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De cómo la izquierda en Alicante sabe perder elecciones, por Manuel Alcaraz

Como saben nuestros lectores una de las cosas que queremos conseguir con esta Paella Rusa es generar un debate político participativo en el que, además de nuestros colaboradores habituales, puedan participar personas de referencia. En esta línea, hemos pedido a Manuel Alcaraz Ramos, histórico icono de la izquierda alicantina y una de las voces más lúcidas (su libro Del éxito a la crisis. Panfleto sobre política valenciana es de lo mejor que se ha escrito últimamente) y combativas (véase la labor realizada por la Plataforma de Iniciativas Ciudadanas de Alicante) del panorama actual, que nos esboce cómo cree que podría abordarse un proyecto político progresista para Alicante. Nos ha respondido muy amablemente y nos ha enviado el siguiente texto. No sólo estamos muy agradecidos y encantados de publicarlo. Es que, además, creemos que tiene toda la razón.

De cómo la izquierda en Alicante sabe perder elecciones

Por Manuel Alcaraz Ramos

Me piden un artículo breve -¡a Dios gracias!- en el que exprese mis ideas sobre lo que debe hacer la izquierda en Alicante para ganar unas Elecciones. Ahí es nada. La verdad es que no lo sé. Hubo un tiempo en que creí saberlo, pero ya no, que el mundo se ha vuelto muy complicado y yo he adquirido, indeseablemente, años de experiencia, que si no provocan más prudencia, sí incitan a practicar un escepticismo perezoso de lo más suculento. A lo que vamos: Alicante es suficientemente grande y complejo como para que cualquier receta no sirva de nada. Pero es que eso es lo que antes debería aprender la izquierda alicantina –y la de sus alrededores-: nuestra sociedad es más compleja de lo que creyó cualquier utopista o de lo que simplificó todo oportunista. Alicante ya no es un agregado de barrios, de señas de identidad festiva o de políticos que no acaban de desperezarse. En la incapacidad de apreciar las intensas interacciones entre lo social, lo económico, lo cultural, lo territorial, lo comunicativo y lo institucional radica la primera causa de los fracasos de la izquierda. No es que la derecha entienda esto mucho mejor, pero es más intuitiva, está más pegada a las tendencias que relativizan lo complejo por la vía de reproducir las fuentes del poder y consigue hacer pasar por normal aquello que le beneficia.

Y si vamos a lo concreto, la izquierda a la izquierda del PSOE haría muy bien en dejar de quejarse del bipartidismo y unirse: una lista conjunta EU-Compromís asegura inmediatamente que no habría bipartidismo ni en el Ayuntamiento ni en las Corts. Que andan a la greña…: pues sí, pero los electores no tenemos la culpa de ciertas aficiones a rifarse la miseria. Pero dicho esto, la cosa, claro, va de pensar en el PSOE. Aquí el asunto se complica, porque no es poca cosa deslizarse entre pasillos en los que circulan con asiduidad las cachiporras –los estiletes florentinos pasaron a la historia-, de tal guisa que cualquier intento de opinar suele saldarse con topetazo inmisericorde. Y ahí está la primera cosa a considerar: el PSOE se ha convertido en la centrifugadora perfecta: todo esbozo de aproximación, cualquier consejo bienintencionado, recibe hosca respuesta. O conmigo o contra mí, es el lema reiterado. Y cosechan decepciones y lejanías. No habrá cambio en tanto las familias socialistas no dejen de deglutirse mutuamente y se dediquen a mirar a la sociedad sin ira, a cultivar las complicidades, a descifrar los campos posibles de alianzas en la trama ciudadana. Pero el PSOE, en otra forma de populismo, prefiere plantarse en mitad del ruedo electoral y bostezar: “¡Eh, que estoy aquí, a vosotros os lo digo! Votadme o es que soy tontos y tontas.”

Pero he aquí que alterar esto supondría aprender de los pasados, espesos, continuos errores. Sí: de esos a los que en la noche electoral aluden los candidatos desmochados cuando dicen: “el pueblo ha hablado, tomamos nota”. Pero la nota se traspapela. Una reflexión pública y honesta sobre el desván de trastos rotos debería ser una condición para cambiar la tendencia. Y tanto más cuando el candidato alicaído, tras la indicada frase de rigor, acomete otra injuria a la inteligencia del elector afirmando: “nuestra política es buena, pero nos falla la comunicación”. Frente a ello deberían saber que las buenas políticas –que no las ideas- se explican por sí mismas. Las buenas, insisto: las que marcan estrategia de avance perceptible por la ciudadanía o señalan un camino potente de oposición. Pero el PSOE no vencerá si primero no aprende a hacer oposición, o sea, si no sabe que oposición es aportar transparencia y agitar alternativas creíbles, y no la tenue, lacrimosa queja ante lo mal que lo hace el PP. Una prueba: pregúntese a ciudadanos bien informados si son capaces de indicar tres propuestas, y no más, que el PSOE haya efectuado en los últimos cuatro años. Si alguien dice una, sólo una, propongo que se le premie con un fin de semana en un Parador de Turismo, que es lo que el PSOE local sorteará entre sus interventores.

