Josep Moreno, mano derecha de Alarte y muñidor de su estrategia política, ha roto con su costumbre de permanecer en un segundo plano y ha decidido salir a la palestra para denunciar la gravísima situación a la que nos enfrentamos los valencianos: los medios de comunicación no hacen caso al PSPV y, lo que es peor, tampoco hacen casito a Alarte. Ahí es nada.
Menos mal que Moreno denuncia el tema en una columna publicada en El País edición Comunitat Valenciana. Al menos eso nos confirma que no vivimos en un mundo totalmente desprovisto de personas dispuestas a jugárselo todo por el bien común. Hay quien se da cuenta de que esta sociedad nuestra va directa hacia el precipicio, de que así no podemos seguir. Y que, oiga, no se esconde. Si hay que salir a dar la cara, pues se da. Y si hay que demostrar coraje y valentía, con la que está cayendo, a llamar al pan, pan y al vino, vino, pues lo hace. Es reconfortante leer el texto de Josep Moreno y tener una prueba más, por si hacía falta, de que en el PSPV no se esconden y luchan por lo importante: ¡Señooooooooooo, que la prensa no nos trata bien, ni nos saca, ni nada! ¡Si ya parece que sean todos como Canal 9! ¡Mira qué injusticia! ¡Con lo guapos que somos y lo bien que lo hacemos!
Josep Moreno, recordemos, es el brillante estratega de la denuncia que hizo hace poco el PSPV contra Canal 9. No por los contenidos de la tele pública. No por el despilfarro. No por la nula capacidad de crear un modelo audiovisual propio. No por las consecuencias que ello tiene para el resto del sector. No. Lo que Moreno denunció, poniendo el grito en el cielo (además del consabido drama de que Alarte no salga en Canal 9), fue una sucia maniobra de los gestores de RTVV, que contrataron actores, los disfrazaron de ciudadanos, los infiltraron en la sede del PSPV y, junto a periodistas con cámara oculta, escenificaron quejas en la misma sede socialista sobre la por otro lado intachable actuación de Alarte y compañía con el asunto del Sáhara Occidental. Una artimaña de lo más chunga, como todos Ustedes pueden comprobar. Lástima que al parecer ni hubiera actores ni nada de nada y que, a la vista de cómo ha acabado todo, Moreno habría hecho mejor en denunciar el tema a su psiquiatra, no sea que esto sea una manía persecutoria (y no pura estupidez política) y la cosa deba ser tratada debidamente.
Dados los antecedentes, nos extraña que Moreno no haya ido más allá en su denuncia, pues ha omitido elementos esenciales para que los ciudadanos se hagan una idea cabal de la situación. Por ejemplo, que el ominoso silencio con el que la prensa valenciana responde a las innumerables (cientos, ¡oiga!, ¿qué digo?, ¡miles!) de iniciativas de calado político del PSPV responde a una conspiración pagada por el Consell y RTVV, que han sustituido a todos los periodistas valencianos por figurantes, actores y paniaguados que disimulan, haciéndose pasar por plumillas, pero que en realidad tienen un único objetivo: ridiculizar al PSPV.
De hecho, los datos en este sentido son apabullantes, ¿qué mejor prueba de que en realidad la prensa valenciana sólo vive para tender celadas a la dirección del PSPV y que hagan el ridículo que el hecho de que un medio como El País haya publicado esa columna?
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Por su interés, reproducimos el texto en cuestión. Y juzguen Ustedes mismos. Recuerden que este señor es la mano derecha de Alarte y la persona con quien éste decide su estrategia de oposición. Analicen cuáles son sus preocupaciones y prioridades y entenderán las razones de que el PSPV sea muchas cosas pero no un partido de oposición que plantea alternativas de gobierno:
TRIBUNA: Josep Moreno
La azotea
Hoy he conocido a un tipo. Me preguntó cuántos escaños tiene que perder un político para «dimitir y largarse a su casa», refiriéndose a José Montilla. Ni por asomo se me ocurrió preguntarle cuántos lectores más tenía que perder su periódico para que dimitiera él.
