Masturbatoria Paralelística
Cataluña. Lo pongo de entrada para que no digan que no aviso. De Cataluña va a girar todo esto de Irlanda (nota aclaratoria: hace diez años que no piso Cataluña, y aquello fueron tres horas en Barcelona para hacer un trasbordo). ¿Y qué tiene que ver Irlanda con Cataluña? Pues que a mi me chirría que a la hora de analizar el independentismo en Cataluña, nuestros guías intelectuales al sur del Ebro siempre hagan el mismo paralelismo: Yugoslavia.
Así lo ven algunos.
El paralelismo, convenientemente desarrollado, es que la cosa iba dabuten pero que unos politicuchos regionalistas empezaron a agitar el nacionalismo y la “libertad de decidir”, y el resultado fue una horrenda guerra civil con 130.000 muertos, millones de desplazados, limpiezas étnicas y odios africanos que aún persisten. Y si a los catalanes les dejamos demasiada libertad, aquí pasará lo mismo, así que mano dura, que es por el bien de todos.
Sin embargo, yo no termino de ver este paralelismo (nota aclaratoria: de Yugoslavia sé aún menos que de Cataluña). A mí siempre me dio la impresión de que Yugoslavia era como la pandilla de amigos que te echabas en el pueblo cuando ibas en verano, que pasas mucho tiempo con ellos y de ahí puede salir una amistad para toda la vida, pero que también puede ser que en el fondo solo estabais juntos porque en el pueblo no hay nadie más con quien estar, aún no había Internet ni una oferta televisiva digna de tal nombre, tres meses pueden ser muy largos, y finalmente la juventud local no veía con buenos ojos vuestra presencia y usurpación cuasi-colonial de los recursos naturales como piscinas, futbolines y chicas; y por el interés la cosa fue bien un tiempo pero a la primera desavenencia que tuvisteis os dejáis todos de hablar. Vamos, que era algo potencialmente inestable. Lo de Irlanda, en cambio, es diferente. El mero hecho de ser un archipiélago ya parece predestinar a las Islas Británicas a estar unidas políticamente (o al menos se lo parece a algunos), había una larga historia de “convivencia”, incluso el propio idioma inglés ha acabado siendo el más hablado en ambas islas. Sí, los argumentos de nuestro propio debate territorial ya estaban ahí hace 100 años: que si Irlanda nunca fue un reino celta independiente, que si UK era lo más mejor, que si “una larga historia juntos”, que si nuestros deportistas son la envidia del mundo mundial [1], y que cómo iba a alguien a querer separarse de un estado, que digo, ¡un imperio! tan grande, tan próspero, tan democrático, tan avanzado. ¡Si hasta los propios independentistas se podían presentar a las elecciones y obtener escaños, cómo iba a ser eso una opresión! Hacia 1900 la idea de que los paletos irlandeses pudiesen lograr la independencia habría parecido una locura: el Imperio Británico gobernaba una cuarta parte del planeta y al mismo tiempo era uno de los sistemas más participativos de Europa. Y sin embargo, en menos de una generación, la independencia iba a llegar. Y el resultado, visto 100 años después –y pasando por alto una guerra civil [2]– no parece peor con respecto a si se hubiesen quedado dentro. Económicamente, nos dicen quienes piden mano dura en Cataluña, incluso nos puede dar lecciones [3] de cómo se hacen las cosas bien. Socialmente, eso sí, sustituyeron la relativa tolerancia civil británica con una larga hegemonía católica que da un poco de grimilla (o al menos a mi me lo parece; a los defensores a ultranza de la Unidad de España igual les parece un plus).
Una aproximación gráfica al tema. Más que a Tabarnia, el Ulster se parecería a Navarra (puesta en los Southern Uplands, donde hubo mayor voto de NO en el referéndum escocés de independencia) por el temita religioso. El resto de autonomías están puestas un poco a boleo para generar polémica gratuita.
Vamos, que puestos a buscar paralelismos lo de Cataluña puede tener más parecido con lo de Irlanda que con lo de Yugoslavia. Una buena razón para sumergirme en este breve librito e intentar aprender algo de los detalles.
