El 8 de abril del 2003 el 64 Batallón A de la Tercera División de Infantería Acorazada del Ejército de los Estados Unidos entraba en Bagdad. La ciudad llevaba varias semanas sometida a intensos bombardeos selectivos. Un bombardeo selectivo significa seleccionar un país y bombardearlo hasta dejarlo como un solar para luego mandar a tus empresas a reconstruirlo. Al menos reconstruir las infraestructuras que permitan hacer un buen negocio. La guerra es la continuación de los negocios por otros medios. O el mejor medio para hacer negocios, a saber.
Hoy en día ya nadie parece cuestionar los verdaderos motivos de la invasión: asegurar el control de las formidables reservas de petróleo iraquí. En aquel momento, la conocida como Segunda Guerra del Golfo, así llamada en honor a cualquiera de los principales impulsores de la intervención: Bush, Blair, Aznar i el ladino de Durao Barroso, actual presidente de la Comisión Europea y anfitrión en las Azores siempre fuera de foto; se justificó por la existencia de unas supuestas armas de destrucción masiva. Habría que apuntar que de hecho la única Guerra del Golfo es la que mantuvieron durante años Irak e Irán cuando Saddam Hussein era amigo de Occidente.
Volvemos al 8 de abril. Durante unas semanas las fuerzas norteamericanas atacan lanzando misiles Tomahawk i la Guardia Republicana iraquí se defiende lanzando insultos. Un poco lo que había pasado en la represión de la minoría kurda por las tropas baasistas. Bagdad cae sin resistencia y los tanques M1 Abrams patrullan en tareas de exploración y limpieza. En una operación de apenas dos horas, los blindados disparan sobre los tres únicos centros de prensa internacional independiente que operan en Bagdad: Al-Yazeera, Abu-Dhabi y Hotel Palestina. El productor jordano Tarek Ayub muere en el ataque aéreo a Al-Yazeera. Un proyectil altamente explosivo con metralla se lleva por delante en el Hotel Palestina al cámara ucraniano de Reuters, Taras Prostyuk y amputa una pierna al cámara de Tele 5, José Couso, que muere en el hospital a causa de un shock traumático por pérdida de sangre. Lo cuenta Javier Couso, hermano de José, a estudiantes del Instituto Banús de Cerdanyola, que procesan información y emociones.
Los portavoces del Ejército entran en una espiral dadaísta de declaraciones: se trata de un lamentable error en el fragor del combate (no había ningún combate), les estaban disparando desde el hall del hotel (el proyectil impacta en las plantas 15 y 16, en la más pura tradición balística de los cuerpos de seguridad del franquismo), había un francotirador en la azotea (¿balas contra un blindado? Obtendrían el mismo resultado arrojando confeti), el francotirador usaba un lanzagranadas (tienen un alcance de 600 metros y el tanque estaba a 1.500 metros) y finalmente hablan de un centro clandestino de transmisiones que estaba dando la posición de los soldados norteamericanos (nadie disparó contra ellos). Lo único cierto es que el US Army tenía las coordenadas en GPS de Al-Yazheera (pasadas por la propia Al-Yazheera al Pentágono para garantizar su seguridad), la CNN había aconsejado a la prensa internacional alojarse en el Hotel Palestina por razones de seguridad (el concepto seguridad en manos de la Administración USA resulta inquietante), control de operaciones sabía perfectamente quién se alojaba en el hotel y la tecnología de un M1 Abrams permitía reconocer nítidamente sobre quién disparaba. Ninguna sorpresa. Sin novedad y en toda la frente.
La familia Couso responde interponiendo una querella criminal en la Audiencia Nacional por flagrante violación del más elemental Derecho Internacional. La querella se admite a trámite y acabará archivada hasta tres veces. Javier Couso, cámara como su hermano, es un tipo que ha estado en algunas de las zonas más calientes del planeta: Afganistán, Fallujah i la batería de un grupo de hardcore; pero el papel jugado por el Gobierno de España le deja helado. Documentos diplomáticos filtrados por WikiLeaks desvelan el firme compromiso de los ministros socialistas, perdón, del PSOE, Juan Fernández Aguilar, Miguel Ángel Moratinos i la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, de dar por cerrado el caso. Compromiso al que se suma con entusiasmo la Fiscalía, que pide el archivo de la causa por falta de jurisdicción. Pero gracias al trabajo, entre otros, del letrado de la familia, Enrique Santiago, i el juez Santiago Pedraz, que se juega el tipo viajando a Bagdad para un inspección ocular del lugar del crimen, se consigue que el caso del asesinato de José Couso sea la única cauda abierta en el mundo contra tres militares de los Estados Unidos, sobre los que pesa orden de búsqueda y captura por crímenes de guerra.
La Administración USA ha impedido a una testigo privilegiada, ex agente de la Agencia Nacional de Seguridad, declarar contra los militares bajo amenaza de pena capital por alta traición i la INTERPOL no está por la faena. ‘Qué puta es la guerra’, como decía el artillero de helicóptero en La chaqueta metálica.
