COOPERATIVISMO VERSUS CAPITALISMO

I. A vueltas con la libertad

Las expresiones “libre empresa” y “libre mercado” utilizadas en la definición del capitalismo son términos más propios del lenguaje filosófico que del lenguaje económico, pero han servido para ganar la batalla por la hegemonía intelectual y cultural del liberalismo económico en nuestra sociedad. La formulación de la propiedad privada como un derecho natural del ser humano apela a nuestros sentimientos más primitivos como depredadores, la posesión y disfrute particular de bienes. La respuesta favorable del individuo es inmediata. Y las complicidades que genera en su defensa llegan a ser brutales al poner la razón al servicio del instinto. La legitimación del beneficio privado de la propiedad incita al egoísmo y la avaricia, el afán de lucro sin límite alguno y la consiguiente explotación del trabajo. Exime al individuo de todo compromiso y responsabilidad para con su comunidad. De ahí que, desde el liberalismo económico, se afirme que la sociedad, a través de sus instituciones políticas, no debe interferir en las actividades económicas de los individuos.

Tal como han dicho diversos pensadores, somos lo que vivimos. De ahí que aceptemos como un hecho natural lo que en el pasado se formuló como un derecho desde una ideología política y que ha sobrevivido en el tiempo por las expectativas de beneficio que generaba, sobre todo a los propietarios de los medios de producción y de los capitales, que han dispuesto de todos los mecanismos de control social para la conservación y reproducción del sistema capitalista. Pero las mismas razones pragmáticas que justificaron el triunfo del liberalismo económico y su existencia hasta nuestros días son las que hora pueden justificar la transición hacia un nuevo sistema económico postcapitalista. Porque cada vez son más los individuos que ven cómo sus condiciones de vida se deterioran y no encuentran las oportunidades prometidas, aunque la mayoría no sea todavía consciente que la causa de sus males radica en el estilo de vida que reproducen al no considerar sus contradictorias consecuencias.

La libertad no está en las empresas ni en los mercados. La libertad está en las personas o no está. Otra consideración es una obscenidad moral. Y la defensa y vindicación de nuestra libertad exige anteponer las personas a las instituciones y a las ideologías. Puede que en el siglo XVIII, cuando irrumpe el liberalismo económico, la empresa capitalista, y en particular la sociedad anónima, fuese un instrumento de emancipación, al menos para la burguesía emergente en aquel tiempo. Pero hoy en día se ha convertido en un instrumento de explotación y de opresión para la mayoría de la población, en la medida que no garantiza la igualdad de oportunidades, no mejora las condiciones de los más desfavorecidos y somete nuestra voluntad a la autoridad arbitraria de otros.

La competencia y el beneficio no son los signos que nos definen como especie. Tal vez lo sea en nuestra condición animal, pero no en nuestra condición humana, que se expresa en la constitución de un sujeto ético. El signo que mejor nos define es la cooperación. El lenguaje, el trabajo, la técnica, el arte y el pensamiento son el resultado de la cooperación. Los mayores logros de nuestra cultura jamás se hubieran alcanzado en la lucha de todos contra todos, por la fuerza. En cambio, la ideología liberal ha inventado la imagen de un ser humano autárquico, un ser único que cree hallar en su individualidad la capacidad para mejorar sus vidas. El liberalismo ha glorificado hasta tal extremo el individualismo que la libertad individual se ha antepuesto a la justicia social, debilitando con ello las formas de vida comunitarias y los principios universales, llevando inevitablemente a la violencia. Tal como dice Ulrich Beck, “las instituciones cardinales de la sociedad moderna —los derechos civiles, políticos y sociales— están orientados al individuo y no al grupo. En la medida en que los derechos básicos se internalizan, la espiral de la individualización destruye los fundamentos existentes de la coexistencia social.” (1)

Ciertamente lo que es mejor para un individuo no tiene por qué serlo para la sociedad. Es más. Lo que es mejor para un individuo termina siendo lo peor para la sociedad. En verdad, cuando los individuos manejan los bienes comunes sin establecer unas reglas operativas basadas en la equidad en el acceso, el uso y el control democrático de los mismos y, por último, la regulación del comportamiento de los individuos sobre formas de cooperación, se tiende a la sobreexplotación de los recursos naturales y a la destrucción de los mismos. Como ha documentado Elinor Ostrom (2) con una adecuada metodología basada en el estudio de casos, los ciudadanos son capaces de resolver con éxito los dilemas de las acciones colectivas creando sistemas de gobernanza de bienes y servicios públicos siempre y cuando los atributos de una comunidad subsuman los atributos propios de los individuos que la integran.

En fin. La causa de la libertad no puede ser otra que la causa de la dignidad del ser humano, pero no la de cada individuo con abstracción de la sociedad, sino la de todos los individuos en tanto que sujetos éticos de una comunidad. Y la mejor contribución para esta causa es el desplazamiento de aquella imagen liberal del hombre por una nueva que no obedezca ya a los instintos y a la fuerza sino a la razón y al derecho. Hay que concebir un nuevo sujeto ético en el marco de la cooperación. De ahí la importancia de la empresa cooperativa, porque hace posible la emergencia de una nueva realidad social en la que haya su extensión y eficiencia este nuevo sujeto ético.

II. Caminos idóneos para la justicia

III. Evitar situaciones paradójicas

IV. La conquista de la plena ciudadanía

V. La transición a la democracia económica

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