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The Oath, las relaciones entre la Casa Blanca de Obama y el Tribunal Supremo, de Jeffrey Toobin

He hablado en este bloc alguna vez, de pasada, del fantástico libro de Jeffrey Toobin sobre el Tribunal Supremo Federal de los Estados Unidos [1] (por ejemplo, aquí, con ocasión del famoso speech de David Souter tras su retirada como juez de ese órgano [2]). Otro libro suyo entretenidísimo, Too close to call [3], es una obra no sólo muy bien informada sino jurídicamente muy instructiva, que recorre el proceso judicial entre George W. Bush y Al Gore, liquidado por el propio Tribunal Supremo de los Estados Unidos otorgando la Presidencia al primero de ellos por decisión judicial al impedir que se contaran todos los votos de Florida, una minucia en democracia.

Pues bien, una de mis lecturas más agradables de estas Navidades ha sido el libro que Toobin ha sacado para conmemorar y dar cuenta del primer mandato de Barack Obama como Presidente de los Estados Unidos. Lo hace desde una óptica que domina como pocos: el análisis de las actuaciones de la Corte Suprema Federal durante esos cuatro años y, muy particularmente, de cómo esas decisiones judiciales se relacionan con la dinámica política del país y en concreto con la acción de gobierno de Barack Obama. La obra, que lleva por título The Oath [4], se inicia con el juramento fallido de Obama, pues el Juez Roberts, Presidente del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, se lía en el acto público debido a un exceso de confianza en su memoria y al final la ceremonia acaba siendo un tanto confusa. En realidad, no hay demasiadas dudas jurídicas sobre la validez del juramento en cuestión, pero la Casa Blanca decide que éste debe ser repetido para evitar que nadie pueda cuestionar jurídicamente las posteriores decisiones del Presidente de Estados Unidos amparándose en una supuesta falta de toma de posesión del cargo… just in case.

La anécdota sirve a Toobin para ir dibujando los perfiles psicológicos de los principales protagonistas de su relato, Roberts por un lado y Obama por otro. Pero en el fondo, y desde una lógica europea y alejada de las obsesiones estadounidenses refleja hasta qué punto la política americana, y la solución última a casi cualquier decisión de tipo público, suele acabar en los tribunales y muchas veces decidida a partir de elementos formales que desde lejos parecen muy absurdos. Una tendencia que en Europa no podemos mirar con un exceso de condescendencia porque, como ocurre con todo lo que pasa en el Imperio, nos acaba llegando tarde o temprano. Por lo que conviene, por encima de todo, tomar nota y trazar los cada vez más obvios paralelismos. Del mismo modo que en los Estados Unidos algo tan político como una reforma sanitaria acaba en batalla campal judicial (y así cierra Toobin su libro, pues con esa lucha se cerró el primer mandato de Obama) y su éxito o fracaso depende de una decisión final a cargo de jueces que supuestamente aplican el Derecho aunque en realidad hacen política por otros medios, en España nos estamos acostumbrando a que esta misma dinámica sea la que cierre procesos de todo tipo, desde los que hemos vivido con el fallido Estatut de Catalunya [5] hasta la definitiva aceptación del matrimonio homosexual [6].

A partir de esta constatación, la lectura del libro de Toobin desde un prisma español permite reflexionar sobre si es mejor un sistema como el de los Estados Unidos, donde todo el mundo acepta con normalidad que los jueces del Tribunal Supremo hacen política, son elegidos por motivos políticos, se les busca para que den respaldo a determinadas ideas y, en definitiva, juegan a lo que juegan, aunque sea empleando para ello unas herramientas muy concretas (el Derecho) o un modelo como el español en el que nos seguimos empeñando, formalmente, en decir que el Tribunal Constitucional es un órgano esencialmente jurídico, compuesto por juristas de reconocido prestigio y con una dilatada trayectoria en el campo del Derecho (en Estados Unidos no hace falta, basta que lo elija el Presidente y que el Senado lo confirme por mayoría, lo que ha hecho que haya habido políticos convertidos en importantes jueces), para luego llevarnos las manos a la cabeza cuando descubrimos que, más o menos, los sistemas de lealtades acaban funcionado como en todas partes. Más todavía cuanto, como he dicho antes, cada vez el Tribunal Constitucional opera como última instancia política en más supuestos.

