John Cassidy: Many people would argue that, in this case, the inefficiency was primarily in the credit markets, not the stock market—that there was a credit bubble that inflated and ultimately burst.
Eugene Fama: I don’t even know what that means. People who get credit have to get it from somewhere. Does a credit bubble mean that people save too much during that period? I don’t know what a credit bubble means. I don’t even know what a bubble means. These words have become popular. I don’t think they have any meaning.
I guess most people would define a bubble as an extended period during which asset prices depart quite significantly from economic fundamentals.
That’s what I would think it is, but that means that somebody must have made a lot of money betting on that, if you could identify it. It’s easy to say prices went down, it must have been a bubble, after the fact. I think most bubbles are twenty-twenty hindsight. Now after the fact you always find people who said before the fact that prices are too high. People are always saying that prices are too high. When they turn out to be right, we anoint them. When they turn out to be wrong, we ignore them. They are typically right and wrong about half the time.
Are you saying that bubbles can’t exist?
They have to be predictable phenomena. I don’t think any of this was particularly predictable.
Obviamente, Eugene Fama es el feo. Una unánime fealdad es lo que le caerá a uno si niega la existencia de burbujas económicas en 2010, mandíbulas dislocadas, justo después de esa arma de destrucción masiva que explotó en Wall Street dos años antes. Desde la desregulación del crédito que se petó el fordismo por allá los setenta, el capitalismo global ha generado una sucesión crónica de burbujas por todo el mundo – es lo que Harvey llama spatio-temporal fixes- inestables y volátiles flujos de capital internacional yendo frenéticamente de país a país, siempre intentando maximizar las oportunidades de inversión hasta agotarlas e ir a otro sitio. En España tuvimos tres olas, la iniciada en 1959 con el Plan de Estabilización del FMI, en 1985 con la entrada en la Unión Europea y en 1998 previa a la entrada al euro. El milagro español, decían. Es por eso que, después de ver los aeropuertos vacíos de Ciudad Real y Castellón, los AVE a ninguna parte, una familia desahuciada cada quince minutos o cualquier aberración de Calatrava, uno se pregunta: ¿es el flamante premio Nobel de Economía 2013 simplemente idiota? ¡El mercado fue claramente ineficiente!
Los Keynesianos como el otro Nobel de 2013, Shiller, el bueno, el simpático, el majo, lo odian con toda su alma: ¡obviamente el mercado es ineficiente! ¿Acaso no veis España o, peor, el País Valencià? La gente no invierte a base de complicados y sofisticados cálculos (como prueba la behavioral economics de Kahneman y Tversky), hasta a veces nos confundimos y Tweeter (no Twitter), una empresa en bancarrota, sube en bolsa un 600%. Hasta hay días de la semana particulares donde se tiende a comprar y otros a vender. Hay más volatilidad de la esperada, como dice Shiller. Según Keynes, existen “animal spirits” que nublan nuestro antaño ilustrado juicio racional, nos entra la euforia o el pánico y nos pasamos de frenada.
La verdad es que es mucho más intelectualmente cómodo quedarse con el cuento de Shiller y Keynes, sentarse en el sillón de estilo victoriano de su casa de Londres, ponerse el monóculo y sorbiendo el té importado de la India leer el Financial Times de 1930 y exclamar ¡el horror! ¡el horror! La anécdota del padre de Kennedy lo cuenta mejor. Él, inversor de Wall Street por allá los años 20, se dio cuenta de que la cosa se iba a liar cuando un limpiabotas le empezó a dar consejos para invertir. Entonces lo vendió todo y se salvó del crash. Suspiro de alivio.
Esto, amigos, es el keynesianismo – un elitismo insoportable: horrorizarse porque en los años 20 la escuela universal había conseguido que hasta un limpiabotas pudiera invertir en bolsa, no como antes donde era un oficio de racionales e ilustrados gentlemen con monóculo, que, entre genocidio y genocidio, sí sabían lo que hacían. Técnicamente, la definición de burbuja es la que menciona John Cassidy: una desviación del precio real respecto el precio fundamental -ah, me quedo tranquilo entonces-, pero… cuál es el precio fundamental? La clave es que, en economía, no hay ningún modelo teórico objetivo ni consensuado que nos indique cuál es el precio fundamental de las cosas. Bueno, hay uno: el mercado. Por eso Fama, el feo, tiene razón, porque él entiende que el mercado es el único mecanismo que tenemos al alcance para fijar precios de modo descentralizado y dinámico, porque es en sí mismo el espacio donde compiten millones de percepciones subjetivas –las de limpiabotas e inversores más “sofisticados”- de cuál es en realidad el precio fundamental. Si, como Shiller, uno cree que hay una desviación en el precio, ¡invierta! Si gana dinero, tenía razón. Si lo pierde, pues no la tenía. Es por eso que el esnobismo keynesiano es muy triste: consiste en ver jugar a Messi y decir “pues yo puedo hacerlo” pero sin moverse del sillón victoriano.
