La
mala educación
Sieg
Heil, Camarada Almodovarich!
España en 2004 sufrió
un golpe de Estado. Tras más de dos décadas de democracia
(y no en todo el territorio español, puesto que en el País
Vasco no ha habido democracia por culpa de la lacra terrorista),
el país había permanecido unido sobreviviendo incluso
al felipismo. Y ese año se prometía feliz. El presidente
del gobierno, Ánsar, preparaba su retiro para después
irse a compartir un pisito en Londres con una actriz, Cayetana Guillén
Cuervo. Por su parte, Ana Botella se ponía mermelada en sus
partes, para que se las lamiera su pastor alemán, mientras
Ricky Martin esperaba en el armario de su dormitorio como parte
de una sorpresa que le había preparado Ruiz Gallardón.
Y, en el mundo de la cultura, Víctor Manuel promocionaba
su último disco mientras su amante, Aitana Sánchez
Gijón, decía sandeces sobre el futuro del cine español.
Todo era felicidad.
Sin embargo, los acontecimientos
se precipitaron un once de marzo. Ochenta terroristas vascos, entrenados
durante meses en Bagdad, cogían varios trenes de cercanías
de Madrid a primera hora de la mañana. Olvidaban tras de
sí una furgoneta con una cinta con versos del Corán
que formaba parte de los materiales didácticos de la asignatura
“Fronteras de Euskal Herria” que se imparte en las ikastolas.
Cargaban con trece mochilas repletas de “Ben Ami 3”,
el explosivo que viene usando este grupo terrorista desde sus atentados
contra Carrero Blanco y Melitón Manzanas. A las 7.35 de la
mañana, los terroristas activaron, mediante el plan 180 Minutos
Vodafone Euskadi, los teléfonos móviles que detonaron
las mochilas. Como parte de su estrategia de distracción,
acto seguido Otegi negó que fuera cosa de ETA, los etarras
se tiñeron la piel, falsificaron pasaportes marroquíes
y ocultaron sus planos de la estación de Atocha en un piso
franco en Rabat.
Alertado por la situación,
el PP preparó un golpe de Estado el sábado 13 por
la noche, en víspera de las elecciones generales. No obstante,
el Rey de España, Juan Carlos I, dio un puñetazo en
la mesa y se opuso enérgicamente a firmar el decreto de estado
de excepción. Con el tono resolutivo y decidido que siempre
muestra en privado ante estas crisis, el monarca se volvió
a poner del lado del más abyecto felipismo y paró
a quienes, entendió él, atentaban contra la Constitución,
aquélla que había parido él solito y por la
que se había enfrentado a Franco. Éste fue el último
intento del PP por salvar a la Patria antes de que el PNSOE (Partido
Nacional Socialista Obrero Español) llegara al poder. Lo
había aventurado el PP días atrás y todo el
mundo les había tomado por locos, pero, al final, el tiempo
acababa, como siempre, dándoles la razón: la fuerte
abstención registrada en España dio la victoria a
los socialistas, de un modo similar a como ocurrió con la
llegada de Hitler a la cancillería de Alemania.
En los días inmediatos a
la injusta victoria del PNSOE, empezaron a saberse algunas cosas
de la trama oculta. Dos valientes periodistas de la Cadena Ser,
emulando a aquellos reporteros del Washington Post que se cargaron
a Nixon, decidieron destapar toda la verdad de lo ocurrido en la
redacción de la emisora de radio para demostrar que el verdadero
presidente del gobierno, Jesús de Polanco, era una alimaña
vil y enemigo de la Patria. Por su parte, en la otra orilla, el
nuevo periodista oficial del régimen, el Jaime de Andrade
del reciente cine español, el Camarada Petrovich Almodovarich
ofrecía una rueda de prensa para informar de los entresijos
del intento de golpe de estado popular. Ello le mereció un
encendido artículo de Alfonso Ussía, en que defendía
la tesis de que a Almodóvar no le cabía ya tanto semen
en el cerebro de tantos menores que se había tirado y que
seguía tirándose.
