El
gran dictador (EE.UU., 1940)
"Había que reírse de Hitler"
Con
esta frase, una auténtica declaración de principios,
Chaplin llegó a expresar muchos matices que concentran la
génesis y desarrollo de "El gran dictador", una
de las cimas de un cierto tipo de cine "político"
y, ante todo, un film valiente, transgresor y moderno que, adelantándose
irremediablemente a su tiempo, sigue sorprendiendo por la virulencia
y lucidez con que desenmascara no sólo los regímenes
fascistas de Europa en los años 30-40, sino también
cualquier forma de autoridad desmesurada que ejerce su superioridad
sobre los sectores más débiles e indefensos. La restauración
y reposición de esta cinta nos vuelve a descubrir al gran
intelectual que fue Charles Chaplin.
Ambientada
a finales de los años 30 en el imaginario país de
Tomeinia (trasunto ficticio de Alemania), la película cuenta,
mediante una estructura narrativa de secuencias paralelas, por un
lado, el sufrimiento del pueblo judío en un ghetto cualquiera
a finales de los años 30, focalizado a través de un
barbero -judío, naturalmente- que ha vivido ajeno a los cambios
políticos de los últimos dos decenios debido a una
amnesia producida por una herida de guerra en la Primera Guerra
Mundial. Por otra parte, asistimos a la actividad política
(tan banal y estúpida como miserable y peligrosa) de Adenoid
Hynkel (Astolfo Hynkel en la versión española), el
dictador de Tomeinia cuyo ego le lleva a jugar con un globo terráqueo
de plástico para imaginarse dueño del mundo (en una
celebérrima secuencia con el "Lohengrin" de Wagner
sonando de fondo).
Pero,
ante todo, hay que reparar en un hecho poco recordado de "El
gran dictador", y es la valentía a la que nos hemos
referido antes. El año de estreno, 1940, nos dice muchas
cosas a este respecto. Haciendo un repaso histórico grosso
modo, cuando se estaba rodando la película (que empezó
a escribirse en 1937), aún no había estallado la Segunda
Guerra Mundial. Alemania y la URSS habían firmado un Tratado
que garantizaba la no agresión, Inglaterra y Francia asistían
impávidas a las fugaces anexiones territoriales de Hitler,
Estados Unidos ni siquiera sabía lo que sucedía en
Europa, y Hitler era, en definitiva, un gran estadista que había
liderado la recuperación moral y económica de una
Alemania fracasada en su intento de democracia de Weimar. En este
sentido, toda la obviedad crítica que puede contener hoy
la película no lo era, ni mucho menos, en la época
en que se rodó. El caso de Chaplin es único en denunciar
de una manera tan contundente y clara el régimen de Hitler
en esas fechas e incluso de preconizar las aspiraciones políticas
reales del dictador (la citada escena del globo terráqueo).
Si no tenemos en cuenta estas circunstancias, es difícil
(e incluso, con todo, resulta extraño aún) comprender
las dificultades para estrenar el film. El mismo Chaplin lo cuenta
en su autobiografía:
"Cuando
estaba a mitad de rodaje de "The Great Dictator" empecé
a recibir alarmantes recados de la United Artists. Les habían
advertido por mediación de la Hays Office que tendría
roces con la censura. También la oficina de Londres estaba
muy preocupada con respecto a una película antihitleriana
y dudaba que pudiera ser proyectada en Inglaterra. Pero yo estaba
decidido a continuar, pues había que reírse de Hitler.
Si hubiera tenido conocimiento de los horrores de los campos de
concentración alemanes no hubiera podido rodar "The
Great Dictator": no habría tomado a burla la demencia
homicida de los nazis. Sin embargo, estaba decidido a ridiculizar
su absurda mística en relación con una raza de sangre
pura (
) De Nueva York llegaban más cartas llenas de
preocupación rogándome que no hiciera la película
y afirmando que no se exhibiría ni en Inglaterra ni en América.
Pero yo estaba decidido a hacerla, aun cuando tuviera que alquilar
por mi cuenta salas para proyectarla".
La
rapidez de los acontecimientos en la guerra, la pronta apertura
de nuevos frentes y la consecuente toma de posiciones, confirmaron
el acertado punto de vista de Chaplin al denunciar la megalomanía
fascista. No obstante, esta osadía y navegación contra
corriente de Chaplin supondrían el principio definitivo de
sus problemas en EE.UU. que películas posteriores como "Monsieur
Verdoux" o "Candilejas" convertirían en irreversibles.
