“La División Azul” – Xavier Moreno Juliá
Otra vez los nazis
Hace ya tiempo que no se asoman unos nazis de verdad por LPD, más de un año. Sí, por alusiones han aparecido en casi cualquier artículo, pero en dosis homeopáticas. Así que ya va siendo hora de dedicarles un rato, ¿y qué mejor que analizar la complicidad de ciertos representantes de cierta derecha española con ellos?
El libro arranca en 1940-41: los nacionales han ganado la Guerra Civil, pero hay un cierto debate dentro del régimen franquista sobre como seguir, principalmente entre la Falange y el Ejército. Resumiéndolo mucho, la Falange es entusiastamente nazi, y los altos mandos militares son nazis… con reservas. Reservas que no nacen tanto de desacuerdos ideológicos, sino del hecho de que los nazis, vaya sorpresa, son Mala Gente que te tratan como si fueras un Untermensch, habrase visto. En concreto, pretenden que España diga que sí a todo lo que se comanda desde Berlín, empezando por la entrada en la guerra y de ahí para arriba. Una entrada en la guerra significaría seguramente que Gran Bretaña tomaría las islas Canarias, y que USA decretaría un embargo de gasolina y víveres, sin los que la economía española, aún devastada por la Guerra Civil, colapsaría del todo. A la Falange esto le da un poco igual porque de todas formas tienen ahí pendiente la “revolución pendiente”, ya saben, derribar las viejas estructuras reaccionarias y edificar sobre sus ruinas una nueva España nacionalsindicalista. Los generales, en cambio, si algo son es precisamente “viejas estructuras reaccionarias”, es decir, monárquicos y terratenientes, así que prefieren calmar las cosas. Franco, por su parte, bascula entre las familias como forma de perpetuar su poder. Por eso en octubre de 1940 en Hendaya le dice a Hitler que sí, que está dispuesto a entrar en la guerra… pero a un precio: que Alemania sustituya las importaciones americanas de gasolina y víveres, que Alemania ayude a reconstruir la industria española, y que Alemania equipe al ejército español. Ah, y también un imperio colonial en el norte de África y otro alrededor de Guinea Ecuatorial.
El precio pedido le parece una desvergüenza a Hitler, que cree que Franco tiene la obligación moral de ayudar a los nazis después de haber recibido ayuda desinteresada de ellos. Sí, Franco fue capaz de provocarle indignación moral a Adolf Hitler, no por última vez. Posteriormente cierta gente de esa sin complejos que escriben en periódicos ni de izquierdas ni de derechas han alabado la “inteligencia” de Franco: no negarse para no provocar a Hitler, pero pedir un precio demasiado alto para “salvar a España de la guerra”.
El precio sin duda era elevado, pero realista si España quería hacer un aporte significativo. Y la querencia franquista por un imperio colonial venía de lejos; de hecho, ¡fue el propio régimen el que inició contactos ofreciendo participación a cambio de colonias! Pero dicho imperio solo podía salir de las posesiones francesas, Hitler necesitaba tener tranquila y contenta a la Francia de Vichy más que a España, y todos los recursos alemanes ya iban a preparar Barbarroja. La entrada de España solo tuvo sentido en el breve periodo entre la caída de Francia y la apertura de la Ostfront, cuando Gran Bretaña luchaba sola y la posesión del Estrecho de Gibraltar podría haber decidido la guerra.
(Aquí Moreno Juliá mete párrafos y párrafos describiendo al personal de la embajada alemana; esto es algo que se repite mucho a lo largo del libro, largas exposiciones de datos para decir “joder, mirad la de idiomas que sé y el currazo que he hecho en los archivos” pero realmente no aportan tanto y lastran el libro. Por cierto, es muy significativo que haya más fuentes alemanas que españolas, cualquiera diría que en 2005 había un problema para acceder a legajos de 60 años en los archivos patrios.)
Siete meses tras Hendaya, mayo de 1941, el enfrentamiento entre la Falange y el Ejército provoca una crisis de gobierno, quizás la más dura de todo el franquismo. Serrano Suñer, Cuñadísimo y pronazi, quiere una mayor fascistización del régimen y empieza a presionar con respaldo de Alemania, que tiene unos 20.000 ciudadanos haciendo negocios solo en Madrid, además de su embajada más grande. Serrano piensa que entrar en la guerra del lado de Alemania es la mejor vía para lograr sus objetivos: aumentará la influencia alemana/fascista, la movilización de recursos permitirá avanzar en dirección de la “revolución pendiente”, y cerrará cualquier crisis política, porque nada une tanto como matar rojos. Incluso llega a decir “¡guerra, con o sin pan!” Los generales se oponen, principalmente porque no quieren que Falange aumente su poder (por eso… y porque desde Londres se ha sobornado a varios generales con 13 millones de dólares pagados vía Juan March, ese ONVRE).
Franco aquí hace la misma jugada que hará siempre: ceder aparentemente mientras te la clava por la espalda. En concreto, dice que vale, que aumentará la influencia de Falange dándoles más ministerios… para luego nombrar como ministros a falangistas oportunistas que le son totalmente leales, mientras le quita a Serrano Suñer el importantísimo ministerio de Gobernación y pone a Falange bajo el control del dócil Jose Luis Arrese, el segundo golpe mortal al partido (el primero fue el Decreto de Unificación). Al poco tiempo, cae también el último reducto falangista: Gerardo Salvador Merino, jefe del sindicato único, ha estado cultivando intensos contactos con Alemania, e incluso firma un tratado para que 100.000 trabajadores españoles fueran a Alemania “en condiciones ventajosísimas” a trabajar en las fábricas mientras los obreros alemanes se iban al frente (tan ventajosas no serían, pues al final el cupo se redujo a 15.000). Los militares ya le tenían ojeriza porque en el primer aniversario del fin de la guerra había osado hacer desfilar a miles de obreros por la Castellana. De repente, surge un rumor de que Merino ha sido miembro de una logia masona, se le suspende de su puesto, y finalmente se le condena a doce años de cárcel, conmutados por exilio interior. Y gracias, que Juan Vigón pedía fusilarlo (aunque luego se retractó diciendo “acabo de enterarme que recién se casó con una muchacha de una familia buenísima y están muy enamorados”). Acabó presidiendo Motor Ibérica SA. Recuerda un poquito, salvando las distancias, a cómo el PP se ha deshecho de Cs en cuanto estos han dejado de serle útiles: carantoñas, de repente un rumor de que has pactado con la anti-España, defenestración exprés, y como soy buena gente te permitiré obtener un curro lucrativo, pero alejado del poder real.
