ACTUALIDAD DE ESPAÑA AÑO
2004
30/11/2004:
La Comisión del Tedio
Ni
192 muertos (al parecer, esta cifra incluye
algún feto, pero tampoco es cuestión de ponerse quisquillosos),
ni el recuerdo de unas jornadas de verdadero interés político
como las que precedieron al 14-M, ni el mismísimo
Ánsar exhibiéndose
durante más de 10 horas son suficientes, por increíble
que parezca, para levantar el interés de una Comisión
parlamentaria como la del 11-M.
La
cosa tiene más o menos lógica porque los españoles
normales, tras el atracón de emociones, están exhaustos.
Y, los que no, fueron rematados por las campañas electorales
de las Elecciones Europeas y de las Presidenciales
estadounidenses. Hasta gente de LPD, enfermos hiperpolitizados,
está al borde del agotamiento con estos temas. Sólo
Jiménez Losantos conserva la emoción, la fuerza y
la decencia. Si hasta Ustedes, que son seres extraños y leen
esta página deben de andar hastiados, Imaginen el hartazgo
de su suegra, o del panader, o del sensato y normal español
que dedica sus días al visionado de Crónicas Marcianas,
Gran Hermano, o a descargarse melodías de Operación
Triunfo para su móvil cuando le empiezan a hablar de la Guardia
Civil de Avilés, Suárez Trashorras o la oscura trama
organizada por Rafael Vera y pagada por fondos reservados para hacer
un atentado contra las Torres Gemelas y así dar la victoria
a Rodríguez Zapatero en el Estado de Florida.
La
Comisión Parlamentaria, por lo demás, tampoco ayuda
mucho. Porque no puede. Los diputados son gentes que no están
llamadas a ocupar mucho espacio televisivo, y ésa es una
de las principales razones por las que los recluimos en el Congreso
de los Diputados. Pónganlos a hacer sus pinitos día
tras día ante la ciudadanía y más allá
de dar la patética imagen de nuestra vida parlamentaria a
la que estamos acostumbrados obtendremos sólo la más
absoluta perplejidad ciudadana al conocer que existen entes paranormales
como los diputados Del Burgo (una especie de mesonero ventajista
que sisa vino al servir), Martínez Pujalte (salido del cómic
de Martínez el Facha), Cuesta (que parece un sindicalista
de educación media liberado y eternamente enfadado), Cerdà
(directamente extraído de una novela de Maigret y teletransportado
al Congreso), Uxue Barcos (una especie de Mercedes Milà transplantada
al debate político cuando debiera seguir en la Casa del Gran
Hermano)... ¿Para qué seguir? Al menos, de vez en
cuando, aparece Llamazares, que hace también el ridículo
pero tiene pinta de buen chico, o irrumpen los catalanes en su plan
de toda la vida y, dentro de lo que cabe, uno parece que ha retornado
a la realidad. Patética, pero tranquilizadora por cotidiana
y conocida. Como cuando es Zaplana quien toma las riendas del Grupo
del PP y, al menos, nos oculta el lado más tenebroso de la
fuerza parlamentaria (esos diputados de segunda y tercera fila).
Y
la temática, pues oigan, tampoco es que sea lo más.
Las malvadas manipulaciones de la SER del 11, 12 y 13 de marzo son
una historia entretenida, pero para unos días. Prolongadas
en el tiempo no pueden competir con Nuria Bermúdez, por ejemplo.
Iñaki Gabilondo, por mucho que se ponga, no tiene buenas
tetas, y eso cansa a la audiencia. Adicionalmente, el que haya una
investigación judicial (que es lo razonable en estos casos,
y nos referimos a los supuestos con muertos y tal, no a las peripecias
de las tetas de Gabilondo) le quita como un poquillo de sentido
al asunto. Si ya investigan los jueces, que para eso están,
el rollo ese de los etarras que se hicieron pasar por moros para
poner unas bombas, ¿de qué hablan los del Congreso?
Pues de nada, claro.
La
Comisión del 11-M, luchando por no desaparecer y hacer si
cabe más el ridículo, ha contado con la que podía
ser su única tabla de salvación. Pero ni así.
La esperada comparecencia de Ánsar ha mostrado a un Ánsar
más Ánsar que nunca, y durante 11 horas. Nada. Da
igual. Ánsar no ha levantado nada. Y tanta reiteración
en su ansaridad más cansaba que entusiasmaba. Porque al Presidente
lo adoran los múltiples programas que analizan la actualidad
en plan coña (replicándola lo más fielmente
posible) o esta página, pero no estamos acostumbrados a sesiones
tan prolongadas de exposición a la firmeza de las convicciones.
Porque eso sí, Aznar estuvo firme y convencido al principio.
Y luego. Y luego. Y luego. Y así eternamente, repitiéndose,
en su línea, pero sin novedades. Lo que fue un rollo, porque
Ánsar necesita de vez en cuando dar un nuevo aguijonazo,
una ocurrencia ofensiva recién sacada de la chistera, una
manifestación de disgusto y de reprobación a los mediocres
vinculada a la actualidad. Si no lo hace aburre, al ser sus riñas
y sus lecciones sabidas y conocidas. No puede ser que sigamos con
eso de la corrupción, el despilfarro y el crimen de Estado.
