Periodismo
Independiente
La
Conspiranson contra el Imperio del Monopolio
18/02/2003:
Contraofensiva gubernamental
Tras
el espectacular varapalo que ha recibido el Gobierno, y particularmente
José María "lacayo miserable" Aznar, con
el enorme éxito de las manifestaciones del pasado sábado,
el Gobierno ha decidido intensificar la ofensiva para hacerse oír
ante la opinión pública y subsanar así el veneno
ponzoñoso que el PSOE ha injertado a los ciudadanos, haciéndoles
creer que el Gobierno quiere la guerra y hará todo lo que
le diga Bush.
Ofensiva
mediática, por supuesto, desarrollada mucho antes de las
manifestaciones (de hecho, perenne), pero que a la luz del divorcio
entre Gobierno y opinión pública está llegando
a niveles espectaculares, ofensivos también para la inteligencia
de los ciudadanos.
Los
partidos políticos españoles nunca se han caracterizado
por su aprecio a la capacidad intelectiva de la ciudadanía,
especialmente si la ciudadanía está sentada delante
de la televisión. Los mismos ciudadanos que son sabios, con
criterio, capacitados para discernir entre el Bien y el Mal se convierten,
por lo visto, en niños pequeños cuando pasan de ciudadanos
a público, y aún más, a espectadores. Niños
pequeños que también son, además, estúpidos.
No se entiende de otra manera que los intelectuales orgánicos
gubernamentales sigan empecinados en creer que al final todo consiste
en ver quién tiene más minutos en televisión,
y que la traducción TV = votos se da, además, en una
relación simétrica. Por lo visto, nadie se ha molestado
en explicarles que la manipulación televisiva no es como
una reacción química y pueden darse efectos perversos,
sobre todo si el manipulador se pasa de la raya. Una de las cosas
que más enojó al público con el show del Prestige
fue el sistemático ocultamiento de los datos por parte de
los medios progubernamentales, y la irritación ha llegado
al paroxismo con el apoyo sin reservas a Bush, entre otras cosas,
por el afán de José María Aznar de hacer creer
lo increíble, tratando a la ciudadanía, como indicábamos
arriba, como pobres incautos desprovistos de raciocinio capaces
de tragarse cualquier cosa.
Habría
bastado la exposición de una sola prueba del ocultamiento
por parte de Sadam Husein de sus famosas armas de destrucción
masiva para que el apoyo masivo a la manifestación del sábado
se hubiese reducido considerablemente. Y si no hay pruebas, como
la sorprendente ausencia de las mismas a la luz pública por
parte de unos señores que nos bombardean diariamente con
largas e idénticas exposiciones retóricas de lo malo
que es Sadam hace suponer, al menos el Gobierno podría haber
respetado algo más las formas, remitiendo al Parlamento la
eventual participación de España en una guerra ajena
a la ONU, y limitando los exabruptos entusiastas de fidelidad al
Imperio y paralela reconvención, en plan curil, a los "irresponsables"
de la Vieja Europa que no le han dicho a Bush que sí a todo.
Por
el contrario, Aznar ha preferido confiar toda la batalla de la opinión
pública a los informativos de Televisión Española,
y sólo al final descendió de las alturas para aparecer,
naturalmente en televisión, y rendir cuentas de sus motivos
para apoyar a EE.UU., resumidos en "créanme, yo no miento".
También a través de los medios publicó el PP,
el día anterior a las manifestaciones, un panfleto supuestamente
explicativo de su actuación en el incipiente conflicto, que
incluía una nueva clave en su alucinante discurso: el Gobierno
está a favor de la paz (además de insistir en el paralelismo
entre la Guerra del Golfo de 1990 y la que nos ocupa, "olvidando"
que en 1990 Irak había invadido previamente un país
y la coalición internacional estaba totalmente avalada por
la ONU).
La
manifestación del sábado era, probablemente, la última
oportunidad para el Gobierno de rectificar a tiempo y recuperar
al menos parte del apoyo del voto centrista que le dio la mayoría
absoluta. Pero la tozudez y soberbia de José María
Aznar, por lo visto, son aún mayores de lo esperado, pues
la reacción, más inmovilismo e ignorancia de la realidad,
ha situado al Gobierno en una situación aún peor cara
a las elecciones, dejando buena parte del voto de centro en manos
de Zapatero. A día de hoy, el PP ya ha perdido las elecciones,
y la famosa "sucesión" de Aznar acabará
por carecer de sentido. Con su actitud, Aznar ha desvelado por fin
el secreto mejor guardado, la mayor incertidumbre de la política
española: "después de mi, el diluvio", pues
todo apunta a que nadie será su sucesor, designe a quien
designe.
