BYE BYE AISCONDEL

Ha comenzado el derribo de las naves de Aiscondel en la calle de Santa Anna, 101. El recinto de 50.000 m2 es propiedad, como no, de un banco. Las naves, abandonadas durante años, habían alojado hasta unas 1600 personas, mi padre entre ellas. Fundada en 1943 en Barcelona, Aiscondel se trasladó definitivamente a Cerdanyola en 1964, convertida en uno de los grandes motores de crecimiento de la ciudad.

Eran tiempos de jornadas laborales de 12 horas, de lunes a sábado. Tiempos de listas negras y sindicato vertical. Tiempos de PSUC y CC.OO. Tiempos de tricornio, miedo y palizas en una habitación mal ventilada. Aquí llegaron inmigrantes bregados en la supervivencia, mineros de Fígols y obreros rebotados de la Aismalíbar y Mir Miró con la reivindicación en el cuerpo, que explican buena parte de la lucha obrera impulsada desde este recinto en demolición, casi como la lucha obrera en este país de clase media.

En 1962, a raíz de la declaración del estado de excepción en Asturias, Gipuzkoa y Bizkaia, ya se produce la primera huelga en Aiscondel, con el resultado de varios despidos. Un despido significaba entrar en la lista negra y no volver a ser contratado en ninguna fábrica. La gente quería trabajar en una fábrica porque ahí se fabricaba el futuro de sus hijos, muchos de los cuales llegarían a ser el primero en generaciones en acceder a la Universidad.

En 1966 viene otra huelga que logrará la jornada laboral de 8 horas. Y más despidos que acaban descabezando a CC.OO. Era un ciclo habitual: una reivindicación laboral lleva a la huelga (ilegal), la huelga a los despidos y encarcelamiento de los más incómodos para la empresa, que para calmar los ánimos ofrece algunas compensaciones que no logran impedir nuevas movilizaciones pidiendo la readmisión de los represaliados, uniendo reivindicación laboral con reivindicación política.

Eran tiempos de cargas policiales y puertas que se abrían dando cobijo. Si Aiscondel paraba, todo se paraba en un efecto correa de transmisión que recorría la industria local. Eran tiempos de asambleas semiclandestinas en el merendero de Les Fontetes un domingo por la mañana, con alguien subido en un pino para avisar si venía la Guardia Civil. Eran tiempos de abogados laboralistas, nuestros primeros héroes.

Para mí, era un niño, Aiscondel era el día de Reyes, haciendo cola para recibir un espléndido lote de regalos y tizne de betún del rey Baltasar en las mejillas. Era los manteles de hule que fabricaban y mi padre se traía a casa, que lo mismo servía de mantelería de mesa, esterilla de picnic o cubierta de herramientas y bicicleta en el trastero. Eran aquellas botas de puntera reforzada que papá guardaba en el armario. Fue también aquel carnet de CC.OO. firmado por el Guti que mi padre me mostraba con orgullo. Ese mismo carnet que mi padre miraba atónito, perdido, sin entender nada, cuando el PSUC saltó hecho añicos.

En 1973, a raíz del asesinato de Manuel Fernández Márquez en la huelga de la construcción de la central térmica de Sant Adrià, el turno de noche de Aiscondel plantea una huelga de protesta contra la violencia policial. Manifestaciones, cargas y el cierre durante dos días de fábricas, comercios y bares mientras la policía ocupa las principales vías urbanas. La huelga sirve para plantear nuevas reivindicaciones laborales y se alarga en algunos centros. La dirección de Sintermetal se pasa tres pueblos con las medidas disciplinarias y Aiscondel da su apoyo y se embarca en una huelga que se alarga prácticamente todo el mes y acaba con más de 70 despidos, incluyendo en el paquete a todo el comité de empresa. Por estas cosas, supongo, y por algún ojo a la virulé que trajo papá, mi madre siempre me aconsejó ver, oír y callar para evitar problemas y progresar en el trabajo. El hombre del saco se parecía mucho al sargento Pizarro.

En 1976 la pancarta ‘Meler en lucha, por el pan, el trabajo y la libertad’ recorre Cerdanyola. Ya ven, luego se pasó de pedir el pan a pedir el plasma, y así nos ha ido. Son los prolegómenos de las huelgas generales de aquel año. Cedanyola contabilizará, según prensa de la época, 6000 huelguistas, 396 empresas cerradas y una asamblea unitaria en el campo de fútbol. Y muchos descubren que una hora de lucha puede agotar más que doce en la cadena de montaje.

Luego vendría el cierre progresivo de todas esas fábricas y el desmantelamiento acelerado de todos los derechos que allí se fueron ensamblando. Hace años, en estas paredes que ahora se derriban, en medio de una discusión entre un representante de la empresa y un representante de los trabajadores, se podía oír el grito de un trabajador anónimo recogiendo el sentir del personal: ‘¡¡tíralo al río!!’. Esas mismas paredes que han oído como despedida la Segunda Sinfonía de Beethoven interpretada por la Jove Orquestra de Cerdanyola. Beethoven escribió esa sinfonía con los primeros síntomas de su sordera. No hagamos oídos sordos a las voces de nuestra memoria o ya no quedarán rastros de tizne de betún en nuestras mejillas, nos deslocalizarán de nosotros mismos.

