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Noticias del mundo del cine (por decir algo)

 

31/01/06: Goyas 2006: veinte años para llegar a Isabel Coixet

Un año más, los profesionales (?) de la industria (?) del cine (?) español (!) se reunieron en un gala privada retransmitida por Televisión Española para intercambiarse premios. Se trató de una breve y ágil ceremonia de cuatro horas de duración (anuncios incluidos para que los asistentes pudiesen miccionar y de paso mantener la ficción de que el cine español atrae a los anunciantes) en que hubo mucha complacencia y poca autocrítica ante la presencia de una ministra que sí parece complacer las peticiones en forma de subvención de los grandes profesionales de esta industria.

Por si no ha quedado claro, la ceremonia fue bastante aburrida. Y el motivo resulta evidente: faltó el petardeo almodovariano. No presentó los premios Antonia San Juan, no apareció la-artista-anteriormente-conocida-como Bibí Andersen a lomos de un caballo en el papel de Dulcinea del Toboso... vamos, que se echaron en falta esas formas arrabaleras en la fiesta anual de “nuestro” cine. Porque el cine español sin su esencia, sin lo arrabalero es como un cuerpo sin alma. Era como si en los Oscars no hubiesen aparecido números musicales o alfombra roja. Aquello estaba como encorsetado, falto de la sustancia, la alegría y el salero del gusto estético de Almodóvar.

Y es que lo arrabalero también tiene su proceso. No estaba Antonia San Juan, pero estuvo Isabel Coixet. Su película, “La vida secreta de las palabras”, se llevó los premios más importantes. Y allí saltó ella, con su pinta de pueblerina inútilmente tamizada por unas gafas de diseño, para recoger los premios. Todo es sensibilidad en la reina de los anuncios de compresas. Nadie, desde George Cukor, ha entendido mejor el alma femenina. Allí salió la exquisita, la fina Isabel Coixet y llenó la tarima de escupitajos y palabrotas: “¡Hostia!”, fue lo primero que dijo al recoger uno de los premios. Y uno, viendo aquello, no sabía ya a qué hecho diferencial correspondía aquella poetisa de lo cotidiano, si al catalán, al vasco, o al de Puerto Hurraco (con perdón).

Otra de las cosas que llamaron la atención fue la contención que se respiró durante toda la gala. No hubo actos reivindicativos, ni manos blancas contra el terrorismo. Es la modestia del actor: este año tocaba recato y tranquilidad. La única nota de color un pelín transgresora fue la referencia de Santiago Segura a las “naciones de España”, pero eso ya fue bastante tarde y los articulistas de la España liberal no estaban ya al acecho, sino dormidos.

La gala, además, contó con una presentación bastante gris. A falta del sarcasmo de la Sardà y de la chabacanería de la San Juan, le tocó la papeleta a Antonio Resines, que ponía su cara de siempre, la de alguien a quien parece que le han arrancado la piel escrotal con cera caliente. Ese nihilismo se lo contagió en parte a su compañera de labores, Concha Velasco, que ofició de buena presentadora únicamente cuando estaba sola en el escenario, sin la atenta y simpática mirada de Resines. Se la veía también contenta cuando se le entregó el Goya honorífico a Pedro Masó. Todos los asistentes se pusieron en pie y no era para menos, tratándose de un productor, es decir, de uno de esos que deciden a quién se le da trabajo y a quién no. Masó hizo un discurso tan emocionado como deslavazado, pero, a pesar de ello, se reconocía en él a un trabajador infatigable, autor de una obra más o menos discutible, pero obstinada y persistente, lo cual ya es un mérito.

Del resto de nominadas, poca cosa. La película de Fernando León, “Princesas”, sólo vio premios para sus actrices y “Obaba”, de Motxo Armendáriz se llevó poco más que algún premio testimonial. Premio para “Tapas” y toque progre al dar un Goya a una canción de Manu Chao. Pero, bueno, que resultó todo tan aburrido que poco importaba que los Goya cumpliesen 20 años, que se hiciese un “revival” nostálgico de las distintas ceremonias, o que se homenajease a Fernando Fernán-Gómez. 20 años de evolución para llegar a Isabel Coixet. Pues vaya.