Varios
han sido los argumentos desplegados por el PP:
- El
Gobierno quiere la paz, y está de acuerdo con los "sanos"
(en curil expresión de Javier Arenas) deseos de paz de la
ciudadanía (pese a lo cual, sorprendentemente, ningún
representante de peso del PP asistió a las mentadas manifestaciones).
El Gobierno lamenta que los buenos ciudadanos fueran vilmente engañados
por el maligno PSOE, convirtiendo la manifestación contra
la guerra en una manifestación contra el Gobierno (por lo
visto, la gente que fue a las manifestaciones lo hacía primigeniamente
porque quería apoyar las gestiones del Gobierno por la paz).
- Si la ONU no apoya la guerra, la ONU no sirve para nada. Argumento
de raíz estadounidense, según la afamada doctrina
de "respetamos profundamente a instituciones y aliados siempre
y cuando nos den la razón en todo".
- En realidad, las manifestaciones no fueron para tanto, total,
un 10% de la población española, cuatro milloncejos
mal contados: la mayoría
silenciosa.
Y a
éstos se unen los argumentados por una serie de periodistas
independientes a los que, por lo visto, Aznar les ha subido el sueldo,
a la luz de su falta de sentido del ridículo:
- En realidad, el petróleo no es tan importante. EE.UU. no
necesita petróleo, porque ya tiene mucho. En el mundo sobra
petróleo, si no fuera por las actuales circunstancias el
petróleo se regalaría por las calles. Argumento expuesto,
entre otros, por el inefable Jesús
Cacho, para quien la prosperidad de países como Arabia
Saudí se debe a factores ajenos a su subsuelo, como su carácter
hacendoso y trabajador o la pujanza de su industria de alta tecnología.
- Irresponsabilidad de los europeos. La intervención, desde
el punto de vista de la legalidad, es necesaria, toda la culpa la
tiene Francia por obstaculizar la acción militar en la ONU.
Los europeos se encierran en su pacifismo sin querer darse cuenta
de que -nuevamente por oscuras razones teologales- no hay más
remedio que intervenir en Irak para quitarle a Sadam sus afamadas
armas de destrucción masiva, que nadie ha visto (aunque,
si es que existen, lo más probable es que se utilicen durante
el conflicto). En resumen, los europeos son unos mariquitas, cuando
aquí de lo que se trata es de echarle huevos. Álvaro
Delgado - Gal es el autor de la sesuda reflexión, que
se extiende a los españoles en su conjunto como caterva de
niños irresponsables incapaces de ver más allá
de sus narices, ignorantes del peligro que para ellos supone Sadam,
cuando quien habla es César
Alonso de los Ríos.
- En esta línea testosterónica de interpretación
de las cosas, se lleva la palma un tal Carlos
Semprún, que nos hace saber que, en realidad, Francia
y Alemania forman parte del Eje del Mal (Alemania no hace más
que ascender en los parámetros de la maldad, primero alineada
con Libia y ahora ya por encima) y que si no hay guerra el integrismo
asolará Occidente. Claro que este artículo aparece
en La Razón, lo que viene a significar que dicho artículo
tiene aún menos credibilidad que nosotros.
Guillermo
López (Valencia)
24/12/2002:
Caiga Quien Caiga: Luis Fernández, Wyoming o el Grupo Correo
De
auténtico maestro. Así es como ha resultado la última
jugarreta mediática urdida desde la Moncloa por el presidente
del gobierno José María Aznar. La caída de
la parrilla de Tele 5 del programa de Globomedia "Caiga Quien
Caiga" ha generado las reacciones que seguro que se buscaban
desde Moncloa, es decir, las reacciones acusatorias contra los responsables
erróneos. Grupos reivindicativos de diversa índole
han atacado a Tele 5 por no renovar el contrato de emisión
de este programa, y no se les ha ocurrido otra cosa que convocar
una huelga de mandos caídos para no conectar con Tele 5 el
día de Navidad de 2002. Si había necesidad de disparar
un dardo, desde luego la elección de la diana ha sido totalmente
equivocada.