En este sentido el sistema americano, asumido que estamos ante un órgano político, tiene la ventaja de ser más franco. Pero, además, reconocida esa naturaleza, tiene la gracia de poner algún tipo de freno a la dependencia de los nombrados, por ejemplo, con el carácter vitalicio del cargo. Quizás habría que reflexionar sobre esta cuestión. Aunque en contra de lo que dice el mito, o al menos la lectura del mito que tenemos tendencia a hacer desde Europa, acercarse a la realidad de los jueces del Tribunal Supremo americano es también muy desmitificador. Con todos los matices que se quiera, con algunas diferencias, con algunas excepciones, la verdad es que son también bastante «obedientes». Y si bien es cierto que a veces ocurren cosas que alteran estas dinámicas, incluso en España hemos tenido casos notables de «traiciones» por parte de magistrados del Tribunal Constitucional a quien los nombró (baste recordar los nombres de Jiménez de Parga, convertido en mascarón de proa del constitucionalismo popular de la era Aznar cuando fue nombrado por Felipe González, o más recientemente la actuación de Manuel Aragón en la Sentencia del Estatut de Catalunya; de hecho la gran diferencia entre EE.UU. y España, en este sentido, más bien parece que allí a quien le suelen salir rana algunos jueces es al Partido Republicano y, en cambio, en España, eso le pasa al PSOE).

En todo caso, el libro de Toobin se enmarca en unas coordenadas determinadas y su interés es revisar el funcionamiento y casos del Tribunal Supremo de los EE.UU. a lo largo de estos últimos cuatro años. Básicamente, permite revisar las líneas de fractura y evolución del constitucionalismo americano, donde se ve claramente a las posiciones tradicionalmente tenidas por progresistas (en materia de aborto, de libertades, de medidas en favor de la igualdad….) a la defensiva y a un nuevo constitucionalismo, normalmente asociado al partido republicano (ya sea en sus facciones libertarias o tradicionalistas), que cuestiona ese statu quo. Lo hace analizando, porque es la clave, la personalidad, obsesiones y, sobre todo, lealtades de los diferentes jueces, así como la pauta de renovación del Tribunal.

En ese sentido, como hemos comentado en el blog, Obama ha tenido ocasión de nombrar a dos jueces, Sotomayor y Kagan [7], ambas mujeres, la primera de origen puertorriqueño, la segunda una judía neoyorquina. Como dice Toobin, parece que mientras que los republicanos tienen una agenda temática clara que inspira sus nombramientos (así, los de Roberts como Presidente y Alito como uno de los jueces en la época de George W. Bush estaban claramente inspirados en la búsqueda de afianzar posiciones en esa línea revisionista comentada) en el campo demócrata el hilo conductor es más bien la búsqueda de diversidad en las personas, por origen, sexo o religión. Más allá de esta cuestión, los procesos de selección de los candidatos y sus retratos son siempre interesantes. Personalmente, y no sólo con los dos elegidos por Obama, sino con casi todos los miembros de la Corte, a partir de los relatos que hace de ellos Toobin (que son siempre generosos, en parte porque sus fuentes suelen ser los propios jueces en entrevistas bajo condición de anonimato), los rasgos que suelen compartir casi todos ellos me dejan, en contra de la fascinación cada vez más habitual, un poco frío: son gente cada vez más partidista, más «política» en su trabajo como jurista, más orientada desde un primer momento a construir una carrera y, por lo general, con una vanidad a prueba de bomba.