Javier Couso siempre ha situado la muerte de su hermano, y la de tantos otros, en el contexto de la guerra por el control de la información. Desde que William Randolph Hearst recreara batallas navales frente a Cuba en la bañera de su casa, los gobiernos y sus aliados económicos han buscado ese control, imponer su verdad sobre la opinión pública. En Vietnam lo perdieron. En la Operación Tormenta del Desierto se sirvieron de la CNN para suministrar aquella aséptica versión high tech de los viejos juegos para Amstrad. En la invasión de Irak, la portavoz del Pentágono, Victoria Clarke, la misma que espetó a los corresponsales internacionales aquel famoso ‘ustedes no deberían estar aquí’ (‘sabemos dónde se hospedan’, debería haber añadido), creó la figura de los periodistas empotrados en unidades militares. No inventaba nada nuevo. Nuestra Cultura de la Transición ya había creado la figura de los periodistas empotrados en los grandes medios. El sistema operativo es el mismo.
La cámara de José Couso había filmado la matanza en un mercado de Bagdad, en una extraña consideración de las verduras, frutas y legumbres como armas de destrucción masiva; y la voladura de tres manzanas de viviendas enteras en un ataque selectivo que tenía más de metástasis que de operación quirúrgica. Era una mirada incómoda, que no debía tener lugar entre los índices de mortalidad infantil (150% de incremento), millones de huérfanos, escuelas destruidas (el 84% del total), gente sin acceso al agua corriente (el 70%)… que trajo el american way of death a Irak. A diez años de aquel 8 de abril, 400 periodistas han sido asesinados en Irak, 400 voces y miradas, como la de José Couso, que ya no podrán explicar lo que está pasando.
PD: La misma guerra está disputándose en nuestras calles. En lugar de disparar desde un M1 Abrams se hace desde la Brunete Mediática, tal como se ha hecho recientemente contra los fotógrafos Raúl Capín y Adolfo Luján.
La Boca d’Or
Muy de acuerdo, cómo no estarlo. Pero un par de precisiones.
Es erróneo pensar que la causa de la invasión de Irak es el control del petróleo. El verdadero motivo es la destrucción programada y sistemática del Estado y la sociedad iraquí, percibidos como un obstáculo y una amenaza para Israel. Las grandes petroleras no querían la guerra; quienes la quisieron -y mintieron cuanto fue necesario hasta conseguirla- fueron los neoconservadores de la administración Bush, en su mayoría judíos y en su totalidad sionistas. El asesinato metódico de los profesores universitarios iraquíes a manos del Mossad es la prueba más clara, pero hay otras: el fomento consciente de los odios interconfesionales, el saqueo consentido e incluso alentado de los museos y de los ministerios, con la cuidadosa excepción del Ministerio del Petróleo… Que el petróleo no fuera la verdadera causa no significa que no quisieran aprovechar cuanto pudieran, aunque al final, como era de prever, incluso el gobierno colaboracionista prefiere otorgar las concesiones a empresas chinas, rusas, o de donde sean antes que a los usanos.
Semejante opinión podría no ser del agrado de Popota el sionista. Si tal fuera el caso, que se joda.
Lo otro que quería decir se refiere al ataque a Bagdag. El ejército iraquí ya había aprendido en 1991, y muy dolorosamente por cierto, que enfrentarse en campo abierto a la máquina de guerra usana significa ser barrido. Así que en 2003 se limitaron a hostigar el avance de los invasores y replegarse sobre Bagdag donde podrían resistir aprovechando la trama urbana. La cuestión que se podía plantear entonces era si los usanos se atreverían a utilizar plenamente su potencia de fuego en una zona densamente poblada. La respuesta a esta cuestión la tuvimos un poco mas tarde en Faluya, pero con una diferencia fundamental: en Faluya ya no había cámaras, y en Bagdag todavía había muchas.
A Couso y a los demás los mataron aquel día por el ejemplo, pour encourager les autres. Y de hecho la estrategia del alto mando usano funcionó perfectamente. Apenas hay imágenes de la limpieza de Bagdag, si exceptuamos las tomadas por los «periodistas» incrustados en las propias unidades usanas (como el derribo coreografiado de la estatua de Sadam Husein). El resto de los periodistas comprendió perfectamente que habían sido designados objetivo militar, objetivo prioritario, y no asomó la cámara. No hay que culparlos. La mayoría de nosotros, en su lugar, hubiera hecho lo mismo.
Recuerdo que algunas semanas después, tras el asesinato de otro cámara, el presentador del telediario se trajo al estudio como «experto» a un militar español, un mierda indigno de vestir el uniforme del ejército, que exculpó a los usanos asegurando que era muy fácil confundir una cámara con «uno de nuestros lanzamisiles antitanque» Milan de fabricación francesa (los que el sionista Bono y el criptosionista Zapatero decidieron más tarde remplazar por un irracionalmente caro sistema israelí, imagino que llevándose la acostumbrada comisión). Como los iraquíes sólo tenían RPG rusos no guiados -básicamente un tubo largo imposible de confundir con una cámara-, lo que aquel mierda estaba diciendo es que el tanquista usano hizo muy bien en disparar al sentirse amenazado por un soldado español.
Contra mi razonamiento se podrá argumentar que la resistencia iraquí no presentó batalla en Bagdad y prefirió disolverse y pasar a la clandestinidad. Concedo, pero los invasores no podían saberlo de antemano, y por tanto no podían excluir la hipótesis de un baño de sangre, lo que les obligaba a eliminar o neutralizar «preventivamente» a los potenciales testigos.
Muy de acuerdo con las precisiones. En efecto, sabían muy bien a quién disparaban. Era un contundente aviso a navegantes.