ACTUALIDAD DE ESPAÑA AÑO
2004
17/12/2004:
Gilireformas constitucionales ZP
Los
constitucionalistas españoles son unos señores muy
raros. Su trabajo fue complicado, por ejemplo, durante el franquismo,
de ahí que una de sus figuras señeras, en un gremio
llamado a estudiar los mecanismos de control del poder y las garantías
de los derechos y libertades fundamentales, pudiera llegar a ser
ni más ni menos que D. Manuel Fraga Iribarne. Abrumado por
el trabajo brutal que supuso, tras años de placidez, tener
una Constitución y, por ende, algo de lo que necesariamente
habían de ocuparse, una de las señas de identidad
del grupo es la férrea y numantina defensa de la indemnidad
de la Constitución. Con una furia y una pasión que
ni el mismísimo Ánsar.
Si
los constitucionalistas, por miedo a tener que trabajar, han acabado
convertiendo su labor en la búsqueda de las más peregrinas
teorías interpretativas que permitan no reformar en ningún
caso la Constitución, los políticos españoles
son si cabe más extravagantes y han llevado más allá
la pasión por preservar la inmaculada intangibilidad del
texto constitucional. Pero hete aquí que, de repente, ha
aparecido Rodríguez Zapatero, como si tal cosa, decidido
a reformar la Constitución e, incluso, adicionalmente, a
hacer extraños refrendos sobre otra llamada Constitución,
la europea.
Lo
que ocurre es que el panorama reformista no es muy halagador. Porque
básicamente tenemos:
1.
La gilireforma, la imbecilidad por antonomasia.
La corrección política dominante considera que ha
de reformarse la Constitución para degradar la condición
femenina más todavía en España, arrastrándola
a la vergüenza de poder ser también, si primogénita
(y no únicamente en caso de ser la única descendiente),
medieval y antidemocrática Jefa de Estado. Esta reforma,
de una estupidez apabullante, supone sin embargo un problema formal
mayor. A falta de que los constitucionalistas españoles empiecen
a hacer lo que es el segundo vértice de su trabajo (inventar
interpretaciones de la Constitución que permitan al Gobierno
y a los amantes de la estabilidad esquivar cualquier fórmula
incómoda de participación ciudadana en asuntos serios
como este tipo de cuestiones seminales, como ya están apareciendo
algunas, no por exóticas menos inquietantes) la Constitución
obliga a disolver las Cortes y recurrir a un referéndum para
aprobar una reforma que afecte a cualquier parte de la regulación
afectante a la Corona. O sea, un follón tremendo, y todo
por el caprichito personal de no se sabe muy bien qué tenebroso
asesor que ha convencido a Zapatero de que esta memez medieval es
un avance hacia la "igualdad".
2.
La reforma impuesta por Bruselas.
La Constitución española va a reformarse para hacer
una mención a Europa, o algo así, según desea
Zapatero. Nada excesivamente apasionante, la verdad, así
en frío. Y parece que será más bien un cambio
ad pompam vel ostentationem, sin más. Lo aberrante
del asunto es que, en vez de hacer cambios de fondo en la Constitución,
que serían muy convenientes, por clarificadores cuando no
necesarios, lo que vamos a hacer es votar, el 20 de febrero de 2005,
la misma Constitución europea, lo que no es ni mucho menos
necesario (no hay, desgraciadamente, excesivo debate ni oposición
a la misma; y el Parlamento puede perfectamente aprobarla por sí
mismo, sin necesidad de referéndum de ningún tipo).
La cosa es triste, porque la Constitución española
mencionará simplemente de pasada a la Unión Europea,
pero sin ser reformada en profundidad, para poder integrar correctamente
las importantes transformaciones que el texto de la Constitución
europea supone, por expresar formalmente la supremacía del
Derecho comunitario sobre el español (Constitución
incluída) y conllevar inevitablemente una alteración
sustancial del ejercicio (y puede que incluso de la titularidad)
de la soberanía del pueblo español. En vez del referéndum
sobre la Constitución europea lo que sería precisa
es una consulta constitucional interna, la precisa para reformar
la Constitución española en preceptos básicos
como su artículo 9.1. No obstante lo cual, como a Gobierno
y constitucionalistas desagradan estas cosas, todos los esfuerzos
han ido encaminados a rechazar esta posibilidad. Hasta que el pasado
13 de diciembre el Tribunal Constitucional, haciendo el trabajo
sucio al Ejecutivo, declaró
en una sorprendente decisión que ninguna reforma era precisa.
Empleando para ello una doctrina absolutamente incompatible con
lo que venía diciendo desde hace años, empezando por
la primera Declaración sobre estas cosas (la que el mismo
Tribunal hizo con motivo de sus esfuerzos por evitar una reforma
constitucional profunda con motivo del Tratado de Maastricht, a
diferencia de lo que hicieron el resto de países europeos).
Hay un voto particular a la Sentencia realmente explícito
y acertado, el de Delgado Barrio, que jurídicamente es bastante
más riguroso. Por lo demás, para darse cuenta de la
magnitud del asunto, baste transcribir literalmente lo que uno de
los Magistrados que han votado a favor de la absoluta compatibilidad
de ambas Constituciones decía en la más importante
revista de Derecho constitucional hace apenas tres meses: "La
afirmación explícita por la Constitución Europea
de su primacía sobre los ordenamientos internos, incluida
la propia Constitución, supone una auténtica antinomia
con el art. 9.1 de la Constitución nacional, insalvable por
vía interpretativa, y que exige reforma constitucional..."
3.
La reforma verdaderamente importante. Desde hace años es
evidente para todos que hay que cambiar el Título VIII de
la Constitución. Empezando por el Partido Popular, que llegó
al poder en el 96 tras años de reclamarla. Y esta reforma,
que es la verdaderamente trascendental, pues es la necesaria para
tratar de reorganizar las relaciones de poder y la articulación
territorial en nuestro Estado, es la que va a quedar inevitable
y totalmente sustraída a la posibilidad de control ciudadano,
porque como consecuencia de los designos de nuestros constituyentes
y sus particulares obsesiones esta parte no está tan protegida
contra el cambio como algo tan básico como la Monarquía,
por ejemplo. Y, por ello, tampoco se entiende suficientemente importante
como para que los ciudadanos manifiesten su opinión.
El
panorama no es que sea muy alentador. Pero no temamos, pues es susceptible
de ser empeorado. Por ejemplo, si al final tenemos la oportunidad
de pronunciarnos sobre toda la reforma, en una magnánima
decisión de los poderes públicos que la presentarían
en plan aperturista, pero que lo que verdaderamente buscaría
sería privarnos, al convertir la consulta en un referéndum-ómnibus,
de poder utilizar las consultas absurdas, desviándolas teleológicamente,
para manifestaciones sensatas. Como, por ejemplo, la posibilidad
de utilizar la consulta sobre la "gilireforma Letizzzzzzia"
para pronunciarnos implícitamente sobre la misma continuidad
de la Monarquía.
ABP
(València)
|