Manuel de la Fuente

 

27/02/05: Oscars 2005, el fin de la civilización

Este año, la entrega de los Oscar de Hollywood era un acto que se prometía tranquilo. En esta edición, a diferencia de las anteriores, ya no había peligro terrorista. Ya no se hablaba en los medios de las rígidas medidas de seguridad que inspeccionaban hasta las tetas de Whoopi Goldberg por si ocultaban alguna bomba; ni una sola referencia tampoco a los cuidados puestos en que los presentes evitaran las palabrotas o los términos que pudieran ofender a las sensibilidades republicanas que campan a lo ancho del país. Y es normal, dado que la amenaza terrorista ya no es lo que era. Después de los dos mayores atentados de la historia de los Estados Unidos (el 11-S y la teta de Janet Jackson), y tras la reciente reelección de George Bush (con el cómodo panorama de tener cuatro años por delante sin oposición demócrata y sin la acuciante necesidad de ganar votos poniendo a su nación, día sí día también, en alerta roja antiterrorista), los viejos miedos han vuelto a su cauce, de la misma manera que la ceremonia de entrega de la preciada estatuilla. Los americanos tenían, de nuevo, baja la guardia. Y así les ha ido.

Porque el Oscar a la mejor película extranjera ha ido a parar, nada más y nada menos, que a “Mar adentro”, de Alejandro Amenábar. El problema es de campeonato. Alegato de la eutanasia y la eugenesia, panfleto auspiciado y jaleado por el gobierno que ha traicionado a los ejércitos de la libertad en Irak, sucia obra que destruye los puros conceptos de familia y nacional-catolicismo, premiar con un Oscar a “Mar adentro” es una aberración similar a lo que hubiera supuesto que le concedieran el Nobel de Medicina al doctor Josef Mengele. De poco ha servido el sabio juicio de la Conferencia Episcopal Española, que llevaba meses advirtiendo de que tal película es el Anticristo. Y, para más inri, el Papa ahora no puede hablar. Convaleciente de una traqueotomía, Su Santidad no será capaz de leer en voz alta el comunicado que ya le habrá preparado Rouco. El matrimonio gay, el Plan Hidrológico, y ahora el Oscar para “Mar adentro”... Son señales, cuales trompetas del Apocalipsis, del ocaso irremediable y de la llegada de tiempos de oscuridad.

Encima, Amenábar subió a recoger la preciada estatuilla acompañado de su productor. En lugar de ir acompañado por una joven mozuela de grandes y maternales pechos, este chico hace gala de que lo de las relaciones como Dios manda (heterosexuales, en familia y para procrear) pues como que no van mucho con él. Porque esta plebe, mal llamada española, que gana Oscars no entra en la vereda de la rectitud: primero lo ganó un tipo caracterizado por su mal gusto con las mujeres (ejemplos: Ana Rosa Quintana y Cayetana Guillén Cuervo); después, otro con mirada endemoniada; a continuación, un tal Almodóvar, el gurú de todas las perversiones habidas y por haber; y ahora este asesino en masa, este degenerado de los tiempos del “talante” que ni siquiera tiene talento para acabar una carrera universitaria. El gobierno español ya tiene la vía expedita para la legalización de los asesinatos selectivos.

Tras esta barbaridad, poco importan el resto de preciadas estatuillas. Con todo, y aun a modo de constatación escrita, ahí van. Para empezar, Clint Eastwood se llevó las preciadas estatuillas como mejor director y mejor película por “Million Dollar Baby”. No obstante, el actor más taquillero del cine americano (superado sólo por John Wayne) no se llevó la preciada estatuilla como protagonista, en beneficio de Jamie Foxx por su histriónica composición de Ray Charles en la descarada hagiografía del músico dirigida por Taylor Hackford (director de una peli sobre Chuck Berry y productor de “La bamba”). Con todo, “Million Dollar Baby” se hizo también con las preciadas estatuillas para Hilary Swank y Morgan Freeman. En el palmarés también le tocó algo a “El aviador”. Martin Scorsese se quedó, de nuevo, sin preciada estatuilla, pero sí hubo preciadas estatuillas para la actriz secundaria (Cate Blanchett), el montaje, la dirección artística, fotografía y vestuario. “Los increíbles” quedan como mejor cinta de animación y el corto español (“7.35 de la mañana”) se queda sin preciada estatuilla tal vez porque no habla de la eutanasia, ni hace una apología de la corriente laicista que nos invade, ni alberga a terroristas en su seno.

