“Cuba: la lucha por la libertad” – Hugh Thomas
Autor LPDiano
De Hugh Thomas ya tenemos comentados su libro sobre la Conquista de México, y otro sobre la trata de esclavos. Excelso hispanista, sus libros tienen en común que están documentados a fondo, lo que implica ladrillos de chochocientas páginas, que sin embargo no se hacen demasiado pesados. En cuanto a este, resulta que en 1962 Thomas estaba en un acto público en Cuba, y tras un discurso relativamente corto de Fidel Castro (solo 4 horas) la banda empezó a tocar “La Internacional”… a ritmo de cha-cha-cha. Esto tengo que explicarlo en un libro, pensó Thomas, y buscando donde empezar para explicar bien, llegó al siglo XVIII. Como nosotros, que abrimos esta web para entender Gran Hermano y la cotización de Terra Lycos, y no logramos explicarlo sin antes analizar series españolas en clave teológica. Nos representa.
¿Por qué interpretar la Internacional en cha-cha-cha requiere volverse atrás hasta la conquista inglesa durante la Guerra de los Siete Años? Bueno: primero, da para 200 años redondos (1762-1962, aunque finalmente se publicó en 1971 – y está prohibido en Cuba), y segundo, resume la historia cubana entre dos intervenciones anglosajonas, de Lord Albemarle a la CIA en Bahía Cochinos. En cierto modo, la historia de medio mundo.
Posada caribeña
En 1762, Cuba es poco más que una “posada”, una parada en el camino desde Nueva España hacia Vieja España. Hay un puerto muy grande en la Habana, donde se reúne la Flota de Indias, y una escasa colonización de las tierras alrededor. Como la isla apenas está cartografiada, las concesiones suelen ser desde un punto de referencia (donde el colono está obligado a edificar), y por un radio alrededor (definido de forma muy vaga, la distancia a la que se oyen un cencerro o un ladrido, cosas así). Un 40% de la población negra y mulata es libre, los -pocos- indios figuran como “blancos” en los censos, algo impensable en las colonias de Norteamérica. Las viejas familias del lugar suelen vivir de la ganadería y residir en la Habana, donde venden carne salada a la Flota de Indias. También se cultiva algo de tabaco y azúcar, para exportación. Se importan casi todas las manufacturas… y en parte también los alimentos. La caña de azúcar da dinero, pero deja el suelo exhausto después de unos años, y requiere de un importante capital inicial en esclavos.
Hablando de esclavos, Hugh Thomas no ahorra en alabanzas a la política esclavista del imperio español, que es vastamente superior a la política anglosajona. En el Imperio, la esclavitud se regía por las Siete Partidas, y eso implicaba la obligación de bautizar a los esclavos, la libertad de estos de casarse, comprar su liberación o la de sus hijos, y su consideración en general como personas humanas, mientras los anglosajones dejaron esto en manos de cada colonia y allí los trataban peor que a animales. Tratamiento que incluso tenía su reflejo eclesiástico en una teología que señalaba a los africanos como descendientes de Caín, totalmente ausente en el catolicismo.
(NOTA: es importante recordar que Thomas no escribe estas cosas para provocarles erecciones de orgullo patrio a los lectores del ABC o de El Mundo, sino para rebajarles la suya a los lectores del Daily Telegraph y del SUN, como crítica a su propia sociedad anglosajona; como no nos cansamos de recordar, criticar la mierda propia -precisamente por ser propia- es de primero de buena persona. Como nosotros pues anglosajones como que no, avisamos ya que en hermanamiento con Thomas aplicaremos el mismo baremo a “lo nuestro”, aunque hagamos llorar al Preparado. Empezando por el hecho de que, aunque la esclavitud hispana fuese comparativamente mejor, no dejaba de ser esclavitud.)
Como siempre en España (y hasta 1898 Cuba a estos efectos es “España”), las leyes severas se compensan con una aplicación/supervisión muy laxa, tanto para las condiciones laborales, como para el floreciente contrabando (que exporta tabaco y azúcar, y compra los esclavos que el Asiento oficial no logra suministrar): los señoritos, al final, son bastante libres de hacer lo que quieren.
Es decir, que para 1762 ya hay florecientes relaciones comerciales, así fuesen bajo cuerda, con los británicos, y estos usaron los 11 meses de ocupación para inundar la isla con esclavos negros, estimulando la consabida “burbuja del azúcar”: compro esclavos para cultivar caña con cuyos beneficios compro más esclavos para cultivar más caña, ¡el azúcar nunca baja de precio! Al mismo tiempo, la isla seguía siendo demasiado pobre comparada con otras, con lo que a Gran Bretaña no le importó devolverla a España en el Tratado de París a cambio de Florida (y ciertas concesiones comerciales y financieras). Pero ya se han plantado las semillas de lo que vendrá, acelerando enormemente un proceso que quizás se habría producido igualmente, pero quizás no, o no tan destacado. Porque las colonias azucareras británicas (Jamaica, Barbados, Antigua) ya habían pasado su cénit, mientras las francesas (Guadalupe, Martinica, y sobre todo Santo Domingo) estaban en alza y se quedaban con el mercado. Una entente azucarera hispano-británica, donde los albiones ponían redes comerciales, capital y maquinaria, los esclavos ponían el trabajo, y los españoles… ¡pues lo de siempre, la gestión, las llamaditas, las cenas en reservados, las recomendaciones, y la parcelita a la entrada de la Habana de uso rural pero que con una llamadita a mi primo en la concejalía de urbanismo se soluciona!, solo tenía el cielo como límite.
“La Edad de Oro”
Y bien que se pusieron. En la década de 1770 el azúcar exportado se quintuplicó con respecto a la anterior, e incluso era treinta veces lo que en la de 1750 (en parte, claro, esto refleja contrabando previo que pasó a ser declarado). La isla vivió un enorme influjo de capital británico (porque los plantadores cubanos, demostrando su recia raigambre española, solían estar endeudados hasta las cejas con los comerciantes -no hay bancos comerciales- y apenas lograban ir pagando intereses), y solo en el periodo 1816-1820 entraron más de 100.000 esclavos africanos. Las plantaciones se hicieron más grandes y capitalizadas. Los astilleros de la Habana dejaron de reparar barcos para producir la maquinaria necesaria. Aparecen ingenios de vapor, y para que funcionen hay que importar carbón. Una revolución industrial en miniatura, con el mérito añadido que se logró sin apenas apoyo de la metrópolis. La isla se convierte en una ruedecilla en la maquinaria capitalista global.
El beneficio se convirtió en la única meta, y los cultivadores incluso se negaron a pagar el diezmo al obispo (no lloren por él: la Iglesia tenía sus propios molinos y esclavos, incluso se organizaban ventas de esclavos en las puertas de las iglesias). También el tratamiento de los esclavos empeoró, claro. El código de esclavos de 1798, muy humanitario, no se cumplió ni por asomo. Empezaba la edad de oro de Cuba: con Santo Domingo envuelta en revoluciones se iba el mayor competidor, y con la Francia napoleónica en guerra con todos y el precio al alza, a Cuba se le abrió de par en par el mercado anglosajón: Gran Bretaña, pero sobre todo el creciente mercado estadounidense, donde muy pronto empezaron a especular con comprar la isla igual que habían “comprado” Florida. Useños y británicos desconfiaban mutuamente, y mira, para eso mejor que se la quede España, que no amenaza a nadie.
Hubo otras razones para que Cuba permaneciera española: primero, la isla se convirtió en un refugio para 20.000 realistas refugiados del continente, cuando desde Tierra de Fuego hasta California deciden que Fernando VII igual no es tan “deseado”. Incluso acoge a refugiados blancos de Haití, que inyectan en la sociedad cubana el miedo a la revolución negra (entre 25.000 y 30.000 soldados españoles estarán permanentemente destinados en Cuba durante el próximo siglo – y también la Guardia Civil). Y el bajo clero, tan instrumental en las revoluciones libertadoras, aquí no es criollo sino peninsular. Pero, sobre todo, la necesidad de un suministro constante de esclavos negros. La población esclava no es capaz de reproducirse (en algunos censos hay cinco esclavos por cada mujer esclava, las autoridades tienen que imponer una cuota femenina de un tercio para los barcos que llegan desde África) y necesitan a los negreros, pero los británicos han abolido el comercio en 1807 (y en 1834 abolirán la esclavitud). Solo bajo el paraguas de España podrá Cuba mantener su prosperidad. Para 1830, Cuba era el mayor productor mundial de azúcar, y una máquina de hacer dinero, si bien expuesta a importantes vaivenes en el mercado, una maldición que Cuba arrastra hasta hoy. Y junto a ella, otra: como es tan rentable el azúcar (10% de rendimiento anual), se abandona el café (sólo un 5%) e incluso los alimentos básicos, que hay que importar. Cuba siempre tendrá un coste de vida altísimo. España, permanentemente arruinada en el XIX, no puede permitirse renunciar a los ingresos aduaneros, y pasa por alto el comercio ilegal y los maltratos.