Me hizo saber su opinión respecto al grave error que supone otorgar un protagonismo excesivo al caso Gürtel en nuestros discursos, mientras sostenía en sus manos un ejemplar de su propio periódico con la última novedad del caso a cinco columnas. Continuó pontificando, sin vergüenza, poniendo especial énfasis en su enorme suerte por pertenecer a un gremio en el que nunca podrás ser imputado por cohecho ni prevaricación, tanto da la dimensión de la dádiva recibida o de la información injusta a sabiendas que haya sido publicada. Quise preguntarle en voz alta dónde había pasado los últimos 16 años de su vida, pero no lo hice. Tampoco le pregunté a qué se dedicó mientras se construía a su alrededor la mayor trama de corrupción política conocida en la historia democrática de España. No me atreví a sugerirle el nombre de mi otorrino, para que averiguase, sin falta, el origen de su inexplicable sordera periodística, esa que le impidió oír el estruendo de podredumbre que emanaba de la sala de máquinas del Consell, mientras él se dedicó con fruición a glosar las virtudes del poder valenciano.
Envalentonado por mi atención añadió a su monólogo sentidos lamentos por la teatralidad del canterano gesto de Ángel Luna y lamentó la cita bíblica del portavoz socialista afirmando que «es un borrón en una brillante trayectoria política», aunque después me fue imposible encontrar un solo artículo firmado por este mismo sujeto en el que se pudieran leer las palabras «Luna» y «brillante» en la misma oración, párrafo o columna.
La crítica dio paso a la terapia. Reivindicó más atención a un medio, el suyo, cuya influencia política, afirmó, «podía poner y quitar presidentes». Después apuró el último sorbo de su café con leche mientras levantaba su mano hacia el cielo dejando al descubierto la desgastada rodillera de su pantalón tras tanta genuflexión ante la llamada de las 9.30 procedente del Palau. Me hizo saber la enorme suerte que tuvimos porque fueran otros, y no él, los colegas invitados a comer aquella pizza de primarias cocinada en el bar Bailén y dio consejos al aire, como si aquellos conjurados estuvieran allí presentes, indicándoles qué hacer y qué no para que operaciones como aquella no volvieran a acabar ardiendo en el horno del fraude y el bochorno.
Quise entender lo duro que podría ser para aquel hombre tener que escribir a diario sobre la nefasta gestión de un Gobierno, el de Camps, cuando él mismo llevaba meses desenchufando en su empresa a las viejas y entrañables multimáquinas de café que habitaban el pasillo para sustituirlas por una batería de nespressos becaria, con el triste objetivo de llegar a fin de mes. Prometo que quise entender sus esfuerzos por liquidar a precio de saldo sus últimas dignidades para así disimular la evidencia pública de que es precisamente ese Gobierno, el de Camps, quien le paga, a golpe de banner en la web, ese ridículo panfleto al que solo la periodicidad le permite llamar diario.
En el fondo, lo más triste no fue ver mustiarse, ante el advenimiento del ERE, el rigor y la deontología de quien un día tal vez fue periodista. Lo realmente triste fue ver a aquel envejecido violinista tiritando excusas sobre la cubierta de su propio Titanic, sin encontrar mejor partitura que tocar que la lamentable melodía de la coartada al corrupto y el descrédito instrumental de la única alternativa a su triste suerte.
Pidió la cuenta. Sacó un sobre de Canal 9 con seiscientos euros y un recibo de un programa de debate. Al final pagué yo. Y a modo de propina me dejó en la mesa un par de buenos consejos: «Perseguir la corrupción no es rentable políticamente» y «criticar a un periodista, a varios o al estamento periodístico en su conjunto es, en términos políticos, como precipitarse al vacío desde lo alto de un edificio». Mierda, creo que me subí a una azotea.
Josep Moreno es jefe de gabinete del secretario general del PSPV-PSOE, Jorge Alarte.
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Pues qué quieres que diga. Todo lo que dices es cierto. Pero todo lo que dice en la columna es verdad como la vida misma. Y lo fácil es reírse de lo que dice. Pero lo triste es que todos damos por ciertas esas afirmaciones -porque las sabemos- y nadie se rasga las vestiduras.
Muy triste el déficit democrático de este país. Y más triste el papel de la prensa «valenciana».
¡Es todo un braveheart con toda la razón! Lástima que la razón no dé votos.
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