De Gaélicos a Católicos
Simplificando mucho, la historia antigua de Irlanda es una de invasiones asimiladas, y la moderna una de invasiones no asimiladas. Los primitivos habitantes de la edad de Bronce fueron absorbidos por inmigrantes celtas de una confederación llamada gaélicos, que vivían en tribus dirigidas por jefes, sin que ninguna lograse la supremacía. Los romanos ni intentaron invadir, hubo una cristianización (monástica y no diocesana, es decir, se fundaron muchos monasterios pero no se formaron obispados, algo lógico dado la ausencia de ciudades), y así transcurren varios siglos. Llegaron los vikingos [4] (principalmente a rapiñar), y posteriormente los anglo-normandos [5] (que ya fundan las primeras ciudades y sustituyen a muchos de los terratenientes gaélicos), pero en general eran todos asimilados, adoptando al poco las costumbres, cultos y lengua gaélicos. Irlanda se convirtió en un reino unido a la corona inglesa, pero que iba bastante a su bola.
Y entonces empieza el temita.
En 1534, por un quítame ahí esa aragonesa, Enrique VIII separa la Iglesia de Inglaterra de la Iglesia Católica. También separa la Iglesia de Irlanda [6], pero mientras en Inglaterra y Escocia se va a imponer el protestantismo -en sus versiones anglicana y calvinista respectivamente-, en Irlanda la mayoría de la población permanecerá fiel a Roma. Nada que deba afectar al día a día, en principio, pero la victoria del protestantismo en Gran Bretaña va a traer consigo unas cuantas guerras durante los siguientes 200 años, todas las cuales salpicarán a Irlanda: la guerra de conquista [7], la de los nueve años [8], la particularmente odiosa invasión cromwelliana [9], la Revolución Gloriosa [10], levantamientos jacobitas [11] de 1715 y 1745… Guerras en las que Irlanda siempre apoya al rey contra el parlamento y al pretendiente católico contra el protestante (y no con el objetivo de independizarse, como luego romantizarán los independentistas, sino para restaurar la religión católica). Con la suerte del irlandés [12]: siempre eligen el bando perdedor, y cada derrota se traduce en la masacre de amplias capas dirigentes irlandesas y en la confiscación de tierras con las que el vencedor premia a sus leales. Hacia 1750, casi toda la tierra es propiedad de una aristocracia anglicana, aunque la población sigue siendo mayormente católica. La excepción es el norte, donde en el Ulster [13], y tras expulsar casi del todo a los católicos, los campesinos serán también protestantes.
Con esto ya están formados los “bandos”. Por un lado, una población católica mayoritaria, en cuyo seno las antiguas diferencias tribales o entre gaélicos y anglo-normandos van a ir difuminándose poco a poco, unida por un importante resentimiento por las confiscaciones de tierras. Y por otro, los protestantes, que apenas representan entre un 10 y un 20% de la población de la isla, pero que configuran toda la clase política, tienen una mentalidad de asedio continuo y desarrollan un miedo rayano en la paranoia ante un levantamiento católico apoyado por Francia o España. Una serie de leyes [14] instauran un apartheid religioso: los católicos no pueden ser jueces, ni estudiar, ni formar sacerdotes (los curas de la época se tienen que ir a seminarios extranjeros, muchos en Francia o España), ni sentarse en el parlamento. A esto lo llaman el Dominio Protestante [15], y de eso va: de dominar, de gobernar, y de exprimir para sacar tajada. No hay nada más elevado. No hay proselitismo ni presión para convertir a los católicos, se trata simplemente de defender el chiringuito y mantenerlos fuera del reparto del poder. Poder que hasta ahora es solo local: el Reino de Irlanda sigue existiendo como tal, con su parlamento e instituciones, y los colonos protestantes juran lealtad al rey… siempre y cuando este no se meta demasiado en sus asuntos.
