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ACTUALIDAD DE ESPAÑA                         AÑO 2005

 

02/02/2005: Hondonadas de yoyah para el lehendakari

Fue, sin duda, buena idea permitir que se celebrara un debate en el Congreso de los Diputados para poner, por fin, negro sobre blanco, lo que hay. Lo que hay es que, a partir de este momento, el Plan Ibarretxe, con el que el nacionalismo vasco ha agitado el espantajo del miedo habitual en estos últimos años, ha muerto, y si resucita será abandonando la senda de la legalidad. A mi juicio, nunca resucitará.

El nacionalismo vasco justifica su existencia no sólo en el victimismo de la insoportable agresión diaria que sobre ellos ejerce el Estado español, sino, principalmente, en la amenaza, implícita y a veces explícita, de echarse al monte si no se satisfacen sus exigencias, que son siempre de índole patriótica, esto es, pagar menos y recibir más. Ocurrió en el siglo XVII con las pretensiones uniformizadoras del Conde Duque de Olivares (que intentó llevar a cabo el último gran proyecto del Imperio español a costa de “la rica multiplicidad de las regiones y pueblos que componen España”, que en aquella época se resumía en “sólo Castilla tiene derechos, sólo Castilla tiene deberes”, y así acabó la cosa), que provocaron la rebelión en el País Vasco por los sacrosantos fueros; ocurrió en el siglo XIX, de nuevo por la amenaza de eliminar totalmente los fueros; y ocurre continuamente en la España democrática cuando hay que negociar el Cupo, los impuestos especiales o las competencias del Gobierno vasco. En estos casos, el protonacionalismo vasco amenazó con echarse al monte; la burguesía vasca amenazó con apoyar al bando carlista; el PNV amenaza sutilmente en público y supongo que con menor sutileza en privado con que “cuidadito, que sólo nosotros podemos mantener a ‘los Chavales’ más o menos controlaos, matando lo justo”, respectivamente.

En todos estos casos el nacionalismo vasco ha amenazado siempre con echarse al monte, pero nunca lo ha hecho. Menos aún en el contexto actual, en el que llevan gobernando 25 años un territorio extraordinariamente próspero, con enormes fondos a su cargo para repartirlos como consideren oportuno, ambas cosas gracias a la solidaridad de las demás regiones españolas, que consienten en aceptar engendros medievales como el Cupo o invenciones generadas “con el material con el que se forjan los victimismos” como los impuestos especiales “porque si no nos tiramos al monte”.

Sin la existencia de ETA, el PNV nunca se habría atrevido a plantear el espectáculo que ayer culminò en el Congreso de los Diputados. Fundamentalmente, porque nadie se habría molestado tomarse en serio un proyecto jurídico ultraderechista, profundamente insolidario con los habitantes del Resto del Estado Español y con los díscolos Habitantes B de Euskal Herria supurados por el Resto del Estado Español en autobuses fletados y conducidos personalmente por Franco, pero que además se mueve en la clásica postura de los eternamente agraviados de “tó lo bueno pa mí, tó lo malo pa Españaza”. Ayer, el lehendakari hizo el ridículo en el Congreso, demostrando ante toda Españaza que nos las habemos con el clásico caciquillo decimonónico de medio pelo acostumbrado a utilizar un catecismo jesuítico de pacotilla como todo argumentario político. Pero sin ETA de por medio nunca lo habría hecho, fundamentalmente porque no es cierta, cuatro años después, la aserción de que “en democracia puede plantearse cualquier cosa, pero no en un contexto de violencia”. Bien al contrario, sólo con ETA puede el nacionalismo vasco dar la enésima vuelta de tuerca a su eterna espiral maximalista y que alguien, en particular los votantes y los terroristas de ETA, pero también los tradicionalmente atormentados Gobiernos españoles, los tome en serio.

Mi opinión personal es que el recorrido del Plan Ibarretxe tiene fecha fija, en las siguientes Elecciones Autonómicas, en las que aspira al “todo o nada” (si pierde el Gobierno, el PNV tardará muchos, muchos años en volver a él), para después, por supuesto, renunciar a la convocatoria del famoso referéndum (ardo en deseos de saber cómo lo convocará Ibarretxe, cómo piensa llevarlo a cabo, y como piensa obrar en consecuencia si el resultado del referéndum, avalado por las más acreditadas normas de calidad nacional-democrática, un 35% de participación y un 95% de votos favorables, es el que debe ser) “porque Madrid nos impide ser libres y amenaza incluso lo conseguido”.

El discurso, por llamar de alguna manera a la retahila de seráficas apelaciones al diálogo (lo dice el máximo hacedor de un Plan apoyado por media ETA, que se ha negado a entablar cualquier tipo de negociación real con nadie que no sea él mismo, y que amenaza continuamente, como siempre ha hecho la ultraderecha vasca, con romper las reglas del juego que no sean las definidas por ellos), atávicos ultrajes de medio pelo generalmente ubicados en el marasmo nacionalista del XIX y ridículas referencias míticas que enaltecen por encima de todo la barbarie y el salvajismo de la tribu prehistórica, no ha sido sino el mismo discurso de siempre. El nacionalismo vasco, que había acudido en masa a Madrid para apoyar a su líder máximo (en una entrañable romería canalizada mediante el flete de autobuses ignoramos si de doble uso, “echamos un vistazo a cómo son diariamente torturados los Chavales en el Estado español y luego vemos cómo se tortura al Lehendakari, qué desvergüenza, al Lehendakari, el mismísimo Presidente de Euskadi, por parte de cuatro desteñidos maketos”), ha podido irse satisfecho con un renovado índice de victimismo “moneda de cambio” a Euskal Herria.