Y “La Pasión de Cristo” también se ha quedado a cero. Los académicos se ve que prefirieron considerar que la obra de Mel Gibson es un libelo reaccionario y fundamentalista sobre las últimas horas de Cristo. El Papa dijo en su momento que la película era fidelísima a los hechos reales, ya que incluso se habían mantenido los nombres de los protagonistas en la realidad y cualquier parecido con la realidad no era fruto de la coincidencia. Si tras esto, el Pontífice sobrevive, será un milagro sin precedentes.

Mal andan los tiempos, hermanos míos, y no seremos nosotros quienes les animemos a salir a la calle, junto con sus familias, a defender su derecho a existir. Eso de salir a la calle es propio de melenudos, amigos de terroristas y de irresponsables. A nosotros nos queda sólo rezar para que, Dios mediante, podamos ver una ceremonia de los Oscar el año que viene alejada del rojerío abortista. Recemos. Que Dios les bendiga.

Manuel de la Fuente

14/02/05: Los Almodóvar denuncian las contradicciones intrínsecas del Sistema

La decisión de los hermanos Almodóvar en torno a la Academia de las Artes Cinematográficas de Este País, es algo que se veía venir desde hace mucho tiempo. Este País, mala madre y buena suegra, es ingrato con sus hijos más destacados, a quienes no perdona el éxito, sobre todo si éste se extiende lejos de nuestras fronteras como en el caso de nuestro admirado Pedro.

Almodóvar fue, como es bien sabido, padre espiritual y fundador de la única corriente intelectual de alguna relevancia que ha producido Este País desde el Siglo XVII, conocida popularmente como “la movida”. Su primera película “Pepi, Lucy, Boom y otras chicas del montón” fue la obra seminal de esta escolástica que posteriormente eclosionó en figuras de grandísima relevancia cultural como Alaska, Ramoncín o Paquito Clavel; sin ir más lejos. Si los ciudadanos y ciudadanas de Este País tuviéramos conciencia cabal de la dimensión intelectual, incluso moral, de este genio manchego, todas las salas de cine llevarían en su frontispicio un mosaico de azulejos (en la más pura tradición kischt del Maestro) con el cartel de aquella grandísima película y la leyenda “Hasta aquí llegó la movida”.

Almodóvar, los auténticos genios suelen hacer gala de una modestia proverbial, ha sido incapaz todos estos años de requerir a sus conciudadanos la realización de homenaje alguno. Ni siquiera cuando tras su heroica intervención en las gloriosas jornadas del 12 y 13-M, la democracia de Este País fue rescatada de las fauces del fascismo y depositada en el amoroso regazo de la izquierda política, de donde jamás debió salir. Pero a pesar de lo mucho que debemos a Pedro, él ha callado todo este tiempo, dedicado a llevar el nombre de Este País por todos los rincones del mundo civilizado y produciendo obras sublimes (en la mente se agolpan imágenes de películas como “Tacones Lejanos”, la complejísima trama de “Kika” y tantas y tantas otras que nos erizan el vello del pubis por las más diversas razones) para alimento espiritual del mundo contemporáneo.

Sin embargo hasta para los santones consagrados, tan ajenos a las miserias humanas, llega un momento en el que hay que decir basta. No por egoísmo sino, al contrario, para dignificar con su ejemplo las estructuras corruptas del “sistema”. Porque, amigos, la puñalada que la Academia de Este País ha propinado a Almodóvar en su gala anual, nos afecta directamente a todos en cuanto sujetos activos de una industria cultural sufragada de forma alícuota a mayor gloria de Este País.

Seamos honestos: la megapremiada película de un tal Amenábar sólo ha sido la excusa para escenificar la canallada antialmodovariana. En Mar Adentro, los valores tradicionales, los personajes, la idiosincrasia de Este País, que con tanto tino ha representado el manchego universal en sus cintas, brillan por su ausencia. Ni una monja con sida, ni un travesti de turbio pasado, ni un violador con veleidades necrófagas, ni un marica virtuoso... nada. La malhadada cinta de Amenábar sólo ha sido el ataque por la espalda (que es por donde más duele y no lo tomen en el sentido turbio de la expresión) con el que la Academia, cual Electra postmoderna, ha asesinado a uno de sus hijos más dilectos.