Genesis Azul
En este Juego de Tronos cargado de tensión cae como una bomba la noticia del inicio de la invasión nazi de la URSS, el 22 de junio de 1941, y Serrano Suñer no pierde la ocasión para mostrar músculo.
Todavía hoy no sabemos, a ciencia cierta, de quién partió la idea de formar un contingente de voluntarios falangistas para luchar contra la Unión Soviética. Pasado más de medio siglo, nadie ha querido asumir (razones obvias) la responsabilidad histórica de la configuración de la División Azul; y, al parecer, no queda constancia documental al respecto. Sabemos, eso sí, que se gestó en la mente de un falangista o de un pequeño núcleo, y como nombres propios hay que citar dos: el de Serrano Suñer y el de Dionisio Ridruejo. (Por este orden, pues aquél tenía mucho que ganar con la iniciativa, en tanto este muy poco). En todo caso, la idea surgió mucho antes de que la invasión tuviese lugar.
[…]
Al margen de controversias, una vez puesta la idea de la configuración de la División sobre el tapete, Serrano Suñer toma la iniciativa para materializarla. (No ha negado su responsabilidad en este sentido).
La División se configura realmente rápido, apenas cinco días tras la invasión ya empieza la recluta. El propio día 22, a las 6AM, Serrano Suñer es informado de Barbarroja por la embajada alemana, y corre a ver a Franco, a quien propone mandar ayuda. Franco de entrada no se opone, y Serrano va a la embajada a ofrecer unidades de voluntarios, “en reconocimiento a la ayuda recibida durante la Guerra Civil […] como gesto de solidaridad y no como el anuncio de la entrada en la guerra, que no se produciría hasta el momento adecuado”. Al día siguiente, 23, los falangistas ya empiezan a azuzar a favor de Alemania. Los generales, que se huelen una apropiación falangista de la participación española, empiezan a poner pegas en el Consejo de Ministros de la tarde. Se discute si mandar a militares de carrera o solo voluntarios falangistas. Como no se ha documentado el Consejo, solo tenemos el testimonio de Serrano Suñer, que afirmó que ya cayó allí el nombre de “División Azul” por parte de Arrese, y que Serrano lo abrazó entusiasta “para proteger a España”, pues una “División Española”, como pedían los militares, podría haberse interpretado internacionalmente como una entrada de España en la guerra. Sobre esto, Serrano se encara con Varela, mientras Franco le da puntapiés bajo la mesa (“no te metas, no te metas”) y dice que “bueno, vamo a kalmarno” y que lo dejamos para mañana, que os veo muy alterados.
Serrano no se queda quieto antes del Consejo del día siguiente: filtra la intención de “intervenir” y afirma la satisfacción el gobierno ante el ataque, valorado como continuación de la Guerra Civil. El día 24, martes, es el día en que la prensa (que no se publicaba los lunes) da a conocer oficialmente la invasión, y ya se entera todo el mundo de la “cruzada” contra “la barbarie asiática” y la “bestia apocalíptica”. El embajador Stohrer le confirma a Serrano que Alemania aceptará encantada cualquier ayuda, y Franco le comunica su decisión salomónica: irán voluntarios falangistas, pero solo como tropa, comandados por oficiales regulares (pero para mantener las apariencias, estos oficiales también serán “voluntarios”). Serrano se enfurruña, y acto seguido, empieza a movilizar al partido: en todas partes se reúnen los falangistas ante los consulados alemanes e italianos a manifestar su apoyo y exigir el envío de voluntarios. La manifestación más grande tiene lugar en Madrid: hacia las 12 empiezan a reunirse en Callao miles de afiliados al Sindicato Español Universitario, a los que pronto se unen “camisas viejas” y jerarcas del partido.
Pronto son tantos que interrumpen el tráfico. Bajan por la Gran Vía (en ese momento “Avenida de Jose Antonio”) hasta la Secretaría General del Partido, el último edificio antes del Banco de España – hoy alberga a la Delegació del Govern de la Generalitat A Madrid, qué cosas. Ahí metido, Arrese no sabe qué hacer y llama a Serrano, que acude presto y sale al balcón a dar su famoso discurso:
“Camaradas: No es hora de discursos. Pero sí de que la Falange dicte en estos momentos su sentencia condenatoria: ¡Rusia es culpable! (Grandes aclamaciones y gritos de ¡Muera el comunismo!) ¡Culpable de nuestra guerra civil! (Se reproducen las aclamaciones con vivas a España). ¡Culpable de la Muerte de José Antonio, nuestro Fundador! (“José Antonio, ¡Presente!”, grita la multitud). ¡Y de la muerte de tantos camaradas y tantos soldados caídos en aquella guerra por la opresión del comunismo ruso! (Grandes ovaciones).”
Alentado por el éxito de sus palabras, el ministro pronunció la fatídica frase que, de entrada, podía ser interpretada como la conminación a aniquilar a todo un pueblo:
“¡El exterminio de Rusia es exigencia de la Historia y del porvenir de Europa!” (Frenéticas aclamaciones y gritos de “¡Arriba España!”, “¡Viva Franco!” y “¡Muera la Rusia soviética!”).
Años más tarde, Serrano Suñer explicó que lo del “exterminio de Rusia” se refería a la aniquilación del poder soviético, y no del pueblo ruso. Sí, claro. Pero lo cierto es que la frasecita de marras arrastró al paroxismo a los presentes. Serrano debió darse cuenta de que se había pasado un poquito y pidió a los manifestantes que después de cantar el “Cara al Sol” se disolvieran pacíficamente, pero los ánimos siguieron alterados, y un grupo de jóvenes falangistas se fue hasta la cercana embajada del Reino Unido a gritar “Gibraltar Español”. Como el personal de la embajada se asomó sin miedo a los balcones, se produjo un lanzamiento de piedras con rotura de cristales, acompañado de la vandalización de los coches oficiales, por la que por supuesto nadie fue aprehendido.
Por suerte, la embajada alemana pillaba a 300 metros, así que los falangistas acabaron yéndose allí para pronunciar gritos de adhesión a la causa del Eje. Serrano se enteró del vandalismo, que atribuyó “al grupito incondicional de Arrese” y llamó al embajador británico Hoare para ofrecerle más seguridad, a lo que este respondió elegantemente con “No me mande más policía, mándeme menos estudiantes”. Porque esa es otra: Serrano -y todo el Régimen- siempre afirmó que la manifestación fue “espontánea”, pero Serrano hizo su discurso flanqueado por toda la plana mayor de Falange, la policía cerró con antelación cafés, teatros y cines, y hubo manifestaciones idénticas en toda España. Era “secreto público” que todo había sido organizado.