No es que en Cuba no haya anhelos de independentismo: los hay, pero son débiles, y cualquier intento de apelar a los esclavos (“apoyad la independencia y os daremos libertad”) desata las histerias de los terratenientes, que exigen a la metrópolis aplastar sin piedad cualquier intentona por pequeña que sea. Cuba se convierte en una anomalía, bajo la ley marcial durante medio siglo mientras permanece muy rica y económicamente liberal.
La automatización trae una riqueza cada vez mayor: si en 1800 se produce una tonelada de azúcar por cada esclavo, en 1820 son dos, y en 1840 cuatro y media. Para mediados de siglo, la tecnología ya permite automatizar casi todo el procesado: la extracción del jugo de la caña, su cocción y su refinado. Esta era la parte que más muertes directas se cobraba (esclavos atrapados en las prensas o caídos en las calderas por agotamiento tras jornadas de 20 horas – entre los hacendados era artículo de fe que a un negro le bastaba con cuatro horas de sueño), así que las condiciones mejoraron un poquito porque los esclavos ya solo se encargan de cuidar y cosechar la caña. Pero como aumenta tanto la producción, el número de esclavos no disminuye.
El final de la felicidad
La edad de oro tiene una última floración a principios de los años de 1860, cuando la Guerra de Secesión acaba con las plantaciones azucareras de Luisiana. Después, se inicia el declinar. Primero, muchos países europeos sin colonias empiezan a pasarse al azúcar de remolacha (como lo hará España tras 1898). No es más barato, pero los gobiernos lo subvencionan para no depender de importaciones. EEUU también empieza a aumentar su producción interna. Y cada vez es más difícil importar esclavos. En los 50 y 60, y de nuevo a partir de 1884, el precio del azúcar pega importantes bajones, sin recuperarse. Los molinos sufren una concentración, las viejas familias los pierden en favor de compañías más profesionales. Estas intentan sustituir los esclavos por trabajadores chinos, cuyos descendientes todavía viven en Cuba.
Pero el torpedo a la línea de flotación es una revuelta que deviene en guerrilla, a la que la historiografía ha puesto el algo pretencioso nombre de Guerra de los Diez Años. La cosa es así: toda esta prosperidad del azúcar está concentrada en el oeste de la isla, con el triángulo Matanzas-Cárdenas-Colón produciendo un 50%, debido a su proximidad con los puertos de La Habana y Matanzas, ya que el transporte al puerto en carros de bueyes era casi una cuarta parte del gasto del hacendado.
De hecho, los primeros ferrocarriles de España se instalaron en Cuba para poder explotar mejor el interior de la isla, pero siempre desde La Habana. El este de la isla, en cambio, se queda mucho más atrasado y pobre. Además, se especializa en café, de menor rendimiento (aunque es más barato de montar), y cuyo mercado internacional se va a hundir bastante antes. (INCISO: en 1835 EEUU impuso un arancel al café cubano, que sentó muy mal en el este de la isla y se recuerda hasta hoy, aunque fuera una respuesta estadounidense a un arancel similar por parte de España.) El este de la isla cree que el azúcar les ha jodido y se convierte en un hervidero económico, social y político. Salta una insurrección. Sus demandas son la independencia, sin medias tintas, para poder negociar sus propios acuerdos comerciales. Como las clases dominantes del este no tienen apenas esclavos, no se les caen los anillos por pedir su liberación.
La guerra pronto se estanca: el ejército monta una trinchera de lado a lado en el punto más estrecho de la isla, y encierra a los rebeldes en su mitad, pero las expediciones más allá nunca logran atrapar al enemigo, que se dispersa por el campo. Los rebeldes a veces cruzan al otro lado, pero no se atreven a dañar las plantaciones porque confían en atraerse a los hacendados (lo de liberar los esclavos, se ve, era opcional) y a los EEUU, donde sin embargo prefieren apoyar la legalidad vigente y al gobierno republicano del Sexenio. Finalmente, Madrid decide mandar al general Arsenio Martínez Campos.
Martínez Campos es militante del Partido Conservador, hizo el pronunciamiento que acabó con la Primera República española, y ha sido un pilar inquebrantable de la restaurada monarquía borbónica. Vamos, es alguien con credenciales suficientes para adelantar por la derecha a Feijóo, Abascal y Ayuso todos juntos. ¿Saben cómo resolvió lo de Cuba? Por favor no se rían: con una amnistía. Una amnistía que, además, ¡ofrecía la libertad a aquellos esclavos que se habían unido a la rebelión! (Una medida que acabó hiriendo de muerte a la esclavitud: si dejas libres a los que se rebelaron, a los que obedientes se quedaron en las haciendas se les quedará cara de tontos). Por lo demás, Cuba se pone en pie de igualdad con las otras provincias españolas, y puede al fin elegir diputados que la representen en Madrid. Eso sí: votantes solo habrá 30.000, y los diputados serán 6 de 450 y encima todos contrarios a la independencia.
La guerra ha sido atroz: hubo 200.000 soldados españoles muertos, heridos o enfermos por las condiciones tropicales. Y como hubo varios insatisfechos, estos iniciaron al poco una nueva revuelta, que como su nombre indica –Guerra Chiquita– se cae de la mesa y se mata. Pero ya se cuece la siguiente.
A la tercera va la vencida
Demasiado joven para haber luchado, pero encarcelado y exiliado por decir “oye, ni tan mal los rebeldes”, José Martí (hijo de una tinerfeña y de un oficial de artillería valenciano) monta en el exilio una importante organización, y escribe un impresionante corpus de artículos, ensayos, traducciones y obras literarias (según Thomas, el verso “Cara al Sol” que luego recoge Dionisio Ridruejo es de Martí). Reside en Madrid, en Zaragoza (donde se saca el título – ¡en 1995!), y en EEUU. Admira muchas cosas del país, pero considera su cultura comercial y materialista incompatible con Cuba. En 1895, desembarca en la isla con una tropa de rebeldes y lanza una insurrección. Morirá pronto, pero su maquinaria ya está en marcha – e intenta asegurarse la benevolencia estadounidense con fuertes campañas en favor de los rebeldes y denunciando atrocidades españolas (tanto inventadas como reales).
Aquí Cuba ya entra de lleno en la política yanki, con el bando aislacionista diciendo “mejor ni tocarlo”, y el bando imperialista/expansionista abrazando entusiasta la causa rebelde. Se envían armas y suministros, se da refugio, y se presiona al presidente. Cleveland aguanta, y McKinley parece que también pretende hacerlo, aunque la prensa de Hearst está presionando a tope a favor de una intervención.
En España, no obstante, debajo de toda la retórica a-por-ellos-oé, la-constitución-que-nos-dimos-entre-todos y España-se-rompe, los dirigentes saben que tienen que ofrecer algo. El propio Martínez Campos, enviado de nuevo a dirigir el ejército, dice que lo más que puede lograr es una tregua de doce años hasta la siguiente guerra, salvo que empiece a fusilar a troche y moche, algo a lo que se niega por impropio de gentes civilizadas. Un blando, hoygan, que hoy sería expulsado de cualquier partido de centro reformista.
Por eso Cánovas le sustituye por un “duro”, el general Valeriano Weyler, que mete a la población civil en campos de concentración mientras aumenta la presión sobre los rebeldes. El plan de Cánovas es que Weyler gane la guerra con su brutalidad, y que el pacto que entonces ofrezca Madrid parezca bueno: y hombre, tampoco es malo del todo. Cuba no sería “como Canadá”, pero sí tendría una cierta autonomía local, aunque con un capitán general enviado desde Madrid para vigilar. Sin embargo, a Cánovas lo asesina en 1897 un anarquista italiano (que iba a matar a la familia real, pero un exiliado cubano en Paris le convenció de que Cánovas era mejor objetivo), los sucesores carecen de su ingenio, y el plan fracasa. Demasiado poco, demasiado tarde.
Para 1898, sin embargo, los rebeldes están estancados. Ya no pueden ganar, eso Weyler lo ha conseguido, pero no logra eliminarlos del todo, y su crueldad da gasolina a la propaganda anti-española en EEUU. Incluso Winston Churchill, conocido imperialista que se fue a pegar tiros con los españoles, los acaba abandonando. Los estadounidenses ya habían patrocinado la revuelta de un aventurero anexionista en 1851 (cuya bandera, estrella solitaria tejana sobre triángulo masónico con las barras y los colores de la enseña estadounidense, curiosamente, ha llegado hasta hoy como bandera de la isla), pero ahora van con todo. Hearst manda a sus dos mejores periodistas a la isla (salario: 3000$ al mes), y cuando uno le telegrafía “no habrá guerra, quiero volver”, Hearst le responde “usted quédese a informar, de la guerra ya me encargaré yo”.