En esa línea va el argumento de Friedman sobre racionalidad económica: nunca va a haber ningún comportamiento irracional porque el mercado ya se encargará de que se tengan pérdidas y no se pueda seguir así. Para Fama y Friedman, es el mercado, no Shiller, el que decide lo que es racional y lo que no. En otras palabras, el mercado es eficiente simplemente porque sí, porque no tenemos otra cosa mejor para saber si lo es. Si hay un aeropuerto vacío en Castellón, es porque así lo querían los agentes económicos del mercado. Y es que el keynesianismo ya se probó y no funcionó.
Mientras Keynes nos dice que nosotros, pero no él, sumo planificador central, somos víctimas de animal spirits que nos nublan la racionalidad, al menos los neoliberales son mucho más decentes y nos permiten nuestros vicios y filias. Como dice el infame sociólogo de Chicago Gary Becker, “de gustibus non est disputandum”, los neoliberales no discutimos sobre gustos. Para Gary Becker, hasta los adictos y los criminales tienen sus motivos, ¡imagínate!, exclaman indignados los keynesianos. ¡Pero si el Tea Party, los talibanes, los votantes del PP y los abertzales son todos unos locos! No, amigos, ellos también tendrán sus motivos.
Mi vicio secreto, lo confieso ahora, no es el neoliberalismo (suspiro de alivio), sino el marxismo, sí, eso tan pasado de moda y anticuado, “esas viejas fórmulas del siglo diecinueve”, ése que, al igual que todas las ciencias sociales excepto la economía, nos dice que existen estructuras sociales (como las clases, el género, la nación o la raza) que dan forma a nuestra toma de decisiones. Lo que Marx, el malo, nos dice –y ya lo intuíamos con Fama- es que el precio es, sobre todo, una construcción social, pero donde Fama y Friedman imaginan un espacio atomizado donde los individuos libremente compiten para hacer valer su idea subjetiva del precio fundamental, Marx ve un mercado estructurado socialmente donde esa misma competición es a través de las relaciones sociales – por lo tanto donde la libertad no existe en el vacío sino que viene determinada por mi posición en la sociedad. Abolafia lo describe muy bien en sus textos sobre burbujas. Y es que mi idea perroflauta del valor del aeropuerto de Castellón es claramente distinta de la de Carlos Fabra, pero claro, él es Carlos Fabra y yo tan sólo soy un perroflauta. Ciertamente es muy honorable e idealista ese presupuesto de que todos somos iguales ante la ley (del mercado), pero en realidad sólo algunos se pueden costear un buen abogado (o un buen asesor fiscal). Por eso la economía liberal está –y siempre estuvo- en bancarrota moral, porque camufla las cruciales estructuras sociales subyacentes en la economía – es lo que Marx llama fetichismo de la mercancía – y les da un ilusorio barniz objetivo – por eso hablan con términos tan cargados ideológicamente como precio fundamental, valor intrínseco o racionalidad económica, cuando, como indica el feo, o no tienen ni idea de lo que hablan o son simples tautologías. Es lo que Lukács llama la objetividad fantasma del capitalismo – la “mano invisible” de Adam Smith. Puro fetichismo de la mercancía.
Al menos Fama es intelectualmente honesto y reconoce que la racionalidad del mercado no se puede testar per se, sino que necesita de un pricing model, un modelo teórico que indique el precio fundamental. Entonces, voilà, le cambio los parámetros al pricing model al gusto y así siempre podré conservar intacta la hipótesis del mercado eficiente. Popper diría que la eficiencia del mercado es -literalmente- una proposición pseudo-científica. La teoría subjetiva del valor es, simplemente, una mera tautología porque se deriva de un razonamiento circular, como ya dijo Joan Robinson en su momento: como ahora escucho deep house y no Justin Bieber, Gary Becker deriva un complejo modelo teórico que dice que para mí el deep house tiene más utilidad. Después, Gary Becker me observa escuchando deep house – es decir, ¡estoy maximizando mi utilidad! ¡El mercado es eficiente! Pero el liberalismo nunca podrá decirnos por qué me gusta el deep house y no Justin Bieber – es decir, ofrecer una teoría del valor- por el simple hecho de que “de gustibus non est disputandum”. Sí, a eso lo llaman “economía moderna”.
En cambio, Marx nos dice que el valor viene dado por el tiempo de trabajo socialmente necesario. Es en el “socialmente necesario” donde se distingue de Ricardo – yendo más allá de Fama, el valor es algo socialmente situado que sintetiza, de modo emergente, toda la compleja problemática de tensiones sociales que subyacen en el precio de una cosa. Este carácter de construcción social depende del modo de producción, que en España no fue otro que la burbuja inmobiliaria. Ahí cada uno tenía cierto rol estructural: políticos, banqueros, constructores, promotores, periodistas, expertos, usuarios – en tensión dialéctica, cada agente económico, bien metido en su rol, defendía sus intereses en un emergente sistema de incentivos ciertamente brutal y coercitivo que dependía crucialmente del contexto social. Marx lo llama lucha de clases. Desde fuera, era claramente una locura endeudarse con una hipoteca o mandar construir un aeropuerto vacío. Pero, si ampliamos el zoom, nos daremos cuenta de que, de hecho, era totalmente racional endeudarse con una hipoteca, teniendo en cuenta los beneficios fiscales para la compra de vivienda, la precarización del alquiler y los bajos intereses. Es más: era totalmente racional construir un aeropuerto vacío, porque aseguraba votos de gente con empleo y suculentos sobornos de constructores con contrato. Ya lo dijo Ketama: no es que estuvieran locos, es que sabían lo que querían. Lo que no hay es una racionalidad objetiva, suspendida en el vacío.