Por la tarde hubo el anunciado Consejo de Ministros, pero Franco ya no dejó que hubiera discusión y anunció su decisión: voluntarios falangistas comandados por militares de carrera, camisa azul con uniforme militar, hasta 50.000 hombres, permisos de propaganda alemanes, todo a iniciarse lo antes posible. (Al parecer, y por increíble que parezca, alguien en el Consejo objetó que “el 60% de la tropa del Ejército está compuesta por rojos”).
Recluta y entrenamiento
En seguida empezó el reclutamiento, que se realizó en las jefaturas provinciales del Partido. Extraordinariamente exitoso en Madrid, al parecer (3000 voluntarios aceptados), algo menos en el resto de España. Sorprendentemente exitoso en Barcelona, aunque allí, al tratarse de una ciudad “hostil al régimen” y tan cercana a la frontera con Francia, discretamente se hizo presión para que la mayoría de falangistas locales acabaran quedándose, por si las moscas. La recluta estaba dirigida a veteranos, falangistas y militares, de 20 a 28 años, y pasando un rígido reconocimiento médico. Se exigía fidelidad ideológica, lo de que se obligó a republicanos a ir parece ser un mito, al menos al principio. También, pásmense, ¡buena presencia! “por lo que supone la representación de España que lleva”. Se alistaron muchos estudiantes (con llamativas excepciones: ni un solo voluntario de la Universidad de Deusto), lo que quizás convierte a la División en la unidad con mayor nivel de estudios de la historia.
En todo caso, pese a la abundancia de voluntarios, hubo que echar atrás a muchos por edad, ocultación de enfermedades u otros factores. También se apuntaron unos cuantos jerarcas, como Dionisio Ridruejo o Mora-Figueroa, y de comandante Agustín Muñoz Grandes. Entre los militares, también hubo muchos voluntarios (con el ejército dando permiso, claro): tras la guerra, había muchos oficiales sin destino, y con nulas perspectivas de ascenso, que vieron una salida en irse a Rusia, aunque en algunas unidades puntuales sí hubo que forzar un poco para cubrir el cupo. Desde finales de 1942, en cambio, el alistamiento forzoso ya sería la norma, una vez que llegaban rumores de como era aquello.
Tras una breve instrucción en España, consistente en muchas marchas y en desfilar para alegría de los falangistas, los voluntarios fueron llevados en tren hasta una base alemana en Grafenwöhr. Como los nazis no pueden dejar de naziear, lo primero que les hicieron a los españoles que cruzaban en Hendaya fue obligarles a ducharse todos (los oficiales tuvieron duchas individuales, que incluso entre los Untermenschen hay clases). Muñoz Grandes se libró porque fue en avión, aunque, typisch deutsch, le pidieron el pasaporte, y, typisch spanisch, él no lo llevaba. En Grafenwöhr se les dotó de equipamiento estándar alemán (los españoles fliparon con la cantidad de cepillos) y de uniformes de la Wehrmacht, con una insignia rojigualda cosida a la manga. Pérdidas o deterioros habrían de pagarse al Reich. También se los encuadró siguiendo los patrones de una división alemana, con solo tres regimientos en lugar de los cuatro usuales en España, y se designaron los que serían los oficiales – con gran rechinar de dientes, pues los militares procedentes de la capital acapararon casi todos los mandos superiores. “Como siempre, lo importante es estar en Madrid y ser paniaguado”, circuló de boca en boca.
Los españoles fliparon también bastante con las instalaciones, y con la abundancia y prosperidad material que encontraron en Alemania. Un par de veces hubo encontronazos con los locales, a menudo disputas por mujeres. La xenofobia nazi perfundió a la División, orientándose contra los voluntarios marroquíes, que pidieron ser repatriados. El horario quedó fijado desde las 5:45 hasta las 23:30. Se empaparon de la normativa alemana, aunque regía el Código de Justicia Militar español. Como curiosidad: de la seguridad y la entrada/salida del campamento se encargaba la Guardia Civil. Tuvieron incluso su propio cuerpo de enfermeras, todas voluntarias de Falange (consideraron necesario remarcar ante los periodistas que no iban a Rusia “por estar desesperadas”).
A la semana, se convirtieron oficialmente en soldados de la Wehrmacht, mediante el juramento de fidelidad, algo que vamos a ver más de cerca. La fórmula pactada inicialmente era “juro lealtad al jefe supremo de las Fuerzas Armadas contra el comunismo, sin perder la condición de español”, sin nombrar a Hitler, pero luego varió: el general alemán von Cochenhausen pronunció la fórmula en alemán (el libro no aclara si fue la original o si hubo variaciones), y acto seguido la repitió en español un coronel: “¿Juráis ante Dios y por vuestro honor de españoles absoluta obediencia al jefe del Ejército alemán Adolf Hitler en la lucha contra el comunismo, y juráis combatir como valientes soldados dispuestos a dar vuestra vida en cada instante por cumplir este juramento?” 16000 soldados presentes gritaron “sí, juro”, y listo, ya eran la división 250 de la Wehrmacht.
El juramento fue retransmitido por radio, y hubo bastante gente en España que lo consideró “un acto de europeísmo”, de recuperar España su lugar en Europa. En su momento, la idea de la coletilla “obedecer ciegamente a Hitler – pero solo en la lucha contra el comunismo” era tranquilizar a los aliados occidentales. A estos por el momento les bastó, y a Franco le permitió mantener abiertas sus opciones. Posteriormente, los apologetas de la División Azul la han usado para justificar que los españoles eran nobles guerreros que no fueron a matar judíos, que ellos fueron a luchar contra el comunismo. Que Hitler no los podría haber usado ni contra los buenos católicos polacos ni tampoco contra los judíos. Vamos, que reconocen que la España oficial luchó junto a los nazis, pero quede claro que no fue por cosas nazis. HABER: en mi opinión, le cuentas esa justificación a cualquier nazi y se troncha, porque para los nazis ser judío y ser comunista era lo mismo, para ellos no había diferencia porque todo comunista era judío o estaba al servicio del judaísmo. Y obviamente cada españolito en el frente liberaba a un alemán de estar en el frente y que podía dedicarse a matar judíos. Así que por supuesto que la División Azul fue cómplice de todas las cosas nazis que allí pasaron.
