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Como supongo que a la mayoría de vosotros, a mí me encantan las elecciones y me emociona votar. Me suelo poner en día de elecciones, incluso, muy contento. Vivo con interés, excitación e ilusión los resultados electorales y, generalmente, suelo disfrutar con las noches electorales y las fiestas que para vivirlas juntos organizamos los amigos. Incluso cuando, como ayer, los resultados no es que coincidan, precisamente, con mis preferencias.
Explico todo lo anterior para poner en el contexto debido lo que me ocurrió ayer al acudir a votar. Y es que, en el centro de Valencia, donde voto, no hay colegios públicos. En realidad, no los hay apenas en toda la ciudad, pero en Ciutat Vella, distrito que tiene más de 50.000 habitantes hay sólo uno. Por este motivo en toda la ciudad, pero en mi barrio muy particularmente, muchos ciudadanos hemos de votar en colegios electorales instalados en centros concertados dependientes de una forma u otra de la Iglesia Católica. En concreto, yo voto en uno que se llama Escuelas Pías (o algo así) y que concentra a mucha población de la zona (de hecho, no me pilla precisamente al lado de casa). La cosa no pasaría de ser estéticamente poco afortunada y reveladora de los problemas que tiene, y muy graves, el sistema de educación pública de mi ciudad, si no se hubiera producido ayer una circunstancia que, a mi juicio, sí tiene su aquél: que el colegio electoral lo instalaron en una zona del colegio de todo menos «neutra», porque estaba empapelada con carteles sobre el derecho a la vida, rollos sobre la maternidad y el regalo de Dios que son los hijos y mensajes más genéricos de ensalzamiento de la religión católica.
Dado que la Iglesia Católica se ha convertido, por voluntad propia, en un agente electoral en esta campaña, pidiendo expresamente una determinada orientación del voto a sus fieles (aunque sea en negativo), me parece que no debería estar permitido que los colegios electorales del país (o al menos el mío, pero me temo que la cosa será más general) amanezcan inundados de carteles que, de alguna manera, son un recordatorio de este posicionamiento. No digo que sea una cuestión, por supuesto, grave. Asumo perfectamente que la gente va a votar con su decisión tomada y que algo así no le influye. Pero no deja de ser una demostración palmaria de ciertos déficits de cultura democrática que aquejan a nuestro país. Y viene bien pensar en eso de vez en cuando.
A mí, personalmente, me encantaría votar en edificios públicos pero, si no es posible, me encantaría poder votar, al menos, en un entorno mínimamente neutro en lo que se refiere a la orientación del voto. Creo que el Estado ha de velar porque así sea y, una vez más, la Junta Electoral de Valencia ha demostrado, con ejemplos como éste, su manifiesta tendencia a la dejación de funciones y a permitir todo tipo de excesos. Pero vamos, tampoco es la primera vez que veo cosas raras consentidas por quienes han de velar, en Valencia, por cómo se desarrollan las elecciones.
En cualquier caso, y por pasar de la anécdota a algo más serio, me deja la campaña de estas elecciones el regusto amargo de no haber podido plantear más propuestas por falta de tiempo. En concreto, me habría gustado hablar de la educación pública y de la peligrosísima y lamentable dejación con la que, concierto mediante, estamos consagrando un modelo a dos velocidades: una educación para inmigrantes y clases bajas, otra para gentes pudientes. Y, lo que es más grave, esta segunda en manos de la Iglesia Católica, en vez de controlada por el Estado. Que, para más escarnio, es quien paga la cuenta.
Votar en un colegio de curas porque en todo tu barrio, donde viven 50.000 personas, sólo hay un colegio público (¿hace falta además que relate a alguien en qué condiciones o se lo imagina todo el mundo?), es un indicio de lo que está pasando. A todos los niveles.