Obama ha podido nombrar, pues, a dos jueces. En ambos casos ha jugado sobre seguro (personas muy solventes, que tampoco presentaban grandes aristas ideológicas o se salían de la norma dentro de las carreras jurídicas americanas orientadas a la gloria) pero también, en ambos casos, estos nombramientos no cambian apenas nada, precisamente por esa docilidad que también se da en los Estados Unidos, el equilibrio de la Corte, levemente decantado en favor de los republicanos, dado que han sustituido a jueces que votaban a favor del «bando demócrata». Para que un nombramiento de Obama cambiara de verdad las dinámicas (y para que se generara en torno al mismo una verdadera batalla campal) éste debería tener como origen la renuncia o fallecimiento de uno de los jueces que hoy en día conforman la mayoría conservadora del Tribunal. Algo que sólo la suerte puede poner en manos de Obama (pues los jueces americanos son disciplinados hasta en el momento de retirarse, que tratan de hacer coincidir con el mandato de un presidente afín ideológicamente).

En definitiva, que en todas partes cuecen habas. Aunque el Imperio y su capital, como es obvio, tienen mucho glamour. De manera que sus batallitas partidistas y las impresentabilidades de turno, que cuando las tenemos en España nos abochornan, pueden ser hasta vistas como épicas luchas por la libertad desde lejos. Y no es para tanto. Aunque eso sí, divertido, instructivo y entretenido es un rato.

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Comments Disabled To "The Oath, las relaciones entre la Casa Blanca de Obama y el Tribunal Supremo, de Jeffrey Toobin"

#1 Comment By Ad vultum tuum On 20 enero 2013 @ 1:22 am

¿Entonces pues cabe concluir que la división de poderes no existe, pero es una ficción necesaria?
Es paradójico que los adalides políticos de Montesquieu en España hallan sido aquellos a quienes beneficia el conservadurismo del estamento judicial. Tampoco creo que unas designaciones políticas de altos vuelos arreglen mucho. Bueno sería sin duda que nombrasemos los fiscales de andar por casa y otros cargos por sufragio…y porque no también los jueces del CGPJ? (en fin, de ahí saldrían enconados rechazos sobre la insensatez de que el pueblo decida según qué cosas y argumentos por el estilo).
Ya que estoy (y yéndome por peteneras casi) lanzo una crítica al CIC francés y la delicia que ha supuesto su influencia histórica en la garantía de los derechos al detenido y acusado en el continente europeo y otros lares (muy interesante: A world view of criminal justice, autor Richard Vogler)

#2 Comment By José Marí Olano On 20 enero 2013 @ 7:30 am

Sobre el tema que trata Andrés, precisamente el corresponsal del New York Times en el Tribunal Supremo de los Estados Unidos publica un artículo en la edición de hoy del gran periódico neoyorquino: [8].

#3 Comment By Andrés Boix Palop On 20 enero 2013 @ 8:53 am

Lo más curioso de todo, José, es hasta qué punto son puntillosos y aborrecen cualquier pequeño fallo. Porque eso de establecer lo que supongo que a partir de ahora será un nuevo modelo de jurar (primero en privado hasta que salga bien, luego en público pero en plan representa estación, como la gente que se casa en ceremonias celebradas por un amigo, u a actor o cosas así) anda que no es una reacción exagerada.

Ad vultum tuum, el tema no es tanto de división de poderes, creo, sino que, en lo que se refiere a la interpretación de la Constitución a la hora de controlar al legislador o bien ésta es limitadísima y ceñida casi sólo a cuestiones formales o, por definición, plantea un claro problema de legitimidad democrática. Que sólo se puede solucionar si el TC es, a su vez, un órgano con credenciales democráticas, ergo políticas. Así que si queremos que haya un órgano así, mejor asumir que es lo que es y elegir a sus miembros sabiendo a qué atenernos, ¿no?

