Rapa (Movistar+, 2022-2024)

(AVISO DE EXENCIÓN DE RESPONSABILIDAD: al parecer, algunos lectores no ven bien que en nuestras críticas desvelemos aspectos importantes de las series, lo cual les quitaría atractivo. Con independencia de que nos resulte un poco sorprendente que uno busque, en una buena crítica cultural, la exclusión de casi todo lo que tiene que ver con el producto y su sustitución por verborrea expuesta con suficiencia y que carece totalmente de contenido –es increíble, en este contexto, el daño efectuado por la crítica cinematográfica al cine-, como somos gente de bien les avisamos: aunque no se lo crean, la crítica de RAPA desvela totalmente la trama de la serie “RAPA”).

 

El nicho “series escandinavas fuera de Escandinavia” es, a estas alturas, un género por derecho propio. Y bien comentado en esta su página amiga. ¿Hace una más, de apenas tres temporadas de a seis episodios? Eso ni se pregunta: en un fin de semana entra. Y si encima es serie española, pues miel sobre hojuelas.

 

Temporada 1: que verde era mi monte

Empecemos: lo más importante de una serie escandinava es la depresión. De modo que aquí ya tocamos el alma de España con la inocente pregunta: ¿cuál es la comunidad autónoma más deprimente de España? Pues en el último thriller patrio era Málaga en invierno, y en esta resultaría ser Galicia (NOTA: Galicia sigue siendo la única autonomía jamás hollada por el abajofirmante, que opina que todas las autonomías de España son iguales e igual de deprimentes en toda su floreciente diversidad). En concreto, la villa de Cedeira, cuya alcaldesa aparece un buen día asesinada por trauma agudo en la cabeza.

A la alcaldesa moribunda la ha encontrado Javier Cámara en mitad del monte gallego. Monte que una compañía minera quería abrir y desventrar mediante una mina que regase de dinero al pueblo, aunque se cargue todo el entorno y haga imposible la Rapa titular. Se ve que los chollos inmobiliarios ya no funcionan como McGuffins como hacían hace 20 años. Y nada, que empieza el típico baile de sospechar de todo el mundo. Solo que está mal llevado: si te tomas en serio lo de ser serie escandinava, tienes que tratar a cada sospechoso a fondo, darle sus 15 minutos de sospecha al menos, destaparle algún trapo sucio, cosas así. Tratarlo como si realmente pudiese ser el asesino, no como si se tratase de un tropo a cumplir con lo mínimo.

 

“En el futuro, todos seremos sospechosos de un asesinato durante 15 minutos.”

 

Aquí, el primer sospechoso es el líder de la oposición política, pero nada, él les asegura a los polis que él no ha sido pese a estar en el monte a la hora del crimen, y a otra cosa mariposa. De hecho, lo más raro para mi es que ni una vez investiguen a Javier Cámara, a pesar de que él encontró a la víctima y luego se pasa el resto de la temporada hurgando por su cuenta en asuntos de la alcaldesa. ¿Es que a nadie le resulta sospechoso que un profesor de literatura de instituto de repente quiera jugar a los detectives? ¿Es que en una villa gallega por defecto todos van a pensar que, si hay un finado, la culpa ha de ser de alguien del pueblo, que cómo va a ser un forastero? (Curiosamente el caso lo lleva una sargento forastera, pero ni siquiera ella sospecha, es más, se han amiguitos muy rápido.) Por un lado, menos quienhasido, por otro, ¡más razones para deprimirse! La vida y las series, a veces, son compromisos.

De hecho, el quienhasido se desvanece porque muy pronto nos presentan a la autora material, y luego el resto de la temporada es ir cercándola poco a poco, a ver si se derrumba, mientras metemos politiqueos gallegos por los dineros que traería la mina. Del cerco investigativo se encargan el mencionado Javier Cámara (sí, su personaje tiene un nombre, pero para qué aprendérmelo si puedo decir simplemente “Javier Cámara” y ya nos entendemos todos) y una sargento de la Guardia Civil, extraña pareja a la que encima intentan meterle un poco de química y colegueo, jiji jaja, en realidad somos ambos funcionarios y eso une (eso y poder pirarte en mitad de la jornada laboral diciendo “oye, que me voy a investigar una cosa”). MAL: la vida es una lucha entre Eros y Tanatos, pero una serie escandinava pura solo puede hablar de la muerte y de la depresión que nos causa, con lo que cualquier mínima celebración del Eros debilita el mensaje y lo vuelve menos deprimente.

