ELECCIONES
USA 2004
George
W. Bush
George
W. Bush se presentó a las elecciones
de 2000 como modelo de republicano moderado, con ideas más
o menos liberales teniendo en cuenta cómo estaba el patio
(su partido había basado su estrategia de oposición
a Bill Clinton en que el sexo oral con una becaria gorda justificaba
el impeachment), y con una especial empatía con
uno de los grupos de pringaos que conforman el melting pot
encima del cual se ubica Wall Street: los hispanos.
Desde
el principio LPD apoyó al entonces gobernador Bush en su
carrera hacia la Casa Blanca, constituyéndose en uno de los
principales think tanks (en realidad, el único)
que desde el escenario europeo tuvo la clarividencia de apostar
a caballo ganador. Quizás algunos de Ustedes nos reprochen
ahora esa opción moral, pero es preciso tener en cuenta que
a) LPD es una publicación de carácter humorístico;
y b) el principio vital de cualquier sociedad europea desde 1968,
y más aún en el caso español, dada la decadencia
vital del continente (de nuevo, más aún en el caso
español), es el antiamericanismo. Desde esta perspectiva,
no cabe negar que Bush ha cumplido sobradamente: en estos momentos
EE.UU. es odiado en el mundo como nunca lo fue en el pasado, y la
presidencia de Bush ha sido, de principio a fin, el sueño
perverso (muy perverso, a la vista de sus acciones) de cualquier
medio satírico, aunque alcanzase niveles que nos obligaran
a hacer un examen de conciencia (como planteó crudamente
un lector en su día: ¿es lícito hacer humor
a partir de cosas como esta?).
Bush
comenzó su presidencia pisando fuerte desde el principio,
con un espectacular pucherazo
electoral sin comparación posible en España desde
los tiempos de la democracia orgánica: gracias a la corriente
de opinión generada por Fox News Bush fue visto como el ganador
del Estado de Florida y, por tanto, nuevo presidente de EE.UU.,
y gracias a los buenos oficios de su hermano Jeb y el Tribunal Supremo
pudo eludir el problemilla de que, en realidad, lo de su victoria
no era totalmente exacto. Alguien podría decir que un presidente
que comienza así su mandato queda mancillado para siempre,
pero es preciso señalar que posteriormente Bush se ha superado
sobradamente a sí mismo, y por otro lado, ¿cómo
mancillar su mandato si, de no haber pucherazo, tampoco habría
accedido a la presidencia? ¿Alguien puede reprocharle algo
así?
Tan
pronto como llegó a la presidencia, George W. Bush se dispuso
a llevar a buen término su prolijo programa electoral, que
se resumía en “ir a por el hombre que había
intentado matar a mi papá”, el maléfico Destructor
Masivo, el Sátrapa de Bagdad y Presidente Honorario del Eje
del Mal, Sadam Husein. Pero la situación internacional no
era lo suficientemente propicia, así que Bush pasó
su tiempo hasta la llegada del 11 de Septiembre tumbado a la bartola.
Cuando EE.UU. sufrió los
atentados terroristas del 11 de Septiembre, y tras un momento
inicial de vacilación (puesto que los servicios secretos
españoles habían informado de que aquello podría
ser obra de ETA) en el que se pensó bombardear Cartagena
de Indias, capital del País Vasco, apareció un Supermoro
integrista, Osama Bin Laden, como perpetrador real de los atentados.
Es
preciso reconocer que la Administración Bush obró
de forma sumamente moderada (sobre todo a la vista de los acontecimientos
posteriores) en los preparativos, organización y ejecución
de la invasión de Afganistán: buscó un –evidente-
mandato de la ONU, se preocupó de forjar una alianza internacional
en el que los vasallos se sintieran importantes, y en resumen contribuyó
a acabar con un régimen execrable que mantenía a la
organización terrorista autora del 11-S. Aunque no puede
decirse a estas alturas que la invasión haya sido un éxito
total (persisten zonas del país en manos de los talibanes
o de algunos señores feudales con sus ejércitos privados),
sobre todo a causa del escaso entusiasmo con el que EE.UU. ha destinado
tropas en Afganistán para hacerse con el control del territorio,
nadie en su sano juicio pondría en duda que, además
de justificados, los efectos de la invasión han sido beneficiosos
para la población.
