George
Washington
(1732-1799)
1er PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA
Los
orígenes
Washington,
como paradójicamente hace todo estadounidense que se precie
de serlo, pretendió siempre descender de la aristocracia
europea (cuestión harto complicada si tenemos en cuenta la
ralea que se instaló en las colonias). El caso es que, de
noble cuna o no, lo que está claro es que sus padres habían
logrado establecerse cómodamente en Virginia, y la niñez
del prohombre transcurrió, plácida, en las plantaciones
familiares a orillas del río Potomac.
Como
cualquier intelectual de la época Washington dedicó
sus mayores esfuerzos al aprendizaje de las disciplinas básicas
del conocimiento: buenas maneras para tratar a la sociedad de las
plantaciones, matemáticas básicas para hacer cuentas
y "valores humanos", eufemismo bajo el que se esconde
el aprendizaje de los rudimentos básicos de control de los
medios de producción del negocio familiar: los "afroamericanos".
Es sorprendente comprobar lo poco que ha cambiado el sistema educativo
de las clases dominantes siglos después, ajeno a la influencia
del "Emilio".
Este
nene bien de la época, con todo, era un poco más mastuerzo
de lo habitual, y sus frecuentes enfados y rabietas, así
como la agresividad que manaba de él, aconsejaron dedicarlo
a cuestiones menos trascendentes que el incremento del patrimonio
familiar, de manera que desde muy joven se le encauzó hacia
mundos para hombres de verdad: la guerra y la política.
Fundamentos ideológicos
George
Washington inicia una saga de políticos (los Presidentes
de los Estados Unidos) y como es lógico es en parte responsable
de haber marcado las pautas posteriores. Tan alta magistratura fue
desempeñada ya por su primer inquilino con una absoluta carencia
de bases ideológicas. En este sentido no puede sino reconocerse
un indudable mérito a Washington, pues sin duda marcó
escuela. Nuestro hombre, todo un avanzado, era un político
de los de ahora, absolutamente desinteresado de cuestiones distintas
a los beneficios que una u otra postura le reportaban personalmente.
De
hecho Washington cambió de aliados y chaqueta cuantas veces
pudo y le convino y sólo su perseverancia en masacrar a los
indios nos permite vislumbrar un rasgo de enternecedora ideología.
Su mandato fue una especie de síntesis de las corrientes
que agitaban la política
norteamericana de la época: es decir Washington, que
pasaba olímpicamente de todo excepto de ser Presidente y
sacar pasta gracias a ello, cobijaba en su Gobierno tanto a federalistas
como Hamilton (su Secretario del Tesoro) como a republicanos como
Jefferson (su Secretario de Estado, téngase en cuenta que
los republicanos de esa época acabaron por ser el partido
dominante que a su vez se escindió en demócratas-republicanos)
que se llevaban fatal y no hacían nada por disimular su antipatía.
Washington,
por encima de todo, actuaba y se creía un semi-Dios, un nuevo
César que estaba por encima del bien y del mal y que todo
el mundo debía reverenciar. Como veremos, estaba absolutamente
en lo cierto.
Carrera
pública
La
carrera pública de Washington se dive en dos partes, como
la de todo buen caudillo: las glorias militares de un lado y su
labor como Padre de la patria de otro (llamar carrera política
a su magnífico tutelaje de los americanos de a pie sería
desmerecer).
WASHINGTON,
Caudillo de América por la Gracia de Dios. Como cualquier
gran hombre que contribuyó a crear una nación de la
nada, proveyéndola de honor y decencia, Washington fue cocinero
antes que fraile. Si acabó siendo llamado a ejercer la Suprema
Jefatura de las Fuerzas Armadas de su país fue tras haber
mostrado una impecable hoja de servicios en el frente:
-
Ya muy joven el mozo se alistó en la lucha de británicos
contra la malvada coalición de franceses e indios. A pesar
de que el curso de la guerra fue en general favorable a los intereses
de la civilización y de que cientos de miles de indios fueron
aniquilados, la presencia de Washington era un inmán de derrotas.
Allí donde él actuaba los ingleses estaban perdidos.
Eso sí, su gran genio militar le permitió escapar
con vida de los sucesivos desastres tácticos que organizaba
y sus apoyos entre los plantadores de Virginia (que preferían
tenerlo lo más ocupado posible) así como cierto carácter
fanfarrón le permitieron, sin mbargo, escalar posiciones
en el Ejército. Acostumbrado a ordenar a seres inferiores
en casa el joven Washington mandaba a sus huestes a la muerte con
una firmeza que tenía extasiados a sus jefes.