“That splendid Little war”
Con esto llegan los estadounidenses. Como buenos rojeras, nos gusta pensar que la guerra es un producto del capitalismo desatado que busca nuevos mercados y bla bla bla, pero ni el presidente McKinley ni los principales hombres de negocio querían la guerra, estaban mucho más preocupados con salir de una recesión. La guerra fue el resultado de un lobbying muy efectivo por parte de niñatos ricos como Theodore Roosevelt, con delirios imperiales y que querían demostrar lo machotes que eran. Fue el primer pasito gordo de los EEUU fuera de su terruño, y la primera de las guerras típicamente estadounidenses (inundar a su población con fake news para intervenir en guerras ajenas tras esperar a que todos los combatientes estén agotados de años de lucha, y quedarse con la parte del león del botín mientras lo venden como algo humanitario). Dado el potencial de ambos, estaba claro quién iba a ganar la guerra. Dice Thomas que si Madrid insistió en lucharla, es porque temían un golpe de derechas si no lo hacían, pero se aseguraron de perderla lo más deprisa posible.
Y así fue: apenas una batallita gorda en el cerro de San Juan, realmente una defensa bastante heroica de 800 españoles ante 8000 yankis, y se acabó. Theodore Roosevelt (que le disparó por la espalda a un español que huía y lo puso en su autobiografía) ganó su medallita y la presidencia, y EEUU un país que evangelizar. Tampoco fue TAN malo: la administración militar estadounidense, que comienza el 1 de enero de 1899, elimina de una vez por todas la plaga de la fiebre amarilla (1400 casos en 1900, 34 en 1901, ninguno en 1902), facilita la construcción del primer ferrocarril que recorre toda la isla (de cara a despliegues militares, pero bueno), evita inicialmente que los hombres de negocio estadounidenses se compren media isla, impone mejoras legales para las mujeres (aunque del papel al hecho hay un trecho), decreta la escolarización forzosa hasta los 14 años, e incluso celebra elecciones locales a las que se presentan los indepes. Pero al líder indepe no se le ocurre otra cosa que decir que esto es una deshonra, que la isla la han liberado los guerrilleros (a los que los yankis han despachado con dinero de vuelta a casa), y se retira de las elecciones. Gana sin oposición Estrada Palma, jefe de la Junta de Cuba en Nueva York, que en ese momento aún reside en EEUU.
Es en este punto los estadounidenses empiezan a mostrar estilo propio. En vez de anexionarse la isla tal cual, le dan su independencia, pero “sugieren” ciertos artículos para la nueva Constitución que se está elaborando. Básicamente, carta blanca para intervenir si el orden público se viene abajo o para “mantener la independencia de Cuba” (vamos, por si llegan UK, Francia o Alemania para quedársela), y autorización para mantener un par de bases navales (entre ellas, y hasta hoy, Guantánamo). Los indepes más exaltados están que trinan, pero la prensa useña (la misma que hasta ayer les ha apoyado denunciando las atrocidades y “atrocidades” españolas) ahora vira lentamente a “ts ts, esos indepes, encima casi todos negros, que ahora se aprovechan de la limpia victoria de las armas americanas para salir de sus escondites y maltratar a las nobles pero indefensas mujeres de los españoles”.
El poder confiere, se quiera o no, serias responsabilidades. Ejercer el poder económico de un país lleva consigo el disfrute del poder político. Es difícil reconocer que EUU se percató de ello; que se dio cuenta de su responsabilidad hacia Cuba, de sus deberes hacia ese país a principios del siglo XX. […] hubiese sido mucho mejor tanto para Cuba como para EEUU que, en 1902, o al menos en 1905, Norteamérica se hubiese hecho cargo del gobierno de Cuba. No quiso hacerlo porque la enmienda Teller lo prohibía y porque tenía miedo del peso de un imperio mundial que le hubiese acarreado la enemistad de los europeos con los que deseaba entenderse sin dificultades […]
El temor, la amenaza o el deseo ante la intervención de EEUU iba a ser el eje en torno al cual giraría la política de Cuba durante treinta años, desde 1902. Pocos cubanos deseaban seriamente ser absorbidos, pero en cambio estaban ansiosos de utilizar el poder legal aparente de EEUU (de acuerdo a la enmienda Platt) para triunfar sobre sus oponentes políticos.
Económicamente, y tras algunos tropezones, Cuba se va a recuperar bastante rápido, exportando la mayor parte de sus cosechas a EEUU. Un 50% del azúcar consumido allí será cubano. Paradójicamente, es ahora, cuando ya no es española, que llega una inmigración masiva desde España para trabajar allí: 200.000 españoles, sobre todos asturianos y gallegos, llegan entre 1900 y 1925, más que en los dos siglos anteriores. En 1920, uno de cada cuatro residentes ha nacido en España, y la isla tiene casi tantos habitantes como Venezuela. Varias decenas de miles de trabajadores llegan desde Jamaica y Haití. La Primera Guerra Mundial, además, convierte a la isla de nuevo en el primer productor mundial, triplica el precio del azúcar e inicia una nueva -aunque breve- edad de oro… que, de nuevo, no se aprovecha para nada sustancioso, salvo para especular, para gastar en lujos, para jugar a la lotería (una verdadera obsesión en aquellos años), y para talar los hasta entonces frondosos bosques del “Oriente”, el este de la isla, para plantar más azúcar. Ni diversificación, ni industrialización, ni nada.
Políticamente, en cambio, la isla no para de dar pendulazos: gobiernos débiles acaban en caos e insurrecciones (de los negros, los liberales, los estudiantes, los primeros sindicatos…) que provocan intervenciones yankis, unas militares y otras financieras, que a su vez intentan limitarse a lo mínimo pero que no pueden evitar pensar que aquí hay que aplicar 1:1 lo que es habitual en los States y asegurar la enmienda Platt y las bases militares, y vuelta a empezar. Los yankis creen que las continuas insurrecciones son prueba de que estos latinos no saben gobernarse, pero son incapaces de ver que sus imposiciones siempre van a crear descontento – y sus intervenciones siempre van a servir de incentivo a un “partido por-americano” para liarla parda en cuanto algo no les gusta, y así volver al poder mediante los rifles/dólares yankis. Los gobernantes, pues unos son más generosos (Gómez, alias “Tiburón”, “el tiburón se baña pero también salpica”) y otros más avariciosos (Menocal, que se ganó con fraude un segundo mandato y lo “pagó” declarando la guerra a Alemania), pero todos corruptos.
Las crisis políticas se juntan con una económica al final de la guerra. 1920 en concreto fue el año de la locura, de la “danza de los millones”: la cotización pasó de 22 centavos a 4. Aunque se estabiliza durante unos años, la Gran Depresión lo acaba de rematar. Y ahora se le empieza a ver la parte mala a esos tratados comerciales con los yankis: los remolacheros de Wisconsin hacen lobby para dificultar la importación de azúcar cubano… pero Cuba no puede impedir ser inundada con manufacturas estadounidenses que arruinan cualquier intento de incipiente industria.
Revolución, parte prima (1933)
Llegamos a 1933. El presidente Machado es tremendamente impopular, habiendo prolongado inconstitucionalmente su mandato, mientras la isla agoniza económicamente. Surge una fuerte oposición, por ejemplo, los comunistas, pero que en vez de poner bombas se centran en hacerse con los sindicatos arrinconando a los anarquistas. De las bombas y tiros se encarga el ABC, una organización a medio camino entre el corporativismo, el fascismo, y el extremo centro. Aquí hay que señalar que la antigua clase terrateniente/alta burguesía, tras la entrada a saco del capital yanki, se ha convertido en su palanganero, a menudo adoptando su estilo de vida y mandando a sus hijos a estudiar a EEUU. Ni siquiera el ABC escapa a esto: en el fondo son tan proamericanos que Sumner Wells, el embajador de Roosevelt, los apoya frente a Machado, y acaba forzando la huida de este último, mientras las turbas del ABC toman las calles y saquean las casas de los machadistas. En algunos casos, los linchan. Una revolución en toda regla.
En el caos generalizado, cinco sargentos y tres soldados rasos forman un comité para mantener unidas a las fuerzas armadas, con un apoyo nominal al gobierno revolucionario. Cuando llegan unos oficiales superiores para intentar negociar, uno de los sargentos, un taquígrafo, los depone, y manda a otros sargentos para hacerse cargo de bases y unidades, arengando a los soldados a favor de la revolución. Los soldados le siguen, parece que porque les promete botas nuevas. El taquígrafo acabará de jefe de las fuerzas armadas, controlando más y más a los cinco presidentes interinos que se nombrará en cuatro meses. ¿Su nombre? Fulgencio Batista.
