Bud
Spencer y Terence Hill
La renovación de la comedia
Hablar
de Bud Spencer y Terence Hill suele ser un ejercicio que se queda
en la superficie de su talento y su aportación al mundo del
cine. Renovadores absolutos de la comedia en un momento, los años
70, en que el género parecía anquilosado, Bud Spencer
y Terence Hill se inscriben en la lista de nombres que, junto con
Blake Edwards y Jerry Lewis, consiguieron, durante esos años,
darle nuevos aires.
Bud
Spencer es el pseudónimo de Carlo Pedersoli. Nació
en Nápoles en 1929 y, como todo gran actor que se precie,
aterrizó en el cine sin querer. Porque Carlo tiene estudios
de Químicas en la Universidad de Roma y es licenciado en
Derecho, amén de realizar viajes a Estados Unidos y Sudamérica
en los que amplía sus inquietudes culturales. Además,
fue en su juventud un gran nadador. Consiguió ser durante
diez años campeón de Italia en los 100 metros libres
y representó a su país en los Juegos Olímpicos
de Helsinki (1952) y Melbourne (1956) en natación y waterpolo.
Vamos, un auténtico hombre del Renacimiento. Una personalidad
de este talento (se nos olvidaba decir que habla seis idiomas) no
podía pasar desapercibida en el mundo del cine. Tras hacer
algunos cameos poco serios en los que Carlo se fijaba detalladamente
en los matices interpretativos de los actores del celuloide, en
1967, Giuseppe Colizzi le ofreció protagonizar su película
"Tú perdonas
yo no". Desde que Griffith
descubriera a Lillian Gish, el mundo del cine no había asistido
al descubrimiento de un talento similar. Carlo tuvo que cambiar
su nombre y se puso Bud (que en inglés significa "capullo
de flor", una palabra que definía su aspecto físico)
Spencer (por Spencer Tracy). No se rían, no, que Bud Spencer
es mucho más inteligente de lo que pudiera parecer, y con
ese alias, consiguió su sueño de rendir homenaje haciendo
aún más internacional a su admirado Spencer Tracy.
Terence
Hill (Mario Girotti) tiene, por su parte, una biografía más
ajetreada y un tanto marcada por la tragedia, lo que se trasladaría
a la pantalla. Pensemos en el carácter más reflexivo
e intelectual de Hill, que no se pega de buenas a primeras, utiliza
más la cabeza y arrastra, en definitiva, un sentimiento más
existencial de la vida en las películas del dúo. Terence
nació en Venecia en 1939. Con un desarrollo intelectual inferior
al de Bud (sólo estudió Literatura Clásica
Latina en la Universidad de Roma durante tres años), pero
con una conciencia mayor del sentido último de la existencia
(uno de sus hijos murió en accidente de coche), tras algunas
apariciones en películas como "El gatopardo" de
Visconti, decidió hacer cine de verdad y aterrizó
también en "Tú perdonas
yo no", plantando
la semilla, junto con Bud Spencer, de lo que sería una de
las páginas más gloriosas del Séptimo Arte.
Como
vemos, dos personas preparadas, con un talento enorme, dos diamantes
en bruto a los que sólo hacía falta pulir. Tras limar
esta riqueza en películas de importancia únicamente
testimonial e historiográfica, su reconocimiento tanto artístico
como comercial les llegaría en 1970 con "Le llamaban
Trinidad", de E.B. Clucher (Enzo Barboni).
Western
complejo donde los haya, con un dibujo de personajes que huye del
maniqueísmo (ambos representan el papel de dos hermanos que
tan pronto están a favor como en contra de la ley, según
sus intereses personales y egoístas), y un montaje que no
esconde los aspectos de la vida cotidiana de los protagonistas,
"Le llamaban Trinidad" es uno de los más claros
exponentes del llamado "spaghetti western". La película
tuvo un éxito arrollador y sentó las bases de una
fórmula que repetirían en un sinfín de grandes
películas, sin caer (y aquí radica la grandeza del
arte de Terence Hill y Bud Spencer) en la monotonía ni la
redundancia.
Mucho
se ha hablado de los puñetazos de Bud Spencer y Terence Hill.
Si bien ambos tienen estilos definidos y diferenciados (el primero
más visceral e inmune a los golpes recibidos, el segundo
más vulnerable pero también más inteligente),
pocas veces se ha reparado en esta circunstancia, de la misma manera
que, incomprensiblemente, poquísimo se ha hablado de sus
influencias. El golpe constituye, desde los orígenes del
cine cómico, un elemento primordial de transgresión.
Desde las películas de Chaplin,
Keaton y Laurel y Hardy hasta las de Bud Spencer y Terence Hill
se desarrolla toda una línea de cómicos en todas las
manifestaciones de la cultura popular del siglo XX que utilizan
el golpe como expresión de descontento del orden social impuesto.
