La
pelota vasca
Ahí
va la hostia, Julio
Llega
a las salas comerciales la última película de Julio
Medem. Tras el derroche de tetas y culos de "Lucía y
el sexo", muchos eran los fanáticos que esperaban una
nueva entrega de este estilo. Pero no. Julio Medem llega con "La
pelota vasca", un documental de testimonios sobre la situación
política en el País Vasco. Y la película llega
precedida por una artificiosa polémica. Vamos, ni que España
fuese Estados Unidos, ni que Julio Medem fuera Michael Moore, y
ni que "La pelota vasca" fuera "Bowling for Columbine".
Porque la película de Medem aburre, además de no aportar
nada nuevo a la cuestión vasca.
Se está alabando en muchos foros la valentía de Medem
por acometer este proyecto. Y uno no puede más que quedarse
perplejo. Porque, como la mayoría de las polémicas
en torno a productos culturales que surgen en España, el
punto de arranque de la controversia no es el discurso del producto,
sino una especie de rencilla idiota agrandada, en este caso, por
la actitud de un gobierno, el de Aznar, empeñado en que productos
como el de Medem, condenado a un circuito minoritario, se conviertan
en taquillazos por el morbo de la situación.
Todo
arranca, por lo visto, cuando se proyecta la película por
primera vez en el 51 Festival de Cine de San Sebastián. Dos
de las personalidades entrevistadas, Iñaki Ezkerra y Gotzone
Mora, piden que se retire su participación, al discrepar
con el resultado de la película. El altavoz entonces lo ponen
dos ministros del gobierno, Ángel Acebes y Pilar del Castillo,
quienes vienen a decir, sin haber visto la película, que
no se puede dar comprensión ni cobertura al terrorismo desde
ningún ámbito. A partir de ahí se suceden el
cruce de declaraciones y las adhesiones y críticas a la película
de Medem (y el documental sin estrenar, es decir, sin que casi nadie
lo haya visto).
Y es
importante este dato porque la película, tras verla, se queda
no como un film valiente, sino incluso cobarde. Porque con la cantidad
de caras que tiene el prisma vasco, con la cantidad de enfoques,
puntos de vista y matices, y teniendo en cuenta la duración
del documental (casi dos horas), uno sale de la proyección
con la sensación de haber visto una película bien
montada pero en la que no se ha aprendido nada nuevo. Porque todo
lo que se dice en la película está más que
comentado en los medios de comunicación, y no se produce
ningún acercamiento exhaustivo (tan solo una aproximación
sentimental) a los distintos ejes del film:
- el
antropológico y lingüístico. Medem destaca toda
la retahíla de afirmaciones tópicas sobre el euskera
(su antigüedad, su origen desconocido) a modo de muestreo turístico,
así como los comentarios referidos al pueblo vasco, considerado
como "el único pueblo indígena de Europa".
- el histórico. El trazado que se hace por la historia de
ETA es tan resumido como simple, y no digamos ya por la historia
del nacionalismo vasco, que se concentra en un par de comentarios
sobre el carlismo y Sabino Arana (de quien se resalta, por cierto,
su racismo).
- el político. Aquí nadie realiza una análisis
que vaya más allá de los escuchados mil veces en las
tertulias radiofónicas. La solución que aporta la
película es el diálogo, pero visto como algo abstracto,
ya que no se define por una fórmula concreta de principio.
Es tan ambiguo el asunto, que hasta Arnaldo Otegi parece un demócrata
convencido cuando dice que "estoy seguro de que si dialogamos,
todos tendríamos que pedir perdón por algo".
Sigue sorprendiendo la polémica si pensamos que "La
pelota vasca" parece un documental institucional. Casi todos
los testimonios que vemos en la pantalla son de personajes políticos
de primer orden (aparecen, por ejemplo, Felipe González,
Arzalluz, Otegi, Ibarretxe, Benegas, Ardanza), de periodistas reputados
(Iñaki Gabilondo, Javier Angulo) y gente del mundo de la
cultura con mayor presencia en los medios de comunicación
(Atxaga, Muguruza). En definitiva, pocas voces originales y, como
consecuencia, pocos testimonios que ofrezcan un punto de vista verdaderamente
alternativo. En este sentido, un tema tan delicado como el de la
tortura policial más cruel aparece totalmente desdibujado,
al ser constatado por una sola voz y de una manera entrecortada.
Medem parece darle la razón a González cuando éste
afirma que el asunto de la tortura policial se ha exagerado mucho.
Es decir, que no aparecen conclusiones interesantes (ni a favor
ni en contra), por el escaso rigor ofrecido.
El
siguiente problema, que se deriva de lo que acabamos de comentar,
es lo que se cuenta. Porque al haber tanto político por metro
cuadrado, llega un momento en que uno cree que está viendo
"Sonrisas y lágrimas": todo el mundo es bueno,
todos tienen razón, aunque, al mismo tiempo, todos reconocen
sus errores y estarían incluso dispuestos a escuchar a los
demás. Porque a un político sólo hay que ponerle
una cámara y decirle que se va a rodar un documental largo
para el cine, para que se meta en su papel y asuma el papel de niño
bueno. Arzalluz y Otegi realizan una actuación sensacional
en este sentido.
Es
una lástima, en conclusión, que se saque tan poca
punta al asunto. Muchos temas se tocan, pero apenas se abordan con
un mínimo de profundidad. Así, la participación
del clero en Euskadi es otro de los grandes temas que apenas aparecen
en boceto. O la "kale borroka". O el GAL. O la tregua
de ETA. Acabamos la película con la sensación de haber
visto un informativo de cerca de dos horas. Se dice que Medem ha
intentado una fórmula de diálogo para resolver el
conflicto. El esfuerzo es loable. Los resultados, una película
poco analítica y llena de monólogos políticos,
no aclaran gran cosa. Otro tema es el rendimiento electoral que
pretenda sacar el Partido Popular atacando una película sin
verla. Cualquier excusa es buena. Para eso no hacía falta
un documental de dos horas.
Manuel
de la Fuente
|