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Debate sobre los nacionalismos

La España plural contra el Real Madrid (I), por Estudiante Popota

“Se podrá decir que hay verdadera patria española cuando sea libertad en nosotros la necesidad de ser españoles, cuando todos lo seamos por querer serlo, queriéndolo porque lo seamos. Querer ser algo no es resignarse a serlo tan sólo.”
Miguel de Unamuno, “En torno al casticismo” (1895)

No hay duda de que el pérfido nacionalismo que amenaza la unidad de España es uno de los temas más tratados por la intelectualidad española en los últimos años, dividiéndose el apasionante debate en dos bandos irreconciliables que ejemplifican bien la historia española: por un lado, están los que creen que los “40 años de paz” han supuesto excesivos complejos a la hora de verbalizar una idea fuerte de España, y por el otro los que creen que hace 25 años el fascismo desapareció de España, zas, y con él el nacionalismo español, que es sin duda el pichichi de entre todos los peninsulares a la hora de conjugar el verbo repartir. A mí este debate me recuerda mucho al típico debate del simpar Calleja en CNN+, donde un invitado sostiene que Arzalluz siempre fue franquista mientras el otro, en aras de la pluralidad, sostiene que Arzalluz ayudó a fundar ETA.

En todo caso, es un debate digno de un país con la tradición cultural española, en el que el periódico más leído es el Marca. Por tanto, a la hora de empezar este debate, tenemos que empezar por el principio: los reyes son los padres.

LOS ÚLTIMOS 25 AÑOS

Los veinticinco años constitucionales son, sin duda alguna, los mejores de la historia reciente de España, puesto que constituyen un paso en la buena dirección: más Europa, más democracia, más descentralización y más de ese principio de subsidiariedad que es la base de todos los países civilizados –USA, Alemania o la futura Unión Europea-. Con la excepción vasca, la CE ha funcionado bastante bien a pesar de sus múltiples imperfecciones –darle a un ejército especializado en ganar únicamente las guerras que empieza en contra de su propia población el derecho a empezar otra, la no mención de la integración europea, la monarquía, las constantes hostias en el Tribunal Constitucional por asuntos de competencias entre administraciones, el tema del Senado, etc-, fomentando no sólo el crecimiento de España sino también evitando la desmembración en una circunstancia histórica desfavorable –en los últimos cincuenta años, se ha multiplicado por tres el número de estados-. Además, la apuesta por el auto-gobierno ha supuesto un significativo avance de la idea de España en las naciones menos proclives a ello, como la catalana y la vasca. Hay que añadir, también, que la efectividad de la transición se debe, entre otras muchas cosas, a un hecho: no la hicieron las víctimas del fascismo, porque entonces hubiera sido imposible que llegara a buen puerto.

A pesar de ello, hoy el anti-españolismo goza de una mala salud de hierro: ¿Cómo es posible? 1) Porque el auto-gobierno ha funcionado muy bien, y se quiere aumentar ese nivel de auto-gobierno; 2) Porque, como siempre en los últimos cien años, son los pérfidos y desleales separatistas los que llevan la delantera a la hora de plantear necesarias modernizaciones del Estado. Ese anti-españolismo se bifurca en dos: la no-España del separatismo y la España plural que defienden Maragall y, alehop, Ibarretxe y Carod-Rovira, aun cuando estos dos últimos tienen menos fe en el tema que el primero y, al igual que la mayoría de las poblaciones de sus territorios, prefieran la no-España a lo de siempre. Digamos que el nexo de unión entre ambas formas de anti-españolidad es una creencia difícil de desmentir: en España no acabará la transición hasta que el Madrid baje a Segunda.

Contra todo ello, el nacionalismo español ha opuesto dos vías de actuación: una basada en la política y otra basada en la demagogia. La política se refiere a la concepción de España, mientras que la demagógica presenta múltiples ejemplos, empezando por el aprovechamiento del drama del terrorismo para descalificar a los adversarios políticos de la mano de una presunta intelectualidad dirigida por ex-etarras y filosofastros cuyo mayor mérito es la relevancia que obtiene en los medios el combate entre cuál es el tamaño de letra mayor de entre todos ellos, mientras lo mejor de la cultura española se muere de asco. Los ejemplos de esa demagogia son múltiples, variados y, cómo no, desconocidos: a) Si Maragall plantea una eurorregión se le pone a caer de un burro, cuando dicha figura ya funciona, con sede y presupuesto, entre la Galicia de Fraga y Portugal o entre la Extremadura de Yasir Rodríguez Desbarra y el mismo país anti-español; b) Si Maragall plantea aprovechar los lazos históricos y culturales con otras regiones para promover el desarrollo es un imperialista con propuestas de la Edad Media, mientras que el desembarco de nuestros héroes empresariales en la América Latina es lo más de lo más; c) Si Ibarretxe quiere promocionar la CAV en el exterior es alta traición, mientras que si Albertito Ruiz- Gallardón firma acuerdos entre la CAM y el Estado de Florida es “beneficio por haber dejado de ser un país simpático”, d) Si se propugna una agencia tributaria para cada comunidad es separatismo, a pesar de que el PP la llevara en su programa electoral para Catalunya o e) Si se propone que los TSJ de las CC.AA. sean la máxima instancia judicial con el TS unificando doctrina (como sucede en los USA o en España en el ámbito de la jurisdicción laboral), lo cual haría que por ejemplo los temas mercantiles se resolvieran en dos años en lugar de cinco, también es aventurismo irresponsable. Y así, hasta el infinito: cualquier cosa que pase en cualquier orden excita el temor de los acomplejados que detrás de cada cosa ven un peligro para la unidad de España con una cosmovisión propia de Manolo el del Bombo.