Sólo esperamos que los hermanos Almodóvar reconstruyan pronto su maltrecho espíritu tras esta traición y continúen su tarea dignificando nuestro universo cultural. Por ejemplo, creando una Academia de las Artes de la Movida de Este País, en el que sólo tengan cabida los eximios representantes de aquel glorioso movimiento nacional que tanto ha hecho por nuestra imagen en el resto del mundo.

Pablo

 

31/01/05: Los Goya se van de la olla

El cine español perdió el año pasado tres millones de espectadores. La responsabilidad es obvia. Si hay menos espectadores, es por culpa de los espectadores. El espectador español es un ser idiota que se deja manipular por el cine norteamericano. Y en vez de decantarse por las sensibles cintas patrias, se va a ver cualquier engendro yanqui. Pero ya se están poniendo en marcha las soluciones pertinentes: desde hace bastantes meses hay en marcha una campaña publicitaria de una marca de cervezas para que veamos cine español. La campaña muestra actitudes típicas del cine americano en ambientes españoles, para pasar a la conclusión de que tenemos que ir a ver películas españolas. Da igual que luego nuestros cineastas copien formatos y géneros norteamericanos. Eso es lo de menos.

La segunda gran medida ha sido trasladar al domingo la ceremonia de entrega de los premios Goya. Y ahí sí que nos duele. Porque hasta ahora, nosotros éramos felices. Como la maldita ceremonia se celebraba los sábados por la noche, siempre teníamos la bendita excusa del mantenimiento de una vida social para evitar el tostón televisivo. Donde hubiese una cena con los amigos, un cubata y unas risas, no cabía una tediosa velada viendo algo aún peor que cine español: cómo se dan premios al cine español. Así que, como el domingo es ya día de guardar, pues no nos pudimos escapar esta vez.

Con todo, nos alegramos, qué narices. Aunque somos conscientes de que los Goya sin Antonia San Juan como presentadora no llegan a su esencia, la edición de 2005 no estuvo nada mal. Si hubo un momento único fue el del toque de glamour que siempre proporciona la aparición de la artista antes conocida como Bibí Andersen. Surgió a lomos de un caballo para entregar un galardón, acompañada de Florentino Fernández, quien (con un fondo de molinos de viento y en el contexto del aniversario del Quijote) la llamó “Dulcinea del Toboso”. Curiosa relectura de la obra cervantina, ya que apunta a las desmesuradas perversiones sexuales de Alonso Quijano. Aunque, en el fondo, lo que pasa es que estos guionistas de los Goya son unos cachondos, y nos podemos imaginar aún las risas en la escritura del guión: “¡Va, que salga Bibí y que la llamen Dulcinea!”. La Dulcinea del siglo XXI, por cierto, a la hora de entregar el premio no se atrevía a inclinarse desde el caballo en el que iba montada (hablamos en sentido real, no figurado) porque, según ella, “si me agacho mucho se me verán las tetas, y esto es en directo, no como los americanos, que lo cortan”. Cuando Bibí abandonó el escenario, la ceremonia fue en decadencia, como no podía ser menos.

Porque abrumaba tanto aplauso, tanta alegría, tanto plano de ZP y esposa, tanto escenario para que estén solo cuatro personas a la vez, tanto derroche. Como hay en marcha una campaña para reivindicar lo específico de la cultura y el cine español, uno se esperaba otro tipo de ceremonia. Pero no. No había cena de sobaquillo, ni tablao flamenco, ni los asistentes escupían en el suelo. Todo muy yanqui, muy ordenado y ajustado a los tiempos televisivos.

No obstante, al mismo tiempo, todo fue muy español también. Los maestros de ceremonia eran Antonio Resines (con su antipatía y su mala pata incluso para saludar), Maribel Verdú y Montserrat Caballé. Que qué pinta la Caballé ahí. Pues los comentarios maliciosos (se nos ocurren una docena) se los dejamos a Vds., queridos lectores, porque tenemos elucubraciones, pero no una respuesta definitiva. Porque lo único que hizo la Caballé fue un llamamiento a acabar con la piratería, a lo que Resines (dentro de la consideración de la Hakademia de tener por imbéciles a los espectadores que no ven cine español) se añadió con su gracia habitual: “La piratería es ilegal, y si no saben lo que significa ilegal, ilegal significa que no es legal”.

