Los borreguitos y el empastre boloñés

Ayer publiqué mi columna quincenal en El País (edición CV) y la dediqué a realizar una modesta reflexión sobre un tema que en este blog ya ha sido tratado en otras ocasiones: la transformación que está viviendo a cuenta del llamado proceso de Bolonia la Universidad española, sobre la que quien quiera una visión muy entretenida puede consultar este debate.

Ahora bien, esta vez no quería con la columna poner el acento tanto sobre la absurdidad del proceso de ridícula pseudo-renovación pedagógica que con la excusa de la «convergencia europea» nos están obligando a hacer no se sabe muy bien por qué. La mayor prueba de la innecesariedad de la misma es que en ningún otro país de Europa la aplicación de «Bolonia» ha ido de la mano de estas tontunas. No por ello me resisto a apuntar un par de ejemplos absurdos que no tienen más valor que su radical imbecilidad, puesto que no son los únicos ni, estoy convencido, los más alucinantes. Cualquier profesor de Universidad español puede a buen seguro deleitarnos con cosas igual o más delirantes. Que si profesores dedicados a preparar posters… Que si encargados de innovación educativa que prohíben a los profesores emplear wikis o la lectura de monografías jurídicas en sus clases… Una ya ha visto casi de todo y sabe que son cosas que pasan. Que todos conocemos. No vale la pena a estas alturas casi ni detenerse en ello. Por este motivo no es de este tema de lo que quería hablar en la columna.

Sobre lo que quería hablar es sobre la alucinante pasividad con la que desde la Universidad estamos respondiendo frente a lo que es un proceso de destrucción de la enseñanza superior y una agresión constante a nuestra dignidad como trabajadores y como enseñantes. No sé cuál será la experiencia de quienes lean esto y trabajen en la Universidad pero supongo que se parecerá bastante a la mía, porque es lo que le pasa, al menos, a todos aquellos con los que he hablado:

A saber, que no conozco a nadie, pero a nadie, que esté a favor de todas estas cosas o piense que sirven de algo. A nadie. Repito, absolutamente a nadie. Todo aquél con quien hablas se manifiesta harto. Cualquier profesor con un mínimo de experiencia y dos dedos de frente se confiesa en la intimidad alucinado con el grado de estupidez que estamos alcanzando. Los jóvenes están exhaustos y cabreados por tener que asistir a cursos aburridos, repetitivos, vacíos de contenido e impartidos por supuestos expertos que se tambalean como el power point les falle. Y las autoridades académicas que montan todo el tinglado, todo lo más, te confiesan que la cosa no es tan grave porque, en realidad, «la gente va a seguir dando sus clases más o menos como siempre, no harán casos de las tonterías y, al menos, esto les ha obligado a reflexionar sobre cómo es la docencia»….

Sorprendentemente, este estado de opinión no conduce a la rebelión o desobediencia generalizada. No. Somos como corderitos camino del matadero. Una minoría obedece entusiasta y saca réditos a base de cargarse la Universidad. Y los demás les dejamos. Hay un sorprendente clima de desaliento, de derrota, de que nada se puede hacer, que todo lo invade. Una prueba más ha sido, por ejemplo, que a raíz de la publicación ayer de mi columna he recibido numerosos mensajes y comentarios a cual más deprimente. Todo el mundo te da la razón. Todo el mundo comparte el diagnóstico. Todo el mundo parece resignado y comparte la idea de que hay que amoldarse como se pueda a esto y dejar que acaben de enterrar cualquier atisbo de institución seria y crítica, socialmente eficaz, que haya podido ser nunca en España la Universidad.

Hay quien me ha mandado poemas de tono fúnebre sugeridos por el texto (especialmente uno de Luis Rosales sobre a dónde nos puede llevar la obediencia). Hay quien me ha contado anécdotas a cada cual más aluciante. Hay quien me ha preguntado por la prohibición de mandar leer libros, pues todavía queda quien piensa que ciertos extremos no puede llegar a traspasarse todavía (y, obviamente, se equivocan, la historia de la prohibición de encargar lecturas de libros me la sé de primera mano porque me pasó a mí). Y hay casos directamente que a  mí me hacen tener ganas de llorar. Por ejemplo, el de un profesor cojonudo y eminente investigador, que lo ha dado todo  por la Universidad de su ciudad y que me anuncia que harto de cómo evoluciona el tema se va a jubilar. Copio parte de su mensaje, que es una de las cosas más tristes, por lo que significa que la Universidad española esté desperdiciando el verdadero talento a espuertas, que he leído en mucho tiempo:

«…Yo también siento el vértigo de las gilipolleces pseudopedagógicas y de la burocratización estupidizante. Tanto que el año que viene he decidido jubilarme y dedicarme a quehaceres más gratificantes. Cuando oigo hablar a los gestores universitarios de la estrategia por la calidad, la excelencia, la competitividad y la internacionalización, me entra la risa. Y ya que no puedo cambiar de universidad, cambiaré de vida.«

¿Qué estamos haciendo entre todos?  ¿Cómo es posible que gente que es de lo mejorcito de la Universidad directamente aspire a largarse y a cambiar de vida para perder de vista todo esto? Pues, sencillamente, porque no estamos haciendo nada. Estamos consintiendo cosas como que nos prohíban encargar a los alumnos que lean libros. Si ni siquiera algo así nos hace reaccionar, es evidente que nada lo hará. Los mayores porque no se sienten respaldados, con fuerzas o con ganas. O porque ya pasan de todo. Los que están en proceso de llegar a la cúspide, como nos han montado un sistema de hacer miles de tonterías y conseguir papelitos de todo tipo hasta los 50 años, pues pendientes de eso. Y cuidadín no seas muy díscolo que entonces la llevas clara. Así que a callar, a hacer la pelota a quien toque, a tragar con todo y a preocuparse por mejorar profesional y económicamente por el camino marcado. Y los más jóvenes, lógicamente, no tiene más remedio que penar con este sistema absurdo por cuadruplicado y a hacer posters sobre innovación educativa en lugar de formarse, estudiar, leer… Tampoc es extraño que, cada vez más, los mejores estudiantes huyan despavoridos de la Universidad y que cada vez más el proceso de selección inversa se agudice en la selección del profesorado: acaban llegando, y pasará cada vez más, los que están dispuestos  a hacer cualquier cosas… porque no tienen ni muchas luces, ni mucha dignidad, ni mucha ética… ni muchas alternativas.

Yo hace tiempo que me he plantado, he renunciado a los papelitos y he decidido que no dejaré de recomendar a mis estudiantes que se lean tal o cual libro por mucho que los jefecillos de mi Universidad se enfaden y los mandarines de la innovación edcuativa me pongan la cruz. Obviamente, tarde o temprano tendré algún problema con esta gente, sus amigos y los sicarios del poder que, calladitos y dedicados a todo tipo de  mamoneos, medran y se dedican a quedarse dinero, carguitos y cuotas de poder para dar rienda suelta a sus complejos y miserias. Pero bueno, nos defenderemos como podamos. Y a ver qué pasa.

No soy optimista. Visto lo visto, tengo muy claro que, como institución, la Universidad española está muerta. Porque un colectivo como el nuestro, donde la mayoría de los profesores, como todo este proceso está poniendo lacerantemente de manifiesto, carece del más mínimo espíritu o sentido crítico (porque tenerlo no es que todo te parezca muy mal, es actuar en consecuencia) y está dispuesta a todo, a sacrificar cualquier cosa, con tal de ganar 20 euros mensuales más no puede aportar nada bueno al país. Obviamente, seguiremos dando clase y produciendo graduados, con una formación más o menos digna según le evolución socioeconómica del país y de nuestra materia prima, que son los alumnos, y que es lo más relevante a la hora de determinar el resultado formativo final de éstos. Quizás no sea un drama que la Universidad acabe reducida a esto. Enseñaremos a poner tuercas y ajustar tornillos, a poner demandas y a hacer balances. Transferiremos, eso sí, mucho conocimiento. Menos da una piedra. Pero no aspiremos a que de aquí vaya a salir nada más.

En cualquier caso, esta es ya la realidad. Conviene asumirla. Más que nada porque no parece que vayamos a aspirar a ser nada más en un futuro cercano. No hay materia prima para ir a mejor ni más cera que la que arde. Obedecermos y viviremos tranquilos.

