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JUNIO DE 2004

23/06/2004: Bodrio-Constitución Europea

El Consejo Europeo, reunido en Bruselas el pasado fin de semana, ha zanjado las reuniones de la Conferencia Intergubernamental 2004 acordando una reforma de los Tratados de la Unión Europea que asume en su práctica totalidad el Proyecto de Tratado por el que instituye una Constitución Europea preparado por la disuelta hace un año Convención Europea y más conocido como, sencillamente, Constitución Europea.

La génesis y resultado final de este cutre remedo de Constitución del que nos dotaremos los ciudadanos de la Unión Europea si todos los miembros de la misma lo ratifican en el plazo previsto son bastante decepcionantes. Tanto, que las clases políticas más sensatas del continente, un tanto avergonzadas, han optado por, si pueden, prescindir de la solicitud de refrendo popular ya que, a la hora de la verdad, podría tornarse conflictivo. Al fin y y al cabo, siempre cabe la posibilidad de que la ciudadanía, harta de que le tomen el pelo, rechace el nuevo producto de europeísmo rebajado y edulcorado a la manera de Bruselas y de nuestros Gobiernos. No sería de extrañar.

Alemania, que por tradición (la historia no es ajena a esta situación) es refractaria a los referenda, lo tiene claro. Italia, que siempre ha demostrado con hechos que su sistema se basa en la idea de que las consultas populares han de emplearse masivamente para las chorradas, pero nunca para lo importante, también. Francia, que pasó por el susto del referéndum convocado por Mitterrand para ratificar Maastricht y empieza a verle las orejas al lobo de su opinión pública, se debate entre la prudencia, el clamor creciente contrario al texto y la promesa electoral de su simpático Presidente, que comprometió su palabra en su campaña electoral presidencial (lo que, como es evidente, no significa nada, tratándose de un personaje como Chirac).

Mientras el núcleo duro lo tiene claro, Blair optó justamente por la vía contraria. Anticipó sus intenciones de convocar un referéndum como medida de presión para lograr el respeto a sus "líneas rojas" en la negociación final. Con éxito, por supuesto, pues la Unión Europea sigue sin estar del todo convencida de que el proyecto europeo sea viable sin el Reino Unido. Con la espada de Damocles de una negativa británica a aceptar el texto, el contenido final aprobado por el Consejo Europeo acabó rebajando más si cabe los avances federalistas, convirtiendo así todo el proyecto en si cabe más difícil de asumir para los ciudadanos con un mínimo de vocación europeísta. Y, total, todo para no se sabe muy bien qué. Porque puede acabar ocurriendo que, rebajada y todo, la Constitución Europea se estrelle en el Reino Unido.

Y si bien un rechazo a la danesa (Maastricht) o irlandesa (Niza) no es excesivamente grave (se parte de la base de que son países absurdos, se les da la opción de repetir en plan chapucero el referéndum y se pasa a otra cosa en cuanto, mal que bien, los dícolos de turnos son agotados a base de sucesivas citas con las urnas), que un país como el Reino Unido votara contra el texto tendría consecuencias más significadas. Al margen del bloqueo inevitable que supondría tal negativa en el plano estrictamente jurídico (el texto sigue siendo un Tratado multilateral cuya aplicación depende de su ratificación por todos los Estados miembros), parece claro que un aldabonazo de tal calibre equilvadría a tener que optar: o el Reino Unido o la Constitución.

Está por ver qué ocurriría si fuera España quien diera el disgusto. Porque ZP ha anunciado hoy mismo que sí, que está dispuesto a convocar un referéndum. Incluso antes que nadie. Y el PP ha jaleado la idea, no se sabe muy bien porqué. Es una ocurrencia nuestra, dicen, alborozados. Y no se entiende, porque la idea es de una temeridad notable. Y demostración de una ignorancia sobre la base jurídica del problema, desde la perspectiva del Derecho constitucional español, preocupante. Por no hablar del riesgo político que puede suponer para España y su posición en Europa. Porque más allá de algunas cuestiones en absoluto baladíes (como es que muy probablemente el referendum es necesario más que consultivo, derivado de la exigencia de que la Constitución sea reformada en su Título Preliminar -art. 9- para poder asumir el texto del Tratado) pero que no importan a nadie, hay que tener en cuenta, antes que nada, que podría darse el caso de que la ciudadanía, como ya medio aclaró con la masiva abstención de las pasadas elecciones europeas, no acabara de ver con buenos ojos el modelo de construcción europea que estamos consagrando.

El Proyecto de "Constitución Europea" ha sido gestado de manera escandalosamente ayuna de legitimidad. No se trata en puridad de una Constitución, afortunadamente (ni materialmente, ni en su forma, que sigue siendo un Tratado de reforma de los ya existentes, a todos los efectos). Porque, entre otras cosas, falta algo tan esencial a un texto de esas características como un verdadero poder constituyente. No es de recibo que una Convención convocada para analizar algunas de las repercusiones técnicas del fracaso de Niza y la manera de medio remediarlas (cuestiones de subsidiaridad, de implicación y representación de los Parlamentos nacionales...) se autoerija en poder constituyente, encargado de dotar a Europa de una Constitución. Obviamente, se le ha consentido actuar en esa línea porque ha resultado francamente cómoda. Convenientemente manejada por la Comisión y a partir de que empezó a verse claro lo cómodo que podía ser el procedimiento, por los Gobiernos (por una serie de motivos que sería largo detallar), el órgano ha acabado proponiendo un texto que casi sin oposición ni verdadero debate ha pasado a ser interinado como "Constitución Europea". ¿Qué cachondeo es este?

Más allá de las evidentes mejoras (pocas, como siempre, pero la construcción europea parece condenada a avanzar siempre así, muy lenta y garantizando una enorme frustración en cualquier europeísta, pues por tibio que sea su sentimiento federalista, éste siempre se verá decepcionado por una realidad que se quedará sistemáticamente muy por debajo) que supone el texto, lo que no puede en ningún caso ser aceptado como si tal cosa es que reformas que se pretenden de tal calado se hagan al margen de la ciudadanía. Que, sin dudarlo, es en gran parte responsable de esta situación derivada de la anomia pública de nuestros días, pero a la que tampoco se dota de cauces (porque no se le dan) para participar y ser informada.

Izquierda Unida, con su campaña electoral en las pasadas elecciones europeas, en las que no ha osado emitir una sola crítica al Proyecto, manifiesta bien a las claras, la actitud de las elites políticas, incluso de aquellas que debieran ser más críticas, hacia un modelo tecno-burocrático de gestión de la cosa pública contra el que parece cada vez más urgente rebelarse.

En ausencia de otros instrumentos, la verdad es que no queda más remedio que hacerlo aprovechando el voto en referéndums-paripé como el propuesto (porque, insistimos, la reforma constitucional imprescindible tendría que obligar a otro referéndum, este sí, de verdad) o en las elecciones de turno. Mientras se pueda, claro. Porque el modelo tecno-burocrático no acaba de garantizar que tal privilegio dure. Este fin de semana, de manera inadvertida a la práctica totalidad de observadores, los líderes europeos han eliminado del Proyecto de Constitución la exigencia de que los europarlamentarios sean elegidos por sufragio universal libre y directo (únicamente habrán de ser "representantes"). De manera que si, en un futuro, se entiende que, oiga, ¿para qué eso de votar y todo ese rollo?, pues será sencillo cargarse las elecciones al Parlamento Europeo. A fin de cuentas, nuestro bodrio-Constitución ya ha abierto la puerta.

ABP (València)

 

 
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