ELECCIONES
GENERALES 2004
JOSÉ
LUIS RODRÍGUEZ ZAPATERO (PSOE)
Escribir
un perfil sobre José Luis Rodríguez Zapatero, candidato
a la Presidencia del Gobierno por el PSOE, no es tarea fácil.
A primera vista, los estudios comparativos más rigurosos
y responsables presentan tantas concomitancias, y de tanto calado,
entre Zapatero y el dictador alemán Adolf Hitler que a uno
le entran ganas de poner algún link a una
biografía de este último para no estar continuamente
repitiendo datos.
Y
sin embargo, un somero vistazo al programa electoral del PSOE en
estas elecciones produce perplejidad: ni una miserable mención
sobre qué hacer con los judíos, ningún insulto
dedicado a los comunistas, un cobarde silencio sobre la necesidad
imperiosa que España, “un país de 42 millones
de habitantes con alto poder adquisitivo”, tiene de recuperar
espacio vital a costa de sus vecinos, y mutis por el foro, incluso
buenas palabras, como todo planteamiento de partida para la guerra
de aniquilación que, tarde o temprano, España deberá
librar en el Este (claro que al Este de España sólo
hay agua, lo que dificultaría inicialmente las operaciones
militares, pero ¿por qué creen que Zapatero quiere
destruir España apoyando a un tripartito cuyo objetivo es
la independencia de Cataluña? ¡Para reconstruirla después
a hostias! Sin embargo, ¿no es un plan un tanto complicado?).
Por
tanto, y aunque un pensamiento así cause estupor, a primera
vista ni Zapatero ni el PSOE tienen nada que ver con Hitler. Un
recorrido por la biografía política del personaje
desde que fue aupado a la Secretaría General del PSOE en
su XXXV Congreso confirma esta impresión.
Zapatero
llega a la cúspide del poder en el PSOE por sorpresa, con
el apoyo de cuadros medios del partido, y aupado en su generación
(la que había “crecido políticamente”
en los años en que el PSOE se desinflaba a ojos vista, sin
que le diera tiempo a “tocar” poder, y acababa de asistir
a cómo los popes de la anterior generación, representados
por la mirada limpia de Almunia, arrastraban el partido por el fango
en 2000). Gracias al voto
trascendental de Balbás y Tamayo aventaja en nueve votos
al favorito, José Bono, que reconoce inmediatamente la victoria
de Zapatero y a continuación se dispone a conspirar los siguientes
cuatro años para moverlo del sillón, para así
llegar al poder en el PSOE en el momento más adecuado (las
elecciones de 2008).
Cuando Zapatero accede a la dirección
del PSOE, el panorama es ciertamente desalentador, mucho peor que
el que se encontraría Aznar en 1989 (dado que al menos el
partido de Aznar, el PP, no había experimentado el desgaste
del poder, sino únicamente el desgaste, mucho mayor, de no
tenerlo); todo el mundo asume que el objetivo del PSOE es asentarse,
mejorar posiciones en 2004 y buscar el Gobierno en el 2008.
Para
ello, Zapatero busca ganar respetabilidad entre el electorado, y
al mismo tiempo superar el discurso, claramente gastado, de los
estrategas clásicos del felipismo, articulados en torno al
grupo PRISA, que con clarividencia piden “caña a la
derecha”. Así que en sus primeros años Zapatero
hace una de sus mejores aportaciones a la política española,
desde mi punto de vista: el abandono de la brusquedad y el insulto
como vertebradores del discurso político, sustituidos por
la suavidad en las formas y una acendrada cultura pactista, que
en Suecia puede que vistan mucho, pero en España son vistas
por casi todos, o al menos por los medios de comunicación
que dicen representar a casi todos, como síntoma de ingenuidad,
debilidad y falta de hombría: José Luis Rodríguez
Zapatero es Bambi.
Ante el rodillo parlamentario del
PP y el abandono, por parte de José María Aznar, de
lo que le quedaba de tolerancia (más o menos hacia 2001 Aznar
se da cuenta de que ya no necesita a CiU, que ha conseguido muchas
cosas gracias a su personalidad, su inteligencia política
y su carisma, así que adopta dos decisiones: deja de pagar
la matrícula del curso CEAC “catalán para círculos
íntimos” y se dirige a su mujer con un castizo “Ana”,
en lugar del antiespañol “Anna” que llevaba utilizando
los últimos cinco años), Zapatero opone consenso.
