PROSPECTIVA:
Valencia, al igual que Alicante,
es uno de los graneros históricos de voto socialista
que en los últimos años ha vivido un vuelco
radical, convirtiéndose en uno de los fundamentos más
sólidos para asegurar la victoria del Partido Popular.
Los motivos de este vuelco son variados, pero se concentran
fundamentalmente en dos:
Por
un lado, la lamentable situación del Partido Socialista,
dividido en múltiples familias que mantienen hondas
disputas de corte ideológico en las que se dirimen
cosas tan importantes como la primacía del Lermismo
o el Ciscarismo en la línea política adoptada
por el partido y, sobre todo, en los frutos de dicha línea
política: alcaldes, diputados nacionales y regionales,
asesores de ayuntamientos, ... todo es objeto de disputa dentro
del PSOE de la Comunidad
Valenciana, de forma más acentuada conforme se
tienen menos cargos que repartir (producto, a su vez, de las
variadas líneas políticas manejadas por el PSOE
en la región, verdadero laboratorio de experimentación
de la socialdemocracia bien entendida: Estado del Bienestar,
ante todo, de los nuestros). El PSPV, curioso nombre criptonacionalista
que adopta el PSOE de la Comunidad Valenciana, es un cachondeo,
culpable de continuas y cada vez más sólidas
mayorías absolutas del PP tanto en la región
como en el Ayuntamiento
de Valencia.
Por
otro, es preciso destacar que la Comunidad Valenciana, al
parecer, es un territorio con una identidad propia profundamente
arraigada, que tiene manifestaciones tan importantes como
su lengua propia o sus peculiares tradiciones. Pero por desgracia
dicha identidad propia es vista desde dos perspectivas muy
diferentes: un nacionalismo autodenominado de izquierdas,
el Bloc Nacionalista Valencià, cuya principal función
es hacer el ridículo en absolutamente todos los comicios
generales y autonómicos, en los que nunca ha conseguido
un solo representante (y que al menos puede consolarse haciendo
luego política radicalmente izquierdista en los ayuntamientos
que controla, generalmente apoyando al PP o siendo apoyado
por los populares).
Y
un nacionalismo conservador hoy en total declive, pero en
tiempos muy importante, Unió Valenciana, que consiguió
incluso dos diputados al Congreso en sus mejores tiempos,
en los que hizo valer su fuerza en Madrid exponiendo las peculiaridades
de la valencianía (recuerden: el finado Vicente González
Lizondo ofreciéndole una naranja a González
y escupiendo en el suelo del Congreso, una forma clara de
plasmar la duplicidad del pensamiento de Unió Valenciana,
dispuesta a cooperar en lo económico pero también
a rebelarse ante aquéllos que pretenden pisotear la
identidad de los valencianos), y que fue trabajosamente fagocitado
por el PP, quien le dio, con inteligencia, sucesivos abrazos
del oso (consiguiendo, incluso, que lo que queda de UV haya
renunciado a presentarse en estas elecciones).
La
principal diferencia entre estos dos nacionalismos es la siempre
espinosa cuestión de la lengua y lo que ésta
acarrea (¿por qué creen que en LPD tenemos una
versión denominada "Valencià
del Nord"?), dado que en otros asuntos fundamentales,
como las Fallas, han conseguido ponerse más o menos
de acuerdo (ambos consideran las Fallas el asunto de mayor
trascendencia y valor de los valencianos tras la omnipresente
lengua). Lo relevante de estos nacionalismos es que, si en
la derecha han contribuido a fortalecer al PP, dándole
primero tanto la Generalitat como el Ayuntamiento y posibilitando
después que gobernase en solitario, en la izquierda
su labor más reconocible ha sido desdibujar su discurso,
dividir el voto progresista sin que ésto haya tenido
a la hora de la verdad absolutamente ningún efecto
en sus propios intereses electorales y, en fin, convertir
la Comunidad Valenciana en el mentado granero de votos de
los populares, que por su parte se han limitado a ejercer
el populismo faraónico en su mejor versión (las
mismas grandes obras, la misma inutilidad, pero sin latigazos).
Pero,
a pesar de todo lo que antecede, aun y así, parece
complicado que el PP pueda mantener su noveno escaño
en Valencia. La distancia es grande, pero se verá sin
duda reducida, más que por acción de la izquierda
(el PSOE al menos ha colocado como número uno a un
candidato presentable, Carmen Alborch), por la pulsión
autodestructiva en que se ve inmerso el PP de la Comunidad
desde que se dio, en las Autonómicas de 2003, el ansiado
relevo, pasando Eduardo Zaplana a la "alta política"
madrileña y guardándole Francisco Camps el sillón
por si le apetece volver. El caso es que el hombre (Francisco
Camps) está demostrando lo increíble, ideas
propias, y éstas pasan sistemáticamente por
menguar el poder de Zaplana en el PP de la Comunidad, lo que
contribuye a varias cosas: por un lado, a aclarar el panorama
(ahora absolutamente todos los partidos de la Comunidad Valenciana,
el Gobierno y la oposición, son una jaula de grillos);
por otro, a ofrecer el anticipo de lo que puede ser el PP
post - Ánsar (sobre todo si pierde la mayoría
absoluta; de perder el poder ya ni hablamos); finalmente,
a menguar las excelentes expectativas electorales del PP en
la Comunidad, particularmente en Valencia, donde el número
uno del PP al Congreso, Eduardo Zaplana, es también
el enemigo número uno de la Generalitat. No creemos,
vista la patética situación de la oposición
en la Comunidad Valenciana, que el desgaste sea importante,
pero sí lo suficiente como para que el PP pierda un
escaño: PP 8, PSOE 7, IU 1. |