27-M (I): ¿Dónde se vota?

Dentro de más o menos cuatro semanas, el próximo 27 de mayo de 2007, se celebran elecciones municipales en toda España y autonómicas en una parte importante del país. País Vasco, Cataluña, Andalucía y Galicia, al disponer desde la primera hora en sus Estatutos de la posibilidad de disolución del Parlamento por parte del Presidente regional y de la convocatoria correspondiente de elecciones anticipadas, tienen sus tiempos políticos propios, realidad a la que se irán sumando el resto de las Comunidades Autónomas, previsiblemente, a medida que se generalice este régimen, como ya ha empezado a ocurrir, con la nueva hornada de Estatutos. Así pues, frente a un modelo semejante al de las elecciones municipales, que permite dar un mayor relieve político y centrar el interés mediático en las elecciones (dado que se ventilan a escala nacional, como es evidente, quedan «contaminadas» de las discusiones políticas generales), ganar la atención de la opinión pública en definitiva y fomentar su participación e implicación pero que como contrapartida desplaza el foco a problemas de campaña más propios de una contienda electoral a escala nacional, la evolución de nuestro modelo autonómico permite comprobar, una vez más, que la dinámica federalizante es el verdadero leitmotiv de nuestro modelo de organización territorial del Estado. Así que vamos hacia donde vamos, pero, ¿es una dinámica constitucional y socialmente positiva?

Recientemente recordaba el profesor Martínez Sospedra que la (hasta la fecha) nuestra es una pauta poco frecuente en los países de nuestro entorno, incluso, en lo que se refiere a las propias elecciones municipales. No es del todo cierto como norma general (pensemos, por ejemplo, en Francia), pero sí lo es si el término de comparación son las naciones que tienen un modelo de distribución territorial del poder político más o menos generoso. La cuestión es que, frente a una costumbre como la nuestra, donde vemos «normal» que las elecciones locales y autonómicas se agrupen y que nos hace encontrar mil y una razones para justificar que así sea (desde el coste excesivo que se teme suponga la dispersión de campañas a un supuesto mayor relieve que se concedería por la vía de agrupar elecciones a la política de proximidad, dado que ocuparía un mayor espacio en medios y ganaría importancia en la vida pública), existen experiencias (y son más la norma que la excepción, sobre todo si nos comparamos con los países que, como el nuestro, dividen el ejercicio del poder político en diversos niveles) que potencian una gran dispersión. ¿Acaso no querrá decir esto que la extrañeza y poco entusiasmo con que asistimos los ciudadanos españoles a la perspectiva de la multiplicación de las fechas electorales es más fruto de que nos hemos habituado muy rápido a un modelo y nos da pereza siquiera pensar en otras alternativas?