Incluso en las situaciones más extremadas da la sensación
de que a Zapatero le importa más llegar a acuerdos con el
Gobierno que ejercer la crítica que se le supone como líder
de la oposición. El PP le ningunea, en su partido se desesperan
y la ciudadanía se ríe de él. Pero el hombre
persevera a pesar de todo.
Pero
la moderación en las formas termina súbitamente a
raíz de los dos principales errores del Gobierno en esta
Legislatura Absoluta: el desastre del Prestige
y, en particular, la Acción
Humanitaria. A partir de ahí Zapatero se convierte, de
la noche a la mañana, en un radikal. Sí, sí,
como lo oyen. El hombre que se acostó Bambi se despierta
radikal y, sobre todo, irresponsable, y se dispone a capitalizar
la manipulación a la que se ven sometidos el 90% de los españoles,
a los cuales de Enero a Septiembre de 2003, más o menos,
se les hace creer que las Armas de Destrucción Masiva de
Irak no existen y, de Octubre de 2003 hasta la actualidad, que Aznar
había dicho alguna vez que tenía pruebas de la existencia
de dichas Armas.
Tal
ejercicio de irresponsabilidad, sin embargo, no generó los
réditos electorales que correspondían a las expectativas
de los socialistas. Las Elecciones
Autonómicas de Mayo, a pesar de la ajustada victoria
del PSOE, mantuvieron a grandes rasgos el reparto de poder de las
anteriores de 1999, con la pérdida de Baleares
pero la importantísima (y ajustadísima) victoria de
la coalición PSOE – IU en la Comunidad
de Madrid.
Pero dos hombres buenos, indignados
ante la ya mentada radikalización de Zapatero, dos hombres
(bueno, un hombre y una mujer) que en su día apoyaron a Zapatero
con toda la fuerza de su corriente ideológica desde la FSM,
Tamayo y Sáez, se negaron a pasar por alto semejante indignidad:
el PSOE quería formar Gobierno con Izquierda Unida, como
llevaba afirmando meses, como había informado en el programa
electoral, pero sin avisarles a ellos en ningún momento.
Así que Tamayo y Sáez, ejerciendo toda la responsabilidad
que los ciudadanos, conscientes de que al votar la lista del PSOE
lo hacían por los números 13 y 44, habían depositado
en ellos, rompieron la disciplina de partido.
Ahí
comenzaron los problemas de Zapatero. Perder la Comunidad de Madrid,
la “joya de la corona”, el único rédito
electoral importante de las Autonómicas, era un desastre.
Pero hacerlo, además, dando un espectáculo de desunión
y mezquindades, sin ofrecer una respuesta contundente que purgara
responsabilidades dentro del partido y, en particular, de la FSM,
era mucho peor. El PSOE no fue capaz de ofrecer pruebas sólidas
a partir de los sospechosos vínculos de Tamayo y Sáez
con el PP (Tamayo hablaba con un constructor para informarse sobre
las condiciones de financiación más ventajosas de
su inminente dúplex; el constructor llamaba a un militante
del PP preguntándole si le importaba tener a Tamayo como
vecino una vez se casara –él, no Tamayo-; el militante
del PP, José Esteban Verdes, le contesta que por él
ningún problema y que, de hecho, le encantaría saludar
a su futuro vecino; así que le saluda nueve veces en dos
días, aprovecha para darle algunos consejos jurídicos
que no vienen al caso, y en los interludios invita a Ricardo Gómez
de Tejada, secretario general del PP en Madrid, a su boda –la
de Verdes, no la de Tamayo-), y lo que al final quedó de
esa crisis fue la impresión de que Zapatero era una curiosa
mezcla de radikal y Bambi, incapaz de capitalizar los errores del
Gobierno e incapaz de poner orden en su partido.
Cuatro
meses después, el PP recuperaba la mayoría absoluta
en la Comunidad de Madrid, y Esperanza Aguirre se apresuraba a cumplir
su promesa electoral: no más listas de espera en los hospitales
(pero un momento, sólo para madrileños; ahora que
lo pienso, sólo para madrileños empadronados a menos
de 100 m del hospital; y recuerden que la propuesta sólo
es válida para buenos madrileños, que voten al PP
y no a partidos en los que sólo cuenta el interés
particular).