Empieza la modernidad
Este arreglo dura hasta 1800. En 1798, la Sociedad de los Irlandeses Unidos lanza una rebelión [16], pero ya no para restaurar el orden católico sino para crear una nación soberana a imitación de Francia, donde lo del nacionalismo está en toda su pompa revolucionaria. La SIU es multiconfesional, compuesta principalmente de católicos (lógico) pero con un importante componente de presbiterianos. Estos, que les he hurtado para no hacer esto demasiado complicado, son los descendientes de colonos escoceses, asentados sobre todo en el Ulster. Los anglicanos –que los llamaban disidentes– los odiaban casi tanto como a los católicos pese a ser protestantes también. La rebelión fracasa, y Gran Bretaña toma cartas en el asunto. Estamos en lo más movido de las guerras napoleónicas, y tener una gran población católica desafecta que puede actuar de quinta columna solo por no tocar el chiringuito de los terratenientes protestantes no es de recibo para los políticos de Westminster. En 1800, Acta de Unión [17] mediante, el Reino de Irlanda deja de existir y se integra en el Reino Unido de Gran Bretaña (que amplía su nombre a “Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda”). Se disuelven el parlamento y la Iglesia irlandeses, se añade la cruz roja de San Andrés al Union Jack [18], e Irlanda queda dividida en 100 distritos que eligen otros tantos parlamentarios (al principio todos protestantes) de entre los 700 o así de la Cámara de los Comunes en Londres. Unión en un primer paradójico momento celebrada por los católicos, que creen que Gran Bretaña, donde ya ha empezado la industrialización y donde cada vez se reconocen menos en los integristas protestantes irlandeses, les tratará mejor.
El mecanismo psicológico de “cedamos soberanía a una instancia superior para que nuestros integristas locales solo nos peguen lo normal” también funciona en la izquierda española, por cierto.
El desengaño no se hace esperar: el Acta de Unión debía ir acompañada de una Emancipación Católica, pero Jorge III (un monarca tan estúpido e incapaz –veinte años antes sus discursos de mano dura habían contribuido a que UK perdiera las Trece Colonias- que parece Borbón Habsburgo, hoygan) impone su veto porque él es “defensor de la fe anglicana” y no ve que eso sea compatible con emancipar a los católicos. Aquí se tienden las vías para que el nacionalismo irlandés sea una empresa exclusivamente católica. Enhorabuena a los premiados.
A ver, como siempre en la Historia: las vías están tendidas pero el tren no tiene porqué salir. Ni en Irlanda, ni en Cataluña. El nacionalismo católico nace y empieza a crecer desde 1800, pero su hegemonía social no va a llegar hasta la década de 1880. Primero se crea la Asociación Católica, en la que están implicados los sacerdotes, que organizan a la grey en sus parroquias, y se empieza a construir lentamente una maquinaria política. El modelo es tan exitoso, según Killeen, que es el antecesor directo del Partido Demócrata americano fundando en aquellos años por Andrew Jackson [19] (hijo de presbiterianos del Ulster) y de sus más célebres clientelismos, como Tammany Hall [20]. En 1828, el líder de la Asociación, Daniel O’Connell, gana por primera vez un escaño para Westminster. No puede ocuparlo por la prohibición a católicos, pero en Londres son espabilados y en 1829 pasan finalmente el acta de Emancipación [21], igualando a los católicos con los protestantes… y por la puerta de atrás multiplican por cinco el requisito de patrimonio para ser votante en las elecciones, excluyendo a las masas empobrecidas católicas y confiando en dividir a los irlandeses cooptando a sus élites; una fórmula milenaria y sobradamente probada que podría haber salido bien y todo. Daniel O’Connell, por cierto, acabó siendo el primer alcalde católico de Dublin.
El avance del proyecto nacionalista irlandés es interesante. No era único en Europa pero sus métodos lo eran. Se aprecia bien contrastándolo con el nacionalismo polaco. Los polacos habían visto a su país dividido por tres veces en el siglo XVIII. Su nacionalismo del siglo XIX se enfrentaba a tres estados diferentes sin tradición de gobierno representativo. De modo que el liderazgo nacionalista polaco hizo “trabajo orgánico”: educar a la gente en su historia y folclore, crear arte didáctico con temas polacos, desarrollo económico, movimientos de cohesión social. […] Pero donde los polacos se centraban en el desarrollo cultural y económico, los irlandeses eligieron la política.
Lo hicieron porque el país del que formaban parte, el Reino Unido, tenía una de las más largas tradiciones de gobierno representativo de Europa. UK no era –todavía- una democracia pero tenía instituciones representativas, la más importante la Casa de los Comunes. El nacionalismo irlandés tuvo desde el principio un foro representativo donde expresarse. De 1829 hasta 1914, la Casa de los Comunes fue el epicentro de todo el esfuerzo nacionalista constitucional.