Como archienemigo de Fidel Castro y sus barbudos, quizás se lo hayan pintado como un pequeñoburgués reaccionario. Nada más lejos. De origen humilde (ciertamente más que los Castro), con 14 años perdió a su madre y tuvo que irse del hogar para trabajar. Laboró de casi todo: la zafra, ferroviario, mulero… tomó clases en la escuela nocturna de unos cuáqueros, y acabó en el ejército como taquígrafo. Es también mestizo de todos los pueblos que han pasado por la isla (el nacionalismo cubano es algo de las clases medias y bajas, y más de un intelectual alabará a los antiguos esclavos negros como “los cubanos más auténticos”). Todo el mundo coincide en su enorme don de gentes, simpatía y habilidad para caer bien.
Batista será la fuerza dominante en la política cubana, abierta o clandestinamente, durante 27 años, empezando durante el Juego de Tronos caribeño entre los estudiantes (los verdaderos protagonistas de la revolución), los oficiales machadistas, los comunistas (que en el último momento todavía se pusieron del lado de Machado), los sindicatos (teóricamente infiltrados pero que van muy a su bola), el ABC y la embajada estadounidense. Todos moviendo la ascua a su sardina, y todos con sus milicias armadas, mientras Batista a la chita callando va solidificando su control sobre el ejército (destituyendo a oficiales y promocionando a suboficiales como él), y la embajada asegura que los EEUU están dispuestos a negociar todo, incluyendo la enmienda Platt, ¡faltaría!, pero solo “con un gobierno legítimo y fuerte capaz de representar a los cubanos”. Inocente frasecita que contiene el cogollo del meollo del bollo: ¡que ningún gobierno cubano será “fuerte” mientras no tenga reconocimiento oficial estadounidense!
Finalmente, se firma un nuevo tratado político-comercial con EEUU que elimina la Enmienda Platt, garantiza un cierto cupo de azúcar (aunque ya solo un 30% del consumo estadounidense), y mantiene, eso sí, las bases militares en su lugar. Roosevelt no parece haberle dado mucha importancia a la isla, lo que dejó amplio margen de juego a los embajadores, que seguían siendo el actor al que todos miraban.
Batista
Como Batista tiene muy claro lo que quiere y cómo conseguirlo, se entrevista a menudo con el embajador, pasando por encima de su propio gobierno, y le promete todo lo que este quiere oír: que aplastará cualquier infiltración “comunista” (el PC cubano, siendo relativamente fuerte, tampoco era un actor principal de la revolución, pero cualquier cosa mala, o desbocada, o simplemente perjudicial para intereses estadounidenses, enseguida se atribuye a los comunistas), y que él puede pacificar la isla, si le dejan. Al principio aún tiene que pactar o esconderse detrás de títeres: habrá nueve presidentes en siete años, hasta que Batista acceda al cargo en 1940. Ese año se celebran elecciones libres y se aprueba una nueva constitución, bastante avanzada socialmente. Batista gana las elecciones presidenciales (“aparentemente limpias”, dice Thomas), y se dispone a aprovechar el estallido de la Segunda Guerra Mundial como lo haría cualquiera: decir “sí bwana” a todo lo que llegue desde Washington. Como en Washington está el superprogre de FDR, Batista le ofrece bases, interna a 4500 italo-germanos, y aprovecha para mejorar un poco los tratados comerciales. Cuba en este momento es el sexto socio comercial de EEUU.
Sobre su ideología, en general es intervencionista, claro (como todos en esa época), y sus medidas son en parte incluso progresistas: salarios mínimos, garantía de compra del azúcar, reforma agraria… más que a Hitler/Mussolini, recuerda a Juan Domingo Perón o Gamal Abdel Nasser. Aún así, los comunistas le califican de “fascista” –hasta que pacta con ellos, y entonces “Batista ha dejado de ser un foco de la reacción”. Thomas dedica bastante espacio al PCC y su singular relación con Batista. Aunque al principio los ilegaliza, luego llega a pactos con ellos, cediendo en lo económico-social pero sin concesiones políticas. Ellos acaban controlando los sindicatos, y a cambio él se libra de huelgas y ellos hasta piden el voto para él en las elecciones, mientras todos juntos tiran del carro antifascista: apenas unos días tras Pearl Harbor, Cuba declara la guerra a Alemania y Japón.
La verdad es que son años bastante buenos: Cuba prospera económicamente, está del lado bueno de la historia, las políticas son más o menos progres, hay una cierta placidez… frente a esto, ¿qué importa que Batista se haya enriquecido en unos veinte millones de dólares? Es popular, y cuando llegan las elecciones de 1944, no parece dudar de que su sucesor designado y su partido, la Coalición Socialista-Popular, van a arrasar. Pero las urnas son caprichosas, y Ramón Grau, vieja gloria de la revolución de 1933, se alza con la victoria.
El gobierno de Grau (Batista prudentemente prefiere irse a vivir a Florida) acaba siendo uno de los más corruptos de la historia de Cuba, como lo será el de su sucesor, Carlos Prío. Ocho años en los que, de nuevo, entra dinero a mansalva (la guerra mundial, luego la reconstrucción de Europa, y desde 1950 la guerra de Corea)… y no se aprovecha para nada productivo salvo poner en 1950 un canal de televisión. Todo el mundo está a la caza del dólar, especulando, y robando a manos llenas. Cuando los comunistas organizan una protesta contra Grau, este comenta, “dejadles, mañana ya abrirán el puño”.
En cualquier otro periodo, esto habría llevado rápidamente a un estallido, pero la inmensa prosperidad que entra en la isla permite aplacar los ánimos… hasta que se acaba. Para 1952, Europa ya vuelve a cultivar abundante remolacha, en Corea se acerca la paz, y en Cuba un tribuno del pueblo, Eduardo Chibás, jefe del Partido Ortodoxo, marxista pero anticomunista, arenga a las masas denunciando la profunda podredumbre de la clase política cubana, y culmina su perorata radiofónica final con un suicidio en directo en las ondas (le cortaron la señal un segundo antes, y el disparo al vientre, que quizás solo pretendía llamar la atención, tardó diez días en matarle).
Batista II
El régimen político se está descomponiendo, y nadie sabe qué va a surgir. Batista anuncia que va a volver, pero en esta ocasión los comunistas le niegan su apoyo porque afirma que en caso de guerra con la URSS él apoyará a EEUU. Para las elecciones de marzo de 1952, concurren con posibilidades el Partido Auténtico (el de Grau y Prío), el Partido Ortodoxo (el de Chibás), y Batista. Cualquiera puede ganar.
Pero entonces empiezan a correr rumores de que Prío quiere dar un golpe para perpetuarse en el poder. El origen del rumor se desconoce (y Thomas lo da por falso), pero prende en el ejército, donde los oficiales batistianos (resentidos por como los Auténticos los han orillado) le ofrecen a su líder la posibilidad de un contragolpe. Batista quizás no se lo creyese, pero tomó la oferta igual. El 10 de marzo de 1952, a semanas de las elecciones, varias unidades se rebelan y detienen a los oficiales Auténticos. Prío se refugia en la embajada mejicana, y al poco abandona el país sin lucha. Batista da el clásico discurso “la patria me necesitaba para limpiarla de corruptos”, y nada, que ya está de vuelta.
El golpe es relativamente incruento, las masas están adormecidas y la oposición parece más dispuesta a pelearse entre sí que con el nuevo régimen… que además inmediatamente tiene el apoyo de la US Steel Corporation y del State Department (in that order). La Iglesia y los comunistas reciben al régimen con una cierta ambigüedad, incluso pese a interrumpir las relaciones diplomáticas con la URSS (rotas desde Moscú porque se cacheó a un diplomático). Batista intenta poner en marcha una nueva constitución, pero la oposición la boicotea. Y la universidad se convierte en un hervidero.
La Revolución
Al año de inaugurado el régimen, se produce el primer levantamiento violento contra él: el 26 de julio de 1953 un grupo de insurrectos intenta tomar el Cuartel Moncada. El grupo es una mezcla variopinta de todos los sectores sociales. Los lidera el hijo de un hacendado, del siempre rebelde Oriente de la isla, militante del ala izquierda de los ortodoxos, más admirador de Martí que de Marx, con debilidad por los discursos de José Antonio Primo de Rivera, educado en los jesuitas, con carrera y doctorado en derecho, y un ego que haría a PABLO parecer un monje cartujo: Fidel Castro.