En el frente
Mientras tanto, el Grupo de Ejércitos Norte había llegado hasta Leningrado. El mariscal Leeb la quería tomar por asalto (dejando que los civiles la abandonaran antes), pero Hitler se negó y ordenó sitiarla para doblegarla por hambre. También prohibió aceptar la capitulación, y ordenó disparar a cualquiera que se acercara a las líneas alemanas y destruir los sistemas de agua mediante bombardeo. Tres millones de civiles y tres ejércitos soviéticos quedaron encerrados durante más de dos años. Algo más de un millón de civiles morirían solo de hambre. Esa fue la operación militar en la que participaron los divisionarios, y por la que han cobrado pensiones alemanas hasta hoy (los civiles de Leningrado tuvieron que esperar 75 años). Lo más que llegó a comentar el diario Arriba era que “San Petersburgo se ha convertido en el Madrid de Rusia”.
Como Muñoz Grande tenía prisa, salieron lo antes posible hacia el frente. Unos 22 trenes los llevaron a la frontera germano-rusa de 1939, y desde allí tuvieron que ir a patita, 900 kilómetros de nada, a razón de 30-40 al día (Muñoz Grandes iba en coche), y durmiendo en donde encontraran, a veces incluso al raso. Y en septiembre ya hace frío en Rusia. 11 murieron y 3000 quedaron aspeados (incapaces temporalmente de seguir). Encima, cambiaron de dirección un par de veces, porque los generales de los ejércitos alemanes no estaban deseosos precisamente de recibirlos y preferían pasárselos entre ellos, por tener fama de descuidados. En un principio iban hacia Moscú, luego Muñoz Grandes tuvo una entrevista personal con Hitler (de la que, oh, tampoco hay registro documental), y los redirigieron hacia Leningrado. Finalmente empezaron a tomar posiciones en Nóvgorod, cerca del lago Ilmen, donde ocuparon un sector del frente de unos 50 kilómetros, y tuvieron su bautismo de fuego el día de la Hispanidad. El día anterior, precisamente, la prensa en España titulaba que “El Ejército Rojo ha dejado de existir”, y tenían hasta miedo de perderse algo.
En Nóvgorod estaban apoyados en un río y sobre terreno pantanoso. Diariamente había intercambio de tiros, pero en general la situación era estática. Hubo alguna ofensiva rusa rechazada, y también algunos intentos de avance que fracasaron. La aviación rusa dominaba los cielos, pero el mal tiempo hacía que no se mostrasen mucho. El abastecimiento se complementaba desde España (¡los alemanes no proporcionan aceite de oliva!), donde se organizaban colectas para mandar, entre otras cosas, ropas de abrigo.
Las noticias de vuelta, curiosamente, fueron muy lentas. De hecho, a Serrano Suñer apenas le llegaron reportes, a pesar de que la embajada era informada a diario, algo que seguramente se debió a la enemistad del Ejército. Y al contrario que otras divisiones, la Azul nunca pasó a retaguardia, y en lugar de eso rotó a sus efectivos, entre 2000 y 2500 hombres cada tres o cuatro meses. El recorrido del parte de bajas era directamente rocambolesco: la Sección de Información de la División telegrafiaba los fallecidos al agregado militar de la embajada en Berlín, que por valija diplomática las hacía llegar a la Delegación Nacional de la Sección Femenina, que a su vez las transmitía al Gabinete Diplomático del Ministerio de Asuntos Exteriores, que finalmente los pasaba a la prensa. Casi todos fueron enterrados en Rusia, salvo unas pocas repatriaciones, realizadas casi siempre para organizar actos de Falange.
Si se meten ustedes en el “mito divisionario” (el libro no escapa del todo, aunque me da la impresión de que es más bien que Moreno Juliá se huele la clase de gente que es su target), se destaca que su rendimiento fue bueno, incluso “sorprendente”. La base para estas afirmaciones son las altas condecoraciones a sus mandos (Ritterkreuz des Eisernen Kreuzes para todos sus comandantes – aunque otorgada con más intencionalidad política que otra cosa) y un par de comentarios de la Wehrmacht/Hitler, que parecen salidos de la pluma de un becario con acné del Departamento de Relaciones Públicas al que le han dicho “pon algo amable de los sudacas esos, a ver si se animan con Gibraltar de una puta vez”. Por ejemplo, un alemán dice que “los españoles, más que soldados, son guerreros”, comentario que se recoge como piropo cuando en boca de un oficial alemán, ¡a mi me suena como una educada crítica! Guerrero también era Aquiles, y por un quítame ahí esa esclava permitió que Héctor matara a media Grecia.
El rendimiento, entrando en materia, sí parece haber sido en general superior a la media, aunque con dos “peros” importantes: que el frente Norte fue un escenario relativamente tranquilo (en 1941 la marcha está en Moscú, y en 1942-3 se desplaza al sur), y que tras las horrendas pérdidas de la Wehrmacht en 1941, en mayo de 1942 todas las divisiones del Heer sufren una reducción de un 30% de su fuerza nominal, pasando de nueve a seis batallones – con la significativa excepción de la 250, que fue desde entonces la más nutrida de todas. Si eso significó que les diesen un 50% más de tarea o de frente, no queda claro, no se menciona en ningún lado. Probablemente no.
Otro componente del “mito divisionario” es el del “trato exquisito” a la población local. Que, al contrario que los nazis, los españoles se portaron muy bien y que denunciaron horrorizados las tropelías nazis (algo que casa poco con el hecho de que la mayoría también manifestó que tendrían que haber permanecido en Rusia ayudando a los nazis). Bueno, obviamente los españoles no llevaban media vida bajo propaganda que pintaba a todos los eslavos como taimados subhumanos, que es algo que afloja mucho el gatillo, pero habría que verlos frente a campesinos extremeños pidiendo una reforma agraria. Por otra parte, la famosa “confraternización” mayormente se limitaba a que los españoles se acercaban a las chavalas locales con un tupper de lentejas en la mano y les preguntaban si querían tema (y hoygan, ¡muchas querían!). Moreno Juliá, por suerte, pasa por alto esta parte del mito y prefiere centrarse en los desarrollos puramente políticos y militares.
Krasni Bor
Tras diez meses en Novgorod (no se menciona mucho, pero se llevaron un recuerdo que –pese a las afirmaciones en contra– se tiró 60 años criando polvo en un almacén hasta que ZP lo devolvió), en agosto de 1942 la División es desplazada directamente a Leningrado, para formar parte del planeado asalto final. Asalto que nunca llegará a producirse por unos pequeños imprevistos a orillas del Volga, que obligan a reevaluar las prioridades. Mientras, la División pasa su segundo invierno en Rusia, encajada entre dos divisiones de las SS, suponemos que para alegría de los falangistas.