[…]
En Irlanda, la política vino primero y la cultura siguió detrás. Esto puede explicar porqué en las décadas de 1920 y 1930 tantos nuevos estados en Europa se orientaron hacia varias formas de autoritarismo pero no Irlanda, pese a las amargas divisiones de la Guerra Civil. La política era una segunda piel para los nacionalistas irlandeses. Con su lógica interna del compromiso, el proceso político era el medio natural de resolver disputas públicas.
La Asociación Católica se ve pronto acompañada por multitud de nuevos colegios a cargo de órdenes de monjas y donde se educa la incipiente clase media católica, y por una opinión pública que se expresa en multitud de periódicos y se comunica mediante la nueva red de ferrocarriles que construyen los británicos. Paradójicamente, la lengua gaélica no forma parte de este naciente nacionalismo. O’Connell, que seguramente la tenía por lengua materna, trabajaba en inglés y se alegraba de la extensión del mismo, pues le permitía llegar a más irlandeses. No es hasta la década de 1840 en que el movimiento Joven Irlanda [22] reivindica la lengua, intentando construir un nacionalismo cultural que pueda atraer a todos los irlandeses y no solo a los católicos. Por cierto que a estos jóvenes irlandeses les debemos también el arpa, el trébol o la bandera tricolor irlandesa (verde por los católicos, naranja [23] por los protestantes afines a la casa de Orange, y blanco para simbolizar la paz entre ambos) entre otros símbolos irlandeses que inundan nuestras ciudades en esa ineludible cita con la cerveza que es la fiesta de San Patricio.
An Gorta Mór
Toda esta evolución pacífica (aunque con las ocasionales yoyah, que hablamos de irlandeses), va a sufrir un terremoto en 1845. En ese año llega a Irlanda el tizón tardío, un hongo que causa la putrefacción de la patata.
Con todos ustedes, Phytophthora infestans.
La patata se había convertido casi en el único alimento de los irlandeses pobres, ya que crece muy bien en Irlanda, da buen rendimiento por superficie cultivada, y combinada con lácteos constituye una dieta muy completa. Cientos de miles de familias vivían en granjas enanas (dos tercios de las granjas no llegaban a las 6 hectáreas) y sobrevivían mal que bien con las patatas, una vaca, algún cerdo o gallina, y la ocasional peonada para el señorito. Los terratenientes, muchos ausentes [24], se reservaban las mejores tierras para pastos y cereales, con vistas a exportar carne y trigo a Gran Bretaña. Exportaciones que siguieron incluso durante la hambruna [25]. El tizón entró en esta precaria economía de subsistencia como un elefante en una cacharrería.
La cosecha de 1845 ya estaba medio recogida y medio se salvó, pero la gente tuvo que comer parte de las patatas de la siembre del año siguiente, resultando en peores cosechas. Cuando el pulgón volvió con fuerza en 1847, a la gente ya no le quedaban reservas. El resultado fue la peor hambruna de Europa de todo el siglo XIX. Entre los censos de 1841 y 1851, la población de Irlanda bajó de 8.2 a 6.5 millones. Mitad fallecidos de hambre, mitad emigrados. Y la espita de la emigración continuó abierta, descendiendo la población hasta los 4.4 millones en 1911. Una catástrofe sin paliativos, en lo que era el imperio más rico y grande del mundo, exacerbada además por el gobierno británico: en 1845, los tories de Peel aún habían traicionado sus principios liberales para ofrecer alivio en forma de obras masivas o envío de alimentos, pero en 1846 se formó un gobierno whig que vio en la hambruna no una crisis sino una oportunidad. Oportunidad de acabar con la dispersión de la tierra y modernizar la agricultura e industria de Irlanda. Ya lo adivinan, el dilema entre dar peces y enseñar a pescar: si intervenimos todo seguirá igual, si nos mantenemos al margen los pobres tendrán que renunciar a sus granjas enanas, que así podrán consolidarse en grandes explotaciones más eficientes, y trabajar en las fábricas textiles. Se condicionó la poca ayuda a que el recibidor tuviese menos de un cuarto de acre de tierra en propiedad o alquiler. Y además un poso de prejuicios contra los católicos llevó a muchos whig a pensar que era culpa de los propios famélicos (en el Ulster, la naciente industria del lino y la presencia de otras cosechas previnieron los peores efectos de la hambruna). Deus Vult.