El asalto fracasa penosamente… y ahí se podría haber quedado la cosa, con Castro un par de añitos en la cárcel y luego exiliado en México. Pero al régimen se le pela el cable, y de los cien prisioneros que toma, dos tercios acaban fusilados sin juicio, muchos torturados. Como algunos huidos están heridos, se desata una ola de arrestos a cualquiera que esté herido, aunque sea de un accidente. Se arresta también a varios comunistas, aunque el partido condena el ataque y el único comunista entre los insurrectos es… Raúl Castro, que evidentemente estaba ahí por lazos familiares. Unos meses más tarde, Batista ilegalizará completamente el partido y sus organizaciones. Y por supuesto, no hay ni investigación ni nada, una vuelta a los días de Machado. Impunidad total de las FCSE. Esta sobrerreacción tendrá el mismo efecto que la sobrerreacción británica al Alzamiento de Pascua, y convierte a Fidel Castro (arrestado al cabo de unos días mientras dormía en la selva) en una figura notoria, sobre todo tras un juicio que Castro logra convertir en juicio al régimen. Le caen 15 años, 13 a su hermano. Desde la cárcel continúan criticando al régimen y al sistema económico (críticas no del todo desacertadas, dice Thomas), y proponiendo reforma agraria e industrialización (“exportamos azúcar para importar bombones”). Del problema racial, en cambio, no hablaban – Batista era popular entre negros y mulatos, por el procedimiento (común a casi todos los presidentes, por cierto) de subvencionar cultos santeros y africanos. Y tampoco hablan de EEUU.
Batista celebró unas elecciones sin oposición a finales de 1954, y a principios de 1955 ya estaba firmemente montado en el machito. Empresas useñas abren hoteles y casinos por todas partes. Nixon se pasó a saludar, y la URSS firmó un acuerdo comercial para comprar azúcar de la reserva. ¡Una nueva edad de oro! ¿A que parece buen gobernante? Esperen, porque ahora, pacificado todo por la prosperidad, llega un acto de suprema maldad: ¡una amnistía! En abril de 1955, salían libres todos los presos políticos. También los Castro, que se exiliaron en México. Allí organizan en la distancia el Movimiento 26 de julio, recaudan dinero como pueden, y conocen a unos militares que les ayudarán, como Alberto Bayo, republicano español, futuro general del aire cubano, y quien convenció a Fidel de lanzar una guerrilla. Finalmente, conocen a un médico argentino, un revolucionario nómada que a sus 26 años ya ha pasado por los tumultos políticos de media América Latina, bautizado como Ernesto pero que –por su costumbre de decir “ché” en cada frase- es conocido como Ché Guevara.
Batista mientras tanto sigue abriendo la mano y confiando en la prosperidad económica. ¡Incluso diversifica la producción con una refinería y unos altos hornos (de capital estadounidense)! Pero cuando la oposición burguesa le exige elecciones en 1956, los ridiculiza y pasa de ellos. Queda claro entonces que es o Batista o el Movimiento 26 de julio, es decir, Castro. Batista por su parte empieza a perder al ejército, cabreado con su protección al clan Tabernilla, que hace y deshace las promociones.
En diciembre de 1956, Castro y 82 hombres se embarcan en un yate de recreo y cruzan de México a Cuba. Toda la operación se puede describir con dos palabras: amateurismo sangrante. Nada sale como debe, y a la semana solo la mitad de los hombres han logrado llegar, más muertos que vivos, a la Sierra Maestra. Pero aquí empieza su epopeya. Castro sobrevive, asalta pequeños cuarteles, y va reclutando entre los campesinos de la sierra, los más pobres de los pobres (porque resulta que para él y el Ché, pese a haber montado todo esto en nombre de la justicia social y blablablá, es la primera vez que pasan hambre de varios días y ven las miserables condiciones en que viven los habitantes más olvidados del Oriente). También –algo ha aprendido de sus predecesores- cultiva a la opinión pública americana concediendo entrevistas a prensa y televisión que le convierten en una celebridad y dejan en evidencia a Batista, que afirma todo el rato que Castro ya está muerto. Al mismo tiempo, el M26J inicia en las ciudades una campaña de sabotajes y bombas. El régimen, exitoso en lo económico, no sabe muy bien cómo reaccionar, así que aplica represión masiva y echarle la culpa de todo a los comunistas, para no perder el apoyo yanqui. Los comunistas, mayormente inocentes y que condenaron lo de Moncada como “putchismo”, responden acercándose a Castro.
A esta altura del libro, confieso, tuve que tomarme una pausa, porque Thomas se pone todavía más exhaustivo, detallando con nombre, apellido, edad y estado social a todos y cada uno de los implicados en las diversas campañas. Pero la Revolución Cubana se puede resumir como cualquier otra revolución exitosa: circunstancias estructurales sobre las que cae un cúmulo de carambolas afortunadas (razón por la que “imitar” revoluciones siempre es mala idea). Castro no tendrá nunca más de 2000-3000 soldados en Sierra Maestra, pero su mera supervivencia y lucha (aunque apoyados por miles de activistas en las ciudades, saboteando y poniendo bombas) le convierten poco a poco en el foco de toda la oposición. Tiene gazapos, claro: para abril de 1958 convoca una huelga general que fracasa estrepitosamente, entre otras cosas porque ni se dignó hablarla con los comunistas. Es aquí que inicia un acercamiento con ellos. Pero Batista tiene gazapos aún mayores, no para de ponerse en ridículo afirmando que el souflé castrista está deshinchado, y cuando lanza una gran operación militar en verano de 1958, esta fracasa y se salda con muchísimas bajas. Su policía secreta intensifica las detenciones y torturas. Castro, en cambio, trata bien a sus prisioneros y empieza a “gobernar” una serie de territorios “liberados”, improvisando reformas agrarias.
Finalmente, hacia finales de 1958, Batista pierde todo apoyo: el ejército se niega a luchar, los EEUU le abandonan, incluso la Iglesia pacta con Castro (2/3 de los sacerdotes siguen siendo españoles, BTW, aunque la sociedad cubana es de las más secularizadas del Caribe), y el régimen se desmorona. El 1 de enero de 1959, los “barbudos” entran en La Habana. Hay algún fusilamiento, pero la toma del poder es más pacífica que en 1933. Fidel Castro, en cambio, no llega hasta el día 8, y humildemente cede la presidencia a un juez opositor, Urrutia. Ni siquiera entra en el gobierno, formado por un directorio de opositores. Se queda, eso sí, el control de las fuerzas armadas, con sus lugartenientes guerrilleros en los principales puestos de mando.
La ideología
¿Y la ideología detrás de todo esto? Pues muy indefinida. Castro mayormente era admirador de José Martí y un nacionalista cubano, Guevara era “hombre de acción” y combinaba una, digamos, “predisposición marxista” con una intensa desconfianza de los comunistas. Raúl Castro, quizás el más cercano de los tres grandes (con Camilo Cienfuegos eran cuatro, aunque Cienfuegos murió a los 11 meses de la victoria), era más tankie que otra cosa (estuvo casi medio siglo de ministro de defensa). El Partico Comunista Cubano se había unido a la Revolución casi en el último momento, y estaba ligeramente manchado por su colaboracionismo en la primera fase de Batista, aunque lo compensaba con la persecución sufrida en la segunda, la reconocida honestidad de sus dirigentes, y el hecho de que la propaganda batistiana hubiese acusado 24/7 a Castro de “comunista”. Tenía unos 17.000 militantes, muchos menos que el Movimiento 26 de Julio, pero mayor coherencia y cohesión interna, mientras en el M26J abundaban los oportunistas de última hora.
El nuevo gobierno se enfrenta a las acuciantes cuestiones -¿qué hacemos con el azúcar, que constituye entre un cuarto y un tercio de la renta?- sin ideología también: básicamente, no saben qué hacer. Los comunistas solo piden diversificar exportaciones (el 60% va a USA, ellos quieren explorar acuerdos con el bloque comunista), y los demás están preocupados por satisfacer a los cientos de miles de pequeños y medianos cultivadores (y, un poquito, por la enorme máquina de prebendas y corrupción que es la industria). Acabarán haciendo lo más tonto, que es expropiar solo a unos pocos para crear más cultivadores pequeños e ineficientes (Thomas: “eran factibles el capitalismo o el socialismo, pero no el neofeudalismo”). Castro y su gente quieren “superar” de una vez el azúcar e industrializar, aprovechando los recursos mineros que solo se explotan a tope cuando EEUU está en guerra y que luego se dejan languidecer, aunque en cuanto necesiten divisas volverán a tope con el azúcar, buscando el récord.
Psicoanalizando a Fidel Castro, Thomas llega a la conclusión de que a Castro le había funcionado muy bien lo de ir contra alguien – su triunfo en 1959 fue básicamente ponerse al frente de todos los que iban contra Batista. Y que a partir de ese momento se puso a buscar otro “malo” contra el que unificar a los cubanos, y lo encontró en los EEUU.
Poquito a poco, la retórica castrista empezó a virar contra Washington, acusándolo de haber apoyado a Batista, a Machado, a Menocal… de mantener a la isla subyugada a sus intereses, de tener ocupadas partes de su territorio, y así hasta la muerte de Manolete. En Washington, donde todo esto les ha pillado en un momento tonto, no saben cómo reaccionar, pero pronto empieza la obsesión con que si Castro es comunista.