Ante Leningrado se produce también el único relevo en el mando de la División. Hitler le ha estado haciendo ojitos a Muñoz Grandes, incluyendo varias entrevistas personales y medallitas supernazis, en lo que parece un descarado intento de aumentar el prestigio de un pro-falangista con vistas a influir en la orientación del régimen en España. O al menos se lo debió parecer a Franco, que en cuanto puede le sustituye (un clásico de la derecha española) por uno que fue compañero de pupitre, Emilio Esteban-Infantes. Al mes de llegar, febrero de 1943, llegó también el “hecho de armas” principal de la División, y piedra angular del “mito divisionario”: la batalla de Krasni Bor. Básicamente: a la División se le echó encima una fuerza como diez veces mayor, frente a la que aguantaron relativamente bien, e incluso habiendo perdido parte de las posiciones luego las recuperaron en un contraataque – acompañados de las SS, aunque esto no suele mencionarse tanto. Como tampoco suele mencionarse para qué era el ataque soviético: se asume más o menos que los malvados bolcheviques querían imponernos el modo de vida marxista-leninista (que la mayoría de los franquistas no habrían sabido describir más allá de “ateísmo, mujeres que exigen orgasmos, y ahora vamos a ser iguales que gentuza cuyo antepasado no estuvo en las Navas de Tolosa”), y ya. Y supongo que como objetivo último es cierto, pero en ese momento y lugar concretos, la ofensiva Estrella Polar soviética lo que pretendía era levantar el sitio de Leningrado, una ciudad donde murieron, en términos periodísticos patrios, una ETA y media cada día durante un asedio de más de dos años. Y la “gallarda acción” de los españoles, reivindicada por todo lo alto por los patriotas sin complejos porque-lo-importante-es-echarle-huevos-y-el-resto-sucia-ideología, fue instrumental en prolongar esa agonía un par de meses más, matando por hambre a quizás más civiles de los que murieron en la propia Guerra Civil. Una perspectiva en general totalmente ignorada, como en esta pequeña joyita de artículo que se puede resumir en “sí, NOSOTROS prolongamos el asedio, ¡pero y además impresionamos a Hitler!” Ai ke ver los dos lados, sino eres un sektario.
Legiones, Voluntarios y Escuadrillas Azules
Tras Krasni Bor (que los soviéticos luego usaron para enterrar toda su mierda química, no sabemos si en el cementerio divisionario), a la División le quedaban meses. Un frente más estable aunque con más morterazos que antes, un impacto directo de artillería en el cuartel general el 18 de julio de 1943, y para otoño ya empiezan a retirarla, completándose el retiro el 12 de octubre. Para no parecer nenazas acobardadas (Franco había afirmado que “si el comunismo llega hasta Berlín, tendrán a tres millones de españoles en armas frente a ellos”), el régimen reemplaza la División (unos 14.000 hombres hacia el final) por una “Legión Azul” (apenas 2300) que se quedará en el mismo frente, prolongando la ayuda al mentor ideológico. Sus integrantes fueron reclutados directamente de la División, en algunos casos voluntariamente, en otros prolongando los servicios de gente a la que le tocaba irse: gente que empezó a hartarse muy pronto, lo que -combinado con ofensivas del Ejército Rojo- disparó el número de desertores y automutilados. La retirada, como es sabido, coincidió con un giro general en la política del régimen: acercamiento a los EEUU (que se vende a Alemania como “así ponemos nuestra economía en forma ¡y podremos ayudaros mejor en el futuro!”), e internamente se clausura la Milicia Nacional de Falange, el único cuerpo armado que persistía al margen del Ejército. Los falangistas tragaron el sapo, como tantos otros.
La “Legión Azul” (los alemanes la llamaron “Spanische Legion”, pero ni por esas) duró apenas unos meses. Su existencia fue anunciada por Moscú gracias a un desertor. Lucharon en los alrededores de Leningrado, actual Estonia, mayormente contra partisanos. El general-fetiche de Hitler, Walter Model, quería mandarlos a primera línea, pero el oficial de enlace le señaló las posibles repercusiones diplomáticas si la Legión era aniquilada como lo estaban siendo tantas otras unidades alemanas. Así, para marzo de 1944, también se ordenó su repatriación.
Pero con eso tampoco terminó la presencia española del lado del Eje: aún quedaban muchos falangistas deseosos de apoyar “la causa”, que individualmente iban cruzando la frontera para unirse a la Wehrmacht. El régimen decretó que para hacer eso había que renunciar a la nacionalidad española – mientras por otra parte seguía vendiendo wolframio a Alemania. Esto dio lugar a la Crisis del Wolframio, que los estadounidenses resolvieron de una forma muy estadounidense: “a ver, cuanto te paga el austriaco del bigotito. ¿eso ná más? Te pago el doble.” En palabras de Moreno Juliá:
Para proseguir la guerra, [Alemania] requería wolframio, y la España oficial se lo proporcionó, y requería hombres, que la España no oficial dio.
Estos últimos entusiastas formaron la Legión Española de Voluntarios, que arrancó con unos 250 hombres, recibiendo quizás otros 150 a lo largo de 1944. Y en algunos casos hubo incluso republicanos que acabaron vistiendo el Feldgrau: muchos exiliados en Francia fueron reclutados forzosamente para la Organización Todt, e intentaron escabullirse mediante alistamientos militares. Para evitar cualquier atisbo de continuidad, los enrolados perdieron cualquier graduación anterior y quedaron bajo oficiales alemanes. Acantonados inicialmente en Innsbruck, acabaron empleados en Yugoslavia, Hungría, Eslovaquia y quizás Rumanía. Hacia el final, intentaron llegar a Italia para saltar de ahí a España. Finalmente, hubo algunas partidas integradas en las SS, sobre todo en divisiones de extranjeros como la SS-Wallonien. De estos casi no hay trazas documentales, por el caos del último año de guerra. Se negaron a recibir el obligatorio tatuaje en el brazo, tuvieron un comportamiento poco ejemplar, por así decirlo, durante el derrumbamiento final, con saqueos y violaciones… y se fueron más o menos de rositas porque -al no tener tatuaje- no se pudo demostrar que fuesen de las SS. Bella metáfora del papel del régimen en la guerra.