La Hambruna debilitó fatalmente la legitimidad moral del gobierno británico en Irlanda. A ojos de los nacionalistas irlandeses, la afirmación constitucional de que Irlanda era parte integral de la metrópolis británica era una ficción. Gran Bretaña no trataba a Irlanda como un igual dentro del Reino Unido, sino como una colonia. La Hambruna radicalizó a los nacionalistas.
Ahora todos vamos a jugar duro
Azuzados por la Hambruna y las revoluciones europeas de 1848, los Jóvenes Irlandeses intentan una revuelta [26], pero son aplastados y dispersados sin demasiados problemas. De sus cenizas va a alzarse la Irish Republican Brotherhood, que les pongo en inglés porque así su acrónimo resulta IRB y vamos preparando el terreno para la ETA irlandesa. Estos republicanos fenianos [27], apoyados por una diáspora americana de millones de emigrados que odian a Gran Bretaña desde los más jondo de las entrañas, son ya partidarios de la acción directa y de llevar el enfrentamiento a Inglaterra. Como suele pasar en estos casos, pronto el 90% de la acción directa gira en torno a represalias por arrestos, operaciones de apoyo a los presos, y bombas puestas sin mirar demasiado [28]. Dados sus objetivos (revolución, reparto de la tierra, gobierno republicano) la Iglesia y el nacionalismo católico “de orden” inmediatamente se distancian de ellos.
Al mismo tiempo, en el norte, la industrialización del Ulster convirtió a esta provincia en el motor económico del país. Belfast, tradicionalmente presbiteriana, multiplicó por 14 su población a lo largo del siglo XIX con inmigrantes católicos y anglicanos que se concentraban en sus respectivos barrios [29], creando una ciudad segregada con muros [30] y todo que ni Berlín en la Guerra Fría.
No obstante, aún no se habían roto todos los puentes entre las confesiones. En el frente político, el abogado (protestante además) Isaac Butt creó un grupo de presión [31] a favor del “Home Rule”, mutando al poco en la Liga por el Gobierno Local, un partido político bastante informal. ¿Y qué significaba “Home Rule”? Pues miren: cualquier cosa y nada; lo que cada uno quiera ver. El caso es que era lo bastante elástico para que más o menos todo el mundo lo viera con buenos ojos, y en 1874 la Liga logró 59 escaños irlandeses (o mejor dicho salieron elegidos 59 diputados que más o menos declaraban estar en sintonía con los principios de la Liga), que en seguida se dedicaron a trolear en Westminster. El Parlamento contraatacó con nuevas reglas para mantenerlos callados, y la Liga empezó a jugar un poco más duro: en 1880 Butt fue sustituido por Charles Stewart Parnell, que además era el líder de la Liga Agraria [32] y combinó las reivindicaciones nacionales con la exigencia de un reparto más justo de la tierra.
La Liga Agraria se la tienen que imaginar como una Plataforma de Afectados por los Rentistas Absentistas.
Porque en el campo se habían producido, Gran Hambruna y Mano Invisible mediante, precisamente los efectos que buscaban los whig: los minifundios habían dejado paso a granjas más grandes y capitalizadas, orientadas al cultivo comercial y trabajadas por una clase media de granjeros católicos que iba a ser la voz cantante del nacionalismo irlandés durante más de un siglo. Esta gente quería mejorar sus condiciones, y para ello montó unas agitaciones agrarias [33] que ríanse de la PAH: ocupaciones, “tribunales” populares condenando abusos, amenaza de boicot (palabra [34] creada allí mismo expresamente para ello, algo así como si Podemos sector anticapi llegara al poder y a las expropiaciones masivas de viviendas lo llamara “idealizar pisos”) a todo aquel que aceptase una granja cuyo inquilino hubiese sido desahuciado… El primer ministro del momento, William Gladstone, con bastante habilidad resolvió el conflicto prohibiendo por un lado la Liga Agraria, pero mejorando significativamente [35] las condiciones de los granjeros por otra. Se llegó a decir que había deshecho las confiscaciones de Cromwell. Y claro, tarde o temprano tenía que llegar el boleto para el premio gordo: las elecciones de 1885 [36] (en las que se rebajaron tanto los requisitos para votar que ya estamos casi en democracia) arrojaron un parlamento colgado [37] donde la mayoría dependía de los irlandeses de Parnell, que incluían también unos cuantos diputados del Ulster. Gladstone aceptó llevar a la Cámara de los Comunes una propuesta para otorgar un cierto Home Rule a Irlanda, aunque la cámara lo rechazó porque su partido, los Lib-Dems que aquí inician su canto del cisne, se escindió sobre el tema. En este momento Charles Parnell era “el rey sin corona de Irlanda”, habiendo unido a todo el nacionalismo católico tras de si (¡siendo él protestante!). Su caída en apenas cuatro años por un lio de faldas propio de un vodevil [38] dejó al nacionalismo irlandés fuera de combate durante una década.