La
victoria en las Autonómicas
de Cataluña, aunque fuera decepcionante y equívoca
(victoria por los pelos en votos, derrota por los pelos en escaños),
permitió que el PSOE se hiciera con el Gobierno de una comunidad
importante, situando al PPC en la más absoluta irrelevancia.
Con esta acción, dando entrada a los independentistas de
ERC en el gobierno, Zapatero, en calidad de President in pectore
de la Generalitat, dio un paso más en su carrera sin fin
hacia la irresponsabilidad, la irrelevancia y la irreverencia más
absolutas: con un 16% del electorado, un mísero 16%, ERC
dominaba la política catalana, la política española
y, como nos enteraríamos después, la política
de Euskal Herria, y lo que es más grave, se dispuso a llevar
adelante una reforma del Estatut que requeriría muy probablemente
la reforma de la Constitución, sin que importara dejar fuera
al importantísimo 12% del electorado que representa el PPC.
Acosado por el PP y sus compañeros
de partido, pero dando muestras de lucidez en la presentación
de sus propuestas electorales con la suficiente antelación
para llevar la iniciativa en la campaña, el brusco canto
del cisne de Zapatero pudo ser la noticia de que Josep Lluís
Carod Rovira, líder de ERC y conseller sense cap, se había
reunido con ETA en secreto a principios del mes de enero, acompañada
de la sospecha de que tras esa reunión podía haber
un pacto “Muerte total salvo en Cataluña” del
líder de ERC con los terroristas. En esta ocasión
Zapatero reaccionó con rapidez, condenó sin reservas
el hecho pero, además, exigió la salida de Carod Rovira
del gobierno catalán, que le fue concedida por Pasqual Maragall.
La
muestra de autoridad de Zapatero, pero sobre todo la a todas luces
excesiva reacción del PP (exigiendo la dimisión de
Carod, la dimisión de Maragall, la ruptura del tripartito
y, si se tercia, un Gobierno de concentración PSC –
CiU – PPC presidido por Piqué), parece haber conjurado
el efecto electoral de la noticia (y su posterior reverberación
con el anuncio de ETA de “Muerte total salvo en Cataluña”,
que parecía confirmar las sospechas apuntadas en el anterior
párrafo), y si me apuran ha dado lugar a un efecto paradójico:
Zapatero continúa impertérrito con su estilo sosegado,
y ha minimizado el peligro de verse afectado por las críticas
del PP como “líder de la coalición antiespañola”
prometiendo que gobernará sólo si resulta vencedor
en votos y que formará gobierno en solitario.
Por
el contrario, el PP se ha vuelto más y más histérico
en su campaña electoral, “encerrados con un Carod solo”,
presentando a Carod como medida de todas las cosas, introduciendo
incluso al muy moderado Mariano Rajoy en la vorágine y subsumiendo
las dos
campañas del PP (la moderada y centrada en la economía
de Rajoy por un lado, la histerizante de Unidad de Españaza
de todos los demás, por otro) en una: Zapatero es el Anticristo.
Una campaña clarividente, que vuelve a incidir en el extremismo
del que era, hasta hace un par de días, un mariposón
sin “lo que hay que tener” para dedicarse a la política,
y que se encarga por sí sola de movilizarle al PSOE su electorado
clásico mientras Zapatero les arranca votos de centro a cada
nueva barbaridad que suelta el PP.
La
vuelta a los peores momentos del Rodillo por parte del PP, alimentada
por el crecimiento en las encuestas, ha situado a José Luis
Rodríguez Zapatero en una situación muy placentera,
y sobre todo imprevista hace apenas dos meses: a estas alturas es
más que probable que supere los (ridículos) resultados
de Almunia en 2000, objetivo que le permitiría mantenerse
en el cargo de cara a las elecciones de 2008. A partir de allí,
todo lo que obtenga gracias a los errores, en campaña y en
la legislatura, del PP formará parte de su activo electoral:
su Umbral
de tolerancia, como ya indicamos, es lo suficientemente amplio
como para volver a ser Bambi mientras sus rivales conservadores
siguen afinando la Teoría de la locura considerada como una
de las Bellas Artes. Y si suena la flauta y gana las elecciones,
pues ni les cuento: España habrá vuelto a sorprender
al mundo con la creación de un dios Jano de la política:
soso y con carisma.
Guillermo
López (Valencia)
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