Pero a mi juicio hacen mal en estar satisfechos, si es que lo están, porque los representantes de los dos partidos mayoritarios no han entrado al trapo. El Trapo era oponer, como siempre, el nacionalismo español al vasco, apelando a “las cosas que nos unen, el anclaje histórico del País Vasco a España, la comunión cultural”, y todos los argumentos de barra de bar que por no mensurables permiten enquistar perpetuamente la cuestión, en los términos que probablemente les convenga a los representantes, tradicionalmente enquistados, de ambos nacionalismos.

Sin embargo, tanto ZP, en su versión Bambi desustanciada que comienza a serle característica, como Mariano Rajoy, se han ubicado claramente en el mucho más desagradable ámbito del “Patriotismo Constitucional”. El Patriotismo Constitucional es, a grandes rasgos, un modelo de identidad comunitaria inventado por el alemán Jürgen Habermas (los alemanes, como es sabido, son únicos para innovar en dos materias complementarias, el alimento del Espíritu y las herramientas de la barbarie cuando el Espíritu llega a sus últimas consecuencias), que sustituye el irracional apego nacionalista a la Patria por el apego a las instituciones democráticas que conforman el Estado. La razón, como pueden Ustedes imaginarse, estriba en las particularidades de la historia alemana (evitar, en la medida de lo posible, que los alemanes sean pasto del “otro” patriotismo y vuelvan a Hacerlo).

Cuando el PP estaba en el Gobierno, el patriotismo constitucional fue utilizado como excusa para ocultar el proyecto nacionalista español “de toda la vida” tras un aura de respetabilidad, o “nosotros no somos como ellos”, es decir, tribales, racistas, medievales, intolerantes, etc., y se sustanció en el milagro de la transubstanciación, a saber, el PP de Aznar como máximo adalid de la Constitución, entendida ésta como garante de la Patria y todo lo que ésta tradicionalmente significa.

Sin embargo, la intervención de ambos líderes parlamentarios se ha alejado de toda referencia a la Patria como entidad mítica, a la historia común, y a todos los tópicos sobrevenidos que, con independencia de que fueran o no ciertos, al final son cuestión de fe, y se ha circunscrito al ámbito estricto de la legalidad, y a cómo el Plan Ibarretxe, en el fondo y, de cumplirse las amenazas “dialogante chulopiscinas” del lehendakari, también en la forma, vulnera dicha legalidad. En este sentido, ha habido un claro reparto de papeles, con ZP soltando sonrisillas propias de su Talante y Rajoy atizando yoyah donde y como había que soltarlas. Mientras ZP se quedaba en la superficie y continuaba en las genéricas alusiones al diálogo (no sin decir lo que había que decir, pero aprovechando también la coyuntura para hacer demagógicas alusiones a la Guerra de Irak que no venían en absoluto a cuento), Rajoy, en dos brillantes intervenciones, ha hecho lo que en realidad debería hacer Zapatero, explicando punto por punto, pero sin entrar en el juego de irracionalidades de la ultraderecha vasca, por qué el Plan Ibarretxe es, sencillamente, impresentable. Es posible que esta dejación de funciones de ZP corresponda a una estrategia pactada (dejar una puerta abierta “modelo Talante” para el retorno de la cabra descarriada), pero el Talante no lo es todo, y desde luego no significa tratar por igual, o a lo sumo diferenciar el tratamiento en una política gestual, a todo el mundo, sobre todo si parte de este mundo vive en el siglo XIX.

El desarrollo posterior del debate ha correspondido a los más previsibles cánones, con el nacionalismo moderado catalán ejerciendo de “estadista victimista” en una imposible pirueta, Corrupción Canaria haciendo ese victimismo leal con España y la Constitución (la vía canaria al nacionalismo vasco, mucho más civilizada y solvente que la versión original, y casi equiparable en términos de prebendas) que les caracteriza, y sobre todo, de nuevo, ERC. Por si alguien se había olvidado de que ERC es un globo sonda, hinchado fundamentalmente por las locuras del anterior Presidente del Gobierno, y compuesto de iletrados mitineros de salón de actos de las facultades de los años 70, ahí estaba Puigcercós para recordárnoslo a todos, negándole la condición de partido democrático al PP y “lamentándose” de la deriva totalitaria del PSOE, que sorprendentemente coincide con el PP en negarse a tramitar un Plan aprobado, argumento de máximos de Ibarretxe, “por la mayoría absoluta del Parlamento Vasco”, y por demás exhibiendo el argumentario de la supuesta izquierda nacionalista, “nosotros semos mu perjudicaos históricamente por Españaza, de siempre que nos han mirao mal, en realidad Franco sigue vivo atormentando a Cataluña, la indisoluble unidad de la Patria, etcétera”, idénticos desde hace 150 años con la única salvedad de que Franco es ahora el PP como nueva representación del reluctante franquismo del siglo XXI.

Con todo lo que antecede, es evidente que el debate ha sido muy positivo. Porque permite poner sobre la mesa el anacronismo del 5% de la población española, constatar que sigue siendo un 5% y probablemente decaiga en los próximos años, y sobre todo acaba el insufrible manar de artículos y artículos y artículos dedicados a desglosar vida y milagros de la última estupidez que se les ha ocurrido a los ultras de Euskal Herria para seguir viviendo del cuento. Al menos, por la vía legal. La otra, como es impracticable, previsiblemente no se practicará nunca. Si el Lehendakari actual sigue siéndolo, porque no hará falta, y si no es así, porque obviamente tampoco.

Guillermo López (Valencia)

 
La Radio Definitiva