Guillem Martínez se pregunta en El País si debemos apostar por una izquierda que se atrinchera en las instituciones o por la que la toca bien en Plaça Catalunya:
Sede del PSC. Esto parece un vuelo nocturno de Ryan Air. Cuatro gatos y ausencia de cargos electos. Se masca una derrota que no la levanta ni Mou agarrado a un micrófono. De hecho, esta semana -tras el jueves, cuando desapareció la campaña y apareció la acampada-, un líder socialista local me explicaba que las esperanzas ya estaban depositadas en la Diputación, una institución, por otra parte, extraña, como en tiempos el Palau de la Música, en la que se necesitan ocho militantes socialistas para poner una grapa.
En sus primeros titulares, por cierto, The Guardian y The Financial Times priman la protesta ciudadana sobre los resultados electorales. La protesta barcelonesa es especialmente importante si se piensa que, con ella, una de las ciudades de mayor tradición en la reivindicación de la democracia económica retoma un tema abandonado desde los Pactos de la Moncloa. El interés de estar en esta sede consiste en escuchar la lectura respecto de un partido que hace décadas que no tiene la voluntad de diferenciarse del PSOE, partido que hace exactamente un año abandonó la socialdemocracia y practica una política en la que el rescate de la banca succiona otras opciones.
Hereu comparece, por fin. Gasta cara barcelonesa. Cara de cuando te cae un ERE. Argumenta su derrota por causas políticas: «Se ha votado una lista de cambio». Alude de refilón al movimiento ciudadano cuando defiende una aproximación a la política de los ciudadanos. Unos ciudadanos que, tal vez, jamás habían estado tan politizados en toda la Transición. Hereu sale. Vuelve a entrar con Montilla, un hombre con la derrota más masticada. Une derrota a decepción colectiva hacia su partido. Por primera vez.
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