Pues probablemente. En todo caso, conviene señalar desde un primer momento que social y constitucionalmente nada se opone a ir cambiando de paradigma. Que, es más, parece más coherente favorecer esta transformación. Porque, en primer lugar, toda atención o relieve que ganen las contiendas electorales autonómicas (o locales) por la vía de que, en el fondo, pierdan esa naturaleza que les es propia para convertirse en un remedo de primarias o de segunda vuelta de elecciones nacionales, si bien es cierto que sí las puede convertir en «más importantes», lo hace con la contrapartida no menor de desnaturalizarlas y pervertir su función y contenido. Ganar relieve así es algo que, en el fondo, nadie quiere. Y, por lo demás, no podemos ignorar el hecho de qque nuestra Constitución realiza en favor de las Comunidades Autónomas una verdadera transferencia de poder político. Con todas las consecuencias. Empezando, digo yo, por la propia acción ciudadana en que se base en una democracia el ejercicio del poder político. O sea, con las elecciones. Que es por ello lógico que puedan ordenarse a partir de pautas que sean coherentes con el reconocimiento de un espacio político propio y autónomo. Por mucho que, bien es verdad, no haya sido ésta una reclamación especialmente sentida ni querida por la ciudadanía, que es en el mejor de los casos indiferente y, en el peor, hostil a la multiplicación de citas electorales. «¿Otra vez a votar? ¡Para qué!»
Lo que es manifiesto, no obstante, es que esta ausencia de ganas no es, en cambio, común en la clase política autonómica. Por supuesto, los territorios históricos que han gozado de una autonomía más amplia desde un primer momento siempre han tenido claro que la diferenciación electoral es algo que «crea país» (o nación) y que ha de cuidarse. Que es algo que permite dotar al debate político regional de una identidad propia que, de otra forma, se diluiría. Y que, si estamos de veras interesados en tener una instancia regional autónoma y de carácter representativo en vez de una organización burocrática que ejerza competencias administrativas desconcentradas, pues es bueno que se produzca esta «madurez política». El caso de Cataluña, por ejemplo, es bien significativo. Bien sabido es que el PSC se encuentra en las elecciones autonómicas con el problema de que parte de su electorado fiel en las elecciones generales se queda en casa cuando «sólo» está en juego el Gobierno autonómico de Cataluña. Parece evidente que una buena solución para que el PSC «asegurara» la Generalitat sería hacer coincidir las elecciones catalanas con las legislativas generales (que el PSC siempre ha ganado en Cataluña) para así beneficiarse del efecto de arrastre de que su electorado renuente en esa ocasión sí se acercaría al colegio electoral. Sin embargo, por mucho rédito pragmáticamente entendido que tal medida pudiera suponer, a ningún político del PSC se le ocurre pensar en semejante alternativa. Quizás se trata de una muestra más de la radical emotividad con la que el nacionalismo catalán y aledaños se acercan a la idea de Cataluña, en la que prima mucho más de lo que se cree lo simbólico (el caso de la reciente batalla a cuenta de la cesión a la ciudad de Barcelona de la ciudadela de Montjuic es de lo más significativo en este sentido). Quizás de que no han tenido demasiadas ocasiones hasta la fecha (aunque recientemente, con los gobiernos de España y de Cataluña en sus manos, sí que hubieran podido hacerlo). El caso es que, enfrentados a esta posibilidad, siempre se ha impuesto la idea de que es bueno que la autonomía se traduzca también en unos tiempos electorales separados. Y los políticos catalanes, incluso contra sus intereses electorales, así lo han entendido (no así, por cierto, en Andalucía, como es sabido).
El resto de Comunidades Autónomas, en cuanto han podido, han hecho todo lo posible, a su vez, por ir dotándose de esferas de autonomía respecto de los tiempos electorales marcados rígidamente, cada cuatro años en una fecha común a todas (último domingo de mayo), por la LOREG. En todas las Comunidades Autónomas se ha sentido como obvio que el hecho de que los tiempos electorales dependan de la propia vida política regional es un requisito importante para ir dotando de verdadera autonomía política a su vida pública. Más allá de la lógica del agravio comparativo, que como es evidente para cualquier español conocedor de las pulsiones básicas que determinan nuestra naturaleza y nuestro ser también han de jugar en esta sede su papel, la reivindicación es absolutamente coherente con el propio proceso de crecimiento y asentamiento de las Comunidades Autónomas. Que, por mucho que la planta regional española conserve muchos elementos más que discutibles (el debate que respecto de los Länder y de la conveniencia de agrupación de algunos para lograr un tamaño mínimo más homogéneo existente en la República Federal de Alemania sería literalmente obsceno en el marco de nuestro modelo territorial, tal y como políticamente es por lo común entendido), no puede negarse que, aunque de manera no excesivamente acelerada como norma general, sí se ha ido produciendo.

Así, en una primera tanda, Comunidades Autónomas tan poco díscolas según nuestro imaginario colectivo en materia de «regiones leales y desleales a España, sus leyes y sus Gobiernos» (que, por cierto, visto lo visto en tiempos recientes habría que empezar a revisar) como la de Madrid, por mencionar sólo un ejemplo, las reformas estatutarias contenían la previsión de disolución anticipada de la Asamblea regional y convocatoria de nuevas elecciones pero sin que esta nueva legislatura durara los cuatro años de rigor, acabando cuando lo hubiera tenido que hacer la primigenia para readaptar así, de nuevo, los tiempos electorales al momento en que, cada cuatro años el último domingo de mayo, se hacen las elecciones autonómicas para (a día de hoy) 12 Comunidades Autónomas, una Comunidad Foral y dos Ciudades Autónomas.

