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LOS KANDIDATOS

JUAN JOSÉ IBARRETXE

 

Juan José Ibarretxe es uno de esos candidatos a Lehendakari que resultaría poco creíble si no fuera porque sabemos por experiencia no sólo que es perfectamente posible que sea Lehendakari sino porque, además, ya he llegado incluso a serlo. De manera que el PNV presenta a un candidato que cumple al menos el primer requisito oficioso que parecen requerir estas particulares elecciones vascas: que los primeros espadas de cada formación muevan a la lástima más que a otra cosa (piensen en Mayor Oreja, Redondo Terreros, Madrazo, u Otegui y reflexionen sobre el fantástico vivero de líderes de la región).

Ibarretxe, sin embargo, es un político de larga trayectoria. Brillante estudiante universitario según las hagiografías al uso, el Lehendakari se empeñó en demostrar que en su caso la excelencia universitaria era indudable y decidió proseguir, una vez licenciado, por la misma senda universitaria: no dar un palo al agua. Este hombre representa a esos representantes del pueblo que se identifican especialmente con quienes nunca han experimentado lo que es ganarse un jornal en la vida productiva normal. Primero la política local y luego la foral ocuparon demasiado al joven Ibarretxe.

Pero sin duda el escalón político más relevante de Ibarretxe previo a la Lehendakaritza fue la Vicepresidencia del Gobierno vasco en los últimos años de Ardanza. Encargado de asuntos económicos, Ibarretxe cautivó a Arzalluz y el empresariado vasco cumpliendo con notable eficacia con el que es el encargo principal de un político nacionalista que se precie: mendigar pasta en Madrid con buenos resultados. El cupo negociado por Ibarretxe es motivo de orgullo del PNV y del propio candidato, que sacan pecho siempre que pueden regodeándose en cómo les sacaron la pasta a los "españolazos". Con semejante aval el padre Arzalluz no podía sino depositar su confianza en el chaval aplicado, bueno con las matemáticas y con una especie de alzacuellos imaginario que constituye el principal rasgo de su carácter. Ibarretxe sólo txapurreaba el idioma propio de la región, pero ese pecadillo era algo menor cuando había sido el causante de tanto gozo financiero. Su natural aplicado aseguraba, además, que igual que los monaguillos memorizan todo lo preciso aun sin entender nada él sería capaz, con unos cursillos acelerados, de hacer otro tanto.

Y así fue. Ibarretxe fue presentado, aprendió euskera y ganó. Dicen las malas lenguas que incluso aprendió euskera de verdad. Esta bella historia empieza precisamente a ser tenebrosa con la llegada de Ibarretxe a la gloria, de la mano de EH y la tregua. Todo era hermoso y el sol relucía en un mundo maravilloso en el que la construcción nacional vasca no podía ir por mejor camino. Hasta que de repente, un mal día, ETA anunció la ruptura de la tregua. EH ni se inmutó, pero el Lehendakari tampoco, que siguió recurriendo al apoyo parlamentario de la coalición abertzale en los momentos críticos (aprobación de Presupuestos), honrados con la ocasional presencia de los parlamentarios de EH en el Parlamento vasco. Más grave fue que, al producirse el primer atentado tras la ruptura de la tregua (y con EH sin darse, de nuevo, por aludida) el Lehendakari sólo "suspendió" que no rompió el pacto de legislatura con sus compañeros nacionalistas de viaje soberanista. Hasta el asesinato de Fernando Buesa, líder parlamentario de la oposición a Ibarretxe, no se da el Lehendakari por aludido, dando por definitivamente concluido el pacto.

Ibarretxe representa, lo cual es bastante meritorio si tenemos en cuenta que el personaje es más bien gris, todas las luces y sombras de la última legislatura en el País Vasco. Pero sobre todo ha quedado marcado por su nula capacidad de reacción ante la involución en los planteamientos de sus compañeros de viaje, dramáticamente reflejada en el espeluznante espectáculo ofrecido por él y sus compañeros de partido en la manifestación convocada inicialmente para manifestar la repulsa por el asesinato de Buesa y convertida en un verbenero show de apoyo a Ibarretxe. Lehendakari aurrera. Sí, pero, ¿hasta cuando?

 

 
La Radio Definitiva