Terence Hill y Bud Spencer (al igual que Asterix y Obelix) no dan
mamporros de forma gratuita. No. Siempre golpean a malvados sin
escrúpulos, gángsters corruptos o, simplemente, desaprensivos
que intentan abusar de los más desfavorecidos y de los débiles.
La orgía de tortazos en que suelen acabar las películas
de Terence Hill y Bud Spencer simbolizan la catarsis en la que se
refleja todo espectador sensible a la realidad social que nos circunda.
Muchas veces se ha frivolizado con estas películas considerando
que eran un burdo entretenimiento carente de fondo. En absoluto.
Los films de Terence Hill y Bud Spencer son auténticas bombas
de relojería cargadas de mensajes subversivos y revolucionarios.
A "Le
llamaban Trinidad" le siguieron una serie de películas
en que el humor de ambos se iba haciendo más complejo y,
también, ciertamente más melancólico y desesperado.
Veamos sus obras más significativas.
- "Y
si no, nos enfadamos" (1973). Otra de las cimas de su filmografía.
Terence Hill y Bud Spencer se enfrentan a un peligroso clan de mafiosos
por haberles destrozado el coche. Bajo este leve pretexto narrativo,
la película desarrolla una serie de valores como el triunfo
del trabajo y la voluntad (los protagonistas no se rinden en reivindicar
lo que es suyo), la camaradería y la amistad (ayudan a su
amigo el mecánico) o la necesidad de que se imponga la justicia
(puesto que al final los malos tienen que ceder a sus exigencias).
Todo esto sazonado con algunas secuencias antológicas de
humor (la apuesta de las salchichas y las cervezas, los ensayos
del coro o la pelea en el gimnasio) y con la presencia de un secundario
de lujo como Donald Pleasance. Sin olvidar hilarantes líneas
de diálogo como la de "Devuélvenos nuestro cochecito"
que actúan de contrapunto cómico en la gravedad de
las situaciones. Por cierto, también maravillosa la banda
sonora con la divertidísima canción "Dune Buggy",
escrita por Guido y Maurizio de Angelis
- "Par
impar" (1978). Tras realizar "Dos misioneros" y "Dos
superpolicías" en las que abordan con humor dos temas
tan delicados como el de la religión y la seguridad ciudadana,
se embarcan, a las órdenes de Sergio Corbucci, otro de sus
grandes directores, en esta película que disecciona con la
sutileza de un bisturí la corrupción en el mundo del
juego y, por extensión, la naturaleza corrupta del ser humano.
Película dotada de muy mala leche en la que no salvan a nadie
de la quema (ambos hacen el papel de hermanos que tienen un padre
que se hace pasar por ciego para huir de unos matones a los que
les debe dinero), la estructura sigue una progresión in
crescendo que permite al espectador zambullirse en ese mundo
de degradación moral: desde la secuencia inicial de Terence
Hill jugando en un bar a una máquina de pinball, hasta los
juegos más desarrollados de los casinos y los deportes amañados,
asistimos a un duro retrato de la crudeza de los tiempos modernos.
Para la antología del mejor cine cómico quedan secuencias
como la del carrito y el helado de pistacho, un sutil homenaje a
"Sopa de ganso", de los hermanos Marx.
- En
los 80, Terence Hill y Bud Spencer ahondan en sus temas favoritos:
el valor de la amistad por encima de todo ("Quien tiene un
amigo, tiene un tesoro"), las reivindicaciones ecologistas
("Estoy con los hipopótamos") o la denuncia social
("Dos superpolicías en Miami").
Con
la llegada de los 90, el peso de la edad no perdona, y Bud Spencer
y Terence Hill se ven obligados a abandonar, a pesar de alguna última
incursión de poco éxito comercial. Empujados por las
nuevas hordas de comedias tontas de adolescentes ambientadas en
universidades americanas, el nuevo público prefiere las frivolidades
de Hollywood frente al inteligente humor del cine europeo (que no
renuncia a sus influencias americanas en un saludable ejercicio
de mestizaje cultural) que proponen Terence Hill y Bud Spencer.
Los últimos años 80 y los primeros 90, con la ola
de neoconservadurismo que se vive en los Estados Unidos (los Rambos
dan fe de ello) hacen que el humor corrosivo, cínico y destructivo
de Terence Hill y Bud Spencer deje de tener una buena acogida.
Con
todo, pensamos que aún no se les ha brindado a Bud Spencer
y Terence Hill un reconocimiento como merecen. La historia de siempre
vuelve a repetirse y parece ser que de nuevo tendremos que esperar
a que sean ancianos para que algún festival europeo como
Cannes o Venecia ofrezca una retrospectiva de su obra. El homenaje
final aún no ha llegado, y confiamos en la sensibilidad de
alguna filmoteca para evitar el olvido de estos grandes cómicos.
Las aportaciones a la comedia moderna han sido tantas por parte
de Bud Spencer y Terence Hill que sería una pena que tuviésemos
que lamentarnos, todos los amantes del cine, con homenajes póstumos.
Esperemos que eso no ocurra.
Manuel
de la Fuente
|