Las reivindicaciones, sin embargo, no habían sido atendidas ni tomadas en consideración más allá de este punto hasta que, con ocasión de la reforma del Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana, que dio origen a la actual ronda de café a 80 céntimos de euro para todos, las reivindicaciones de los aborígenes lograron su introducción sin restricción de ningún tipo (esto es, sin que sea necesario que la legislatura subsiguiente acabe cuando sea menester para «cuadrar» el calendario propio con el común al resto de autonomías). Y como el Congreso de los Diputados no podía dejar de contentar lo que era prácticamente la única petición unánime de la clase política indígena más o menos exigente en términos de autogobierno (y que contaba con el apoyo de la derecha y la izquierda del terruño, de Gobierno -es lógico, por lo demás, que los presidentes de las diferentes Comunidades Autónomas sean los primeros interesados en poder disponer de este instrumento, que les da un poder adicional tremendo para marcar la agenda política- y oposición regionales), dado que necesitaba marcar con el Estatuto valenciano una suerte de «vía aceptable a la ampliación de competencias», «líneas rojas» que oponer al proceso de reforma del Estatuto catalán, pues la cosa coló. Como es obvio, en unos años vamos a tener en todas las Comunidades Autónomas un régimen idéntico. Y en España un rasgo más de federalización que contribuirá a retroalimentar ese proceso de maduración política y de creciente independización (por mucho que todavía anómalamente reducida) de las discusiones públicas a escala regional y nacional.

Como es evidente, todavía no está la cosa madura para que un proceso semejante acaezca respecto de los Ayuntamientos. Ni es pretensión, a día de hoy, de casi nadie. Está demasiado alejado de nuestro esquema conceptual, construido por lo que hemos vivido, deudor de la manera en que nos hemos ido iniciando en la democracia. Pero es bueno que sin apenas traumas se vaya a consagrar el cambio en lo que se refiere a las Comunidades Autónomas.

Entre otras cosas porque, frente a lo que algunos temen (que la abundancia de citas electorales condicione y paralice en exceso la vida política general), el efecto ha de ser más bien el contrario. Si ahora la relativa escasez de citas electorales (generales, europeas, autonómicas y locales más País Vasco, Galicia, Cataluña y Andalucía cuando no la hacen coincidir con generales) sí permite a gobierno y oposición vivir demasiado pendientes de estas citas y modular ciertas políticas según los plazos marcados por éstas, cuando tengamos generales, europeas y locales más diecisiete citas distintas en momentos diferentes, es más que dudoso que se pueda prestar demasiada atencion a ninguna de las elecciones autonómicas en sí mismas consideradas.

Y liberar la política, la toma de decisiones, el debate sobre las mismas y la discusión razonada de las alternativas de las obsesiones electorales al uso, siempre que sea posible (o rebajar la intensidad de tal afección), es algo más que positivo. Que si la Constitución nos liberó del mandato imperativo no fue para que entrara por la puerta de atrás en forma de «expertos» y comentaristas de los estados de la opinión pública y de gobernantes que creen que han de atender al mínimo síntoma que muestra el cuerpo electoral según la interpretación de su astrólogo electoral de confianza.



13 comentarios en 27-M (I): ¿Dónde se vota?
  1. 1

    Más, más… queremos más elecciones.

    Comentario escrito por Anastasi Pansi — 26 de abril de 2007 a las 8:42 pm

  2. 2

    Creo que me puedo comprometer a tratar, de aquí a las elecciones, estos otros temas:

    2. ¿Se puede votar a cualquiera? (el follón de los partidos y listas prohibidas)

    3. ¿Votamos personas o votamos dentro de cuerpos) (cuotas)

    4. ¿Queremos un sistema mayoritario, al menos a escala local?

    5. ¿Somos todos iguales frente al modelo electoral vigente? (mitos sobre la proporcionalidad)

    6. Parlamentos autonómicos, así, ¿para qué? (sobre lo que hacen las cortes regionales)

    Y estoy abierto a comentar otras cosas, que a mí esto de las elecciones es algo que siempre me ha gustado también.