Fer pais
El tiempo, en todo caso, no fue desaprovechado: en el lado cultural, se crearon asociaciones, periódicos, clubes de deporte, se inventaron incluso deportes propios [39] para no jugar a los sucios deportes ingleses, y se promocionó el uso de la “vieja lengua”, que a todos arrancaba lágrimas de nostalgia por la Irlanda pura (aunque luego en el día a día todo quisqui usaba el inglés). Y finalmente, en 1905, se funda el Sinn Féin. Que hasta 1916 era muy “líquido” en su doctrina y tremendamente irrelevante, lo que no evitó que los británicos llamaran al alzamiento de 1916 “la rebelión del Sinn Féin” porque recogió nueces a tutiplén, pese a que no tuvo nada que ver en agitar el árbol. Pero los protestantes no se quedaban atrás, organizándose en torno a la orden de Orange, capaz de convocar a miles de manifestantes para escuchar los discursos ferozmente unionistas de Churchill (no, no ese Churchill [40], sino el padre): “Ulster will fight, and Ulster will be right!”. A todo esto: en este momento “Ulster” solo era el nombre de una provincia histórica, que para más inri ni siquiera coincidía con lo que acabó siendo Irlanda del Norte. Un poquito Tabarnia, para entendernos.
No obstante, lo del Home Rule a la larga era inevitable, y en 1914, al tercer intento [41] y tras desactivar el voto de los Lores, el autogobierno limitado llegó a Irlanda: un parlamento propio para asuntos locales y ciertas provisiones para las finanzas. Solo que nunca se materializó: como enseguida estalló la Primera Guerra Mundial [42], su aplicación se paralizó, y nunca sabremos si hubiese satisfecho las demandas irlandesas o si “da igual cuanto les des a los nacionalistas, siempre piden más”. La guerra por su parte hizo florecer otra de las eternas tradiciones irlandesas: el gusto por las escisiones. Parnell y los constitucionalistas decidieron ir con UK y animaron a unos 160.000 irlandeses a alistarse (30.000 murieron), pero el IRB optó por mantenerse neutral, y una minoría dentro del IRB estaba por la acción directa, confiando en el apoyo de Alemania. Pero la razón primordial era que los unionistas, tanto la burguesía del Ulster como los restos de los terratenientes anglicanos, se oponían visceralmente al Home Rule y hacían abiertamente acopio de armas, con la policía mirando para otro lado (pero interviniendo con mano dura cuando los nacionalistas desembarcaban armas propias, incluyendo disparos a la muchedumbre que costaron tres muertos). Finalmente, en la Pascua de 1916, la facción minoritaria del IRB junto al ICA [43] (una milicia obrera) ocupó el centro de Dublin, izando la tricolor irlandesa en la Casa de Correos y leyendo una proclamación de la república a un montón de transeúntes que flipaban en colores.
La operación fue de un amateurismo sangrante: los británicos interceptaron un envío de armas alemán (gestionado por Roger Casement [44], un nacionalista ¡protestante!, ¡¡homosexual!! y ¡¡¡Caballero del Imperio Británico!!!), hubo que aplazar el alzamiento del Domingo de Ramos al Lunes de Pascua (aplazamiento publicado en la prensa [45]), y hecho el pronunciamiento los rebeldes se limitaron a atrincherarse en los cuatro edificios que habían ocupado, a verlas venir. Pronto se produjeron los primeros disparos y los primeros muertos. Los británicos, con una guerra en el continente en marcha, no se anduvieron con chiquilladas: trajeron artillería pesada y bombardearon la ciudad. Después de una semana, lo que quedaba del alzamiento se rindió. Pese a ello, casi todos los líderes fueron fusilados.