Los
hechos son los siguientes. En el año 2000 el gobierno de
Aznar, con una recién estrenada mayoría absoluta (o
"necesaria" o "suficiente" según la jerga
política) licitó las licencias de radio digital. Tenso
fue el verano de 2000 cuando el gobierno decidió ampliar
el número de concesiones a dos emisoras más, y el
Grupo Correo (accionista mayoritario de Tele 5 por entonces) optaba,
como es normal, a entrar en el paquete digital, que garantizaba
grandes negocios para el futuro inmediato, amén de no perder
el carro de sus competidores grupos mediáticos. Aznar lo
tenía claro: si Tele 5 quería radio digital, debería
cumplir dos condiciones: cesar a su director de informativos Luis
Fernández, y dejar de emitir el Caiga Quien Caiga.
Luis
Fernández había llegado hacía relativamente
poco a la dirección de informativos de la cadena, en sustitución
de Luis Mariñas, periodista anquilosado y falto de capacidad,
sea cual sea el motivo, para labores importantes. De uno u otro
modo, Fernández consiguió a su llegada renovar los
servicios informativos de la cadena, estableciendo los nuevos formatos,
creando espacios como el matinal y dando un nuevo empuje a la redacción
que se situó a la cabeza en la información periodística
de la televisión en España. Las posteriores remodelaciones
de los servicios informativos de Antena 3 Televisión y de
Canal Plus no son más que calcos de la filosofía llevada
a la televisión por Fernández. Su experiencia durante
años como director de informativos de la Cadena SER, en el
que contó con un magnífico equipo secundado por nombres
tan importantes para el periodismo en este país como Antonio
García Ferreras o Daniel Anido, le animó a dar el
paso a la televisión. Su revolución del medio televisivo
acabó en septiembre de 2000. Tele 5 cesaba a Luis Fernández
para, según la nota oficial de la cadena, "afrontar
nuevos retos". Pocos medios aparte de los del grupo Prisa (La
Vanguardia fue uno de ellos) dio a la noticia el amplio tratamiento
que se merecía: Luis Fernández se iba de Tele 5 porque
Aznar lo consideraba un elemento radical y peligroso para su poder.
La
segunda condición del contrato, la eliminación del
CQC, no se cumplió de una manera tan inmediata, y tras pensárselo
mucho (de hecho, CQC empezó la temporada 2000-2001 un poco
más tarde de lo habitual, casi un mes después de que
arrancaran el resto de programas), se decidió prorrogar el
asunto y volverlo a estudiar al final del contrato. Justo dos años
después, se elige la coyuntura del finiquito de CQC para
no proceder a su renovación.
En
este punto de la historia, sí que hay que matizar algunas
cosas. Es cierto que CQC era un programa de una producción
costosa y que los resultados de audiencia no eran maravillosos (rondar
el 20% del share significa, en el mercado español, rozar
la supervivencia cada semana). Además, se podría pensar
que el programa apenas se ha renovado en sus años de existencia,
y las supuestas novedades que anunciaba a cada inicio de temporada
(como la promesa reiterada de introducir a una mujer en el equipo
de reporteros) sonaba más bien a intentar vender renovación
de una fórmula que se repetía. Con todo, los oscuros
motivos que se esconden detrás de la caída de CQC
no deben dejar indiferente a nadie.
La
jugada se redondea con la compra por parte de Berlusconi, en pleno
mes de diciembre de 2002, del paquete de acciones de Tele 5 del
grupo Correo. Por si quedaban dudas, la supervivencia de CQC es
ya imposible. La amistad y connivencia política de Berlusconi
y Aznar demuestran los motivos miserables que encierran decisiones
mediáticas como ésta. Parece mentira, pero muchos
se empeñan en mostrar que cuanto más alta es la política,
más miserables son sus motivos de actuación.
De
todos modos, con o sin Berlusconi, no se me ocurre que ningún
empresario de un medio televisivo apueste por mantener un programa
en su parrilla si ello le conlleva perder miles de millones de pesetas.
Es decir, si el gobierno ofrece el negocio del milenio de la radio
digital por dos "pequeñas" condiciones, no creo
que la culpa sea del empresario por ceder (al fin y al cabo, se
está tratando la supervivencia de Tele 5), sino del gobierno
por cometer esta flagrante injerencia. Si todos los esfuerzos por
criticar o boicotear a Tele 5 se inviertieran en hacer una sentada
frente a la Moncloa o, simplemente, no votando al PP, otro gallo
nos cantaría. Pero es más fácil, como de costumbre,
echar las culpas a lo mala que es la televisión que pedir
responsabilidades a la clase política dirigente. La protesta
es lícita, pero cabe reflexionar hacia quién. Si en
el año 93 se tenía muy claro en este país que
la culpa de todos los movimientos mediáticos incitados por
el poder eran responsabilidad de Felipe González, ¿por
qué nadie ha apuntado hacia Aznar con el tema del CQC?
MS
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