    Comentario escrito por Andrés Boix Palop — 26 de abril de 2007 a las 8:46 pm

  3. 3

    pues ya estás tardando en empezar…

    Comentario escrito por l.g. — 27 de abril de 2007 a las 6:57 pm

  4. 4

    Que se pueda votar a cualquiera que acate unas normas de comportamiento politico mínimas
    Que podamos elegir personas en listas abiertas. Al cuerno las cuotas y las listas cerradas
    Que el sistema sea de personas. Si es mayoritario, que sean claros en como echar al mayoritario que s epase en su reinado. Juicios rapidos y al rio con él….aunque no lleve agua…

    Que busquen la formula para que todos los parlamentarios necesiten los mismos votos para serlo. La comunidad que se absentista, que los pierda en favor de la que cumpla más. La provincia que no llegue, que forme circunscripción con la de al lado. ¿Representamos a ciudadanos ó a territorios?

    Parlamentos autonómicos?…que entre todos les aclaremos hasta donde deben llegar y donde tienen que legislar de acuerdo con sus vecinos.

    Comentario escrito por galaico67 — 27 de abril de 2007 a las 7:10 pm

  5. 5

    Posiblemente a nivel nacional y autonómico, sea deseable por los partidos mayoritarios, marcar el calendario electoral y con ello establecer el ritmo político que conviene a sus programas electorales (a todos los niveles). Pero una realidad bien distinta, lo és, a nivel municipal, donde el obligado papel de proximidad que debería tener el politico local (municipios y provincias), ha de permitir trabajar en otro plano; por y para la colectividad, alejándose, si es preciso, de la disciplina de partido, de las listas cerradas, de los porcentajes mínimos de participación, y como no, de la coincidencia de calendarios electorales. Sin duda seria una contribución a la madurez y a la efectividad de la democrácia. Quien sabe, igual algún día la democracia electrónica nos ofrezca algo parecido. Lejos de la «pantochada» que supone en estos momentos la participación ciudadana que solo sirve para justificar teatralmente las actuaciones del actor politico con figurantes ciudadanos.
    Pues eso.

    Comentario escrito por jmgif — 28 de abril de 2007 a las 6:17 pm

  6. 6

    Por la proximidad de la segunda vuelta francesa, enlazo este artículo que da pistas sobre el sistema electoral francés, http://www.elpais.com/articulo/opinion/Presidencialismo/quebrado/elpporopi/20070415elpepiopi_12/Tes

    Para los que también seguís LPD, es uno de los enlaces enganchados en el comentario 18 de “J’ai une question à vous poser”

    Comentario escrito por Mar — 03 de mayo de 2007 a las 1:12 am

  7. 7

    Otro enlace con pinceladas generales de este tema:

    http://es.wikipedia.org/wiki/Categor%C3%ADa:Sistemas_de_votaci%C3%B3n

    Comentario escrito por Mar — 03 de mayo de 2007 a las 1:14 am

  8. 8

    No entiendo la pertinencia de los enlaces. Que se vote en todas las CCAA o Ayuntamientos a la vez o según ritmos propios de cada lugar es una cuestión que nada tiene que ver con los sistemas de «interpretación» de la voluntad popular.

    Pero bueno, puestos a anticipar… ¿qué os parece el follón que tenemos montado con las listas en País Vasco y Navarra?

    Comentario escrito por Marta Signes — 03 de mayo de 2007 a las 6:25 pm

  9. 9

    La pertinencia del segundo enlace, el del comentario 7, es cuestionable, sí, si nos guiamos por el perfil de los que escriben en este bloc; la mayoría con formación jurídica o en su defecto interés por asuntos públicos. Pero mantengo la esperanza de que detrás de las pantallas haya ojos alejados de estos gustos que se enganchen a ellos por las reflexiones de Andrés y unos cuantos conceptos, para ellos, nuevos. Vaya, que la incitación y el autorreconocimiento del que tú hablas en otro post… se extienda.
    Que recurrir a la wikipedia para eso es pobre, sí. ¿Anda por ahí algún estudiante de Derecho Constitucional que pueda hacer un resumen de conceptos teóricos de sistema electoral o algún profesor de esos temas que pueda enlazar algún artículo pedagógico?.