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3 respuestas a BYE BYE AISCONDEL

  1. Lluís dijo:

    Uno siente cierta nostalgia de esa época. No por la dictadura, las brutalidad policial o las condiciones sociales y laborales imperantes, sino por la disposición de mucha gente a jugársela y asumir consecuencias graves, fuese la pérdida del empleo (con la dificultad para encontrar otro si estabas «fichado» como rojo follonero), una buena paliza por parte de la policía o unos cuantos meses en una cárcel, y en un caso extremo igual podía darte una «bala perdida» o podías morir en una comisaría a base de «autolesiones» y no les pasaba nada.

    Igualito que ahora, vamos… Que quieres montar algo y tienes que ver que no coincida con el partido de champions o en un puente. En su día, la gente protestó por el aumento de los precios del tranvía negándose a subirse a él, acudiendo al trabajo, a la escuela, o al ocio, a pie aunque supusiera caminar 3 horas. Ahora, simplemente se monta algún pequeño numerito en las estaciones de metro y en horario de 8 a 5.

  2. Luis dijo:

    Ya Lluís. Pero vamos a ver, cuántos eran los que hacían eso que dices en los ´50-60 e inicios de los ´70? Comparado con los que salen ahora a la calle eran cuatro y el gato. Muchos obreros, sí, pero sólo en empresas muy concretas de cinturones industriales y de ciudades muy concretas, y los poquísimos que estudiaban universidad, pero no todos ellos. Ojo!, que no le quito importancia, hicieron mucho para que se descompusiera el régimen poco a poco, el historiador Xavier Domènech lo ha estudiado a fondo. Otra cosa fue en el crepúsculo del régimen, en los últimísimos anhos, y en la Transi, cierto, ahí sí que hubo mogollón.

    Nada que ver con la masa, con los cientos de miles de personas que salen a la calle estos últimos anhos, con riesgos en definitiva y pese a los cambios democráticos similares a los de pleno Fascismo (casi los mismos que dices).

    Gracias.

    • Lluís dijo:

      Si, tienes razón en lo de las cifras. Sólo que ahora el riesgo es mucho menor. La Delegación del Gobierno se lo piensa mucho más a la hora de ordenar una carga policial, y si bien es cierto que te pueden dejar tuerto (o algo peor) con una pelota de goma o te pueden romper un par de costillas con unos cuantos porrazos, entonces te podías llevar un balazo de plomo y sin ninguna consecuencia para el autor y los inductores, ahora por lo menos sale en la prensa, incluso algún juez puede abrir una investigación. Si, en caso de condena el gobierno indulta rápidamente a sus esbirros (no sea que otra vez prefieran envainarse la porra y apartarse cuando vuelvan a aparecer manifestantes ante el Congreso de los Diputados o la sede de Fomento), pero en los años 50, 60 y 70, ni eso.

      Sale mucha más gente porque no es arriesgado. Cuando las cosas pintan mínimamente mal, se retiran rápido. Basta ver lo poco que les costó a los antidisturbios desalojar la Plaza de Cataluña de «acampados» cuando recibieron la orden. Incluso a principios de l0s 80, cuando las manifestaciones por la reconversión industrial, tenían mucho más trabajo con los obreros de las acerías o los astilleros, esos venían de una tradición de lucha y sacrificio que, ahora, y salvo alguna excepción, no existe, de ahí que el poder lo ponga tan fácil. Se supone que con 6 millones de parados, reducciones drásticas de salarios para el resto, desmantelamiento de la educación y la sanidad, este país debería ser un polvorín en estado de preguerra civil, y resulta que no. Esta Semana Santa, terrazas y paseos marítimos con una excelente ocupación.

      Yo recuerdo las famosas acampadas universitarias en Barcelona (creo que sería por el 94) para exigir cumplimiento del famoso 0,7 % del PIB para el «tercer mundo». Los universitarios montaron una especie de campamento en la zona de Pedralbes. Muy bonito, un ambiente muy agradable en octubre. A mediados de noviembre, bajaron bruscamente las temperaturas (en la medida en que pueden bajar en Barcelona, que no es la Siberia ni Teruel), y la mitad del personal optó por volver a pernoctar a su casa, incluso deshicieron buena parte de las tiendas. Y a primeros de diciembre, con el puente de la Constitución encima, aprovecharon unas mínimas concesiones que hizo el ayuntamiento de Barcelona (disumulando las risas) para irse rápidamente, que supongo que más de cuatro tenían previsto irse a esquiar y el resto veía con preocupación como se aproximaban los exámenes. En fin, todo muy ilustrativo de la «capacitad de lucha» a principios de l0s 90, y 20 años más tarde, si ha habido algún cambio ha sido para empeorar, y eso que ahora no está en juego una supuesta cooperación con países que mucha gente apenas sabe situar en el mapa, sino el propio pellejo. Guste o no, nos hemos vuelto individualistas.

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