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Febrero
de 2004: Genocidios de ayer y hoy
La
Iglesia Católica, por boca de su portavoz (un Karol Wojtyla
tan longevo como el resto de muñecos que han marcada época,
desde Doña Rogelia hasta el cuervo Rockefeler, aunque estos
dos últimos conservan más movilidad y se nota menos
la labor de Mª Carmen o José Luis Moreno que la de Ratzinger)
sigue empeñada en, a falta de lograr incidir en la vida real,
erigirse al menos en faro de la ingenuidad moral.
El
Vaticano, por lo que se ve, le ha cogido el gusto a las pancartitas
y la irresponsable denuncia de los genocidios. Se trata del único
caso de una institución que ha abandonado la ética
de la responsabilidad conforme ha evolucionado. Algún malintencionado
podría asociar esta evolución al proceso de marginación
de la escena de influencia pública. En realidad, como es
sabido, tal insinuación sería falaz. Son, simplemente,
antiespañoles.
Tras
oponerse a todas las guerras de los últimos años y
demás genocidios, Wojtyla ha añadido uno nuevo a la
lista de asesinatos en masa ya conocida: empleo de preservativos,
aborto, emancipación de la mujer... Y, sin embargo, la reciente
crítica a las farmaceúticas que no liberan los remedios
contra el SIDA para que los países pobres puedan luchar contra
la enfermedad, parece ir en otra línea.
Los
mundializados miembros anti-globalización son ya los únicos
compañeros de viaje del Papado, y es algo absolutamente razonable,
ya que ambos combaten un mismo objetivo: la lucha por echar raices
entre un determinado público, las masas no educadas de los
países del Tercer Mundo. Ahí se juega su futuro Roma,
más allá de su función de perdonar
pecadillos genocidas a quienes siguen creyéndose cristianos
con todo el oropel posible.
ABP
(València)
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