La verdad es que al segundo episodio hasta el espectador más tonto (o sea yo) ya tiene claro el deprimente porqué de la Moción de Censura con Golpe Contundente al Occipital, pero a toda una comandancia de la Guardia Civil le resulta un misterio misterioso y con eso aguanta varios meses. La autora material, encima, no se queda quieta, sino que vuelve a matar. Error: si lo hubieses dejado en una sola muerte, igual ni te pillan. Y eso que cualquier serie de true crime te deja clarísimo que cualquier poli, a los tres días de empezar, ya nota cuando alguien le está mintiendo. Y con esta asesina resulta clarísimo, pero nada. Y vale que estamos en un municipio donde el 90% de la benemérita acción se limita a que las vacas del pueblo s’han escapau riau riau, pero menuda falta de profesionalidad. Claro que los agentes ni siquiera se visten de agentes, sino que van a todas partes de civil. Como decíamos ayer, eso de vestir uniforme es para pringados.

En fin, que no te pillan a la primera, te crees Dios, o en su defecto un ángel vengador, y ahí la cagaste. No obstante, cuando a la asesina la meten en la celda, es en plan “vamos a aplicar presión, a ver si canta”, pero ni por esas, todas las pruebas son circunstanciales, y al final el juez la deja en libertad. La serie lo intenta camuflar con “bueno, mirad por lo que ha pasado la pobre chica”, y lo remata con unas extrañas escenas de relleno “perdona, pero es que quiero saber cómo lo supiste”, y ahí se queda la cosa, deprimentemente poco deprimente porque resulta obvio que no saben por dónde tirar. Hasta el punto de que tienen que sacar a la asesina en un cameo en la segunda temporada (pero tampoco para cerrar nada, sino como homenaje y para meter un breve momento de tensión) y otro más en la tercera.

 

Temporada (2) de El Caudillo

La segunda temporada empieza unos meses después. Javier Cámara y la sargento ahora viven en Ferrol, en pisos adyacentes, y hacen mucha vida juntos, unidos también porque él se ha pillado la baja definitiva para jugar a los detectives. Bueno, por eso y porque tiene esclerosis lateral amiotrófica.

 

Ferrol del C.

 

Ella mientras tanto investiga tramas de narcotráfico, pero por traumas y cosas de la primera temporada va y la caga. “Cagarla”, en este contexto, es que “en Madrid están cabreados y nos van a quitar el caso”, pequeño detallito centralista que nos cuela aquí Movistar Plus. La Guardia Civil aprieta… pero no ahoga, por lo que inmediatamente le dan un caso explosivo: ha desaparecido una oficial de la Armada Española.

(La Armada tiene en Ferrol un importante Arsenal, al que la serie saca mucho partido visualmente. Cabe aquí recordar que la villa de Ferrol de toda la vida fue un poblacho enano que un día fue seleccionado por Felipe V para fabricar barcos a mayor gloria de España, y que históricamente se expande y contrae al ritmo de los encargos a los astilleros y de lo cachas que estuviese España en la pista de baile geopolítica.)

La oficial de la Armada aparece muerta a los dos días, y empiezan a salir a la luz “cosas”, como que la oficial y su marido ya ni hacían vida juntos y ella estaba liada con la profesora de arte de su hijo mayor (el marido, en cambio, está liado con su barquito y sus investigaciones para escribir libros sobre la historia de otros barquitos). Cositas que te piensas que un cuerpo de seguridad competente debería sacar a la luz en unas cuantas horas, pero que aquí logran hacer que seis capítulos casi se te hagan largos.

Y finalmente la cosmovisión, digna de Movistar+ (que, recordemos, nació de esa creación de Miguel Primo de Rivera llamada Telefónica, S.A.): tras la fachada de ofrecer una serie “woke” (guardias civiles que parecen más oficinistas que agentes de la ley, militares malos, han matado a la pobre mujer, mira como cuchichean entre ellos, seguro que traman algo), los productores finalmente nos han colado varios golazos conservadores por toda la escuadra: el culpable solo era un alférez, qué puedes esperar de la chusma tropa, de capitán de corbeta para arriba todos inocentes, intachables si me apuras, deseosos de servir, unos Preparados en miniatura, con un espíritu de sacrificio que te entran ganas de exigirles que (¡por el bien de todos!) intervengan en la política nacional y manden al peo a toda la chusma politiquera y fusilen a 26 millones de hijosdeputa y me callo ya porque si no me vengo arriba.

 

Que sí, que lo de trabajar toda la semana juntos y luego el fin de semana ir todos con la legítima a misa en la misma iglesia, y luego al club de oficiales a rematarlo tomando vermú, pues huele un poco a cerrado, pero son sus costumbres y hay que respetarlas.  ¿O prefiere usted esos conciertos de grupos indie a los que Perro Sanxe vuela en Falcon?

