton y Lee
Unkrich), Lasseter sólo figura como productor, ya que está
plenamente inmerso en “Cars”, el proyecto de Pixar cuyo
estreno está previsto en 2005. Con ser un film recomendable,
no hay tanta diversión y cachondeo como en las anteriores
películas. Sin embargo, sí hay momentos realmente
sensacionales, como el plano picado en que vemos la amenaza de las
gaviotas en el embarcadero, en homenaje a “Los pájaros”
de Hitchcock. En definitiva, con sus numerosas virtudes (el virtuosismo
técnico de plasmar el mundo submarino) y sus defectos (algunos
bajones en el ritmo de la acción), “Buscando a Nemo”
es cine infantil inteligente y plenamente educativo.
Existen,
eso sí, dos cuestiones que conviene reflejar. Por un lado,
que la película llegue a España medio año después
de su estreno en Estados Unidos. Es de risa. O bochornoso, según
se mire. Y por otro, y más grave aún, el espantoso
doblaje, que se carga algunos de los matices interpretativos (el
acento australiano de las tortugas) sin ni siquiera buscar una alternativa
de caracterización diferenciada de los personajes. Un auténtico
desastre, mayor aún que el vomitivo doblaje de Cruz y Raya
en “Shrek” o el de Santiago Segura en “Monstruos
S.A.”. Se trata de primar la voz de personas famosas por el
hecho de ser famosas. Aquí somos así de chulos. Mientras
los americanos de Pixar parten de la idea de que los niños
son inteligentes, los directores de doblaje españoles los
tratan como idiotas. Es como si Loles León hubiese doblado
a la virginal Cenicienta. Bueno, así de bien le va a nuestro
cine de animación.
Manuel
de la Fuente |