Todo esto ocurrió en un país, antaño simpático,
hogaño disparatado. Para que luego digan que la política
es aburrida. Y, de repente, la derecha española descubre
que Almodóvar es un director “horroroso”. De
hecho, la caverna ya ha mostrado su postura respecto a “La
mala educación”: es una mierda de película,
así que no hace falta ir a verla. Más o menos la misma
elaborada opinión que frente a “La
pelota vasca”. No obstante, la caverna tiene un problema:
Almodóvar no es Aitana Sánchez Gijón. Es decir,
Almodóvar es un tío listo. Y lo último que
ha hecho el director oficial del régimen es preparar una
campaña de marketing que le asegure un lleno en las salas
de proyección. Porque Almodóvar ha decidido sacar
sus demonios personales y arremeter contra la derechona española,
eso sí, sin olvidar a su público yanqui.
“La mala educación”
trata de los abusos sexuales cometidos en los colegios religiosos
durante el franquismo. Preocupado por su mercado estadounidense,
el manchego ha partido de un tema local para darle lecturas que
se puedan comprender en el país de McDonald: los abusos sexuales
y la pederastia es algo que está muy de moda por allá,
por lo que el sentido de la oportunidad de Almodóvar vuelve
a brillar con luz propia. Si a ello le añadimos que las referencias
locales son las justas, ya tenemos lo que quiere Almodóvar:
no presentarse como un director español, sino como un director
europeo. Es fácil entender las reticencias de Almodóvar
a la hora de que se le considere parte de un grupo en el que estarían
Víctor Manuel, El Gran Wyoming o José Luis García
Sánchez. Almodóvar prefiere formar parte del club
de Loach, Frears o incluso Kiarostami. Es comprensible.
Almodóvar sabe vender muy
bien sus películas. Tras el 11-M anunció que el estreno
de su cinta se aplazaba una semana como muestra de dolor por las
víctimas del atentado. Vista la nula repercusión que
había tenido tal anuncio en la prensa, y preocupado porque
su film se estrenase sin pena ni gloria, pasó a un ataque
más feroz al no sólo hacerse eco de un rumor en una
rueda de prensa ante medios extranjeros, sino también hacer
válido tal rumor del golpe de estado. Almodóvar era
así el artista netamente europeo, ese artista comprometido,
cuyo arte está estrechamente relacionado con la verdad, ese
artista que ve y denuncia los excesos de poder sin importarle las
posibles represalias, ese Zola que acusa al gobierno de turno de
las tropelías que se cometen en nombre de la democracia.
La prensa entonces sí se hizo eco. Hasta tal punto que Almodóvar
pidió después disculpas. Pero ya sabemos cómo
es la prensa. Si tiras la piedra, cuatro columnas. Si rectificas,
un breve en el apartado de televisión.
El objetivo está cumplido. Las salas se llenan para ver el
último Almodóvar. Y en este país se respira
de modo diferente. No vamos a decir que la película es lo
mejor que ha hecho Almodóvar. No. Tenemos que reconocer que
nosotros hemos sido manipulados por la Cadena Ser y que, por eso,
nos ha gustado la película. El guión está muy
bien articulado (mucho mejor que en el desastre de “Hable
con ella”), la puesta en escena es impecable, los diálogos
no chirrían tanto como es habitual en Almodovarich. Pero,
claro, todo esto sucede no por las virtudes de la peli, sino por
el control mental al que hemos sido sometidos todos los españoles
desde el día de las elecciones y que ha hecho que votemos
lo que votamos y que nos gusten las películas que nos gustan.
Porque, ojo, “La mala educación” está
rodada durante el Ansarismo, pero podemos decir que es la primera
película del Zapaterismo. Ahí está el mensaje
de los nuevos tiempos: maricones, putas, travestis, anticlericalismo,
ruptura familiar, antifranquismo, en definitiva, todos esos valores
que presagian la ruptura de nuestra gran nación, esos valores
que atentan contra nuestra Constitución, que ponen en solfa
los pilares sobre los que hemos edificado nuestra convivencia. El
futuro de la Patria no es que esté en juego. Es que está
ya perdido.
Manuel de la
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