#4 Comment By Ad vultum tuum On 20 enero 2013 @ 10:50 am

Andrés; no sé si ser tan puntilloso con los procedimientos proviene de la mentalidad anglosajona, o de que su respeto formal proviene de la garantía contra todo lo que suponga arbitrariedad o tiranía, o de un ritualismo sobre una constitución que ya es vaca sagrada.
La afirmación sobre la división de poderes proviene de una percepción: el poder del estado sigue siendo único, política es la justicia, el poder legislativo y el judicial. Y como has citado en un lugar de tu texto, las lealtades entre jueces y partido en el mundo real son claras; los jueces también tienen intereses en muchos casos no están aislados de la naturaleza del poder, ellos son poder del estado. Que cada poder haga su trabajo, claro; y reconozco la necesidad de la independencia judicial, por supuesto. Pero aquí creo que juegan mas cosas «extrajurídicas» como la «corrupción de las costumbres», la falta de control de la ciudadanía y quizás algún contrapoder mas que vigile(¿Defensor del pueblo?).

#5 Comment By Latro On 21 enero 2013 @ 2:01 pm

Desde mi ignorancia, el tema me parece que se potencia en EEUU por su modelo anglosajón de leyes. Aqui a nadie se nos pasa por la cabeza que un juez del Tribunal Constitucional tenga que hacer un razonamiento sobre que era lo que pasaba por la cabeza de los padres de la Constitución cuando escribieron el artículo X; asumimos que escribieron lo que escribieron, con todas sus letras, claro y detallado, y que la cosa es ver si la jugada fue off-side o no en base a dicho reglamento.

Alli es de lo mas común que los jueces del Supremo se pongan a hacer una especie de razonada sesión de espiritismo a ver si cuando los PAAAAAADRES FUNDADOOOOORES escribieron lo de «A well regulated Militia, being necessary to the security of a free State, the right of the people to keep and bear Arms, shall not be infringed» querian realmente hablar del derecho de llevar armas, de las milicias, o de los carritos de helado.

#6 Comment By Borja On 22 enero 2013 @ 1:36 am

Hola Andrés,

He leído el artículo con interés. El Supremo americano es un poco magnético la verdad.

El caso es que estaba de acuerdo en un primer momento con el artículo cuando le di la vuelta, flop al recordar un articulo que, tangencialmente, tocaba este tema. Venía a decir que hay un sesgo de resultado por parte de todos los que estudiamos con lupa sus fallos a modo de predicción autocumplida -para simplificar el tema-. Como Alito es conservador vota en tal sentido. Andrews igual etc..

¿No será al revés? Votan en sentido jurídico lo que, voila, coincide con su estructura mental que es conservadora o liberal según sea el caso. El humano busca categorizar y es por ello por lo que buscamos explicaciones al sentido del voto.

En ese sentido es interesante revisar la disección del New Yorker al voto del Obamacare del pasado año y como los magistrados cambiaron de opinión a raíz de la metedura de pata del abogado general (Y, porqué no decirlo, por la autorización a la luego sustituta a no usar el vestido tradicional que se venía utilizando desde principios del siglo pasado. Esto es coña. Lo anterior no. Y el cambio de vestido sí que fue revolucionario.)

En fin, gracias por el comentario como siempre es muy instructivo.

(Nota.- Sandel se propone sacar un tochazo sobre el tema de la justicia y el Supremo. Al parecer irá de la eterna discusión sobre el literalismo constitucional o su adaptación a la realidad social y todo al hilo de la enmienda del NRA.)

Un saludo,

Borja

#7 Comment By Andrés Boix Palop On 22 enero 2013 @ 8:53 am

Borja, la verdad es que no estoy de acuerdo. Revisando mínimamente los fallos de los jueces se detectan clamorosas infidelidades a sus propias y declaradas visiones judiciales y credos interpretativos… que curiosamente siempre coinciden con situaciones en que si fueran coherentes con sus principios técnicos acabarían votando con «los otros». Tomemos, por ejemplo, el caso de Scalia y su famoso originalismo constitucional, que es más falso que una moneda de cuatro pesetas. El tío supuestamente es fiel a una teoría mega estricta que lo lo tiene claro: la Constitución se interpreta como en el siglo XvIII y según cómo la veían los framers. Pero cada vez que aplicar eso a rajatabla lleva a soluniones contrarias a las tesis del Partido Republicano empieza a decir que hay que matizar, que si esto por aquí, que si lo cual por allá… et voilà!