HAY QUE LEER A LOS INTELECTUALES ESPAÑOLES

Vamos ahora con la basada en la política. La España plural es la que defendió Unamuno y que está recogida en la correspondencia que mantuvo con el poeta Joan Maragall, iniciada con el reconocimiento de este a la emergente generación del 98. Dicha correspondencia incluye preciosos pasajes como el momento en que el genio vasco muestra su apoyo al poeta después de los problemas que éste tuvo con los españatarras después de su “Visca Espanya!”, y le dice que no debería apoyar tal consigna por ser irrelevante para los españatarras al salir del cerebro y no “de ahí abajo”. Es una España opuesta a la de Ortega, a la radial, a la que consiste en una extensión de Madrid. Pero lo que es indudable es que las mejores cabezas de la historia del pensamiento español –el primer Unamuno que diseccionó el casticismo, no ese que acabó hundido en el “que inventen ellos”, el Machado de esa Castilla que desprecia cuanto ignora o incluso el propio Ortega que en la España invertebrada critica a los “patriotas con cabeza de cartón” que ven el problema en el separatismo cuando está en el poder central- desmienten de forma unánime la viabilidad de un proyecto español basado en algo que no tenga en cuenta las opiniones de los anti-españoles vascos y catalanes, y lo tenga en cuenta de una forma productiva –es decir, más allá de las políticas de ilegalizaciones y espionajes-.

Digamos que la España plural está basada en la actual Alemania: capitalidad política en Berlín, capitalidad de los órganos reguladores en Bonn, capitalidad financiera en Frankfurt, capitalidad industrial en Baviera o Wolfsburgh, capitalidad de los medios de comunicación en Colonia o Hamburgh y el Tribunal Constitucional, en Karlsruhe. Puede sonar muy raro, pero parece que dicho sistema funciona mejor que una jauría de tertulianos y un majestuoso y deportista Campechano a la hora de vertebrar y cohesionar un país, y eso por no hablar de los peligros que supone la concentración de poder que se está dando en Madrid en un país con los niveles de corrupción estructural que tiene España, con la notable excepción del País Vasco. Dicho proyecto, por cierto, es el que figura en el Libro de Estilo (Ed. Temas de hoy, 1996) del periódico de ese primer espada del periodismo de investigación llamado Pedro Jota, en el cual se dice lo siguiente (de www.javierortiz.net):

“«27ª Propuesta. España se estructurará como Estado federal. Las administraciones de las Comunidades Autónomas (CCAA) serán en sus respectivos territorios los órganos principales de la administración del Estado. La delimitación de las competencias entre el poder central y las CCAA se hará conforme al principio de subsidiaridad, de modo que el poder central asumirá sólo aquellas funciones que no puedan ser desempeñadas eficaz y solidariamente desde las CCAA. (...)

»28ª Propuesta. Referendos de autodeterminación. Definido el nuevo modelo de organización territorial, se celebrarán en todas y cada una de las CCAA referendos para su aprobación o rechazo. El nuevo modelo sólo podrá llevarse a la práctica si recibe la aprobación de la mayoría de los votantes de todas y cada una de las CCAA.

»Se reformará el Título VIII de la Constitución para adaptarlo al modelo federal de organización territorial del Estado.”

Como es obvio, dicho proyecto solivianta no poco a esos “infinitos españoleadores a sueldo de unos o de otros que hemos soportado durante el último medio siglo” (Fernando Savater, El País, 4/8/79), pero de momento dichas opiniones no son un criterio de verdad.

En la siguiente entrega, más: el separatismo de la oposición, el separatismo de los anti-españoles, el no al nacionalismo y, de postre, la conclusión.

Segunda parte

 
La Radio Definitiva