ACTUALIDAD
INTERNACIONAL
Diciembre
de 2.003
10/12/03:
Ánsar desafía al Lebensraum en la UE:
En
las últimas semanas se ha venido recrudeciendo la negociación
habida en la UE a propósito de los criterios de representación
de los Estados en las votaciones de la futura UE – 25, uséase,
dilucidar quién manda aquí. Si el tratado de Niza
se caracterizó, por encima de todo, por la consagración
de la paridad representativa de los dos integrantes del eje francoalemán
(otorgando a ambos 29 votos, al igual que a Gran Bretaña
e Italia, pese a la considerablemente mayor población de
Alemania), la Constitución Europea pretende implantar un
sistema totalmente distinto, el de la “doble mayoría”
(mayoría absoluta de Estados que además represente
al 60% de la población) que supone un desequilibrio de dicha
paridad a favor de Alemania, y que consagrará lo que todos
sabemos de la UE (y tantas veces se afanan en destacar los euroescépticos):
en la UE quien en realidad manda, por potencial económico,
por población y por centralidad, es Alemania, y mucho más
cuando se produzca la ampliación al Este.
La verdad es que nada hay que objetar,
desde un punto de vista representativo, al sistema de la “doble
mayoría”, mucho más ajustado a los usos democráticos
que el pasteleo de Niza, y que en principio preserva tanto el derecho
de los pequeños a existir como el mayor peso de aquéllos
que representan a más gente. En realidad, la “doble
mayoría” es un calco del sistema legislativo yanqui
(y del español), donde la representación de una cámara
es proporcional a la población, y la de la otra idéntica
para cada Estado o provincia.
Pero
este cambio supone en la práctica una reducción considerable
del poder decisorio de España, que pierde capacidad de bloqueo
en la UE por el factor distorsionador que supone, precisamente,
el notorio crecimiento de Alemania (un 17% de la población
de la UE). España, en estas condiciones, clama en el desierto
por una vuelta al acuerdo de Niza, con el apoyo lógico de
Polonia (en la misma situación demográfica que España,
ahora y más adelante, pues si bien su acendrado catolicismo
permite augurar un coeficiente de natalidad mucho mayor que el de
España, la idiosincrasia cultural, social y económica,
a diferencia de la española, obligará a millones de
polacos a huir despavoridos de su bello país y asentarse
en otros, entre ellos, el nuestro, que ya cuenta con 42 millones
de habitantes) y alguna ayuda británica para mantener la
solidaridad “inter – indignos – patéticos
– tríoazorenses”. Y punto. Todos los demás,
y sobre todo los países grandes, apoyan el sistema de la
doble mayoría, así que las posibilidades de España
de lograr un acuerdo favorable a sus intereses sin montar el clásico
follón “firmeza” tan propio de Ánsar son
bastante reducidas, entre otras cosas, gracias a los Grandes
Beneficios de la Operación Humanitaria Conjunta, que
ya riegan todos los ámbitos de la sociedad, cultura y economía
españolas (en particular los cementerios), y que tanto bien
han hecho a nuestra política exterior.
Y sin embargo, hay que decir que
Ánsar tiene toda la razón del mundo, no sólo
en mantener su postura (por antidemocráticos, o como poco
“menos democráticos”, que sean los acuerdos de
Niza) contra viento y marea, sino en propugnar, de hecho, una visión
crítica, desconfiada y pesimista de la Unión Europea.
Y la tiene porque el purismo democrático de Alemania contrasta
vivamente con el lamentable espectáculo que ha dado su gobierno,
aliado con el francés, al imponer una destrucción
de facto de los Pactos de Estabilidad.
Conviene recordar que toda la política
económica de Ánsar desde que llegó al poder,
y en realidad el principal factor que explica su indudable éxito
como dirigente político al conseguir la mayoría absoluta
en las urnas en las últimas elecciones legislativas, se basa
en el cumplimiento estricto (por más que detrás haya
ciertos experimentos de “contabilidad creativa”, pecadillos
que comparte nuestro país con sus entrañables socios)
de los criterios del Pacto de Estabilidad. De hecho, el dogma de
fe, el objetivo máximo, la bandera de la política
económica de este Gobierno es un rizar el rizo, un llegar
más lejos de lo que se le pide: el mítico Déficit
Cero, por más que haya que alcanzarlo a costa de inversiones
necesarias en materia social y de infraestructuras.
En
LPD nunca apoyamos este objetivo del Gobierno, pues siempre nos
pareció irreal e innecesario, al igual, por cierto, que nos
lo parecían unos criterios
de estabilidad creados en teoría para asegurar la prosperidad
económica europea pero que, dada su rigidez y estrechez de
miras, estaban destinados a desaparecer ante el primer obstáculo
más o menos serio que se les presentara. Lo más divertido
es que el creador de este sistema, verdadero corsé soñado
por los más fanáticos seguidores de la ortodoxia económica
estilo FMI, Theo Waigel, ex ministro de Economía alemán
en los últimos gobiernos de Helmut Kohl, insistió
en la rigidez de los criterios para evitar que los “impresentables
latinos” se salieran de madre en su política económica
(y de hecho, si era posible, para evitar que entraran prematuramente
en un club “serio” como el de la moneda única).
Frente a este desafío, Ánsar ha sido más papista
que el Papa, supeditándolo todo al objetivo sagrado, e imponiéndose,
en plan opusdeísta, el flagelo de buscar una racionalidad
en las cuentas “más mejor” que ningún
otro. Y en éstas estamos que llega el Papa y nos sale adorador
del Anticristo, volatilizando en plan barriobajero y autoritario
(“aquí mando yo”, ha dicho con su acción
el Eje francoalemán) los Pactos de Estabilidad porque, claro,
una cosa es poner multas a países enanos que se salen algo
de los márgenes y otra muy distinta hacerlo con el Jefe.
Había muchas maneras de poner en duda o invalidar el Pacto
de Estabilidad, pero todas ellas requerían un consenso previo
y una acción coordinada. Con la destrucción unilateral
del Pacto, Alemania y Francia han invalidado mucho más que
un sistema, es cierto, absurdo: han invalidado buena parte de la
credibilidad de la UE. Y, en lo que a nosotros respecta, han llevado
a la irrelevancia la política económica de nuestro
Gobierno de al menos los últimos cuatro años; por
último, han cargado de razones a todos aquellos, Ánsar
entre ellos, que en un momento dado pudieran obviar el consenso
como vía de negociación en la UE para sustituirlo
por el veto, o la amenaza de veto, constante.
Guillermo
López (Valencia)
|