El caso más claro y escandaloso es el de la segunda enmienda, que permitía un derecho a tener armas individualmente a efectos de organizar milicias con carácter de ejército irregular. Una interpretación originalista puede concluir que eso equivale a dar carta blanca a los ciudadanos a tener todo tipo de armas (y especialmente las militarmente más importantes en cada momento, sin restricción alguna) o en cambio a considerar que sólo se tiene ese derecho, en su caso, vinculado a la existencia de esas milicias y sus objetivos de defensa. Lo que lleva a aceptar que uno pueda tener derecho a comprarse tanques, misiles de larga distancia, cabezas nucleares y lo que haga falta o a aceptar que no pasa nada por restringir la propiedad individual de armas fuera de milicias si así lo decide el legislador, pero nunca puede llevar a la postura de Scalia (sí al derecho a llevar armas, pero con límites para aquellas armas que pueden suponer una amenaza para el ejército o el país si se tienen en manos privadas).

#8 Comment By Latro On 22 enero 2013 @ 10:44 am

Es que lo que da de si ser el portavoz de unos señores muertos hace tiempo, que no pueden aparecer y decir «se equivoca usted de plano, señor Scalia» (cuando no «que cojones hace un italiano aqui?!?!?! Y el presidente es un negro!?!?!?!» :-P)

#9 Comment By Borja On 22 enero 2013 @ 3:56 pm

Hola de nuevo,

Ummm, creo que hay argumentos en contra Andrés. Bastantes. Si sacas la foto de los últimos 4 años la media estadística podría darte la razón. Si amplias el campo, no.

La prueba del algodón la tendremos en Junio con la proposición 8ª de California (hay otras dos al respecto sobre el matrimonio gay pero me da que esa es la que importa). Me juego mi dólar de oro que Thomas y/o Roberts votan a favor y Kennedy en contra.

Nota.- escaneo los artículos a los que hacía referencia y te los mando por correo electrónico.

Un cordial saludo,

#10 Comment By Andrés Boix Palop On 23 enero 2013 @ 7:35 pm

Eso será una prueba del algodón divertida. Thomas el libertario, el ‘que el Estado no se meta en mi vida’, el que está a favor de que sean los Estados y no la Federación los que legislen sobre casi todo… yo temo,en cambio, muy claro que se retratará diciendo que el matrimonio gay es inconstitucional. Lo de Roberts es otro tema, porque él aspira a ser un republicano centrado y eso no se puede hacer siempre contra una opinión pública cada vez más decantada. Ya veremos, en todo caso.

#11 Comment By Borja On 24 enero 2013 @ 1:44 am

Thomas, 7 años después, ha hablado. Oh! Thomas.

[9]

#12 Comment By Andrés Boix Palop On 26 enero 2013 @ 4:20 pm

La verdad es que para unirse al club de las chanzas impresentables que en lugar de prestar atención a lo abogados los interrumpen para demostrar que a ingeniosos no les gana nadie (con los pobres abogados teniendo encima que reírles las gracias) mejor haber seguido callado.

#13 Comment By Borja On 27 marzo 2013 @ 2:36 pm

Andrés,

Aunque te supongo al tanto, te enlazo lo último de Toobin sobre el matrimonio gay. El día anterior tienes la versión larga.

Dice que todo en manos de Kennedy.

[10]

Un saludo,

Borja

#14 Comment By Andrés Boix Palop On 27 marzo 2013 @ 4:58 pm

Lo he leído, Borja, muchas gracias. Toobin tiene Twitter desde hace poco y así uno acaba estando al día de todo. Parece, en efecto, que la DOMA lo tiene mal porque hoy Kennedy ha insinuado que cree que supone un recorte ilegitímo de los de los derechos de los estados.