En definitiva: a lo mejor el PSOE es capaz de vencer alguna vez si decide hacer política. Por ejemplo: intentar dirigir la agenda de temas ciudadanos en lugar de ir a rebufo del PP, salir a la calle aunque no hayan urnas a la vista, ofrecer marcos conceptuales de referencia y de pedagogía social en los que se aclaren las causas de los desmanes criticados, etc., etc. Ya de paso podría intentar ser distinguida como una fuerza de izquierdas con propuestas que dibujen un horizonte de transformación real. Porque, por ahora, el mensaje implícito es que se acepta el terreno de juego popular para, a lo sumo, introducir mejoras técnicas. Muchas cosas tendrán que cambiar para que el PSOE gane, pero, seguro, por más que cambie el entorno, no lo conseguirá si no es capaz de provocar en la ciudadanía la capacidad de distinguir sus acciones de las del PP: el veneno del “todos son iguales” corre por sus venas. Y no son iguales. Pero, ay, se empeñan tanto en disimularlo…

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10 thoughts on “De cómo la izquierda en Alicante sabe perder elecciones, por Manuel Alcaraz

  1. Arròs a banda

    Sempre clarivident Manolo Alcaraz, al nivell del seu llibre, que per cert és excel·lent. A vore si el tenim més vegades per ací!

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  2. Senyor Garrofó

    La reflexión es impecable. Y si los del garrotazo supieran lo que les conviene deberían reflexionar a partir de textos como este. Hacer política no es quejarse de que no se sale en Canal 9 y denunciar cuán malvado es el PP. Una alternativa creíble se construye, poco a poco, con actitudes y propuestas que diferencien y mejoren, que se expliquen y se apliquen. Porque de otra manera… pues eso. El actual PSPV. De camino hacia el 30% de los votos. O el 25%. O vete tú a saber qué suelo.

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  3. Andrés Boix Palop

    La verdad es que un texto así te deja con pocas cosas que comentar. Está todo dicho. Y muy bien dicho.

    El PSPV es un fenómeno raro. Ha jugado siempre a la defensiva. Incluso cuando ganaba las elecciones estaba más atento al argumentario de UCD o AP que al suyo propio. Ha vivido siempre tan pendiente del relato y de las recetas de los sectores más conservadores de la sociedad valenciana que al final los ha ido haciendo suyos. Todos ellos. Uno tras otro. Cuando mandaban se supone que era por «integrar», por «no enconar», por «responsabilidad». Ahora es porque «hay que escuchar a la mayoría de la sociedad», porque «no se puede ir contra lo que la mayoría del pueblo quiere»…

    La sociedad valenciana es mucho más conservadora que antes. Se ha enriquecido, se ha acostumbrado a un modelo económico que el PP explica muy bien y que la gente compra aun sabiendo que es injusto porque piensan, y les han sabido convencer de ello, que les compensa. Mientras tanto, 500.000 trabajadores no cualificados, como son inmigrantes, no tienen voto en esta sociedad. Todo eso hace que espacio para una alternativa progresista, estructuralmente, se achique.

    Pero si, además, se renuncia a hacer política, que dice Alcaraz, a posicionar al partido en claves progresistas que lo diferencien del PP y que planteen algo diferente, mejor, más justo… si se sigue a la defensiva, ¿cómo extrañarnos de que cada vez la hegemonía política del PP sea mayor?

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  4. labuelo

    La reflexion sera todo lo buena que querais, pero parte de una base equivocada. Para hacer lo que el articulo dice el PSOE tendria que empezar por ser de izquierdas. Y de esto se encuentra a muchos años luz.

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  5. F. Martin

    Impecable, señor Alcaraz. Una pena que gente como Usted no quiera estar en el PSPV… ¡y que el PSPV no quiera a gente como Usted!

    Labuelo, no tienes razón. PP y PSOE no son iguales. La gente que está en el PSOE no es la gente que está en el PP. Quienes votan a unos y a otros no son los mismos. Eso lo sabemos todos. Lo sabe también Usted. La cuestión es, ¿cómo nos lo montamos para que se vea, para que se note, para que vayamos siendo cada vez más y para poder montar una izquierda creíble y ganadora?

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    • gekokujo

      No es lo mismo, pero se parecen lo suficiente como para que la gente identifique al PPCV con la Coca-Cola, y al PSPV con la Pepsi. Y claro está, uno siempre quiere el original.
      En realidad con los tiempos que corren hace falta un lavado de cara y de bajos. Es decir, que la socialdemocracia ha de reconstruir su discurso desde la base ideológica. Porque el rocío de liberalismo (y encima malentendido cuando no malientencionado), con el que nos empapan las élites no casa con la tradición socialista. En este sentido la figura chorizante y caciquil del pepero valenciano resulta más acorde con la realidad, eso es lo que vota la gente.

