ACTUALIDAD DE ESPAÑA AÑO
2005
14/10/2005:
Si quiere romper España su nombre es Satán
El País Vasco y Cataluña antiguamente eran dos parajes
con una vida política mitad mística, mitad ensoñación.
Se trataba de un estadio que se repetía continuamente gracias
a un combustible inagotable: el voto étnico-religioso, consistente
en que los partidos presentan candidaturas, se celebran elecciones,
etc... pero siempre, siempre, siempre, irremisiblemente, sale lo
mismo. Es decir, algún escaño baila entre partidos,
pero en lo que realmente importa, los dos grandes bloques -nacionalista
y no nacionalista- siempre tienen el mismo porcentaje. De hecho,
llegó un momento en que para obtener información de
peso, veraz y fiable sobre la intención de voto de los ciudadanos,
uno tenía que consultar el calendario zaragozano para leer
"heladas en Álava (...) invierno suave en Vizcaya"
y deducir que ese año los octogenarios vascos iban a resistir
mejor el invierno a orillas del Nervión, y por tanto, subiría
el PNV en las elecciones, aunque al año siguiente, nuevas
camadas de los profamilia peperos equilibrarían otra vez
la balanza ese 1% para arriba o para abajo que habían perdido
en neumonías de ancianos alaveses. Era el habitual curso
de la vida en tierras iberas, todo el mundo con su boina o idea
bien incrustada, e incrustada de por vida.
Pero
de repente, apareció un tal Zapatero que echó por
tierra toda esta tradición monoteista milenaria conocida
como "porcojonismo" y pronunció el siguiente lema
"dios no existe, el consenso es libre". Inaugurando una
nueva era, la era del "mediahostismo". Una forma nueva
de hacer política consistente en la siguiente interrelación
entre sujeto A y el sujeto B:
- A: Hola Zapatero, he venido aquí a tu despacho para manifiestarte
mi deseo de introducirte en el ojo unas ocho veces este hierro oxidado
bien untado de nitrato de amonio.
- B: Me temo que estoy en contra de esa medida, pues no quiero que
me lo metas ninguna vez.
- A: Pero Zapatero, no seas totalitarista y autoritario, déjame
metértelo un poco.
- B: Esta bien, lleguemos a un consenso, tu me quieres pinchar ocho
veces en el globo ocular con ese hierrajo que además de contraer
el tétanos me provocará unas quemaduras espantosas,
y yo no quiero que me lo metas ninguna. Hagamos consenso, lo más
justo es que me lo metas cuatro veces.
Y dicho y hecho, a golpe de consensos, Zapatero se hizo con el poder
y está gobernando. Pero como España + "dar tu
brazo a torcer" se repelen, por ley natural, ahora asistimos,
en consecuencia, a un problema grave: España se rompe, se
resquebraja. Los catalanes proclaman que son una nación y
Zapatero se las ve y se las desea para conciliar la opinión
mayoritaria de los españoles, que piensan que es una región,
con el consenso que le viene a la cabeza: “nacioncilla”
-al que hay que buscar un equivalente en eufemismo que contente
a todos.
Pero
darle una categoría a Cataluña no es el quid de la
cuestión. El famoso Estatut que ha redactado el tripartito
es algo más complejo. Para empezar, la propuesta viene precedida
de un preámbulo para mear y no echar gota en el que se nos
viene a contar como buenamente han podido los pobres, porque no
es tarea fácil ni mucho menos, que Cataluña es una
especie de ser que lleva por aquí rondando desde el principio
de los tiempos, que hace cosas cuando le da por ahí y que
por tanto tiene voluntad e incluso hasta opiniones. Varias decenas
de taxistas madrileños han fallecido por trombosis cuando
les han explicado esto por la radio. Pero mientras esta buena gente
clama por una intervención militar tierra-aire, los plumillas
del Estatut sonríen de medio lado y escupen por el colmillo.
Porque
el verdadero meollo de la cuestión es lo que viene después.
Y no es más que un deseo de gestionar más duros. Todo
bajo la opinión de que lo que va de sus impuestos a otras
comunidades es solidaridad. Y la solidaridad ha de entenderse como
una decisión libre. Es decir, los ciudadanos con rentas altas,
pagan sus impuestos en concepto de "solidaridad", porque
son buenas personas, qué coño, y deberían poder
elegir si hacerlo o no, como al salir de misa con el pobre ciego
que pide en la puerta de la iglesia. Por lo tanto, para poder llegar
hasta este punto solidario, primero necesitan ser un algo, y ese
algo es lo que viene detallado en el preámbulo. Que es un
algo amorfo, patético, incoherente, contradictorio, cogido
con alfileres y redactado con errores sintácticos, vale,
pero da igual, su fin es crear una coyuntura para aforar menos.
Si se hubiese terciado señalar que Cataluña es una
suave brisa de fragancias, así habría sido. El
caso es distinguir a los ciudadanos catalanes, que a partir
de ahora pasarían a ser una especie de siervos de la gleba
que, apelotonados en torno a una senyera parapsicológica,
constituyen un engendro gigantón cual Frankenstein que según
dicen se llama Catalunya y tiene sus derechos individuales
como cualquier ciudadano normal.
No
se preocupe si no entiende nada. Es que es ininteligible. Pero aprovechando
que en España sigue habiendo un favoritismo hacia Madrid,
Zapatero podrá consensuar esos reales que demanda el Govern
sin que se resientan las comunidades autónomas con menos
recursos. Con todo, el tripartito necesita agitar el monigote de
las patrias para que le lluevan generosos palos de la reacción,
vitales para renovar su mandato. Al final, el dramón, la
tragedia de la identidad, seguirá siendo, a Dios gracias,
una entelequia. Porque la identidad es ingobernable. Afortunadamente,
es algo individual y los políticos y salvapatrias, por mucho
que les guste manosearla, nunca conseguirán definirla. Pero
la verdadera desgracia es que los problemas de los catalanes son
en líneas generales los mismos que los de los manchegos,
gallegos y demás. En España tenemos la enfermedad
de que la política hable en unos términos y se mueva
por unos derroteros completamente ajenos a la vida real de las personas.
Es nuestro particular viaje a ninguna parte que ya veremos -o estamos
viendo al comprobar, por ejemplo, nuestros índices de productividad
e inversión- si no nos cuesta caro.
Álvaro
(LPD) |