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LAS ENCUESTAS Y SU TÍA CRESCENCIA

Elecciones Generales 2004

 

Todos estamos muy contentos por la existencia de las encuestas preelectorales; nos alegran la campaña y resultan aún más divertidas después, cuando invariablemente cosechan fracasos estrepitosos. Sin embargo, subyace una duda: ¿en qué sentido se equivocarán esta vez? Intentaremos hacer un análisis apresurado de las características generales de las encuestas que ayude a explicar, al menos, cómo funcionan:

Características de las encuestas:

Las encuestas electorales padecen en España de dos deficiencias importantes, una estructural y otra coyuntural, que reducen significativamente sus posibilidades de acertar. Además de eso, naturalmente, existen múltiples objeciones respecto de la eficacia real de este tipo de estudios, pero las obviaremos (es decir, magnánimos como somos, nos ahorraremos indagar demasiado en si las muestras son realmente representativas, en qué medida mienten los encuestados, el siempre necesario “factor político” en la “cocina” de las encuestas para determinar cómo puede favorecer más la encuesta a los intereses del partido político de turno, etc.):

- En primer lugar, los resultados de las encuestas preelectorales presentan un margen de error que oscila entre un 2% y un 3% respecto de la intención de voto real. Este margen parece escaso, pero sobre todo en elecciones igualadas puede dar lugar a cambios significativos respecto de la predicción de la encuesta. También conviene recordar que, si bien el margen de error general se sitúa en el 2-3%, al gozar España de un sistema electoral dividido en 52 circunscripciones en cada una de ellas el margen de error es mucho más alto, situándose en torno al 5-6%, y mucho más en el caso de las provincias menos pobladas (donde, por otra parte, los cambios que puedan darse en el electorado son menos significativos porque afectan a menos escaños). Esto explica, en parte, que en el caso de los partidos más pequeños las encuestas tengan muchas más posibilidades de equivocarse (aunque, nuevamente, el error sea menos significativo desde la perspectiva de los resultados totales).

- En segundo lugar, en España está prohibido publicar (pero no hacer) encuestas en los cinco días anteriores al día de las Elecciones. Esto significa que las macroencuestas muestran un panorama anterior al momento en que se realicen las elecciones, e inevitablemente no tendrán en cuenta los eventuales cambios en la intención de voto del electorado en la semana más decisiva de la campaña, cuando el porcentaje de indecisos desciende a gran velocidad. En el caso de las encuestas con menor margen de error el desfase temporal es mayor (es lo que ocurre, por ejemplo, con la encuesta del CIS, realizada a principios del mes de Febrero)

- Además de eso, conviene hacer una mínima referencia a la “cocina”. Los resultados que arrojan las respuestas “en bruto” de una encuesta siempre presentan dos peculiaridades: por un lado, el altísimo porcentaje de indecisos, y por otro, importantes diferencias entre los distintos segmentos del electorado a la hora de predicar con lo que afirman mantener (en los años 90 era notorio el “voto oculto” de los socialistas que se cargaba todas las encuestas; posteriormente el PP asumió la responsabilidad de seguir dejando las encuestas en ridículo con su propio voto oculto de nueva factura); estos dos factores obligan a las empresas demoscópicas a reubicar al electorado que no se pronuncia con claridad en función de las simpatías electorales que demuestren, su recuerdo de voto y ubicación ideológica y, sobre todo, el histórico de fracasos en anteriores encuestas; todo con tal de ofrecer unos resultados presentables.

Historial inmaculado:

Las empresas demoscópicas se equivocan siempre en España desde 1993, pasados los momentos más gloriosos del CIS. En las convocatorias de 1993 y 1996 minusvaloraron sistemáticamente el voto del PSOE, sobre todo porque los malvados votantes socialistas o bien mentían, incapaces de reconocer su comunión con el despilfarro y el Crimen de Estado, o bien se mantenían en alto grado en la abstención hasta el último momento, en el que Felipe sacaba el doberman a pasear y se lanzaban a las urnas para evitar el advenimiento del Nuevo Franquismo que, decía Felipe, les esperaba.

En 2000 las encuestas habían aprendido la lección, así que se dedicaron a regalarle votos al PSOE, más allá de las diferencias que se apreciaban en el voto directo (por ejemplo, la encuesta del CIS le otorgaba al PP diez puntos de diferencia en el voto directo, si mal no recuerdo), pues todos estaban convencidos de que, en el último momento, la mirada limpia de Joaquín Almunia, por contraste con el siniestro bigote de Aznar, llevaría a las urnas a los ciudadanos. Así que el CIS, y todos los demás con él, se equivocó al apreciar unas diferencias de cinco puntos que al final fueron diez.