La cosa, mutatis mutandis, recuerda mucho a nuestra querida derecha local. ¿Es fascista nuestra derecha? Pues no, claro, hoygan, sin ofender, ahora, ¿me está usted diciendo que no puedo ser fascista? ¿Me está usted imponiendo líneas rojas, a mí, un humano autónomo y adulto? Que no soy, eh, ¿pero me está usted diciendo que no puedo ni serlo, que no puedo optar? Joder, ya me parece atractivo y todo el fascismo, y es todo culpa vuestra, putos rojos. Algo así. Castro, sin una idea clara pero reconociendo el potencial político de la reforma agraria, la apoya a tope a lo largo de 1959, igual que apoya a los tribunales revolucionarios que están haciendo purgas entre batististas. El primer ministro Miró Cardona dimite asqueado, y así en febrero Fidel Castro se convierte en jefe del Ejecutivo para los próximos 32 años, declarando que aún no convoca elecciones porque, je, “ahora mismo somos tan populares que ganaríamos absolutísimamente y eso no sería justo con los demás partidos” (lo que no quita, según Thomas, que en ese momento sea enormemente popular). El gobierno aún contiene bastantes liberales, pero las arbitrariedades y confiscaciones del INRA, y la naciente represión, los hacen dimitir uno tras otro. Mientras, los yanquis miran para otro lado según los batististas empiezan a usar aviones desde Florida para sobrevolar Cuba y tirar octavillas (y alguna bomba que otra), cabreados con que sus propiedades y empresas estén siendo nacionalizados.
Núñez Jiménez [director del INRA] estaba en Europa intentando negociar un préstamo […] Uno de los que vio fue el general Franco que, al enterarse de que la Revolución se estaba encontrando con dificultades porque EEUU quería ser indemnizado por los latifundios expropiados, le repitió varias veces: “No les paguen ni un céntimo, ni un solo céntimo”.
Los comunistas, en esta situación, aunque ni siquiera controlan los sindicatos, ofrecen una organización compacta, coherente y con contactos internacionales. Contactos que empiezan a hacer falta según los ingenieros y capitales americanos se retiran de la isla, y ningún país occidental quiere venderle armamento a Cuba: Castro se abre a recibir ayuda soviética. Mikoyán se pasa por la Habana, y para 1960, la colaboración empieza a tomar formas y más de la mitad del azúcar ya va al bloque comunista. A cambio, llegan armas (de Bélgica y Checoslovaquia) con las que Castro monta una milicia al margen de las fuerzas armadas convencionales. Sin embargo, parece haber ciertos malentendidos: Jruchev le comunica a Castro que “el gobierno soviético desea manifestarle que no considera a ningún partido intermediario entre él y usted” – según Thomas, Jruchev quería reconocerle como una especie de Nasser caribeño, un aliado no comunista, para joderle a Washington pero sin comprometerse demasiado. Castro sin embargo lo interpretó como “el Partido Comunista Cubano es tuyo, haz con él lo que quieras”, y decidió que aquella era la salida para su cada vez más maltrecha relación con EEUU.
Rumbo a Bahía Cochinos
En Washington, mientras, ya empiezan entrenar a mercenarios y a montar un frente político de exiliados cubanos – los cuales, con una naturalidad pasmosa inmediatamente se pusieron al servicial servicio de la CIA, lo que mandes mi brother, sin siquiera intentar una vía independiente. Ni se les caen los anillos por incluir a batististas. Cuando el Congreso autorizó al presidente a reducir el cupo del azúcar cubano y Eisenhower lo hizo, Castro tenía servida en bandeja la propaganda de la agresión yanqui. El embajador useño, Philip Bonsal, abandona la isla en octubre de 1960. No ha habido otro desde entonces.
Cuba tiene su peculiar momento de fama durante las elecciones de 1960: JFK se gana a la fachosfera exigiendo caña, mientras Nixon (que como vicepresidente ya está financiando y armando a exiliados) pide mesura y se gana alabanzas de los progres. Una vez en la presidencia, JFK está atrapado por su retórica, y prefiere enterarse lo menos posible, dejando el asunto a subordinados. Traza, eso sí, líneas rojas: las fuerzas armadas estadounidenses, especialmente la fuerza aérea, no deben intervenir en ningún momento. La CIA le asegura que no hará falta y es pan comido, mientras los exiliados se creen que su minúscula fuerza vencerá porque vendrá acompañada de F-105 Thunderbirds y media Cuba se alzará contra el tirano. Todos se creen que esto será tan paseo como Guatemala 1954.
Lo gracioso es que, siempre según Thomas, el régimen estaba poco menos que tambaleándose. Había como 10.000 presos políticos, y la reorganización de la economía la estaba hundiendo. Probablemente aún comandaba una mayoría de apoyos en la población, sobre todo clase trabajadora (que veía con comprensible deleite las purgas entre los policías, jueces y funcionarios corruptos que tanto les habían puteado, que disfrutaba de algo de liberalización social, como que los hoteles de lujo ahora admitieran a clientes negros y que se nacionalizaran las playas privadas, y que por primera vez sentían que la autoridad estaba de su parte y no del patrón), pero a costa de niveles de propaganda nunca vistos en Cuba, comparables a lo que las poblaciones europeas de todo color sufrieron durante las guerras mundiales. Las clases medias estaban divididas (jóvenes castristas contra mayores escépticos), y las altas ya habían desertado de Castro porque
acostumbrados durante tanto tiempo a aceptar la autoridad porque estaba controlada por ellos mismos o sus amigos, les era imposible aceptar la sanción que representaba un grupo revolucionario de soldados jóvenes, violentos, apasionados, desaliñados, que manejaban las armas con facilidad.
Aun así, con algo más de tiempo el régimen quizás hubiese caído por si solo… de no haberse producido la invasión de Bahía Cochinos, que fue una cagada militar de principio a fin: los exiliados bombardearon las principales ciudades a 40 horas del desembarco, poniendo a todo el mundo histérico y detrás del gobierno, que detuvo a todo posible quintacolumnista y estaba en máxima alerta según llegaban los barcos, mientras los gobiernos de EEUU y Guatemala se la dejaban botando a la diplomacia castrista con declaraciones pasadas de rosca y obvias mentiras. Lo único que no sabía Castro era el donde, y ahí los exiliados eligieron el peor lugar de todos: Playa Girón en Bahía Cochinos, un lugar con mala salida, en una provincia muy pobre donde las reformas castristas habían elevado mucho el nivel de vida y probablemente una contrarrevolución tendría poquísimo apoyo. Para colmo, las lanchas de desembarco se rajaron contra los corales, y los invasores dispararon contra sus propios paracaidistas. Pese a todo, la cosa podría haber triunfado con suficientes suministros, pero la fuerza aérea cubana logró alejar a los barcos, y la US Air Force no intervino. Finalmente, unos 1200 exiliados fueron tomados prisioneros (y bien tratados).
Esto lleva a Castro a tirarse de cabeza a un compromiso con la URSS que esta ni siquiera quería: ¿cómo proteger a un aliado en las mismas puertas de EEUU? Pero Castro mete a su M26J, al Partido Comunista Cubano, y a otras organizaciones bajo un paraguas llamado ORI, que pronto renombrará como Partido Comunista de Cuba (o al menos estos son los nombres que usa Thomas, el PC Cubano se llamó Partido Socialista Popular durante la mayor parte de su existencia, y el PC de Cuba pasó por una fase intermedia de llamarse PURSC), aunque los principales dirigentes siempre serán amigos de Castro, a los comunistas de toda la vida los purga. ¡Entrismo al PC! Todo para lograr apoyo soviético. Y Jrushev se lo da.
No sabemos de quien fue la idea (Castro ha dado como una docena de versiones), pero la URSS acaba instalando misiles nucleares en Cuba. Thomas, en su libro de 1970, se maravilla del porqué (en el epílogo de 2001 ya lo tiene más claro: para que Kennedy quitara los misiles de Turquía), pero esto ya no es historia de Cuba propiamente dicha, y de hecho Jrushev ni siquiera consulta a Castro cuando posteriormente los retira. Castro se entera por la prensa, como quien dice, y de la pelotera rompe un espejo, pero no con la URSS, lo que Thomas diagnostica como una enfermiza necesidad de resistir y figurar. Porque Cuba, pequeñita como es, de la mano de la URSS se metió en múltiples fregados durante los 70 y 80 (Angola, guerrillas varias…). Para Castro, Cuba nunca fue suficiente… pero todo tenía que ser cubano, de ahí la Internacional al ritmo de cha-cha-cha.
Y ya, no hay mucho más. En varios epílogos a ediciones posteriores, Thomas hace un repaso a la Revolución y sus logros: represión, torturas, miles de fusilamientos en los primeros años, uniformidad cultural. Por otro lado, alfabetización, liberación social sin pasarse, grandes avances médico-higiénicos, y erradicación de la pobreza extrema: nadie está gordo, pero tampoco se muere de hambre. Un régimen asombrosamente estable, que ha sobrevivido a la caída de su principal benefactor y de su ideología oficial, y unos EEUU que se las dan de defensores de la democracia y bla bla bla pero que bien que la jodieron antes en la isla y no se dan por enterados.