    El enlace del comentario 6 lo veo 100% adecuado; no sólo desde el primer párrafo muestra cómo se influyen instituciones, reglas electorales y vida política sino que
    de lo que a continuación copio, párrafo seis y siete y último, se pueden extraer con facilidad conceptos de sistema electoral:
    “La regla electoral de mayoría con segunda vuelta no garantiza, pues, que gane el candidato que obtendría un apoyo mayoritario ante cualquiera de los demás (dicho técnicamente, el que ganaría siempre en votaciones por pares o «ganador Condorcet», por el académico francés que teorizó este criterio). En cambio, en un régimen parlamentario con representación proporcional -como el que quiso destruir De Gaulle-, el partido que ganaría a cada uno de los demás en votaciones de dos en dos suele ser capaz de formar gobierno o al menos de participar en una coalición multipartidista mayoritaria, ya que ocupa una posición central decisiva en el espectro político.
    La única virtud de la segunda vuelta es que impide el desastre aún mayor que puede producirse con la elección presidencial por mayoría relativa en una sola vuelta: la victoria del candidato que perdería ante todos y cada uno de los demás en votaciones por pares, es decir, el candidato más rechazado por los votantes (o «perdedor Condorcet»). En varios países de América Latina, la elección de presidentes por mayoría relativa produjo en el pasado victorias de candidatos minoritarios y extremos que generaron amplios rechazos, numerosas crisis políticas y golpes de Estado. En cambio, en Francia, con la regla electoral actual, un Le Pen nunca podría ganar.
    Pero gane quien gane, el resistente pluralismo político de los franceses ha hecho ya inviable el objetivo inicial del sistema: forzar la concentración del poder en un solo partido presidencial.

    Comentario escrito por Mar — 04 de mayo de 2007 a las 12:59 am

  10. 10

    Esta noche empieza la campaña electoral y esto tan parado!

    Comentario escrito por Mar — 10 de mayo de 2007 a las 9:28 pm

  11. 11

    Puedo prometer y prometo:

    1. Que en breve aparecerá, ¡qué menos!, la prometida segunda parte. A saber: 2. ¿Se puede votar a cualquiera? (el follón de los partidos y listas prohibidas)

    2. Retomar estas cuestiones cuando toque hablar de la representatividad del sistema electoral.

    Comentario escrito por Andrés Boix Palop — 11 de mayo de 2007 a las 3:23 pm

  12. 12

    «Pero gane quien gane, el resistente pluralismo político de los franceses ha hecho ya inviable el objetivo inicial del sistema: forzar la concentración del poder en un solo partido presidencial».

    Así acababa un artículo acerca de las eleccione presidenciales francesas y su sistema electoral colgado en el post 6.
    Parece que los resultados de estos dos último domingos contradicen, sin resquicios para dudar, lo anterior.´

    ¿Cuál pensáis que es la causa de eso: el acortamiento del manadato del Presidente de la República, de 7 a 5 años, para hacerlo coincidir con el de la Asambles Legislativa o se debe a la figura de Sarkozy?

    A mí me cuesta pensar que es por lo primero y que el espíritu de la reforma del acortamiento fue limar el contrapeso que unas elecciones desincronizadas pueden suponer para una política no aceptada por los ciudadanos o, al contrario, el balón de oxígeno, el empujón, la ratificación de confianza que pueden suponer.

    Comentario escrito por Mar — 21 de junio de 2007 a las 1:22 am

  13. 13

    Que las elecciones tengan lugar prácticamente a la vez y después de las presidenciales, que se suelen jugar en la segunda vuelta y en torno a dos polos, produce esencialmente dos efectos: apenas sirven para nada más que «ratificar» los resultados presidenciales y acentúan muchísimo el bipartidismo, dado que son un simple reflejo de lo decidido días antes (en segunda vuelta, con sólo dos contendientes).

    Por lo demás, es también reflejo de una pauta consustancial a todo régimen mayoritario, aunque en su diseño contemple la segunda vuelta: porque los sistemas mayoritarios presionan, por pura eficacia electoral, a la articulación de dos grandes alternativas.

    Comentario escrito por Andrés Boix Palop — 21 de junio de 2007 a las 11:48 am

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