 

Temporada 3: HABER si me muero

En la tercera temporada, la ELA ya está tan avanzada que Javier Cámara se desplaza en silla de ruedas y pide la eutanasia. Le dejan 15 días para pensárselo, y en ese plazo pues tiene que resolver un caso. O dos, que al principio no te dejan claro si están relacionados. Porque tras insinuarnos que en la Armada pasan cosas chungas (¡no! ¡nuestra intachable Armada!), ahora toca meterse con las vacas sagradas de la izquierda. Concretamente, pintar como culpable de homicidio a un sindicalista (¡no! ¡nuestros intachables sindicatos! – aunque bueno, quizás no todo el mundo piense que son “nuestros”, básicamente por la misma razón que hay gente que no ve la Armada como “suya”) vieja escuela metalúrgico que ya conoció los calabozos de la Benemérita 40 años antes y en unas circunstancias que hoy incluso los más fachas reconocerían que “bueno, mira, ahí nos pasamos y la verdad es que ellos tenían razón”.

(En realidad, por vueltas que da la vida, este personaje y sus compañeros hoy podrían ser perfectamente ídolos de la derecha, al fin y al cabo son hombres de barba en cara y pelo en pecho, tienen un trabajo así como varonil soldando chapas, comen carne y beben alcohol, conducen sus coches viejos de toda la vida supercontaminantes, ¡fabrican barcos para Nuestra Armada!, y él se resistió a la desindustrialización de España y a la rendición de nuestra capacidad productiva a los comunistas chinos, o algo así, no sé, en VOX te lo denuncia la misma gente que hace 40 años estaba encantada con joder a la clase obrera.)

Pero por muy intersectorialmente atractivo que resulte este sospechoso, hay algo que un señor de 65 tacos no puede ser: guapo. Por eso los productores vuelcan el peso de la temporada hacia el otro caso, donde sí hay una víctima de buen ver, o al menos una mujer joven y delgada (a la que sin embargo han pegado sus buenas yoyah y está llena de moratones), que ha sido secuestrada y por la que piden dos millones de rescate, con durísimas escenas intra-familiares y el negocio familiar en juego. Para completar el combo, se traen a una inspectora DE MADRIZ a dirigir el operatorio, una señora que se viste como una adolescente, hace no se qué dieta que la obliga a estar siempre con una manzana en la mano, y que se supone lo sabe todo sobre secuestros.

El caso del secuestro lo resuelve finalmente la sargento (pero con ayuda de Javier Cámara – por alguna razón, un profesor de instituto en silla de ruedas es más sagaz que toda la Benemérita), y Javier Cámara resuelve el otro caso. Bueno, realmente no, pero saca de prisión a su amigo el sindicalista, que al final detrás de todo el rollo “me salí del sindicato, putos vendidos, que no me vengan con ideales” sigue siendo un creyente en la solidaridad internacional e intersectorial de la clase trabajadora.

 

Rapados

Tomás Hernández: Javier Cámara haciendo de un profesor de literatura cascado por la vida, con la salud por los suelos, sobrepeso, y que ya pasa de todo.

 

No sabemos cuanto le ha costado prepararse el personaje.

 

HABER: si yo tuviese ELA y me quedasen como mucho 3-5 años de vida, también pasaba de todo. En el caso de Tomás, y como hobby pre-mortuorio, le entra el prurito y decide que él va a resolver el crimen de la alcaldesa muerta. Le tiñen la barba de rojo que parece el Rey Gaspar de un Belén.

En las siguientes temporadas, ya empieza ese tótem de los actores, “el desafío”: concretamente, representar a alguien con una enfermedad degenerativa cada vez más avanzada y pasándolas reputas, pero sin caer en el histrionismo (y sin levantarse de la silla). Más o menos, lo consigue, bueno, la verdad es que he tenido suerte y nadie de mi entorno tiene ELA, y cruzo los dedos para que siga así.

 

Maite Estévez: sargento de la Guardia Civil, forastera pero casada con un vecino del pueblo de toda la vida (aunque bueno, esto es un pueblo, y eso en España significa que, aunque vivas 50 años ahí, tengas 12 nietos viviendo en el pueblo y seas teniente en la cofradía con más solera del lugar, seguirás siendo “la asturiana” o de donde narices hayas nacido). También va a dispararle a una toxicómana en una toma de rehenes – y vaya, Estévez es la única de todo el pueblo que sufre por ello, todos los demás dicen “a ver, la yonqui se lo buscó, está todo en vídeo y con testigos, no le des más vueltas”. Se ve que para ciertas cosas igual sí es mejor ser forastero. Cierran su arco narrativo convirtiéndola en abuela, para que le niete sustituya a Javier Cámara.