Les dejo a continuación con el texto publicado en El País ayer:

 

Tic, tec, tac…

ANDRÉS BOIX 18/04/2011

 

La Universidad española transita por una época oscura y la mejor prueba de que así es la aporta la radical ausencia entre nosotros mismos de ese espíritu crítico que siempre decimos que hemos de inculcar a los demás.

Tras unos años de reforma de Bolonia, cuyos mayores adalides defendían con el peculiar argumento de que en el fondo «tampoco iba a cambiar en exceso la cosa» y en ningún caso íbamos «a ir a peor» (razones bien peregrinas para justificar poner patas arriba todo el tinglado), hemos llegado a un punto en que es mejor tomarse la cosa a risa. Miles de profesores nos dedicamos mes tras mes a acudir a reuniones y preparar papelajos donde se nos obliga a definir «destrezas», «habilidades», «competencias»… en un proceso kafkiano que tiene tres características que lo hacen alucinante. Ocupa muchísimo tiempo y, de hecho, cada vez más. Nadie, absolutamente nadie, cree que todo eso sirva para nada útil, por lo que todo el mundo se ha especializado en rellenar papeles sin sentido con frases huecas que, eso sí, gusten al revisor de turno. A pesar de lo cual, las decenas de miles de profesores de Universidad españoles cumplimos cual corderitos, como nuestros respectivos centros, sin protestar.

El problema es que estamos llegando a extremos entre delirantes y patéticos y aquí seguimos sin atrevernos a alzar la voz. Esta semana me encontré con unos compañeros preparando posters para un congreso sobre innovación educativa sobre las TIC, el paso a las TEC y la anhelada llegada a las TAC. Les ahorro la explicación de lo que es cada cosa porque sí, en efecto, todo el asunto es lo que parece. Una tontería propia de una clase de párvulos. Que lamentablemente no es una broma sino algo que la gente se ve forzada a realizar porque este tipo de majaderías se han convertido de facto en obligatorias dado que las piden las agencias de acreditación de la calidad. De manera que ahora todos tenemos que dedicarnos a perder el tiempo (y créanme, es mucho tiempo, que pagan ustedes) con estas cosas.

Son también cada vez más frecuentes los controles respecto de la labor de los profesores buscando una absoluta homogenización e infantilización de las clases. Han aparecido, en época de crisis, muchos cargos y carguitos donde se aposentan voluntarios revisores de la labor de los colegas para certificar si aplican correctamente las nuevas metodologías. En el mejor de los casos cobran y no hacen nada. En el peor se dedican a hostigar a los profesores con episodios como la prohibición de encargar a los alumnos que lean cada uno, a lo largo de todo el curso, dos libros jurídicos o que utilicen Internet para montar una Wiki colectiva. De nuevo, no se trata de una broma. La tesis, respaldada por las autoridades, es que no se pueden imponer semejantes «cargas» a los estudiantes de un solo grupo, por ser discriminatorio.

De todos modos, el peor síntoma de lo que ocurre en la Universidad española es que los profesores nos estemos dejando hacer todo esto. Va siendo hora de que empecemos a denunciar lo que está pasando y a alzar la voz. No con la idea de conseguir grandes objetivos y una reforma profunda de cómo funcionan las cosas, algo muy difícil. Pero sí, al menos, para intentar alcanzar logros más humildes. Como no estar obligados a confeccionar posters o poder tener un mínimo de libertad para pedir a nuestros alumnos que se lean algún libro.

Andrés Boix Palop es Profesor de Derecho administrativo en la Universitat de València

 



Tetas al aire y viñetas de Mahoma

Cuando surgió la polémica hace un par de años a cuenta de las viñetas de Mahoma y la reacción de algunos países musulmanes, desde este blog dejamos claro que nos parecía lamentable que ciertos ordenamientos jurídicos no entiendan la importancia del pluralismo y la libertad de expresión. Pero también aprovechamos para recordar que llamaba la atención la santa furia con la que se arremetía contra los que justificaban las restricciones, o la «mesura» a la hora de tratar y criticar a la religión musulmana porque, estando de acuerdo en el fondo con ellos, puestos a arremeter contra algo podríamos empezar por hacerlo contra nuestro Código penal, que a día de hoy todavía mantiene la previsión de sanciones penales contra quienes «ofendan los sentimientos religiosos», esencialmente, cómo no, los católicos, en nuestro país.