La “retaguardia”
Para 1943, también, nos encontramos con otro clásico: las fuentes oficiales empiezan a fallar. Como que hay gente que prefiere des-documentar todo lo que haga feo. Moreno Juliá tiene que tirar de memorias de protagonistas, y aunque advierte que están sesgadas, tampoco parece hacer un análisis demasiado exhaustivo para ver dónde, “yo os digo que están sesgadas, ya veréis vosotros lo que hacéis con esa información”. A esto se suma que lo que parecía un libro cronológico, en 1944 pega un salto atrás a 1941 para seguir cronológicamente los acontecimientos de retaguardia.
En Madrid, Serrano Suñer se queja mucho al embajador de que el resto de ministros son unas nenazas incapaces, vendidos a los británicos sin darse cuenta que “una victoria británica supondría el nacimiento de una república vasca y otra catalana”. Pero ya es vox populi que lo de Rusia no es una fiesta sino un infierno blanco. La recluta se complica muchísimo, y cuando al fin tienen un contingente de 2500 hombres para relevar a los activos, van tan cortos de tiempo que ni reciben instrucción militar en Alemania, aunque para el juramento sí que hay tiempo. Se ofrece reducción e incluso cancelación de la mili ordinaria para los que vayan, pero con poco éxito. Encima, los retornados están que dan pena verlos (los británicos aprovecharon para contratar a desinformadores, que iban por los bares simulando ser divisionarios y contando horrores sin fin de la guerra), y en País Vasco y Cataluña están discriminados: nadie quiere contratarlos, y algunos vagan por las calles con su uniforme alemán pidiendo limosna. Muchos llaman a la embajada pidiendo poder ir a Alemania a trabajar.
El punto de inflexión en la política interior se inicia el 16 de agosto de 1942: el enfrentamiento entre el Ejército y la Falange desemboca en una trifulca delante de la basílica de Nuestra Señora de Begoña, en el curso de la cual Juan José Domínguez Muñoz (Moreno Juliá le llama “divisionario” – yo no encuentro ninguna otra evidencia, aunque parece que algunos falangistas presentes sí lo eran) lanza una granada que provoca setenta heridos. Franco y Serrano Suñer, cada uno veraneando por su lado (uno en el Pazo de Meiras y el otro en Benicàssim, porque el comunismo puede estar avanzando pero las vacaciones de verano son sagradas), acuden prestos, y Franco aprovecha para darle el golpe final a la Falange: destituye a Serrano Suñer y a otros cuantos ministros más, y nombra marionetas en su lugar.
Unos meses después, Muñoz Grandes volvía a España. Fue recibido por una amplia multitud (a la que llevó al paroxismo gritando “¡Vivan las madres que engendraron los más valientes soldados del mundo!”), firmó autógrafos, e incluso hubo una peregrinación a la embajada británica – que esta vez, sin embargo, estaba bien vigilada por la policía. Muñoz Grandes enseguida empezó a maquinar para meter a España en la guerra, pero Franco lo anula políticamente con cargos rimbombantes pero inocuos: los embajadores aliados ya están metiendo discretamente presión (“te conviene retirar la División, que así nos das argumentos para defenderte cuando Moscú exija represalias”). Franco de nuevo salta con que si el comunismo, pero el embajador británico le corta con que España no movió un dedo cuando la URSS atacó a Finlandia o Polonia, y que solo intervino para apoyar el ataque alemán; Franco se retuerce un poco, pero finalmente accede. Hayes reporta que la reunión fue “agradable e inusualmente amigable”.
Esto se repite varias veces durante los meses siguientes: los embajadores van a quejarse de algo, Franco se hace el remolón (en una ocasión, ante las quejas por la existencia de la Legión Azul, replica que “el sesenta por ciento de las tropas francesas en Italia están formadas por españoles y oficiales rojos”, argumento repetido una y otra vez, en plan “doble moral”), pero al final cede, claro que sí señores, a mandar. Y es que prácticamente todo el petróleo consumido en España venía de USA, y una velada amenaza de embargo ya bastó para que de Franco para abajo todos se pusieran a silbar el Yankee doodle. Se retiran Divisiones y Legiones, se expulsan espías, se limita la propaganda que pueden emitir los alemanes… como Franco tiene más suerte que un zorro caído en gallinero, el momento es perfecto por la debilidad alemana, y puede hacer el cambio de chaqueta sin demasiados problemas. En 1945, en el bunker, un Hitler con espuma en la boca tiene que ver como Franco concede entrevistas a la prensa americana afirmando que, por supuesto, ellos nunca fueron fascistas y nunca apoyaron al Eje, eso son maledicencias de rojos.
El tercer tiempo
Finalmente, Moreno Juliá también dedica unos capítulos al “después”. Por ejemplo, las pensiones: Alemania pagó su parte con puntualidad germana hasta mayo de 1945 – si bien, por la germana burocracia, muchos derechohabientes, sobre todo analfabetos, fueron incapaces de rellenar el ingente papeleo. Los pagos se reanudaron en 1960, tras un acuerdo con la RFA que implicó trato recíproco de España para la Legión Condor, y casi se suspenden en 1991 por dejación española. Por otra parte, España también pagó pensiones de viudedad, orfandad o mutilación, y les reconoció a los militares prisioneros los años de cautiverio a efectos laborales – lo que niega cualquier afirmación de que “eran voluntarios sin nada que ver con el estado español”. Y otro detallito: 272 oficiales divisionarios llegaron al rango de general durante el Franquismo (221 hay en España ahora mismo), incluyendo al all Star del 23F: Milans del Bosch, Alfonso Armada y Gutierrez Mellado.
Siguiendo con lo monetario, los soldados cobraban la soldada mensual y tres complementos: “gratificación de campaña”, “plus de frente” (solo por los días de permanencia en la zona de combate), y para oficiales la “gratificación de vestuario”. Los complementos se cobraban en mano los días 1, 11 y 21, pero no en Reichsmark (estaba prohibido transferirlos fuera del Reich, se pagaba en rublos o marcos de ocupación), la soldada se pagaba en España a sus familiares. Para los militares profesionales, la soldada era doble, alemana y española, pagada esta por el Ministerio del Ejército. Los voluntarios falangistas en cambio solo cobraban soldada alemana, que no obstante se incrementaba estando casado y con hijos menores de 17 años, pudiendo llegar al doble que la española. En total, triplicaban el salario medio de un obrero en España. De hecho, a partir de 1942 la propaganda para la recluta hace más incidencia en el sueldo que en los alicientes ideológicos. Luego, el tema de la deuda. La deuda española (en realidad, deuda “nacional” de la Guerra Civil, pero ¿saben eso de privatizar beneficios y nacionalizar pérdidas?, pues en esto también) con Alemania quedó parcialmente cancelada gracias a la División, si bien Moreno Juliá concluye que los gastos de la División, al final, fueron sufragados mayormente por España.