Porque este país, supuestamente aconfesional, según declara el artículo 16.3 de la Constitución, tiene una red de centros educativos potentísima gestionada por la Iglesia Católica y pagada por todos los ciudadanos. Sinceramente, algo falla, porque esto no es normal. Y no se trata de conciertos educativos que cubren necesidades urgentes que la educación pública no ha podido todavía absorber. No. Digo yo que 30 años de democracia y de desarrollo económico sostenido hasta convertir a España en el 8º PIB del mundo deberían dar, al menos, para tener colegios para los niños. Pues no. Parece que no. O que, en realidad, no es que tengamos un sistema de conciertos para resolver esos problemas coyunturales, sino que lo tenemos ya asumido e interiorizado como una parte estructural de la red educativa pública. Así de aberrante y de constitucionalmente dudoso, en muchos términos (igualdad en el acceso al derecho a la educación, por ejemplo, por no mencionar algunos aspectos que podrían destacarse sobre la afección a la libertad de conciencia o a las efectivas posibilidades de los padres de poder elegir el tipo de educación religiosa de sus hijos).
Los ejemplos de entendimiento «imaginativo» del 16.3 no se circunscriben a la educación, por supuesto. El sistema de ayudas indirectas a la religión católica es constante y se infiltra por múltiples grietas. Las más insospechadas, a veces. No se trata ya únicamente de los más visibles escándalos, con la Iglesia participando en numerosos eventos de Estado. No se trata ya en exclusiva del conocido y anómalo estatuto de los profesores de religión (que ha obligado al TC a algunas sentencias también peculiares). A poco que uno se descuide aparecen cosas que como mínimo uno tiene por extravagantes y que demuestran cuán hondo es el desprecio por un postulado tan esencial de un Estado de Derecho moderno como la idea de que las creencias son un problema de cada cual, no del Estado.
Este sábado, sin ir más lejos, me llamaba la atención una amiga sobre el particular, a cuenta de la Sanidad valenciana (y de la sanidad a dos velocidades, debate desaparecido en la campaña, me habría apetecido también poder escribir, por cierto). Y es que publicaba la edición de la Comunidad Valenciana de El País una noticia que, de puro verbenera, llama la atención que pase tan inadvertida. Y es que va y resulta que, con la deuda que lleva a cuestas esta Comunidad, con las quejas constantes que en materia de financiación de la Sanidad se escuchan desde muchos frentes, nuestro Gobierno paga 1 millón de euros a la Iglesia (Católica, por supuesto) por sus labores de asistencia espiritual en centros hospitalarios públicos. Así, como lo leen. Al parecer, de hecho, incluso los ciudadanos hemos de estar agradecidos porque los sacerdotes, como manifiestan quejosamente, no cobran las guardias.
Intuyo que esta situación no será exclusiva de la Comunidad Valenciana. Me temo, más bien, dado que al parecer está cubierta por el surrealista concordato preconstitucional que sigue regulando en España las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado. Pero da igual que la cosa sea habitual: es algo que no se suele resaltar y que conviene que se difunda (incluso es bueno que los católicos que hacen uso de estos servicios sean conscientes de que la cosa está pagada y no hace falta limosna adicional para el abnegado sacerdote, al igual que tampoco recompensan a las enfermeras o doctores que les atienden). A partir de hoy, sabedor de que es un servidor público y de que forma parte del staff del hospital, miraré con otros ojos a cualquier cura que me encuentre en una visita a conocidos enfermos. O cuando yo mismo pueda estar ingresado.
Y llegado este punto uno se pregunta qué tipo de chirigota interpretativa del art. 16.3 de la Constitución puede dar cobertura a este y otros hilillos que conforman el inmenso chorro final de dinero público que recibe la Iglesia Católica en España. Aunque, sobre todo, lo que me llama la atención es que, puestos a entretener y reconfortar a los pacientes, la sanidad pública obligue a que uno se pague el televisor de la habitación (que es, sin duda, lo que más distrae al enfermo y el instrumento más útil para tranquilizarlo mínimamente, al menos en la mayor parte de los casos), caso de que desee utilizarlo, y, en cambio, te ofrezca a cargo de todos los ciudadanos los servicios de un sacerdote de servicio.