En resumen, hay tres versiones de la burbuja: la keynesiana, la buena, la moralmente superior, que dice que momentáneamente el mercado se vuelve loco y la lía, porque está siempre a la merced de manías, euforias y pánicos, “todos vivimos por encima de nuestras posibilidades, ahora toca el látigo”, “fin de la fiesta, ahora viene la resaca”; la neoclásica, la fea, que dice que las burbujas simplemente no existen –el inexorable rodillo del mercado eficiente-, y la marxista, la mala, que pone de relieve la existencia de una estructura social subyacente a la burbuja en la que cada uno luchaba por sus motivos y filias con el pequeño margen de maniobra que le daba su posición en la sociedad. Quedaos con la que queráis. Yo, con la del malo.
Mu potito todo, y de hecho estoy de acuerdo en muchos aspectos.
Pero sacar a Popper a colación y omitir que el narxismo también es pseudociencia para él es hacer trampa.
Ya, lo escribí muy rápido, por el tema del Nobel a Fama y Shiller, y llegué hasta las 1929 palabras y me planté porque me parecía un número muy indicado.
Muy resumido es que el keynesianismo presume de la existencia de un mecanismo externo al mercado que nos indique cuál es el precio fundamental de las cosas que simplemente no existe y eso al menos Friedman y Fama lo entienden. Pero las interacciones económicas en el mercado se estructuran socialmente, no en el vacío, y eso lo cambia todo. Marx al menos intenta construir su teoría económica en base a esto y por lo tanto es mucho más honesto intelectualmente que los economistas liberales, que ignoran estos problemas fundamentales. La misma teoría de Popper es problemática, pero no nos vamos a meter en este jardín.
La bolsa de hecho es predecible: llegado el viernes los inversores necesitan pelas para las juergas del fin de semana, así que venden. Luego el lunes, con lo que les ha sobrado de ir de bar en bar, vuelven a comprar otra vez. Así es desde tiempos inmemoriales y así seguirá siendo mientras el pp sea pp.
Saludines
Increíble como una teoría pre-científica puede darle más sentido a una crisis que el barniz de los «libegales». Ciertamente los Keynesianos sueltan perlas absurdas y buena parte de la economía moderna se fundamentó en sus modelos, pero es que los discípulos de Friedman son incomparables. Y ni hablar de la «secta», ahí con la biblia de Ayn Rand que no saben donde meterse en la cueva.
Sin ser yo seguidor de la Escuela Neoclásica, creo que debo añadir un matiz: los neoliberales no dicen que las burbujas no existan, sino que están provocadas por agentes fuera del mercado (como la Junta de Castellón), que distorsionan el eficiente funcionamiento de éste.
Vaya, Destripaterrones, es que es lo mismo decir que las ineficiencias sólo son exógenas a decir que el mercado siempre es eficiente y no genera burbujas endógenamente.
Bien, filósifo, todavía puedes darte el gusto de disfrutar de los remanentes del marxismo económico y dictatorial: Corea del Norte, Cuba, Viet Nam (algo), China capitalizada (le queda algo del sabor)… la economía funcionando en vivo, a cada cual según su trabajo… anulación radical del derecho y la forma burguesas, cero explotación del hombre por el hombre (en el papel, pos supuesto, no en la praxis), pureza moral (ciencia ficción), igualitarismo (unos más iguales que los otros), estado onmipresente,
mercado estatizado y vegetativo, infuncional, corrupción (la peor de todas), el funcionario asus anchas, los pobres más pobres, los jefes con sus cuentas en Suiza, retratos de Marx, Lenin, Mao, devoción, teología, ingeniería humana para tartar de salir del atolladero histórico que heredaron. Vaya a vivir en la realidad, con su banderita, pero cuidado si se atreve a opinar sobre lo mal hecho… que usted es plusvalía pero también monigote…La vida supera a Marx, señor, la historia es impredicible, el liberalismo, los neo, los errores, se liquidan o se subsanan pero no nos ofrezca volver atrás a la mediocridad. Arreglemos lo que funciona. Marx solo dejó una huella, partiendo de Kant, y los socialistas utópicos, pero también no vio ni vaticinó el mundo que vivimos. Hay que aprender de la vida, y no querer imponer torceduras a la mente de los lectores. Seguro que usted toma Coca-Cola, verdad? Yo me quedo con la democracia. Deje a Lenin en su momia.
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