Voy al encuentro entre Guayem Barcelona y vecinos de Eixample Dret. No vivo en Barcelona, pero soy de barrio. Los barrios, cada uno con sus particularidades, se acaban pareciendo. Por ejemplo, aquí tienen la Sagrada Familia y las multitudes que arrastra en procesión. En mi barrio de Les Fontetes, en Cerdanyola, teníamos el Drac Roig, ese templo de la música moderna, que congregaba multitudes. Los barrios son la parte viva de la ciudad. Lo contrario a un barrio es el cementerio, el otro barrio. Y ahí nos quieren, lo mínimo en la UCI. Cuando explota la vida se cagan de miedo.
El lugar de encuentro no es baladí. Una escuela. El patio de una escuela. A la escuela se viene con las lecciones aprendidas y se aprenden nuevas. Se viene a preguntar. Guanyar Preguntant. Guanyem no es una candidatura, Guanyem es una pregunta. Estamos además en la escuela Fructuós Gelabert, un pionero que utilizaba un nuevo lenguaje: el cine. Necesitamos un nuevo lenguaje, inventar nuevas palabras; si queremos cambiar las cosas, transformarlas, las viejas palabras no sirven, les han succionado todo significado, el Régimen metió las palabras y los valores en formol.
Gerardo Pisarello hace una sucinta diagnosis de los tiempos que soportamos, con las instituciones secuestradas por los mercados y una Barcelona camino del parque temático, en la que se van eliminando los espacios comunes. Aquí al lado, dónde funcionó el cine Niza, el Ayuntamiento presume de proyectar un parque público. Eso sí, con un Mercadona debajo en un barrio con el 20% de sus tiendas cerradas y un mercado municipal con el 25% de las paradas con la persiana echada.
Guanyem quiere llegar a la gente que no está organizada pero sí muy harta, no se trata de organizar un casting para ver quién es más activista. No se trata de otro partido, si no de impulsar un espacio de confluencia. Dejad que los escépticos se acerquen a Guanyem y hagan cumplir el compromiso ético que firmen los cargos electos para mantener el vínculo con la gente. Un incumplimiento, una colleja. Tres collejas, expulsión.
Ada Colau insiste en lo de la confluencia y en aparcar reticencias con algunos de los posibles compañeros de viaje. Si usted tiene un pequeño resquemor, una cierta reticencia, cierre los ojos, respire profundo y piense, por ejemplo, en Soraya Sáenz de Santamaría, o en Esperanza Aguirre, o en Carlos Floriano, y ya verá como se le pasa. Entre la reticencia y la úlcera, usted escoja.
Y si no hay manera, da igual, tráigase la reticencia al debate sobre unos objetivos mínimos: desde fijar sueldos aceptables, incompatibilidades y limitación en el cargo a trabajar en el bienestar común de unas cuestiones impepinables: el derecho a la vivienda, el derecho a la comida, el derecho a un trabajo digno…¿alguien en su sano juicio podría oponerse a eso? Ahí está lo inquietante, ¿por dónde andaba nuestro sano juicio mientras nos esquilmaban lo básico? ¿por qué aceptamos la comodidad y una pretendida prosperidad a cambio de renunciar a ser ciudadanos para ser consumidores? El fascismo cambió la estética desfile de Nuremberg por la estética desfile pasarela de la moda. Nos trincaron bien. Nos convirtieron en producto.
Los vecinos toman la palabra. Son palabras que se parecen mucho a las que gastan mis vecinos. Constatan la sordera de las instituciones, la participación hecha cuchufleta, la pervivencia del ‘vuelva usted mañana’ y las audiencias ciudadanas convertidas en el reino del ‘estamos en ello’, siendo el ello lo que imagino una especie de Club Mediterranée dónde políticos y técnicos le dan al gin tonic. Hay gente aquí que se siente interpelada y se toma en serio eso de salir a ganar, única manera de poder plantear seriamente cambiar las reglas del juego, darle la vuelta a las instituciones, descentralizar los poderes, decidir sobre el día a día, empezar a plantar cara a los que nos gobiernan de verdad, porque somos mayoría y tenemos un poder por descubrir que ríete tú de los mutantes.
Vivienda cuando hay tantas casas vacías, comida cuando se lanzan a la basura toneladas de excedentes alimentarios, trabajo y justa distribución de la riqueza cuando las grandes empresas multiplican y multiplican beneficios. La verdad, no parece tan difícil, es ponerse a ello.
Pan, Trabajo y Libertad, intentaba escribir en una pared Francisco Javier Verdejo Lucas, 19 años, una noche de agosto de 1976, antes de ser asesinado por la Guardia Civil. Sólo pudo escribir Pan, T… ¿no vamos a terminarlo de escribir nosotros? Una señora que ha vivido lo suyo lo apunta ahora mismo en el patio de la escuela: ‘a cierta edad la memoria duele’. Es una migraña preñada de ‘casis’ y oportunidades perdidas. De cuando la confluencia se fragmentaba en siglas de D.O. de autenticidad, de cuando los partidos abducieron a los líderes vecinales, de cuando el Régimen pacta la partitocracia a cambio de abandonar la calle. Y claro, acabas votando al menos malo, y te resignas. Y hasta te crees eso de los brotes verdes, cuando sólo hemos podido constatar brotes psicóticos de los que hemos dejado que nos gobiernen.
Hay ganas de aprovechar el momento. Ganas de preguntarse en voz alta. Ganas de ir a la escuela y aprender nuevas palabras. Ni siquiera se trata de una nueva forma de hacer política, sino hacer política y no negocio, implicarse en lo común. A veces esa implicación es simplemente saludar a tus vecinos por las mañanas y tender un ‘¿qué tal, cómo va?’ plenamente consecuente, que no todo va a ser teorizar desde la cátedra.
Si no aprovechamos el momento todo lo que parecía germinar en aquellas plazas y calles del 15M quedará en nada, Francisco Javier Verdejo seguirá cayendo acribillado cada noche frente a una pared en una macabra versión de El Día de la Marmota. Si no nos agarramos a ese momento, la vida es un momento, difícilmente podremos ser felices. Si volvemos a quedarnos a las puertas será como encontrar Brigadoon, un día radiante y una noche de cien años, o vencemos esa noche o no seremos ni recuerdo, sólo aburrida estadística.