Digo yo que, caso de que la Iglesia entienda que estos servicios que ofrece a los enfermos han de ser de pago, sería más lógico que los sufragara cada enfermo. Como la tele de la habitación.
4 comentarios en 9-M: Votar en una España constitucionalmente aconfesional y otras historias sobre el art. 16.3 CE
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Buenas…
Tema «educación concertada»: El viejo cuento de la joven democracia que no tiene suficientes colegios públicos y tiene que echar mano de los concertados para suplir sus carencias. Pasan 30 años y, como bien apuntas, la 8ª economía del mundo mundial todavía no ha construido los colegios necesarios…y los concertados chupando del bote y adoctrinando al personal con el beneplácito del estado.
Tema «Curas de guardia». Otro ejemplo mas de la aconfesionalidad de este pais. Y de la suprema estulticia que campa por la Sanidad…En el Hospital de la otrora gloriosa Sateabis (donde tiendo a morar día si, día también) no hay suficiente dinero para pagarme la guardia física (no solo a mi, sino a toda una pleyade de importantes especialidades medicas que llegado el caso hasta le pueden salvar la vida con un diagnóstico certero) y se me paga localizada (por mucho que le achuche al coche vivo a 35 minutos del centro, tengan paciencia) mientras, mira tu por donde, el cura la cobra física y puede darte la extremaunción en tan solo 3 minutos desde que le suena el busca.
Todo un desproposito en medicina preventiva…por cierto!!
PD. No crean que ZP cambiará esta tónica, queridos votantes social-listos…
Comentario escrito por Garganta profunda — 11 de marzo de 2008 a las 9:11 am
Pues no te falta razon pero claro yo tampoco estoy de acuerdo en que se den subvenciones para el cine y que luego los beneficiarios de esas subvenciones apoyen a un partido politico.
Y lo cierto es que sin gustarme ninguna de esas dos lineas de subvenciones, una tiene un componente de ayuda social (asilos, caritas, etc.) que me gusta más que ver a uno de esos artistas por zp cargado de bolsas de PRADA por la calle Serrano.
En cualquier caso y para que veas mi espiritu de consenso (mucho mas que el de los politicos) reconozco que todo este tipo de subvenciones deberia eliminarse.
Comentario escrito por Macanaz — 11 de marzo de 2008 a las 9:16 am
«Votar en un colegio de curas porque en todo tu barrio, donde viven 50.000 personas, sólo hay un colegio público (¿hace falta además que relate a alguien en qué condiciones o se lo imagina todo el mundo?), es un indicio de lo que está pasando. A todos los niveles.»
Sí, algo pasa: que por mucho que te duela a ti y a otros tantos socialistas, mucha gente prefiere que sus hijos estudien en un ambiente educativo con cierta disciplina, a que estudien en un ambiente donde el trabajo y el mérito no se promulgan, sino que está lleno de buenrollismo inútil.
Comentario escrito por Qué país... — 11 de marzo de 2008 a las 10:20 am
Por cierto, ya que estamos…
¿Por qué no hablamos de lo que han hecho el PP y el PSOE en los últimos 30 años para garantizar el acceso del ciudadano a una vivienda digna? Lo digo porque también está recogido en la Constitución.
¿Por qué no hablamos de la seguridad jurídica que existe en este país y la igualdad ante la ley, cuando los Albertos están en la calle?
¿Por qué no hablamos del dinero que se les da a las ONG, que tampoco está recogido como obligación en la Constitución, y sin embargo van muy pero que muy servidas?
¿Por qué no hablamos de la cantidad de millones que reciben los sindicatos de mis impuestos, si tienen carácter privado y yo no estoy afiliado a ninguno de ellos?
Arrrgg. Estoy un poco harto con la enfermiza enfermiza obsesión que tenéis muchísima gente con la Iglesia, que a mi modo de ver es sólo es una cortina de humo tanto del PP como del PSOE para disimular sus carencias como gobernantes.
Comentario escrito por Qué país... — 11 de marzo de 2008 a las 10:29 am