 

Bolaño: ayudante de Estévez. Un Guardia Civil de los pies a la cabeza: solo se le conoce por su apellido, y gasta tremendo mostacho.

 

Si no fuera por la flema gallega, le podrían fichar aquí.

 

Norma Muiños Álvarez: la que ha atentado contra la voluntad de todos los cedeireses, vamos, la asesina de la alcaldesa. La actriz ha asegurado varias veces que es un placer trabajar con Javier Cámara, suponemos que le toca decirlo por contrato porque la verdad es que la primera temporada la lleva principalmente ella, aunque oficialmente figure solo como actriz de reparto. De hecho, sospechamos que la ELA que le cascan al personaje de Cámara es para que los dramas vitales de Norma (y tiene unos cuantos) parezcan menos y no empaticemos demasiado. Aún así, una vez te metes en lo que trae la moza, ves que, mira, matar está mal, pero ponte tu en el lugar de Norma y a ver que haces.

 

Amparo Seoane: alcaldesa finada. Tremendamente popular, parece, con 11 escaños sobre 13. La oposición la lidera (es un decir, porque aparte de él mismo solo hay un chaval que seguramente sea su sobrino) un caballero brevemente sospechoso que parece el resultado de decirle a ChapGPT “dibújame a un honesto concejal de Izquierda Unida”. O, en otras palabras: Cedeira es el sueño húmedo del Extremo Centro Español, con una especie de Gran Coalición perpetua encarnada en una campechana figura, y cuatro gatos de la cáscara amarga para que al menos parezca una que estamos en una democracia y tal. Amparo, en todo caso, no parece haber puesto el cazo (también es cierto que ya venía forrada de antes), aunque no tiene problemas en hacer la vista gorda cuando otros lo hacen.

 

Duvra Varela Seoane: la hija de la difunta alcaldesa, alrededor de la cual desarrollan la subtrama “politiqueos para abrir una mina al aire libre que se va a cargar el pueblo”. Subtrama que intentan sazonar con momentos “oh, la pobre Duvra se ha subido al barco con un tío que tiene pinta de ser tremenda mala gente, igual le pasa algo”, pero que fallan un poco porque Duvra, la verdad, es una abogada (créanme: cuantos menos en su vida, mejor) forrada (mitad herencia, mitad por matrimonio) que pasa mucho de su hermano y además trabaja para grandes corporaciones (si digo lo que pienso, nos cierran la web). Vamos, que no sirve de mucho ni como imán de simpatía ni como proyección del espectador medio, por eso lo de ponerla aparentemente en peligro una y otra vez es una pérdida de tiempo, ya que si le pasa algo nos va a dar un poco igual. Entiendo que los guionistas confiaban en que “su madre ha muerto y Duvra se opone a la mina” bastara para despertar afectos, pero es que la mina la han aprobado democráticamente los vecinos, y que una señorona venga de El Ferrol a decirles lo que tienen que hacer con su monte sin ofrecer alternativas pues les resbala.

 

Tacho: como la ELA progresa, Javier Cámara necesita un asistente para llevarle de un sitio a otro. Ese es Tacho, un chaval metido en líos por culpa de su primo, pero que realmente lo que querría es haber podido estudiar y al que le encanta leer. ¡Roba libros y todo!

 

Chamorro: otra asesina que anda suelta, pero que cae en el punto de mira de Javier Cámara. En realidad, es una repetición de la primera temporada, pobre chavala que sufre tremenda injusticia y se le va la olla, pero esta vez pasados 20 años, con la vida ya rehecha.

 

Valoración

Pues un baile: la primera temporada trae mensaje progre bajo apariencia conservadora (“la ley es igual para todos pero como la asesina es mujer victimizada pues patatas”), la segunda mensaje conservador bajo apariencia progre (“oficiales intachables, curritos kaka, esta vez no hay patatas”), para acabar con la eutanasia final de Javier Cámara, que suponemos cabe calificar de progre (y además otra ración de “la ley es igual para todos pero como la asesina es mujer victimizada pues patatas”). Dado el estado general de la televisión en España y en el mundo mundial, la verdad es que no es poco. Lo cual es MAL, porque nos pusimos la serie para deprimirnos, y que algo se haga bien pues no deprime. Pero bueno, no solo de depresión vive la tele, sino también de la enorme diversidad (dentro de la Unidad) de las autonomías y regiones de España.


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  1. Comentario de Chuki (15/10/2024 10:31):

    No se dice mina al aire libre sino a cielo abierto.
    Y un alférez es un ificial, el más bajo pero oficial.

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