Y,
por otra parte, muchos sectores de la crítica han tardado
décadas en reconocer el valor de la película. Argumentos
tan increíbles como la idealización de los planos
del interior del campo de concentración en que el barbero
duerme en una cama para él solo y que puede enviar y recibir
correspondencia con normalidad, son críticas que han llegado
a formularse y que hoy nos parecen alucinantes, como si el funcionamiento
de los campos de concentración (no digamos ya los de exterminio
que no empezaron a funcionar de manera sistemática hasta
1941) fuese bien conocido a finales de los años 30.
Con
todo, Chaplin lleva hasta extremos nunca antes explorados su entendimiento
del humor, y más concretamente del "slapstick",
como rebeldía contra la autoridad. Si en los años
10-20, los porrazos y tartazos se los llevaban los policías
de la Keystone o las damas de la alta sociedad, en esta ocasión,
son las tropas de las SS las que reciben su ración de golpes.
Si antes el vagabundo era objeto de desprecio porque era diferente,
porque no tenía trabajo, ahora es el judío el diferente,
al que la sociedad no le permite tener un establecimiento porque
no es ario. En definitiva, si la sociedad occidental de los años
20 estaba controlada por unas fuerzas opresivas un tanto difusas,
simbolizadas por arquetipos como el millonario orondo, la dama altiva
y orgullosa, el policía agresivo o la casera malhumorada,
las fuerzas opresivas fascistas de los años 30 no dejan de
estar un tanto difuminadas porque es difícil determinar el
último punto de la responsabilidad de la barbarie, pero sí
se pone en evidencia la responsabilidad de todos los estamentos
por su parte de culpa: si un SS recibe un sartenazo (como los pastelazos
de las comedias mudas), esto supone el ajuste de cuentas y la responsabilidad
indicada por el cineasta, de tal manera que nadie puede eludir su
parte de culpa en la locura hitleriana, bien sea por acción
o por omisión.
El payaso, el clown, muestra de una manera más evidente que
nunca en "The Great Dictator" el valor de su rol como
denunciante de la situación, de las lacras del sistema idealizado
por las clases dirigentes. El buen cómico no es el que más
hace reír, sino el que mejor muestra con sus payasadas las
contradicciones de la sociedad moderna y la pusilanimidad de las
acciones de las fuerzas del orden. Chaplin nos enseña cuál
es el auténtico valor del payaso, la transgresión
que conlleva una reflexión crítica que muestra el
subsuelo de nuestra realidad. Maestro de payasos contemporáneos,
desde Jerry Lewis hasta Dario Fo, Chaplin apuesta por la valentía
en sus obras, ya que si éstas incomodan (ya sea a las dictaduras
o a los gobiernos democráticos que quieren evitar una confrontación
armada) es porque la diana está bien situada y los dardos
calibrados acertadamente.
No
hay nada que sobre en la película de Chaplin. Secuencias
antológicas que muestran su talento absoluto para el mimo
y la ridiculización (el primer discurso de Hynkel ante las
masas es insuperable por su valor caricaturesco y la efectividad
de su denuncia de la parafernalia nazi), su parodia de los motivos
mezquinos que encierran las negociaciones de la "alta política"
(la reunión entre Hynkel y Napoloni), todo ello contrastado
con la angustia de las secuencias del ghetto que sólo están
subrayadas por un fino humor. La sal gruesa se la reserva para Hynkel.
Y, como colofón, el discurso final, un canto a la hermandad
y unión entre los pueblos del mundo y una llamada para el
cese de las hostilidades sean del color que sean. El payaso mudo
habla, y lo hace en un llamamiento universal de reconciliación
para un uso constructivo del progreso.
Después
de "El gran dictador", se abriría poco a poco un
camino en que la risa también podía vehicular un discurso
crítico hacia lo que supuso el nazismo: cintas como "Ser
o no ser", de Lubitsch, "¿Dónde está
el frente?", de Jerry Lewis o, más recientemente, "La
vida es bella", de Benigni siguen el camino trazado por Chaplin,
el de la burla más feroz combinada con una fina ironía
sobre la condición humana. La reposición de esta película
es una invitación a reír y a reflexionar. Lástima
que en España esta reposición haya caído a
cargo de Manga Films, la distribuidora catalana experta en los más
increíbles desaguisados en la distribución y edición
de películas. En nuestro país nos tenemos que contentar
con una copia que no está restaurada y con un cartel promocional
que muestra un plano de Hynkel en el que se lee "Por una globalización
feliz e igualitaria". En fin. Que todas estas cosas no sirvan
de freno para volver a ver la que fue la primera cinta sonora del
gran cineasta londinense.
MS
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