Tuvo su momento, pero pasó. De Ánsar lo que enamora
es la forma y sus salidas de tono, y eso es difícil de mantener
tanto tiempo. El fondo, en sí mismo, no interesa a nadie,
quizás con la excepción de algún psiquiatra.
La
comparecencia de Aznar, si tratamos de explicar su contenido más
allá de recurrir a explicaciones freudianas, es indefendible.
Pero esta vez ni siquiera podemos achacárselo sólo
a él. En primer lugar, porque todos y cada uno de los diputados
(empezando por el de su propio partido) le preguntaron sobre cosas
que no tenían nada que ver con lo que, en todo caso, podría
tener algún interés que tratara la Comisión
de Investigación (es decir, la bulla política, y no
imbecilidades relativas al respecto a las víctimas o a la
organización de la policía en España, cuestiones
absolutamente ajenas al fondo político de la cuestión,
que es de lo que debería tratar una Comisión parlamentaria,
zab.beh?).
Y
eso, cuando le preguntaban, porque la mayor parte de ellos se dedicaban,
como acostumbran, a hacer mítines. Lógicamente, ante
semejante requisitoria las respuestas de Aznar fueron estrictamente
impertinentes. En todos los sentidos. Y con toda la razón.
Como el Presidente de la Comisión ni sabe, ni contesta ni
se preocupa mínimamente de cumplir con sus funciones, la
cosa es además exageradísimamente obscena. Además,
y casi es lo peor, ni a él ni a los que preguntaban les importó
lo más mínimo repetir la misma cuestión como
doscientas veinticuatro veces, cada una de ellas. ¿Para qué
hay diversos turnos si todos van a hacer las mismas preguntas para
que Aznar conteste lo mismo una y otra vez?
La
cosa no se entiende mucho, la verdad. Pero tampoco es para tirarse
de los pelos. Es el Congreso de los Diputados. Y 25 años
de democracia nos han acostumbrado. Lo peor, sin duda, es que la
comparecencia, como consecuencia de ello, fue un aburrimiento. Del
que Aznar salió claramente indemne, porque cualquier televidente
con juicio a quien agarraba ojeriza era a los imbéciles que:
- no preguntaban
- se centraban una y otra vez, hasta la náusea, en las mismas
chorradas (y sufrían un revolcón tras otro a manos
de Ánsar que, eso sí, se mueve como nadie en el debate
estrictamente vacío de contenido real)
- eran incapaces de centrar mínimamente la discusión
en las dos o tres grandes, gigantescas debilidades estructurales
de la posición de Aznar.
A
saber, y yendo al meollo de la crisis de legitimidad
sobrevenida a su Gobierno, que es de lo que se trata:
-
Aznar no puede acusar de manipular, mentir y engañar a un
medio de comunicación con base en un único fallo en
las noticias que dio (mientras el resto se demostraron ciertas)
y, a la vez, jusitificar los innumerables errores (en el mejor de
los casos) cometidos por su Gobierno en esta misma materia porque
(créanme) "iban de buena fe". Por la misma regla
de tres, la mala o la buena fe habrá que suponérsela
a todos, como mínimo. Por no mencionar que la reiteración
en el infundio es como significativa, si de establecer diferencias
se trata. Y que, precisamente, no le deja en buen lugar.
-
Aznar no puede poner en el mismo plano la responsabilidad de un
Gobierno y la de un medio de comunicación. Entre otras cosas
porque, además, el Gobierno abusó de su posición
institucional para dotar de autoridad a su mensaje. No sólo
es que "hubiera sido ETA" y que hubiera que respaldar
al Gobierno en todo lo que hiciera en momentos tan complicados como
aquellos sino que quien osara siquiera cuestionarlo era, además,
calificado sistemáticamente un "miserable".
-
Aznar no puede osar vender que el Gobierno actuó informando
neutralmente cuando es una evidencia imposible de desconocer que
el Gobierno empleó la autoría de ETA (bien la creyera
firmemente bien la inventara, que da lo mismo porque la conducta
es suficientemente repugnante en ambos casos) para atacar a sus
adversarios políticos como culminación de una campaña
de satanización política basada en que el PSOE era
amigo de los que pactaban con ETA para que sólo matara a
madrileños, por no hablar de lo que eran tanto ERC como el
PNV. Las evidencias en tal sentido son tan abrumadoras que ni siquera
es necesario irse a leer lo que los medios afines y los políticos
del PP dijeron sobre el particular el mismo 11-M y después.
O recordar el lema de las manifestaciones convocadas por el Gobierno.
Pero, si alguien lo necesita, que lo busque en Internet.
Este
último asunto, que es la clave de la discusión política
real que habría de haber sido dilucidada en el Congreso,
ha quedado sepultado por horas y horas de absurdidades. Probablemente,
sí, es un mérito de Aznar. Pero da igual, porque el
resultado no es más que aburrimiento. Y los ciudadanos andan
cansados y en otras cosas.
ABP
(València)
|