Sin
embargo, todo eso de Afganistán a Bush, como es comprensible,
le parecía un rollo. El Hombre que había intentado
matar a su Papá seguía impertérrito ejerciendo
la tiranía en Irak. Bush no había cumplido su Misión.
Así que se pasó un año repitiendo una y otra
vez que Sadam era el verdadero líder de Al Qaeda, que Irak
disponía de armas de destrucción masiva capaces de
destruir el Estadio Santiago Bernabéu en 45 minutos, que
Irak era un peligro para el mundo mundial, … Nadie le tomó
en serio, naturalmente, ni siquiera el propio Sadam (y así
le fue), y sólo la hez de
la política internacional tuvo los suficientes arrestos
como para aparentar creerse el chapapote iraquí, estar dispuesto
a apoyarlo, e incluso salir en la tele diciendo, sin reírse,
“Créanme, las Armas están ahí”
(“I’ve had a dream”). Pero, pese a todo, sin la
ONU (“si ellos tienen ONU, nosotros tenemos a dos esclavillos”,
parecía decir la foto de las Azores), provocando en su contra
la mayor movilización popular,
a escala internacional, que se ha visto en mucho tiempo, con aliados
impresentables y con unas tropas claramente insuficientes para ocupar
el territorio, a pesar, en suma, de que estaba claro que la invasión
no podía justificarse desde ningún punto de vista,
y que no iba a salir bien, Bush se lanzó a la piscina que
podía asegurarle la reelección o acabar de estigmatizarlo
como Presidente.
La
operación, naturalmente, fue un desastre desde el principio,
y desde el supuesto fin de la guerra no ha hecho sino agravarse.
Pasados los primeros momentos de euforia, y una vez quedó
claro que a) el buen pueblo iraquí dispone de un número
aparentemente inagotable de kalashnikovs, lanzagranadas, misiles
anticarro y zulos con cámara de vídeo incorporada
para grabar y ajusticiar rehenes; y b) EE.UU. se ha metido en un
cenagoso chapapote donde sus tropas mueren, y mueren, y mueren sin
que se perciba un final razonablemente cercano que no implique una
segunda bajada de pantalones (tras Vietnam), comenzaron los problemas
para Bush y su Misión. La desaparición del primer
miembro del Trío de las Azores, tragado por el váter
de la Historia, puede ser preludio del fin de la carrera política
de Bush (y, desde luego, de Blair).
Y
lo peor de todo es que, pese al petróleo, pese al negocio
de la reconstrucción, pese a los delirantes planes de los
neocons asumidos alegremente, entre otros, por la ultraderecha española
y el ex presidente Ánsar (sin percatarse de que estos planes
conducían directamente a perder aún más terreno,
en lo energético, en lo político, en lo económico
y en lo militar, con EE.UU.), y pese a todas las obvias inconsecuencias
de la Operación Justicia Infinita, pensamos que Bush, en
lo concerniente a Irak, cree en lo que hace. Es decir, que actúa
movido por el mesianismo, por sus firmes convicciones humanitarias,
y no por sucios motivos de índole pragmática. Que
se cree aquello de desarrollar en Irak la democracia más
de puta madre que haya visto jamás el mundo, vamos. Lo cual
significa que Bush es peligrosísimo. Si en sólo cuatro
años ha conseguido a) llegar al poder tras un pucherazo electoral;
b) crear una importantísima fractura social en un país
fuertemente cohesionado por su patriotismo a ultranza; c) destruir
la economía; y d) meter al país en una ruinosa, en
dinero y en sangre, y delirante operación militar, ¿qué
podríamos esperar de cuatro años más? ¿Irán?
¿Siria? ¿Corea del Norte? ¿España? ¿Los
operadores de bolsa haciéndose el hara kiri? ¿El petróleo
a 1.000 dólares?
Piensen
en lo que espera al próximo presidente de EE.UU. Bush, para
tener reservas humanas que le permitieran cumplir su Misión,
fundamentada en repartir yoyah, tomó la dolorosa
decisión de bajar los impuestos a sus amigotes mientras atornillaba
a las clases medias, con el fin de convertirlas en clases bajas
y conseguir carne de cañón con el que reponer su Ejército.
La maniobra no le ha salido del todo bien, y en estos momentos el
Ejército de EE.UU. está al límite de su capacidad.