Según casi todos historiadores, el alzamiento de Pascua no contó con la simpatía de los ciudadanos, pero la desproporcionada respuesta británica hizo cambiar a muchos de idea. Y allí estaba el Sinn Féin para sacar tajada: solo hizo falta que el Reino Unido instaurase el servicio militar obligatorio para tener un enganche irresistible (incluso aunque el gobierno británico, sabiamente, decidiera no aplicarlo en Irlanda). Al frente del partido se puso Éamon de Valera [46], “Dev” para los amigos, nacido en Nueva York de madre irlandesa y un padre español – Juan Vivión de Valera- del que no hay apenas registros y que murió cuando Dev tenía cuatro años. Había participado en el Alzamiento de Pascua, pero se salvó de ser fusilado por tener pasaporte americano.
Eamon de Valera: un americano hispano-irlandés de toda la vida.
En las elecciones de 1918 [47], el nacionalismo constitucional parnellita fue barrido y el Sinn Féin logró 73 de 101 escaños irlandeses (con el 47% del voto popular, como me gusta recordarle a aquellos que apuestan por distritos uninominales “para que todo el mundo conozca a su diputado”). Estos diputados se negaron a ir a Westminster, se montaron su propia asamblea [48] y proclamaron la independencia. Casi el mismo día, varios policías eran acribillados, en los primeros compases de la Guerra de Independencia Irlandesa.
La guerra fue mayormente un montón de emboscadas guerrilleras. Winston Churchill, en otro de sus momentos “firmeza siempre”, creó un cuerpo paramilitar, los infames Black And Tan [49], con veteranos de Flandes a los que se les daba mucho mejor destrozar [50] que realizar un paciente trabajo policial. El gobierno irlandés organizó unas fuerzas llamadas, apropiadamente, Ejército Republicano Irlandés. Vamos, el primer IRA. Finalmente, desgastaron tanto a los británicos que en 1920 estos accedieron a un alto el fuego y partieron la isla en dos [51]: el norte y el sur tendrían cada cual su propio parlamento. El nacimiento de la Tabarnia gaélica. El gobierno provisional negoció un tratado [52] por el que el sur tuviese estatus de Dominio, como Canadá o Australia. Esta oferta era de una independencia casi total… salvo porque los diputados tenían que jurar lealtad a la Corona, renunciar al Ulster y aceptar que la Royal Navy retuviese el uso de tres puertos [53]. El Sinn Féin se escindió de nuevo, entre pro-tratado y anti-tratado. Por poquito, los primeros prevalecieron en las votaciones. La cosa se resolvió a la manera irlandesa: peleándose entre ellos en una guerra civil que duró unos 11 meses, nacionalistas pro-tratado contra republicanos anti-tratado. Como los nacionalistas ahora eran un estado decente y no una banda de desharrapados, denominaron a sus fuerzas Ejército Nacional, de modo que los republicanos pudieron seguir llamando “IRA” a sus “fuerzas armadas”. La cosa no tuvo color porque los nacionalistas contaron con apoyo británico, y el propio de Valera (que no luchó pero continuó siendo el “brazo político” del IRA, la cosa viene de lejos) recomendó dejar la lucha armada. Los vencedores, bajo el nombre de Cumann na nGaedheal, establecerían las instituciones básicas del Estado Libre Irlandés, atrayéndose a los constitucionalistas, a los unionistas moderados, y a la gente de bien en general. Los anti-tratado retuvieron el nombre de Sinn Féin, y con De Valera a la cabeza se negaron a entrar en el parlamento por no realizar el mentado juramento.
Pero a de Valera, como corresponde a alguien con genes españoles, lo de perderse carguitos y poltronas por un quítame ahí ese juramento no le hacía gracia, de modo que en 1926 escindió nuevamente al Sinn Féin, formando un nuevo partido, Fianna Fáil, que traía un cierto populismo de izquierdas y estaba dispuesto a realizar el juramento “por imperativo legal, que tampoco es para tanto” (cinco años antes había sido motivo para una guerra civil). Las elecciones de 1927 le dieron 42 escaños a Fianna Fáil por 5 del Sinn Féin. Las de 1932, mayoría absoluta. Cumann na nGaedheal perdió el gobierno, y tras tontear con los fascistas de las camisas azules [54] (que luego vinieron a ayudar a Franco [55]… al tiempo que apoyaban el derecho de autodeterminación del pueblo vasco) se reconvirtió en Fine Gael, partido de centro-derecha y socio del PP en el Partido Popular Europeo. Fianna Fáil por su parte está en ALDE, junto a Ciudadanos (y el Sinn Féin, a su vez, en el Grupo Confederal de la Izquierda Europea junto a Podemos). El único que no tiene amigos del Sinn Féin es el PSOE… aunque los laboristas irlandeses incorporaron a una escisión del Sinn Féin de 1970 (Fun Fact: durante décadas el partido laborista británico no se presentaba en -ni aceptaba militantes de- el Ulster; no sé muy bien porqué pero huele a evitarse marrones). Vamos: que básicamente todos los partidos irlandeses se tocan en algún momento con los amigos de los violentos.