Como cuando un Código penal contempla algo, por absurdo que sea, como delito, siempre hay alguien que acaba aplicándolo, pues desde esta semana tenemos un ejemplo más de que en España podemos ser muy «liberales» con los ataques a Mahoma, pero como nos toquen nuestra religión nos ponemos muy tontos. Así que unos estudiantes que se quejan de que subsista en una Universidad pública una capilla (algo, por cierto, con lo que no se puede estar más de acuerdo) y que lo hacen desnudándose de cintura para arriba en tan peculiar recinto universitario son, a juicio de nuestro Código penal, unos delincuentes.

La cosa no es sólo una calificación teórica. Como los párrocos de tan peculiar iglesia y los feligreses de la misma se parecen mucho a los ayatolás que entienden que ante cualquier opinión diferente ellos tienen que dejar claro cuánto y hasta qué punto se han «ofendido» sus «sentimientos religiosos», pues han denunciado a las chicas en cuestión (ya se sabe que, en estos casos de ofender sentimientos religiosos, siempre son mucho más graves las consecuencias producidas por unas buenas tetas que las que puedan derivarse de unos pectorales masculinos, cosas de la grey católica) y la Policía las ha detenido (suponemos que para interrogarlas y tal, y que en breve serán puestas en libertad, a no ser que la Audiencia Nacional se meta en medio y la acabemos de fastidiar, declarando una prisión provisional por alarma social que ni el bueno de Adorno acabaría de entender).

Así pues, firmemos el Manifiesto para que las capillas desaparezcan de las Universidades públicas, pidamos la reforma del Código penal español para ver si poco a poco lo conseguimos hacer un poquito más liberal en el aspecto religioso que el iraní y, mientras tanto, busquemos un nuevo Luis Carandell para que prosiga con su Celtiberia Show.



Contra el Borrador del Estatuto del Personal Docente e Investigador

Les copio y pego a continuación el Manifiesto contra el Borrador del Estatuto del Personal Docente e Investigador, texto normativo que se está cocinando en el Ministerio de Educación a la rica salsa boloñesa. A los que no sean del gremio quizá no les interese en demasía esta protesta, aunque sinceramente les recomiendo que le echen un vistazo. Más que nada para que se den cuenta de por dónde van los tiros, de hacia dónde quieren los mandarines educativos actuales dirigir la carrera de los profesores universitarios (si quieren deprimirse más, con el texto completo pueden alucinar). Como dice el Manifiesto, que yo he firmado porque comparto la mayor parte de lo que se dice y su orientación general, resulta evidente que nos quieren dirigir hacia un cuerpo único (lo cual a lo mejor no tendría por qué ser tan malo) pero con la idea de que, sobre todo, sea viejo y sumiso. Y eso, la verdad, no tiene el menor sentido.

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David Souter, sobre interpretación constitucional

David Souter, que el año pasado se retiró como juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, es uno de los juristas más respetados en ese país. Al mérito que cada uno le pueda otorgar por su valía como técnico del Derecho (que, en general, suele ser considerable) se une la admiración que genera una personalidad que, al menos desde la lejanía, parece absolutamente intachable. Discreto, austero, prudente, correctísimo siempre… por mucho que ello nunca le ha impedido defender con vehemencia argumental sus convicciones jurídicas. Como debe ser. Y, más todavía, si estamos hablando de un juez en una posición como la de un miembro del Tribunal Supremo de los Estados Unidos o de nuestro Tribunal Constitucional. Frente a la cada vez más extendida tendencia a dar muchs conferencias, intervenir en los debates públicos con emisión de opiniones inevitablemente enhebradas de las convicciones políticas y de los valores de cada cual, dinámica de la que en España tenemos desgraciadamente cada vez más ejemplos, sigo pensando que ser juez requiere de una exquista prudencia. No sólo a la hora de hablar de asuntos que uno está juzgando (todavía recuerdo cómo un juez invitado por mi Facultad no hace demasiado a dar una conferencia dijo algo así como que las personas encausadas en un asunto tras una instrucción por él realizada «se iban a enterar», afirmación inmediatamente jaleada, al día siguiente por todos los medios de comunicación), sino respecto de casi cualquier otro. Es obvio, viendo cómo se comportan algunos magistrados o, por señalar dos ejemplos notables, los dos últimos presidentes de nuestro Tribunal Constitucional, que quienes así pensamos somos cada vez más una minoría. Pero quizás eso haga que tipos como Souter me caigan mejor si cabe.