Y finalmente, el asunto de los prisioneros. El número nunca se ha podido establecer definitivamente, pues tanto prisioneros como desertores como algunos republicanos “sospechosos”, todos acabaron coincidiendo en los campos de trabajo estalinistas, y varios murieron en ellos. Moreno Juliá estima el total en “por encima de 400”, que pudieran ser 500 contando “desaparecidos”. Un 31% falleció durante el cautiverio. El franquismo los explotó propagandísticamente, pero lo cierto es que, tras la guerra, la División fue el principal escollo para el reconocimiento internacional del régimen: era difícil explicarla sin que saltara el argumento “los franquistas son nazis”. Sin embargo, en 1947, contactos informales en Suiza abrieron la posibilidad de traerlos de vuelta, mediante un intercambio con ciudadanos soviéticos que estaban en España, y junto a algún tipo de acuerdo comercial. Se hicieron las pesquisas oportunas (es decir, se preguntó al Vaticano si sería pecado – Pio XII dijo que no), y todo parecía listo para formalizarse. Pero el 12 de marzo de 1947, el presidente de Estados Unidos proclamó la “Doctrina Truman”: EEUU apoyaría “a los pueblos libres que están resistiendo los intentos de subyugación por minorías armadas o por presiones exteriores”. “Buah, eso somos nosotros, li-te-ral”, dice el franquismo, y decide ir a saco a hacerle ojitos a los americanos.
Así, los prisioneros se tuvieron que comer siete años más de frío siberiano, hasta que, tras la muerte de Stalin, el régimen soviético inició un deshielo. La primera pista fue que el 14 de abril, celebrado habitualmente con grandes fastos en la prensa soviética, en 1953 solo mereció pequeñas notas en páginas interiores. Al año siguiente, la cruz roja francesa fletó un barco griego que se dirigió a Odesa, recogió a los 300 supervivientes, y los llevó directos a Barcelona (el gobierno republicano en el exilio protestó porque el barco no parara en Marsella para dar a los republicanos la opción de no ir a España). Una multitud los recibió, pero con una gran ausencia: el propio Franco, que ni siquiera mandó un mensaje. Sí acudió al puerto Muñoz Grandes, pero luego se excusó para no asistir a la misa. Tres divisionarios se encontraron con que sus mujeres habían rehecho su vida. Y al margen de estos, hubo otros condenados por crímenes de guerra -por ejemplo, todos los capturados con las SS- que tardaron dos o tres años más en volver. De los 45000 españoles que pasaron por la División, unos 25500 fueron baja (5000 muertos, 8700 heridos, 2100 mutilados, 1600 congelados), un 56%, en línea con el resto de la Wehrmacht. Esteban-Infantes estimó las bajas enemigas causadas en unos 50.000 (2:1, lo que también está en línea con el resto de la Wehrmacht). Y desertores que llegaran vivos a la retaguardia soviética, unos 80. 18 de ellos, por cierto, optaron por quedarse en Rusia 11 años más tarde.
Valoración
Pues como el libro del Franquismo que les reseñé hace algún tiempo: ni fu ni fa. Y además por las mismas razones estilísticas. El autor ha hecho su investigación hasta donde pudo… y luego ha basado su obra exclusivamente en lo que salió. Es decir, si tiene 200 datos de fuentes hispano-alemanas y un dato suelto de fuentes soviéticas, no se plantea siquiera que pudiera haber un desequilibrio: esos 200 datos se toman, no como “La Verdad” (porque obviamente contienen contradicciones internas o las fuentes son tendenciosas), sino como “lo que hay y habrá”, y se escribe 200 veces más de lo uno que de lo otro, con una relación entre datos recopilados y análisis profundo muy pobre. Y como gran parte de sus datos son entrevistas personales con la viuda de Salvador Merino o con Serrano Suñer, o las memorias de Ridruejo y Martínez Esparza, pues estas ocupan también parte desproporcionada del libro. No es que se tomen acríticamente, al contrario, pero sí parecen limitar mucho el enfoque del libro. (También es cierto que las fuentes soviéticas son mucho menos accesibles, pero es que no parece haber habido ni un intento de preguntar por ahí.) Mucho dato solo sirve para hacer bulto: listas exhaustivas del personal de la embajada alemana, la alineación de ejércitos en Stalingrado, o páginas y más páginas con los aburridos detalles del Aguinaldo (así, con mayúsculas) que Falange mandó durante el primer invierno, a 80,67 pesetas la caja por divisionario raso y 971 pesetas la de Muñoz Grandes, con jamón serrano añejo y seis latas de foie-gras trufado. Y cuando se pone a hablar de la parte financiera, apaga y vámonos. Que se pueden escribir libros muy detallados, claro, pero al menos que sea igual de detallado en todo, no solo en aquellas partes que te cayeron en el regazo.
Por todo esto, el libro resulta muy desequilibrado. Escribir de cada tema en proporción al material encontrado es lo que tiene. La decisión de enviar la División se desmenuza hasta niveles exhaustivos, la decisión de repatriarla ni de lejos se analiza igual. La recluta original también recibe varias páginas, los reclutamientos adicionales a partir del primer año mucho menos. La Escuadrilla Azul directamente es desechada porque “ya la analizaron otros”. Es decir, la sensación es que en lugar de “voy a investigar la División Azul desde todos los puntos de vista”, ha habido un “me he encontrado este material abundante pero parcial sobre la División Azul, voy a hacer un libro con él alertando de que es parcial”: una aproximación que le perdonaríamos a un alumno de bachillerato porque al menos no habría usado ChapGPT, pero que resulta un poco pobre. Sí hay algo de análisis bastante conciso y acertado al final, en las conclusiones, pero sabe a poco.
Básicamente, a finales de 1940 la Falange y Serrano Suñer empezaron a darse cuenta que Franco se los estaba llevando, lenta pero implacablemente, al huerto, y que toda la cháchara sobre totalitarismo y fascismo no es más que una excusa para que los señoritos de siempre sigan en el machito, mientras el falangismo se va quedando poco a poco limitado a algunas parcelas sociales, para hacer bonito y siempre que no molesten demasiado. Pero la Falange es demasiado débil para forzar un cambio de rumbo por si sola, así que confían en ayuda alemana – y una vez desatada la guerra contra la URSS, esta ya depende totalmente de la victoria en el Este. Un Hitler victorioso podrá después volverse hacia el sur y presionar para que España siga el modelo alemán; una derrota nazi, en cambio, será el fin del falangismo como opción seria y su condena a folklore político. De ahí el apoyo entusiasta: el futuro de España también se dibujaba en Stalingrado. El papel de Franco, en cambio, es el mismo que siempre: cínica y hábil manipulación, nadar y guardar la ropa, y en el momento adecuado, ¡zas!, y cambio de chaqueta.
