ELECCIONES
GENERALES 2004
MARIANO
RAJOY (PP)
“Gutiérrez,
me vaya a hacer una miahilla de campaña”
Mariano Rajoy es el candidato que
presenta el Partido Popular de nº 1 por Madrid y correlativamente,
según los usos de la democracia española, de candidato
a la Presidencia del Gobierno.
De
Mariano Rajoy se pueden decir muchas cosas, o intentarse, sobre
lo que es. Pero, a efectos políticos, Mariano Rajoy interesa
más por lo que no es. En primer lugar, y a diferencia de
ZP, no es como Hitler. En segundo lugar, y a diferencia de Izquierda
Unida, no es como Stalin o Hitler. En tercer lugar, y a diferencia
de los nacionalistas periféricos, Rajoy no es como Hitler.
Pero sobre todo, y esto es lo que más tranquiliza a la población
(conservadora o de izquierdas, madridista o antiespañola),
Mariano Rajoy no es como José María Aznar, "Ánsar".
Tiene cierta importancia que Rajoy
no sea como Ánsar porque, presentándose como continuador
ideológico del legado de 8 años de gobiernos del PP,
Rajoy representa otro modo de hacer política y, también,
otras políticas. La personalidad de Ánsar, apasionante
si uno se dedica a la psiquiatría clínica, es inquietante
desde una óptica política. Probablemente ese cúmulo
de complejos y resentimiento que es el actual Presidente de Gobierno
no es ni siquiera consciente de hasta qué punto la íntima
conciencia de su mediocridad y su obsesión de enano intelectual
por auparse sobre alzas de cualquier tipo ha hecho daño a
su país y a la derecha española.
Los complejos y la chulería
suelen conducir a elecciones desacertadas. Por eso son tan desaconsejables
en un Presidente del Gobierno. Ánsar está teniendo
estos días ocasión de demostrarlo hasta el final.
Frente a esta deriva Rajoy se sigue significando, también
en estos tristes días, como un no-Ánsar. Y eso, políticamente,
tiene una gran importancia.
El PP ha de agraceder mucho, y con
el tiempo será todavía más consciente de ello,
que la propia chulería de Ánsar les haya librado de
él. Rajoy quizás no sea el dirigente soñado,
pero por comparación reluce como una esperanza para todos
los españoles. Incluso para los de izquierdas. Todos tenemos
la sensación de que es imposible que alguien utilice el cargo
de Presidente de nuestro Gobierno como lo ha hecho el último.
Y todos respiramos aliviados cuando escuchar a Rajoy, en campaña
o en entrevistas, nos lo confirma.
Mariano Rajoy no tiene nada que
ver en lo personal con el pasado. Sus defectos, que parece claro
que los tiene, son opuestos a los de su predecesor. Ni se toma a
sí mismo tan en serio, ni vive obsesionado por demostrar
a los demás lo válido que es, ni se empeña
en dar lecciones en todo momento al personal. No va de recio castellano,
sino de simpático y despreocupado vividor. Incluso en la
elección consciente de la imagen que desea ofrecer a la ciudadanía
marca con nitidez las diferencias: no desea dar lecciones.
Rajoy
es un niño bien provinente de las elites burguesas que conformaron
la mayoría silenciosa que tan a gusto se sentía con
el régimen franquista y con la que tan a gusto se sentía
el franquismo. Es decir, como muchísimos españoles.
Rajoy vivió bien y siempre fue un estudiante de éxito.
Posteriormente logró un puesto de Registrador de la Propiedad
que le habría garantizado, merced a su esfuerzo como opositor,
vivir toda la vida de puta madre si hubiera querido. Rajoy optó
sin embargo por otras alternativas más ricas, pues prefiere
vivir bien ocupado con la política que vivir como un pachá
dedicado a algo tan absurdo y aburrido como es el Registro de la
Propiedad. Todo ello es muestra y también factor que perfila
una personalidad vitalista y sana. Es de agradecer.
Lo
más destacable del candidato del Partido Popular durante
esta campaña ha sido su esfuerzo por evitar caer en la fácil
tentación de orientarla como le pedían la caverna,
el partido y Ánsar. Si nadie puede negar a Zapatero
su gran aportación a la política española al
acometer desde el primer día un importante esfuerzo por situar
el debate público en nuestro país en el nivel que
le es propio, de discusión de ideas, una valoración
semejante merece la irrupción de Rajoy. Con el mérito
añadido de que la presión que ha sentido el candidato
del PP para dejarse llevar por la tendencia natural que ha caracterizado
al PP desde la llegada de Ánsar ha sido brutal.
Rajoy representa la definitiva normalización
de la derecha española. Es un candidato formado, con experiencia
política e ideológicamente conservador (probablemente
más que Ánsar), pero que ha demostrado estar dispuesto
a desterrar la visión cainita de la política que los
conservadores hispanos nunca habían logrado que dejara de
acompañarles desde que perdieron una vez el gobierno, allá
por 1931.
Ha
planteado una campaña con tan pocas aristas que hasta ha
parecido en ocasiones más un gris burócrata destinado
a ir a provincias a pasar revista que un verdadero candidato a la
Presidencia. "Gutiérrez, pásese por Medina del
Campo a vender a los lugareños que el régimen se ocupa
de ellos". Rajoy, a poco que hubiera cambiado un poco su estética,
podría haber ejercido a la perfección de probo comisario
del plan quinquenal en alguna región perdida.
Por primera vez en mucho tiempo
el votante español, si fuera posible hacer abstracción
del “legado Ánsar”, podría afrontar una
contienda electoral en términos estrictamente políticos.
Y esto es gracias a Zapatero, pero también a Rajoy. Lamentablemente,
la pesada losa de lo que ha sido la acción de gobierno en
los últimos años lo va a impedir, de momento. Es lógico.
Votar a Rajoy es también convalidar la acción de gobierno
del Partido Popular, porque a fin de cuentas representa su legado:
desde el déficit cero a su visión de España,
desde la gestión de la crisis del Prestige o de las cuestiones
de defensa (operaciones humanitarias en Irak o Peregil, aviones
de la risa…) a la política económica, desde
la actitud demostrada durante las dramáticas jornadas que
marcan el fin de la legislatura a la recuperación de una
posición dominante a nivel europeo para el Real Madrid…
Votar a Rajoy es también mirar hacia atrás, inevitablemente.
Pero
es probable que, dentro de cuatro años, los electores podamos
disfrutar de un debate político sano, dedicado a debatir
ideas distintas, diferentes concepciones respecto de cómo
han de afrontarse y resolverse los problemas que surgen de la convivencia
en cualquier sociedad humana. Algo de esto ya hemos podido ver en
esta campaña. Y es de justicia reconocerlo como patrimonio
del candidato Mariano Rajoy.
ABP
(València)
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