Es normal la antipatía de la gentucilla de la Hakademia del Cine hacia los espectadores. Es que ya son tres millones menos. Por eso, a la hora de dar las gracias, el único que ha insistido en dirigir su agradecimiento al público fue José Luis López Vázquez, que recibía un reconocimiento por su trayectoria. López Vázquez es un actor, además de un muy buen actor. Pero, claro, los suyos eran otros tiempos. Eran tiempos en que los artistas se debían a su público antes que a las subvenciones, cuando había una industria que, con sus problemas, algo funcionaba, y cuando los actores y los cineastas eran actores y cineastas y no ridículos burócratas carapalos. Sí, lo han adivinado: la SGAE también estaba en la ceremonia de los Goya. Incluso uno de estos carapalos de la SGAE agradeció el premio al mejor documental (?). Como en los buenos tiempos, en que no faltaba el comisario político que velaba por el buen cumplimiento de las reglas de la censura: López Vázquez debe de haberse sentido en los Goya con treinta años menos.

Ni José Luis López Vázquez con su magnífico discurso pudo instaurar una cordura duradera en la ceremonia. Para el grato recuerdo queda ese momento en que Antonio Gala anunciaba el premio a José Rivera como responsable del mejor guión adaptado por “Diarios de motocicleta”; como ahí no estaba ni Rivera ni siquiera su cuñado, pues el premio se lo quedó el mismo Gala, que dijo que lo recogía en nombre de la Hakademia, y se fue por donde había llegado, con la estatua bajo el brazo. Y qué decir de Pene Cruz, entregando el premio a la mejor película a “Mar adentro”, y sin gritar “¡¡¡Alejandrooooooo!!!” Estaría triste Pene porque su querido “¡¡¡Pedroooooooo!!!” ha vivido, un año más, el ninguneo de la sensible Hakademia.

La ganadora fue “Mar adentro”. Se podría decir, entonces, que los Goya fueron un homenaje absoluto a la eutanasia y al asesinato masivo. Bueno es que estuviera Zapatero y tomara nota para llevar al Consejo de Ministros no sólo ya la eutanasia, sino también la eugenesia, el genocidio, la poligamia y los matrimonios con ovejas y gallinas. Que se preparen los contertulios radiofónicos y el Vaticano. A ver si el Papa opina de los premios a “Mar adentro”, que falta haría para frenar el lavado de cerebros que esta película puede llevar a nuestras inocentes almas para que no nos escandalicemos cuando nuestros legisladores legalicen el asesinato. Entonces saldrá Resines y dirá: “Es legal, lo que significa que no es ilegal”.

Y poco más, la verdad. El triunfo tan aplastante de “Mar adentro” impidió incluso que se llevase Ana Belén el que le tocaba, ya que estaba nominada con una de esas películas que hace ella: cine de destape desfasado para enseñar que a sus cincuenta se conserva bien. Por eso insiste siempre en pasear sus tetas y su culo por la pantalla. Las musas no envejecen, sólo se operan o se machacan en el gimnasio.

Lo interesante ahora sería llevar a cabo una campaña de movilización ciudadana. Hay que pedir que vuelva Antonia San Juan a los Goya. Lo arrabalero, cuando se viste de glamour, no es divertido. Queremos lo arrabalero de verdad, la esencia, lo genuino. El arte de Antonia San Juan (o de la artista antes conocida como Bibí Andersen) tiene que desplegarse, no relegarse a apariciones esporádicas. Pero, si no se consigue esto, hay que seguir concienciando al espectador. No basta con que no vaya a ver cine español. Hay que conseguir que se acaben los Goya. Al fin y al cabo, para “Mar adentro” es mucho más importante su nominación a los Oscar que todo el aluvión de Goyas. Y para premiar a López Vázquez, se le monta un homenaje a él solo, sin que lo ensucie la presencia de personajillos, comisarios políticos y pedigüeños profesionales. Si es que parecía una película de Berlanga...

Manuel de la Fuente

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