Siendo muy generosos, los resultados de 1993 y 2000 entran dentro del margen de error de las encuestas preelectorales (a su vez ampliado por las generosas horquillas con que las empresas demoscópicas suelen regar sus sondeos), pero los de 1996 supusieron un fracaso sin paliativos. Inexplicablemente, tal experiencia no desalentó a medios de comunicación, representantes políticos e incluso ciudadanos a la hora de guiarse por las encuestas como si lo que allí figura tuviese alguna relevancia.

Ante las encuestas de 2004

Las encuestas que hemos disfrutado hasta la fecha vienen aquejadas por los vaivenes del malvado electorado. Nos encontramos con una situación que va desde la mayoría absoluta por la mínima que aprecia el CIS hasta la casi repetición de los resultados de 1996 que augura La Vanguardia. LPD, por su parte, renunció desde el principio a las muestras representativas (teníamos contratado un carísimo estudio con dieciséis empresas demoscópicas que se proponía efectuar un sondeo con una muestra de 20 millones de personas, pero no nos parecía suficientemente científica y, por otro lado, las “graves consecuencias” que ello comportaría para nuestra economía nos obligaron a renunciar a él) para decantarse por un estudio pormenorizado del estado de la cuestión en cada una de las circunscripciones que, combinado con el estudio cualitativo producto de la mediana de nuestra Porra, nos permitiera hacernos una idea.

Para que esa idea resulte más aproximada a la realidad podría resultar de ayuda un somero vistazo a la “cocina”, aquilatada y funcional, que han utilizado las empresas demoscópicas ante estas elecciones. El único estudio del que disponemos de algún dato en este sentido es también el más prestigioso, el del CIS (y ello teniendo en cuenta que el CIS se equivocó en las elecciones de 2000, se equivocó en las elecciones de 1996, en las elecciones vascas de 2001, las Autonómicas de 2003 y las Autonómicas catalanas; imagínense el prestigio que tienen las demás).

El CIS le otorga al PP una ventaja de 3’4 puntos en intención directa de voto respecto al PSOE, que se ve reducida a un 1’4 si sumamos la simpatía (el PP, como su ex líder, no resulta un partido particularmente simpático, mientras que la frivolidad y ansias de destrucción de España de ZP inexplicablemente le otorgan réditos en este aspecto), pero que aumenta a 6’7 puntos al aplicarle el CIS su modelo de distribución del voto, que no detallan, pero que parece apuntar a varias direcciones:

1) El “voto oculto” del PP: escaldado por la experiencia de 2000, el CIS reduce significativamente de su cocina el ingrediente “felipistas corruptos” para sustituirlo por el afamado “Paña va bien”.
2) La movilización del electorado: a la hora de la verdad, los progres (sobre todo aquellos a los que el PSOE les resulta simpático por irresponsable) se quedarán en casa en mucha mayor medida que los votantes conservadores (el CIS estima una participación en torno al 75%, en la media de los comicios de 1996 y 2000).

Los dos motivos parecen razonables, pero tienen el inconveniente de todas las encuestas: cuando haces el estudio perfecto aparecen los cabrones de los votantes y te salen con un nuevo fenómeno de decantación de voto que te obliga a cambiar la composición de la “cocina” para el siguiente sondeo; el sondeo que el CIS clavaría ahora sería el de las Elecciones de 2000, dado que, pertrechado con los útiles datos que arrojaron las Elecciones de 2000, podría limar las diferencias entre su sondeo y dichos resultados, al ponderar en mucha menor medida el supuesto “voto oculto” del PSOE. Claro que un sondeo sobre las Elecciones de 2000 realizado en 2001 no tendría demasiado interés electoral, pero sería una pieza científicamente impecable.

A favor del PSOE juegan los deseos de cambio del electorado, expresados en esta y otras encuestas (aunque hay que decir que también en 2000 los votantes, los muy cachondos, se manifestaron mayoritariamente en los sondeos a favor de un cambio en el Gobierno, y luego salió lo que salió: claro que entonces la respuesta podía significar dos cosas: gobierno del PP en solitario, sin los catalanes, y alianza socialcomunista, y ahora, aunque pueda significar muchas cosas, todas juegan en contra del PP, que vive en “el mejor de los mundos posibles”), y otros factores que, por acientíficos (la oportunidad de que el sondeo del CIS le dé al PP los escaños justos para movilizar a su electorado –estamos “en el límite”- pero desmovilizar al de la oposición), rechazamos sin dudarlo.

Guillermo López (Valencia)

Publicado originariamente en el weblog de "Democracia y Poder"

 

 
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