La juventud, aunque sin duda entusiásticamente patriótica
y dispuesta a morir por su país, no hace acto de presencia
para, en efecto, morir por su país. Una cosa es irse de vacaciones
un par de años a Italia o a Panamá, y otra muy distinta
meterse en el chapapote iraquí. En EE.UU. a todo el mundo
le da bastante igual que mueran más o menos soldados en Irak,
porque a fin de cuentas son pobres, pringaíllos, gente de
baja catadura moral (no en vano, son capaces de ir a Irak a cometer
asesinatos de mujeres y niños) e intelectual (no en vano,
se han dejado engañar para meterse hasta el cuello en el
centro del avispero).. Las clases medias y medias altas puede que
arruguen la nariz cuando vean que “nuestros chicos”
están muriendo, pero la cosa no va más allá
de lamentarse en plan farisaico.
Por
eso el plan de Bush, destruir la economía para generar pobreza,
no es nada descabellado. Sólo así contará con
un mercado potencial de pobres lo suficientemente amplio como para
quemarlos en Irak y en futuras invasiones, sobre todo teniendo en
cuenta que el plazo de reposición de la morralla destinada
a morir tiende sistemáticamente a acortarse, y que los Aliados
“mire Usted, yo me alío, pero invadir, lo que se dice
invadir, de eso se encarga su Ejército”. Pero, aun
así, las cosas se están poniendo muy complicadas;
no es descartable que EE.UU. tenga que volver, en un futuro más
bien próximo, al servicio militar obligatorio, esto es, al
siglo XIX (pero al siglo XIX europeo, para más inri). Y ahí
la cuestión cambia. Porque una cosa es que nuestros hijos
vayan a la Universidad, paguen sus impuestos, sean buenos americanos
y vean por la tele cómo mueren los pobres, y otra muy distinta
que sean ellos los que corran el riesgo de morir (o sea, que Irak
se convierta, con todas las consecuencias, en Vietnam). Si Bush
gana puede superar el “Efecto Carter” y ser el último
presidente republicano en bastantes años. Si Bush pierde,
por el contrario, serán Kerry y los demócratas los
que tengan que convertir de nuevo el déficit creado por los
republicanos en superávit, los que tengan que satisfacer
a sus bases con una miajilla de medidas sociales, y los que se tengan
que comer la parte del león del chapapote iraquí.
Por
otra parte, si Bush gana la política exterior española
los próximos cuatro años será extraordinariamente
interesante, con ZP como alter ego de la única superpotencia,
montando por doquier saraos demagógicos en plan “Pacto
Mundial contra el Hambre”, ansias infinitas de paz y alianzas
de civilizaciones con los amiguitos de Bin Laden; con ZP, en suma,
peor que Francia y Alemania juntas. Sin embargo, si Bush pierde
España volverá al rincón de la Historia del
que sólo llevamos veinte meses fuera (aunque por razones
antagónicas), a su posición de aliado menor de EE.UU.,
sin pintar nada.
En
resumen: Bush ha sido, sin duda alguna, el peor presidente de los
EE.UU. desde los tiempos de Kennedy (que, al fin y al cabo, también
metió a su país en otro chapapote –Vietnam-
y estuvo a punto de provocar la III Guerra Mundial): ha dilapidado
el superávit de Clinton y destruido el vigor de la economía
estadounidense; ha provocado un aumento del paro; ha aumentado las
desigualdades; ha creado una fractura social; ha hipotecado el prestigio
de EE.UU. en el exterior, y en breve el prestigio de su Ejército;
ha mentido repetidamente a los ciudadanos; ha provocado la proliferación
tanto del terrorismo como de las armas de destrucción masiva,
especialmente nucleares; ha puesto el germen de una grave crisis
energética; ha provocado una seria crisis de legitimidad
de las instituciones democráticas; y, lo que es más
grave, ha sido el inductor tanto de la retirada, sin cabeza alta
y sin manos limpias, del Cincinatus español como de la llegada
al poder del socio español de Bin Laden. ¡Y con este
bagaje el tío tiene posibilidades claras de ser reelegido!
Bush, como ya explicábamos hace unos meses, es sin duda un
genio, uno de los más grandes políticos de nuestro
tiempo, en el más amplio sentido de la palabra.
Guillermo
López (Valencia)
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