LA
BATALLA MUNICIPAL EN VALENCIA
Dels
pecats del piu Déu s'en riu
(De los pecados del pito Dios se ríe)
Situación
política en la ciudad
Básicamente,
la política de la ciudad de València se resume en
la constatación simple y palmaria de que el título
de este comentario ("La Batalla Municipal en Valencia")
es una ficción cuando menos voluntarista. Porque el problema
no es tanto determinar en qué términos se da la batalla
electoral en la ciudad sino si ésta existe. Y, la verdad,
parece que no.
Valencia,
como tantas otras ciudades, fue socialista durante los 80. Más
o menos, las bases del despegue de la ciudad de València,
que del gris y tenebroso aspecto del franquismo ha pasado a convertirse
en un fastuoso lugar donde la paella se ha hecho religión
y se ha sabido aprovechar la tendencia a abusar de la estética
kitsch de sus lugareños para convertir la urbe en
lugar mítico dentro de los circuitos de la homosexualidad
europea militante, fueron socialistas. Tan importantes realizaciones,
sin embargo, no fueron suficientes para asegurar el gobierno a la
última alcaldesa socialista. Clementina Ródenas, mujer
con un carácter a mitad camino entre Loyola de Palacio y
Pilar del Castillo (de las que, si hubieran abundado más,
habrían hecho que España hubiera dejado de ser un
país "simpático" con rapidez tatcheriana),
vio cómo en 1991 una extraña coalición de regionalistas
y populares le arrebataba la Alcaldía. Y, a partir de ese
momento, todo cambió.
Rita
Barberá, una gris política curtida en la democracia
en Alianza Popular, era la agraciada candidata del PP que, colocada
ahí para chuparse cuatro añitos de oposición,
se encontró casi de rebote con la vara de mando municipal.
Los socialistas, inicialmente, la minusvaloraron. Cuatro años
después hubieron de rendirse a la evidencia. Rita Baberá,
tras cuatro años de visitar mercados, poner macetas de flores
y reirse de forma gilianamente ostentórea, sencillamente,
se llevó por delante al PSOE, a sus aliados regionalistas
y a todo lo que se le puso a tiro. Campechana y de trato excepcional
con los ciudadanos, Barberá logró hacer pasar al mismísimo
Vicente González Lizondo (sí, el que entregó
una naranja a Felipe González en el Congreso de los Diputados
y luego volvió a su escaño escupiendo... en la alfombra
de las Cortes) por un político intelectualoide y alejado
de las preocupaciones y sentimientos de los ciudadanos de a pie.
Y acabado su primer mandato, en 1995, logró una rutilante
mayoría absoluta. Que, ya en el 99, fue ampliada y repetida.
Y hasta hoy.
¿Pueden
cambiar las cosas? Pues no parece que mucho, ya que Rita no sólo
no se ha desgastado sino que cada vez hace más labor de Alcaldesa.
A lo largo de estos cuatro años Rita Barberá ha visitado
todavía más mercados, puesto todavía más
farolas y macetas, acudido a más barrios y, sobre todo, emitido
más risotadas y repartido más abrazos. O sea, que
la Alcaldesa de València es imbatible, o así lo parece.
Y para ella no hay guerras que valgan, ni chapapotes, ni nada de
nada.
Es
cierto, sin embargo, que la labor del PSOE ha beneficiado enormemente
a Rita Barberá. Frente a la huracán popular popular
que es la Alcaldesa, el PSOE, a pesar de estar tentado, ha optado
siempre por evitar competir en el mismo terreno de juego (el de
las risas y la fanfarria festiva). No se atrevieron, y eso que contaban
con el equivalente de izquierdas más indicado: la sin par
Carmen Alborch. Para "no quemarla". Tan sabia política
lleva ya logrados 12 años de gobierno del PP en la capital
valenciana (y se prometen cuatro más) pero, eso sí,
Aborch ni se ha chamuscado un poquito. En ausencia del manido recurso
a la búsqueda de la anti-Rita, podría el PSOE haber
tratado de explotar la vía del rigor y la seriedad, afianzando
algún candidato, por gris y desconocido que fuera, a base
de presentarlo elección tras elección (recuerden,
así llegó el mismísimo Ánsar al poder).
Pero no, la sagacidad socialista ha entendido mejor cepillarse al
candidato de las anteriores elecciones, siempre, a escasos meses
de los siguientes comicios. Así, a base de puñaladas
traperas del aparatchik de turno, se garantiza presentar
siempre a un perfecto desconocido pero, eso sí, avalado por
su brillante dominio de los entresijos orgánicos del partido.
En esas está, para estas elecciones, Rafael Rubio.
Claves
electorales
La
emoción de estas elecciones es escasa. Como mucho, si se
diera la perfecta conjunción astral de que el PP bajara mucho
por la guerra, el PSOE subiera lo propio, IU también, y los
partidos nacionalistas de turno lograran entrar en el ayuntamiento,
entonces Rita Barberá podría perder la mayoría
absoluta. Adicionalmente, el Recreativo de Huelva, aprovechando
esa misma conjunción astral, podría ganar un título.
Milagros que a veces se dan. Como que Rita pierda. E incluso que
deje de gobernar.
Ahora
bien, no parece muy claro que sea sencillo que algo así pueda
ocurrir. No deja de ser increíble la aparente impermeabilidad
de Barberá al desgaste, a pesar del chapapote
de la Operación Humanitaria. Y es que, sobre todo, Barberá
ha minado la moral de sus adversarios hasta niveles insultantes.
Y esa, creemos, es la más importante clave. De forma exagerada
y poco realista, son los propios rivales políticos del PP
los que más imbatible ven a Rita Barberá.
En
realidad, no lo es. Bastaría, creemos, con hacer algo de
oposición política para lograr, como mínimo,
algo de desgaste. El PSOE, muy preocupado en elegir candidato por
medios nada pacíficos, al menos, ha empezado a dejar de meter
la pata. A lo largo de esta legislatura han estado tan ocupados
en su particular noche de cuchillos largos que nos han ahorrado
la edificante oposición de legislaturas anteriores, basada
en que Barberá era despreciable por:
- vaga (¡se despierta a las 12 de la mañana!)
- borracha (¡le encanta el JB!)
- binguera (como no quiere trabajar y se pasa el día amorrada
a la botella Rita acaba indefectiblemente en el Bingo)
- bollera (¡Rita es homosexual!)
- putera (y encima, la muy cabrona, va de flor en flor)
Al
margen de la veracidad o no de estas apreciaciones, lo que estaba
fuera de toda duda era la vergüenza ajena que propiciaba en
cualquier ciudadano sensato contemplar el contenido del argumentario
de campaña anti-Rita que, en la práctica, llegaba
a la calle. Se trata, con todo, de un caso paradigmático
de cómo la bajeza, en política, puede no tener recompensa.
En una ciudad de gentes amantes de la fiesta, del alcohol, de los
juegos y, sobre todo, en la meca española de la promiscuidad
sexual para gays, ¿cómo podìan tales acusaciones
generar otro efecto que un aumento de la fascinación de los
electores por su alcaldesa? Inasequible al desaliento y al cansancio,
gritando, Rita Barberá representa tan completa y concienzudamente
lo que el valenciano cree ver en sí mismo, que no es extraño
que repita victorias electorales con facilidad. Los valencianos
no sólo creen que de los pecados de tipo sexual (según
descripción eclesial) el mismo Dios se ría. Piensan,
además, que esos pecadores somos todos y, cuanto más,
más admirables. Con Rita Barberá, tan valencianmente
terrenal, encabezando la procesión.
ABP
(València)
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