Y otra cosa: Cuba es casi el único país con un IDH más o menos alto, combinado con un consumo de recursos más o menos sostenible. Dicho de otro modo: si la humanidad quiere vivir sin cargarse el planeta, todos tendríamos que tener el nivel de vida del cubano medio. Y como cualquiera que viva de alquiler podrá decirles, algunos cabrones no darán su brazo a torcer por las buenas, así que la redistribución mínimamente justa de lo poco que quede vendrá de la mano de un estado considerablemente más autoritario y entrometido que lo que actualmente gastamos en el llamado Primer Mundo. No digo que esto vaya a pasar hoy, o en diez años, pero de aquí a cien, es posible que seamos todos cubanos (y que eso sea el “escenario bueno”). Thomas no llegó a verlo, pero tras los 30 años de marea alta neoliberal, la idea de un estado cerrado, protector y uniforme (y uniformado) vuelve a fascinar a algunos. Al franquismo y al primer PP ya les fascinó el Castrismo más de lo que hoy quisieran reconocer sus herederos.
Valoración sesgada LPD
En las relaciones entre los estados, hay reglas. Y según estas reglas (lo que algún engreído politólogo llamaría ampulosamente “sistema de Westfalia”, y que nosotros aquí llamamos “sistema de Westfalia”, pero sin título ni nada), los países son todos iguales y soberanos. Esa teoría choca con la realidad realmente existente, que es que hay países más cachas que otros. Vamos, que a veces hay una marcada desigualdad. Igual que con las personas, teóricamente libres e iguales, pero luego te encuentras al cincuentón forrado (o vicerector universitario) que se lía con la tierna estudiante de dieciocho primaveras. Que es legal, pero que te quedas con la sensación de que, si fuese legal con dieciséis años, prohibiéndole anticonceptivos/educación y encerrándola en casa, el pavo también lo haría.
Desde que abandonó los amorosos (pero firmes, que una cosa es ser un imperio generador de amor, y otra serlo de gratis) brazos de la madre patria, Cuba está expuesta sin paraguas a un vecino con 30 veces su población, 87 veces su superficie, y 230 veces su PIB. No hay muchos países del mundo en esta situación, y los pocos que se me ocurren casi todos tienen al menos el consuelo de otro vecino cachas que hace equilibrio, y así los dos vecinos prefieren dejar al país chiquitín independiente y de tapón antes de que se lo lleve el otro: Luxemburgo (entre Francia y Alemania), Lichtenstein (entre Suiza y Austria), Nepal y Bután (entre India y China), Georgia (entre Rusia y Turquía), Uruguay (entre Argentina y Brasil)… Cuba no tiene quien le escriba, salvo Washington y 25 años de espejismo soviético. Y eso, parece, solo deja dos salidas: o una inundación desde EEUU que resulte en una sumisión total de la isla a los dictados yankis para su explotación inmisericorde (lo que fue el periodo 1899-1959, vamos), o un régimen autoritario, del tipo que sea, que suprima a sus disidencias porque es la única manera de preservar la independencia (lo que hemos visto desde 1959).
Los liberales dirán, primero, que los cubanos tienen derecho a decidir eso por si mismos, y, segundo, que al cabo de un tiempo y gracias al benéfico librecambio de mercancías y capitales, Cuba se igualaría en renta a EEUU y ya no habría ese marcado desequilibrio. Lo primero tiene el problema de que, si los cubanos al cabo de tres años deciden que el arreglo no les gusta, o que no funciona como les dijeron, ¿podrían decidir libremente salirse de él? Sería un poco como decidir salirse libremente del euro, que ya vimos como fue en Grecia en 2015. Y lo segundo es como decir que la chavala de 18 y el cincuentón solo tienen que aguantar juntos 30 añitos, y entonces ella será una mujer madura de 50 años perfectamente capaz de tomar sus decisiones y tener una relación en pie de igualdad (cuidando al para entonces algo achacoso ochentón, pero bueno, que él le ha dado los mejores años de su vida, ¡qué menos!). En fin, que está chunga la cosa, pero ahora al menos sabemos el porqué de la Internacional a ritmo de chachachá – y que aguanta mejor que su versión en ruso. Cosas veredes.
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Comentario de emigrante (03/04/2024 15:10):
Extraordinario sin duda, un libro magnífico y no menos magnífica la reseña. Hay tanto que comentar que habrá que ir por partes, de momento un par de cosas sobre los esclavos.
El hecho de que hubiera tantos libertos en Cuba al comienzo de esta historia quizá se deba a la presencia de refugiados y veteranos de la Guerra del Asiento. Tras la caída de Florida en manos británicas todos los esclavos huídos de las Trece Colonias que allí se habían refugiado tuvieron que buscar un nuevo santuario. El más famoso de ellos fue Francisco Menéndez cuya vida da para una serie de Netflix. Nacido en África en el seno de la tribu Mandinga, fue capturado y vendido como esclavo a los ingleses que lo llevaron a Carolina. Desde allí huyó y se refugió en la Florida donde se apuntó a la milicia que organizó el gobernador Montiano y llegó a ser comandante del Fuerte Mose, el primer asentamiento de hombres negros libres en Norteamérica. Tras la derrota siguió luchando contra los ingleses como corsario, fue capturado y esclavizado de nuevo pero España pagó su rescate y acabó sus días viviendo como hombre libre en Cuba. Por tanto parte de población de color originaria en Cuba serían cimarrones ingleses.
El casus belli de la Guerra de Asiento (el “asiento de negros”) también fue por los esclavos aunque lo ingleses digan que fue por una oreja. España tenía prohibido ir a África por el tratado de Tordesillas y le compraba los esclavos a los portugueses. Tras la Guerra de Sucesión y por el tratado de Utrech los ingleses se quedaron con ese monopolio que caducaba a los 30 años. Para evitar que España volviera con sus antiguos proveedores el gobierno de su Graciosa Majestad comenzó las hostilidades esperando lograr una prolongación del contrato. El episodio más famoso y viralizado de aquella guerra fue el protagonizado por Blas de Lezo en Cartagena de Indias.
“para 1762 […] usaron los 11 meses de ocupación para inundar la isla con esclavos negros, estimulando la consabida “burbuja del azúcar”: compro esclavos para cultivar caña con cuyos beneficios compro más esclavos para cultivar más caña […]ya se han plantado las semillas de lo que vendrá, acelerando enormemente un proceso que quizás se habría producido igualmente” O puede que nunca se hubiera producido, el hecho es que para entonces la mayoría de negros de la isla procedían del mercado inglés. Mercado que también era la salida del azúcar, porque cultivar cosas para luego no venderlas (o hacerlo por debajo del coste) solo te lleva a la ruina, a menos que tengas subvenciones de la Unión Europea. Y a veces ni con subvenciones.
“los británicos han abolido el comercio en 1807 (y en 1834 abolirán la esclavitud)” Pasemos a los americanos. La esclavitud, o mejor dicho su abolición, también fue el detonante de la independencia de Texas. Los primeros gobernantes de México dejaron asentarse a colonos gringos, consintieron la esclavitud y hasta le dieron vacaciones fiscales a cambio de que aprendieran español y se convirtieran al catolicismo. No hicieron ni una cosa ni la otra y cuando en 1829 México abolió la esclavitud en el territorio empezó el procés tejano. Texas también luchó en el bando esclavista durante la guerra de Secesión americana.
Y ya que menciona a Narciso López y su bandera cubana made in USA, no dice el libro nada del intento de los estados sureños de anexionarse Cuba? El plan era crear tres estados esclavistas en la isla y así lograr la mayoría en el congreso. El fracaso desencadenó la guerra de Secesión que era el plan B.
Resumiendo que Hugh Tomas no pretendía dejar en buen lugar a los hispanos sino dejar en mal lugar a los anglosajones ya que por la Ley de la Conservación de la Hispanofobia “aunque la esclavitud hispana fuese comparativamente mejor, no dejaba de ser esclavitud”. Seguro que un señor conservador, con título de barón y que fue miembro del gobierno de Tatcher solo quería dejar mal a Inglaterra? En estos tiempos que corren donde un mal uso de un pronombre ya es considerado delito a lo mejor el problema era llamarlos esclavos. Porque qué diferencia había entre los esclavos según las leyes castellanas y los payeses de remensa según los usatges? Los payeses no podían ser vendidos individualmente (en teoría) pero estaban atados a la tierra que no podían abandonar pero podía cambiar de dueño. Los esclavos podían casarse, cobrar un sueldo y no se permitía el maltrato mientras que los payeses estaban obligados a trabajar gratis para el amo, pedirle permiso para casarse y podían ser castigados según su antojo. Qué diferencia hay aparte del nombre y el tono de piel?