-
Como colofón a sus fracasos con los franceses Washington
llegó incluso a desertar, lo que sin duda nos permite hacernos
una idea bastante certera de la calaña del personaje.
-
Cuando, acabada la guerra entre ingleses y franceses, Washington
vuelve a la plantación pronto empieza a aburrirse. Como las
cosas empresarialmente le enfrentan a la Madre Patria no tardará
en convertirse al independentismo, intereses económicos mediante.
A sus motivos para la rebelión unía el agravio comparativo
que había padecido en sus propias carnes: exitosos oficiales
ingleses habían ascendido con rapidez durante la guera, mientras
que él, por ser "de colonias", estaba estancado,
algo sorprendente en alguien con su inmaculada hoja de servicios.
-
Inciada la Guerra de Independencia Washington, sorprendentemente,
es elegido Comandante en Jefe por la Convnción. Los motivos
de esta elección son un verdadero misterio y los historiadores
que resaltan la "moderación" y "discreción"
de nuestro héroe durante las discusiones nos comunican el
hecho sin explicar qué factores fueron tenidos en cuenta
para obrar así. La sospecha de que la corrupción y
la venta de cargos existían al más alto nivel sólo
se difumina si nos inclinamos por pensar que se trató de
una malévola maniobra para hacer fracasar la Revolución.
-
Esta estrategia, si es que lo fue, a punto estuvo de ser un éxito
total. La incompetencia militar de Washington, por si todavía
era preciso que quedara patente, fue puesta de manifiesto una y
otra vez. Perdió una batalla tras otra y a punto estuvo de
perder incluso su capital, Filadelfia. Sólo con la llegada
de la ayuda prusiana (¿cómo podía ser de otra
manera?) del Barón von Steuben y, sobre todo, francesa (a
cargo del Marqués de Lafayette) las cosas se equilibraron.
Tras algunas victorias rotundas con apoyo francés en el frente
sur (justo el que no controlaba Washington) que acabaron con las
tropas de Cornwallis, la victoria cayó del lado continental.
-
La única batalla de enjundia que en justicia ganó
Washington a lo largo de la guerra fue la desarticulación
del llamado Conway Cabal, una intriga que buscaba destituirle
y colocar a alguien mínimamente capaz de Comandante en Jefe.
Con métodos expeditivos, y que no requirieron estrellar avión
ninguno (en esto sí fue superior a nuestro Caudillo), Washington
se reafirmó en el puesto.
LA
PRESIDENCIA. Acabada la guerra Washington, generosamente, se retiró
a sus cuarteles de invierno. Como todo buen patriota y militar sabía,
como el General de Gaulle, que las cosas no funcionan sin disciplina
ni mano dura, pero prefirió que la gente se diera cuenta
por sí misma. Cuando, redactada una nueva Constitución,
se hace preciso un Guía para la nación, Washington
es aclamado Presidente y el Colegio Electoral le elige masivamente
en 1789. Esta espectacular victoria de la democracia indirecta garantizó
a los Estados Unidos un Primer Presidente absolutamente impresentable
que se dedicó a hacer bien poco salvo tratar de equilibrar
las cosas en las ya por esa época complejas relaciones Norte-Sur.
Washington,
moderno incluso en eso, dejó las riendas de su política
en su Secretario del Tesoro (Hamilton),
que creó el antecedente de la actual Reserva Federal, que
es la que manda ahora en el mundo. El único contrapeso a
ese poder era Jefferson, encargado de la política exterior,
y una de las pocas atribuciones ejecutivas que tienen los Presidentes
de los Estados Unidos. Como en esos años las cuitas internacionales
y las Cumbres en la materia eran escasas el lucimiento era también
mínimo. Sólo la guerra entre franceses e ingleses
le obligó a actuar, pero el Presidente se sacó un
conejo de la chistera e inventó la "neutralidad"
que desde entonces tan buenos réditos ha proporcionado a
Suiza y tan nefastas consecuencias a España siempre que la
ha intentado.
Y
la verdad es que poco más hizo, lo que le garantizó
una espectacular reelección en 1792. Si acaso destacó
su labor política de persecución, hostigamiento y
ejecución sumaria de los indios. En 1797 se retira, renunciando,
como los grandes hombres, a un tercer mandato (entonces posible),
para morir dos años después.
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