Sobre la valoración histórica: la División Azul es básicamente la razón por la que, a pesar de los republicanos presentes, España nunca -repito: NUNCA- ha sido invitada a participar en la conmemoración que se celebra cada año en Normandía con motivo del Día D. Teniendo en cuenta que en 2005 asistió el canciller alemán Schröder, y que en 2014, apenas tres meses después de su invasión de Crimea, Vladimir Putin todavía recibió -¡y aceptó!- la invitación a Normandía, esto es un retrato cristalino de cómo se vio y se ve la participación española de aquel momento, y la valoración que merece nuestro actual régimen desde esa óptica. Hasta Putin nos lo echa en cara (aunque situándola incorrectamente frente a Stalingrado). Los Aliados, me temo, son perfectamente conscientes de lo poco que hemos hecho para procesar dicha participación, con los patriotas sin complejos afirmando que “Normandía ocurrió gracias a Franco, porque si hubiese accedido a la Operación Félix la guerra se habría decidido en 1941 a favor de Hitler, ¡no hace falta que nos deis las gracias!”, y recordando siempre que los malos de verdad eran en realidad los rusos. La desvergüenza de políticos que hablan del Holocausto mientras mantienen calles dedicadas a la División Azul es obscena. Por eso Campechano tampoco fue invitado nunca a nada, y a Preparado solo le han dejado ir una vez a Paris a celebrar la Liberation, donde encima tuvo que poner buena cara mientras inauguraba un parque en memoria de los republicanos de La Nueve. Tampoco está España en el Internationaler Beirat del Memorial de Mauthausen, en cuya sala de homenaje cuelga la bandera republicana en lugar de la rojigualda. Y lo cierto es que para ser un régimen que solo se alió con los nazis a desgana, hubo cientos de nazis que se refugiaron muy a gusto en España. Eso de que 1978 lavó todos los pecados tiene poco recorrido allende los Pirineos.
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Comentario de Casio (13/02/2023 21:36):
Supongo que pequeñas reuniones de “recreacionistas muy motivados” como esta:
https://twitter.com/FonsiLoaiza/status/1624707266782851072
No van ayudar mucho a que nos inviten el próximo año a
Normandia. Descendiendo a los rastros de esto que llegaron a mi pueblo: cuando era un crio recuerdo que el principal estanco, el de la plaza del ayuntamiento, lo regentaba un mutilado que se habia dejado la pierna en los bosques de Leningrado. Bueno, en realidad lo llevaban mujer e hijos, él puto cojo se limitaba a sentarse al fondo de local y a maldecir a propios y extraños. Menuda mala leche tenía el jodío..
Concesiones de estancos y loterias franquistas sirvieron para colocar a muchos de los luchadores contra el estatalismo totalitario.
Comentario de el guru (13/02/2023 23:39):
Carlos Jenal, el Jenalísimo de LPD
Comentario de tabalet i dolçaina (14/02/2023 18:11):
Luego tenemos a un alcalde en Madrid que se permite por ejemplo, destrozar un monumento a Indalecio Prieto cautivo en campos de concentración o realizar homenajes en calles a la división azul o a unidades o barcos cuya mayor mérito fue bombardear a civiles en la desbandá de Málaga o un acto a la legión que terminan en brazos en alto y vivas a Franco.
Pero para entender lo grave de la desmemoría histórica en España hay noticias como esta : https://www.informacion.es/elda/2023/01/12/gobierno-eu-monforte-cid-niega-81105631.html.
Para otro día el porque no se ha desmantelado la Legión en esta democracia consolidada.
Comentario de Durc (16/02/2023 11:59):
En la reunión de Hendaya ha calado la versión oficial para siempre, cuando la realidad es que Hitler no quería que España entrara en la guerra, no le interesaba ni tenía necesidad de abrir más frentes y menos cuando preparaba Barbarroja.
Hitler pretendía tantear el tema Marruecos entre Franco y Petain, llegar a acuerdos comerciales con España (el famoso Wolframio) y eso sí, obligar a Franco a que firmara un protocolo en el que le obligaba a entrar en guerra si Alemania en un futuro se lo pedía. Y se firmó bajo amenazas.
Además del soborno a generales españoles, los aliados aseguraron a Franco que no invadirían las Canarias; tampoco querían abrir ese frente de guerra.
Así que Franco trató de moverse entre dos aguas, contentando a unos y no incordiando demasiado a otros.
Comentario de Lluís (25/02/2023 08:51):
#4
Tampoco sabemos lo que podía pensar un zumbado como Hitler. Que España ayudara a cerrar el Estrecho tampoco le habría ido mal del todo, poder instalar bases a ambos lados del Estrecho habría dejado a Gibraltar inoperante. Si se trataba de hostigar el peñón, podía dejarles el trabajo a los españoles
También se ha dicho que Franco pedía demasiado, que eso implicaba enemistarse con los franceses, y que para Hitler eso no compensaba en absoluto. Pero eso es sólo especulación, y el führer no ha pasado a la historia por toamar decisiones sensatas basadas en criterios racionales.
Y otro de los problemas de Franco en los que no sé si se ha ahondado demadiado era que buena parte de sus generales eran monárquicos. En 1936 tenían todos claro que la prioridad era acabar con la República, pero una vez hecho ésto había bastantes que ya se preguntaban cuándo iba a restaurarse al Borbón de turno. Había unos cuantos de esos, y mantenerles con prebendas no era una garantía porqye una monarquía habría sido igual de agradecida y serían menos a repartir. La Falange podía ser, en ese momento, un buen contrapeso. Más adelante, la mayoría preferiría esperar mientras contaban su dinero, y alguien peligroso como Bautista Sánchez siempre podía tener un oportuno infarto.
Comentario de Atlas (27/02/2023 20:56):
” Los Aliados, me temo, son perfectamente conscientes de lo poco que hemos hecho para procesar dicha participación, con los patriotas sin complejos afirmando que “Normandía ocurrió gracias a Franco, porque si hubiese accedido a la Operación Félix la guerra se habría decidido en 1941 a favor de Hitler, ¡no hace falta que nos deis las gracias!”, y recordando siempre que los malos de verdad eran en realidad los rusos.”
¡Ja! Pero si con el paso de los años esa se ha convertido en la posición no oficial de las cabezas pensantes de Occidente también.