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      • J. Delgado

        ¿Y qué le parece la imagen de los socialistas? Me refiero a Leire Pajín, menistra no se sabe por qué, Agustín Navarro, ahora estoy pero no estoy, pero soy socialista aunque me he borrado y me ha faltado un ná para poner a Bañuls de número dos. Explíqueme lo de Luna o las piruetas de Alarte Si Señor para seguir siendo secretario general del Titanic. Entiendo que en los tiempos en los que vivimos echar a las Juventudes Socialistas a la calle a explicar cómo mola que te recorten la pensión o que es guay que lleves dos años en el paro y contando, que todo es porque somos progresistas y desamos el estado del bienestar cuando la peña se acuerda de un tío sonriente que los engañó por 400 leuros, no es una señal de desesperación, pero el emperador de Japón pedía menos, es cuando menos, brillante. Que seguir en los trajes y las correas sólo le importa a los periodistas del País y la SER, pero el que nadie sepa hacer política, hablar de agua, de turismo, de calzado o de trenes, es un error.
        Y el artículo de Alcaraz es el de alguien que conoce las entrañas del mónstruo y lo relata bastante bien, aunque se deja más de la mitad en el tintero. Él sabrá por qué.

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        • galaico67

          Ya puestos, y sabiendo lo que sabes, ¿Por que no lo explicas tu?
          Me refiero a lo de Luna y a la mitad que se deja el articulista. Antes que Quisling y las SS nos asalten, digo.

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        • Gekokujo

          En realidad te reconozco que como en muchas grandes obras de análisis falta el final, que es cuando se hace el mix de toda la crítica sesuda y con la varita mágica se ofrece la solución impoluta y reluciente. Por desgracia, la realidad se empeña en que esto nunca sea así. Pero al menos sí se pueden tener unas líneas maestras.

          En este interesante artículo (http://ciencia.ara.cat/centpeus/2011/02/23/la-foto-manipulada-dels-creacionistes/) se menciona la tendencia a la entropía del universo, y de como los procesos que construyen algo necesitan estar insuflados de una energía externa. En nuestro planeta esa energía es el sol. Pienso que en la política sucede lo mismo. Las cosas nunca están lo suficientemente bien, o al menos eso me parece mirando hacia atrás. Así que lo más sensato sería plantearse esta como un ejercicio de continua puesta al día. Focalizado en los temas claves, claro está, so pena de perderse en la dispersión. En este sentido, la crítica sobre que la izquierda valenciana basa gran parte de su discurso en denostar la derecha no ayuda mucho a hacerla más creíble, porque falta esa parte final de «y esta es mi solución».

          Por contraste la derecha de una manera más o menos evidente declara que el darwinismo es la solución. Es decir, que el pobre se jode por que si es pobre es por algo. Y quizás, en este momento de apreturas, la derecha gana la mano por que el dinero es su abc y el dinero es lo que preocupa a los españoles. Hasta el punto de que, sin programa manifiesto, la gente siga pensando mayoritariamente que la alternativa de la derecha, la del dinero, es la que vale.

          En el momento de la crisis la izquierda se ha visto en el compromiso de que ha tenido que renunciar a la bandera social de sus políticas para mantener la de la economía. O dicho de otro modo, las deficiencias en materia democrática, filosofía económica, etc., estuvieron enmascaradas durante el periodo de bonanza. En realidad y repitiendo el argumento de que socialistas y populares, a nivel europeo también, no se diferencian en gran cosa, ha quedado patente por el hecho de que independientemente del color del gobierno se han tenido problemas parecidos y se están aplicando soluciones parecidas. Con honrosas excepciones como Islandia.

          Lo cierto es que los problemas actuales para el trabajador español tienen una relación directa con el proceso de globalización, que ha exportado los lugares de trabajo de occidente a oriente. También ha facilitado los procesos de especulación a gran escala, lo que explica que a pesar de que a tí no te suban el sueldo, sí lo hace el pan o la gasolina. Algunos liberales critican que las manipulaciones para estimular la economía desde los organismos directores como el FMI o los bancos centrales son los responsables últimos de esta crisis, análisis con el que estoy en gran parte de acuerdo.

          Así que a pesar de que te parezca que Leire Pajín vive en los mundos de Yupi o que el subsidio de 400 € un insulto, no se les puede achacar una crisis pergueñada por mentes de derechas. En todo caso se les puede reprobar la falta de ambición política, de alternativa de modelo. También es generalizable el exceso de querencia por el trono que caracteriza a nuestros políticos, que después de todo son un reflejo de la sociedad a la que dicen representar.

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