Comentario de Latro (03/04/2024 19:18):
Lo de que todos deberíamos tener el nivel de vida cubano, ¿es el nivel de que año exactamente? Por que si es el de este, los cubanos no están disfrutando mucho de este remake del Período Especial que están viviendo ahora mismo.
Y lo de que Cuba o es colonia gringa o si no tiene que tener un gobierno represivo… esas ideas siempre me han parecido, francamente, bastante racistas. E igual de detestables que cuando se dicen pero por el otro lado, que Cuba/Venezuela/Chile/Nicaragua es que necesitan un Batista/Pérez Jimenez/Pinochet/Somoza, que sino es un sindiós.
Usted y yo aquí, con todas las salvedades que quiera, podemos hablar y escribir lo que nos parezca. Los cubanos, y los venezolanos y los nicaragüenses, no, esos tienen que joderse y aceptar que un hijo de puta les torture si dicen algo que no le guste pero es por su bien, eh, no es por otra cosa mas que por su bien. Vamos hombre, no me joda, eso es la versión moderna y descafeinada del “gendarme necesario”, sin entusiasmo pero ninguneando igual a los desafortunados que oye, no les que da mas que joderse.
Comentario de emigrante (05/04/2024 12:27):
#2, a ver, lo de que deberíamos tener el nivel de vida de los cubanos para que el mundo sea sostenible también lo he visto yo. Dos cosas importantes que hay que tener en cuenta: Ese estudio se basa el tamaño de la población mundial en ese momento. Es decir, que si la población mundial fuera menor podríamos tener mejor nivel de vida que los cubanos y el mundo seguiría siendo sostenible. Si en el mundo vivieran solo mil personas podrían tener todos el nivel de vida del rey de Arabia y ese mundo sería mucho más sostenible que otro con nueve mil millones de cubanos.
Segundo, la forma de medir el nivel de vida que se basa en la disponibilidad de servicios básicos como la sanidad, educación, agua, techo y comida. Los cubanos no tienen nada pero esos servicios son gratuitos. Hay otros países que son más sostenibles que Cuba pero la gente vive en la puta miseria. Lo que auna Cuba es la sostenibilidad (entendida como cociente entre los recursos que genera el planeta/población mundial) y un nivel de vida comparable al de los países desarrollados. Si tener la necesidades básicas cubiertas pero sin posibilidades de prosperar es ser desarrollado ya es otro debate.
En definitiva no tenemos que vivir como los cubanos para que este mundo sea sostenible. Tenemos que vivir como los cubanos para que 9.000.000.000 personas no consuman más recursos de los que este planeta puede generar sin que a nadie le falte de nada. Desde un punto de vista religioso-moral no queda otra salida pero desde un punto de vista científico se pueden modificar otras variables. Si este planeta no genera recursos suficientes se pueden ir a buscar a otro. Otra posibilidad es reducir el número de gente, por las buenas con el control de natalidad o por la malas con una guerra.
Y por último, que conste que este no es un objetivo que persigan las autoridades ni la población de Cuba. Es algo que le ha venido impuesto por las circunstancias político-económicas. Si los cubanos tuvieran libre acceso a los recursos su modelo dejaría de ser sostenible. Por tanto no creo que sea un modelo exportable.
Comentario de Casio (05/04/2024 13:46):
Ýéndome al final de la breve (ejem) reseña,la cuestión de la transición cubana a algo más democráticamente presentable (y económicamente eficiente) es todo un temazo interesantisimo. Es como avanzar sobre un fino alambre. Si abre la economía y la política a un régimen puramente liberal y deprisa, las elites se van a encontrar con la enorme tentación de liberalizar a la Rusa (1991) , vender el país a los yanquis y pirarse a Londres o a Madrid con las ganacia e invertir en dúplex en Chamberi, por ejemplo.
Si no aflojan o aflojan poco, los cambios son irrelevantes e introducen desapego al regimen entre los no beneficiados. Parecería que la solución es la de Europa del Este, pero allí las pasaron putas (medio solucionado con emigraciones masivas a Europa Occidental) y si levantaron cabeza fue gracias a la cercania a la UE y su manantial de euros.
Los cubanos con su vecindario no tienen percisamente esa suerte.Tienen un vecino dispuesto a invertir, sí pero convirtiendo la isla en ya sabemo qué.
Tampoco una transición de ese tipo tiene precedentes, hace falta mucha habilidad política y económica. os actuales dirigentes cubanos no parecen muy imaginativos, ni amantes de la innovación política, ni valientes.
Comentario de Lluís (07/04/2024 09:38):
#3
Ya me perdonará, pero una reducción drástica de la población planetaria lo veo algo muy difícil. Lo están consiguiendo en China, a base de mano de hierro, y ya se están encontrando con problemas causados por el envejecimiento de la población y el aumento de la esperanza de vida. Además de controlar la demografía, haria falta controlar también la pirámide de edad. A ver si al final resultará que la Ayuso es una visionaria avanzada a su tiempo.
Luego, está lo del reparto de recursos. Seguramente, si hubiese 2000 habitantes en el planeta, no podrían vivir como el rey de Arabia porque alguien ha de hacer el trabajo duro que es el que genera los recursos. A menos que se plantee vivir en un mundo totalmente robotizado como los que describía Asimov en alguna de sus novelas, pero no me imagino a un rey de Arabia plantando su huerto y ordeñando la vaca para comer.
Comentario de Gregorio de la Casa (10/04/2024 20:54):
Tanto mi familia cubana de Cuba como la de USA hace ya unos cuantos años que me cuentan que cada vez se pasa más hambre. Hace tiempo que no es cuestión de que haya privaciones o que tienen “mucho acceso” de ése que dicen por aquí a “sanidad y educación” pero como la familia no lleve los fármacos, las vendas y hasta las sábanas, tienes un acceso de puta madre pero no te curan.
Si alguien me sale con el cuento de la evidencia anecdótica y blablabla, que se tome la molestia de mirarse los informes de la ONU, y en particular de la FAO sobre la preocupación de los organismos internacionales acerca de la mala alimentación en la isla.
En ambas direcciones: lo deficiente que es ahora mismo la alimentación, y el riesgo de que cualquier crisis leve adicional podría causar una situación ya de hambruna. Está clasificada en un nivel similar a países como Afganistán o Sudán.
Y no tengo nada más que añadir salvo algo tan simple y evidente de que además de ser una tiranía, el socialismo no funciona.
Corto y cierro.
Comentario de Gregorio de la Casa (10/04/2024 21:40):
Así están las cosas, aunque los media internacionales no le han dado apenas repercusión, Cuba ha solicitado a fines de 2.023 ayuda del Programa Mundial de Alimentos, y recientemente desde 2.024 ya es una ayuda permanente:
https://theweek.com/politics/cuba-food-shortage-humanitarian-crisis
Comentario de el guru (16/04/2024 10:56):
#6 Gregorio de la Casa
No voy a ponerme a defender el régimen cubano y no me gustaría vivir bajo su mando, pero por curiosidad estoy mirando los informes de la FAO y los índices cubanos están en la media del caribe o mejor (es decir de las islas que no son refugios de multimillonarios). Jamaica es monarquía constitucional y tiene problemas de malnutrición, República Dominicana es república y tiene problemas de malnutrición, y luego claro está Haití.
Una pena que los líos en los tribunales Keniatas nos estén birlando la oportunidad de ver a España volver a invadir Haití (de nuevo tras ¿200 años?); misión que recordemos estaba “aprobada por la ONU” (*tos*tos*comillas*comillas*) para este pasado mes de enero. Por lo menos os ha proporcionado la subida al poder de Jimmy “Barbacoa”, antigua mano derecha de Juvenel Moise, asesinado por mercenarios colombianos pagados (dicen ellos) por la DEA. Otra jugada maestra de Blinken.
(Por especificar, estoy leyendo The State of Food Security and Nutrition in the World 2023, en concreto Tabla A1.1 PREVALENCE OF UNDERNOURISHMENT IN THE TOTAL POPULATION 2020-22: Jamaica 8.3%, Dominican Republic 6.3%, Haiti 45%, Cuba <2.5%, Spain <2.5%; PREVALENCE OF SEVERE FOOD INSECURITY IN THE TOTAL POPULATION 2020-22: Jamaica 25.6%, Dominican Republic 22%, Haiti 42.9%, Cuba n.a., Spain 1.8%)
Comentario de Lluís (16/04/2024 19:15):
Tampoco se ha comentado mucho, pero Cuba lleva años liberalizando tímidamente su economía. Desconozco los detalles, pero supongo se inspirarán en el modelo chino, que en ese país no parece que tengan tantos problemas para comer.Lo curioso es que, contra todo pronóstico, a mayor liberalización mayor pobreza, por lo menos para algunos. Y eso que han aprendido otra cosa de otros países, tal como permitir que sus ciudadanos se vayan a otros países y a la que se establezcan un poco manden remesas a sus familiares en la isla, por supuesto en divisas.