El caso es que, en parte como una faceta más de ese carácter, en parte por convicción, lo cierto es que Souter ha sido también, tanto en sus días como juez como desde que dejó el Tribunal, extraordinariamente prudente y discreto incluso a la hora de expresar sus ideas sobre el Derecho y su ejercicio. Su presencia pública es u ha sido mínima y no ha tenido por costumbre hablar en público, dar lecciones sobre cómo se ha de aplicar el Derecho o participar en el debate público. Básicamente, se nota que considera que, como tenía un potentísimo instrumento para demostrar con hechos cómo entendía que había de hacerse, que eran las sentencias y sus votos en la Supreme Court, que ahí era donde debía expresarse. Y que desde sus posiciones allí expuestas debía entendérsele.

Souter ha seguido en esta línea incluso tras su retirada. Sin embargo, ha hecho una significativa excepción y ha participado en el acto de entrega de diplomas de Harvard, Universidad que a fin de cuentas fue su alma mater (tanto en el grado como en la LS). Su discurso, muy interesante, contiene una explicación de cómo entiende Souter la labor del juez constitucional, la siempre difícil y modulada tarea del intérprete constitucional. ¡Como quedaba claro en las sentencias de la US Supreme Court, no parece que Souter esté muy a favor del originalismo de Scalia! Resulta por ello muy interesante escuchar cómo un jurista moderado, prudente, siempre muy atento a mostrar la debida judicial restraint, argumenta la necesidad de ir más allá del puro texto de la Constitución. Entre otras cosas, porque es imposible hacerlo de otra manera, porque no hay más remedio. Pero conviene atender con cuidado a su exposición, pues de ello no se desprende necesariamente una voluntad de sustitución al constituyente, sino si exquisito respeto. Lo que ocurre es que, como es obvio, la interpretación de cualquier texto deja siempre posibilidades abiertas y, aun obrando con prudencia y respeto a la Constitución, ello obliga a realizar ciertos juicios que van más allá de la pura subsunción mecánica:

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Libertad de expresión y cultura universitaria

En relación a lo que comentábamos en este espacio la semana pasada, a partir de la exigencia por parte de la prensa local de que la Universitat de València impida cierta charlas o coloquios atendiendo a las ideas que van a ser defendidas en los mismos, quizá sea interesante analizar hasta dónde pueden llegar los excesos de quienes, cargados de buenas intenciones, aspiran a convertirse, por el bien de todos, en policía del pensamiento y de la expresión de ideas. En lugares y sociedades donde la corrección política es cada vez más extrema, como son todas las sociedades occidentales, la cosa puede llegar a extremos kafkianos. ¿Es de veras necesario añadir a todos los costes que tiene ser un disidente, que supone estar radicalmente aislado en cuanto a creencias u opiniones, la reprobación pública de las autoridades o que te prohíban expresarte? ¿Hace de verdad falta?

Para valorar hasta dónde puede llegar el celo de las mayorías cuando se sienten asentadas sobre una base moral incuestionable basta analizar lo que le ha ocurrido a una joven estudiante de Harvard, muy probablemente arruinándole muchas de sus opciones profesionales futuras debido a la increíble repercusión mediática que ha tenido la situación.

El resumen de los hechos no es que sea sencillo, pero más o menos puede intentarse. Tras una cena y charla con amigos y conocidos escribe un e-mail a varios de ellos, en el que señala algo así como «Dado que no me gusta dejar las cosas a medias y que mi opinión no quede del todo clara, quiero aclarararos que no excluyo al 100% la posibilidad de que pueda haber alguna razón genética que pudiera conllevar una menor capacidad de los negros para el trabajo intelectual», en traducción libre. Literalmente, la frase de marras es:

«I just hate leaving things where I feel I misstated my position. I absolutely do not rule out the possibility that African Americans are, on average, genetically predisposed to be less intelligent.«

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Terroristas en la Universidad

Una. Dos. Y tres. Por tercer día consecutivo el diario Las Provincias dedica su portada a difundir la idea de que la Universidad de Valencia está copada de terroristas y de amigos de los terroristas.  A falta de nuevas portadas y de nuevos escándalos, a buen seguro por venir, los hechos que fundamentan la acusación se reducen a (y eso tomando como única fuente la información aportada de parte, esto es, por los «acusadores» que desde el diario valenciano señalan con el dedo y reprochan tan lamentable situación):

– Una asociación de estudiantes (el Sindicat d’Estudiants dels Països Catalans, de ideas, como su nombre permite intuir, afines al independentismo catalán) ha organizado unas jornadas sobre la evolución y situación actual del proyecto separatista empleando para ello instalaciones de la Universidad. Jornadas a las que ha invitado, entre otras personas vinculadas al mundo del independentismo catalán, a una persona que formó parte de Terra Lliure y que, en su día, cometió tres asesinatos, por los que fue juzgado y condenado. Cumplió condena, salió de la cárcel y, desde entonces, se dedica a cuestiones sindicales y al activismo ideológico en la línea referida.

– En espacios que la Universidad cede a grupos estudiantiles para que puedan reunirse y organizar sus actividades estuvo colgado, durante unos meses, un poster con la imagen de Iñaki de Juana Chaos. Al parecer, fue retirado finalmente por acuerdo de los propios estudiantes.

¿Por qué estos dos incidentes, estas dos situaciones, permiten afirmar que la Universitat de València es cómplice de alguna manera con el terrorismo? Al parecer, según la interpretación, delirante y cavernaria, así como altamente ofensiva hacia la institución y sus componentes, defendida por quienes están orquestand el show mediático porque lo que debería haber hecho la Universidad es prohibir tanto la conferencia como la colocación del cartel en cuestión.

Con permitir la situación abundar también en esa otra vertiente, y con todo, a mi juicio, lo verdaderamente grave de todo este asunto no es tanto la ofensa o la mala fe que pueda albergar la campaña. Más preocupante si cabe es que una línea de pensamiento como la que suscribe esa lógica pueda ir ganando terreno. O, al menos, así me lo parece a mí. Porque, sencillamente, no tienen ninguna razón, lo que convierte en altamente inquietante que haya muchos que puedan acabar convencidos de lo contrario. Y no sólo es que no se tenga razón en la acusación, sino que la desviada defensa de ciertas ideas que sus promotores pretenden llevar a cabo  no puede ser, en el fondo, más contraria a algunos principios constitucionales de los más básicos, así como al respeto a las libertades que una Universidad pública en España, afortunadamente, no puede menos que defender.

En cualquier caso, y por si alguien tiene alguna duda al respecto, que espero que no (o, al menos, que no sean excesivas), analicemos mínimamente ambas situaciones. Que tampoco está de más aprovechar estas situaciones para reiterar algunas obviedades. No sea que por falta de quien las enuncie, poco a poco, la mayor parte de la sociedad acabe perdiéndolas de vista.

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Varia. Escuchas, secretitos y surrealismo cum laude.

– Algo de sensatez en el asunto de poner micrófonos a los abogados para saber qué les cuentan sus clientes y cómo pretenden preparar la defensa. Era obvio que una salvajada de tal calibre no podía tener una vida jurídica demasiado larga. Por muchos que haya demasiada gente que se haya querido empeñar en lo contrario. EL TSJ de Madrid va reconduciendo la situación (en el enlace a la noticia tienen los links al auto y voto particular, ambos en PDF), como previsiblemente acabará pasando cuando el asunto llegue al Supremo o, en su caso, al Constitucional. No sólo es que la ley sea clara al respecto, es que, además, cualquier modelo garantista no puede dudar en plantar las barricadas frente a cuestiones de esta índole, por mucho que la tentación del atajo siempre esté presente y que los cantos de sirenas alabando la «eficacia represora contra los delincuentes» siempre cuenten con quien quiera dejarse llevar por ellos. Afortunadamente si este obsceno y turbio asunto de las escuchas ha servido para algo es para comprobar que, al menos entre juristas, sigue habiendo uan mayoría que tiene claro este asunto. No puede decirse lo mismo de políticos y medios de comunicación, desgraciadamente. A día de hoy, la progresía del país y la prensa afín sigue dedicada a justificar la destrucción de las garantías procesales y a exigir la desaparición del derecho de defensa. No pongo enlaces porque la lista sería larga y probablemente injusto cargar las tintas en algunos textos concretos, obviando otros. Hay demasiadas salvajadas sobre este tema, escritas abandonando cualquier pretensión de racionalidad y atendiendo sólo a la trinchera partidista, como para que tenga sentido señalar alguna expresión concreta. Tienen Ustedes donde elegir. Y a buen seguro que se habrán topado con suficientes ejemplos.

– El modus operandi de la Audiencia Nacional, con las técnicas del Juez Campeador en primera línea, como no puede ser de otra manera, va generando una escuela con discípulos prestos a superar al Maestro. El último y surrealista episodio viene de Palma de Mallorca, donde según lo que se deduce de las informaciones periodísticas (lo cual, quizás, obligaría a poner la cosa en duda, pero el grado de deterioro que estamos padeciendo hace temer que no, que la cuestión no se reduce a una mala crónica periodística) un juez ha decidido no sólo grabar a un sospechoso con su abogado (abogado que, como casi siempre, nadie tiene la más mínima duda de que no participa de ninguna trama delictiva más allá de defender los intereses de su cliente) sino, además, en plan «pillo», guardarse las transcripciones como un as en la manga. De esta manera, cuando el cliente estaba declarando, con una medio sonrisa, le ha podido decir algo así como «uy, uy, uy, tengo un secretito, sé que eso no es exactamente lo que Usted le contó a su abogado».

– La reforma de la Universidad y la afección del proceso de Bolonia a la consecución de la excelencia va por buen camino: el Gobierno pretende eliminar a las bravas la tradición de que todas las tesis tengan la misma calificación de «sobresaliente cum laude«. Al margen de la indiscutible sensatez de pretender que, si se supone que hay que calificar más allá de «apto/no apto», en la práctica las calificaciones se correspondan con un mínimo de esfuerzo evaluador, va a ser divertido cómo esta reforma, si se produce, acaba generando, como siempre ocurre en la Universidad en estos casos, el conocido «efecto Pilar del Castillo» (yo he llegado a Catedrática por un sistema que, en cuanto ocupo ese puesto, entiendo demasiado poco exigente pues permite que haya muchos, demasiados -entre los que, por supuesto, no me cuento- en el cuerpo, la mayor parte sin nivel, por lo que hay que cambiar el modelo por otro más duro que, a ser posible, retrase la llegada a la Cátedra de la gente en una década o, al menos, 5 añitos respecto de lo que era habitual antes). Es decir, que me voy a pasar los próximos años de mi carrera académica escuchando a colegas (de mi generación, que hicieron, como yo, el doctorado cuando a todos nos daban la mención de honor) explicar a jóvenes profesores que su tesis fue buenísima y por eso tienen la mención de cum laude. Bienvenida sea la reforma, por las risas que nos vamos a echar.

– He publicado con el Profesor Albert Ituren, un compañero del Departamento, un pequeño comentario sobre la proyectada reforma del urbanismo valenciano. Aquí tienen el enlace. No es que cambie demasiado la cosa, que es lo que tratamos de explicar, a pesar de la habitual fanfarria que suele acompañar todo cambio legislativo. Estaría bien, en este sentido, que algún día apareciera algún jurista que sepa de verdad cómo se cuece en urbanismo en España y contara toda la verdad sobre quién y cómo se queda la plusvalía en este país y con este modelo de urbanismo. Porque la supuesta teoría (contra la que se rebelan eximios urbanistas, por cierto, luchando contra ella con una pasión que a todos los espectadores reafirma en su sensación de que, efectivamente, es una idea que se traduce a la práctica) de que es la sociedad la que ha de quedarse con las mismas y que a los propietarios el suelo se les valora por lo que es antes de cualquier operación urbanísitca es la más parecida metáfora actual del famoso traje nuevo del emperador. Por supuesto, niños y mayores, ancianos y jóvenes, hombres y mujeres, a la hora de la verdad, y en su vida cotidiana bien que lo demuestran, tienen, tenemos, perfectamente claro a quién va a parar la plusvalía. Que ser propietario, a efectos urbanísticos, caray, es lo importante.



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