Rajoy echándose unas risas con una escisión del Sinn Féin. Cosas veredes.
Tractoria
En 1937 De Valera declaró el fin del Estado Libre con una nueva constitución, y en 1947 rompió los últimos lazos con el Reino Unido declarando la República de Irlanda. Como buen español, una vez pillada la poltrona apenas la soltó (exceptuando seis años, fue Primer Ministro de 1932 a 1959, y luego se pasó los siguientes 14 de presidente hasta retirarse con 90 tacos) y construyó un país que habría sido la envidia de la España franquista: una sociedad rural, profunda- (¡y sinceramente!) católica y conservadora, anclada permanentemente en una ensoñación decimonónica, confirmada mansamente cada cuatro años en las elecciones. En cierto modo, Irlanda era el último reducto victoriano del mundo. La Iglesia era hegemónica: se ocupaba de casi toda la educación, la asistencia a misa era altísima, entre 1929 y 1967 hubo censura literaria (pese a que Irlanda estaba dando al mundo escritores de la talla de Yeats, Joyce, Shaw, O’Casey o Beckett [56], y no estaba precisamente para tirar cohetes en las otras ramas del arte), y cuando un gobierno alternativo intentó introducir [57] un sistema de sanidad pública los obispos lograron tumbarlo argumentando que la asistencia sanitaria era cosa de las familias. Sin embargo, en este idilio sin divorcio ni abortos y con entre tres y cuatro hijos por mujer, la población apenas creció desde los años 20 hasta casi los 80: la sociedad generaba hijos que tenían que emigrar porque no encontraban sitio en casa. Los años 50, en particular, vieron irse a 400.000 irlandeses de una población de menos de 3 millones. No fue hasta los 70, con la entrada en la CEE y una profunda reforma educativa, que el país empezó a crecer y a ofrecer un futuro a quienes no podían heredar granjas o puestecitos.
El “temita”, para entonces, se había trasladado al norte. Allí la prosperidad industrial de antaño se había ido por el desagüe, dejando una provincia pobre, dividida (dos tercios protestantes, un tercio católicos) y dependiente de los subsidios de Londres. Y cuanto más pobres, más fuerte era la vuelta a las esencias: el apartheid anti-católico adquirió tintes histéricos. Los católicos estaban vetados en cualquier puesto avanzado de la administración, por no hablar de las fuerzas de seguridad, y el trazado de los distritos electorales se hizo descaradamente para darles menos peso político del que les tocaba. Desde 1968, los católicos del Ulster iniciaron movimientos por sus derechos civiles que la policía dispersó con la brutalidad acostumbrada. Pero al contrario de 100 años antes, ahora había medios de comunicación y el mundo entero miraba. Para entonces, lo que quedaba del IRA había virado hacia la extrema izquierda y en 1969 se produjo otra escisión más: el IRA “oficial” (marxista, pueden llamarlo “IRA poli-mili”) y el IRA “Provisional” (nacionalista, los “Provos”, el IRA más activo, causante de unos 1700 muertos).
El 30 de enero de 1972 [58], durante una manifestación en Derry, un regimiento de paracaidistas del ejército abrió fuego y mató a 14 personas desarmadas, desatando el año más violento del Ulster, con 10.000 incidentes con fuego real, 2000 bombas y 470 muertos. En total, 3000 personas morirían durante The Troubles (que Killeen llama The Provos War, porque realmente fueron los que mantuvieron en marcha el conflicto durante décadas). Una serie de tratados intentaron terminar la violencia, pero el que realmente terminó todo fue el de 2006 [59], sorprendente por cuanto fue apoyado por los extremistas de ambos bandos.
…el Acuerdo de San Andrés de 2006 que resultó en Paisley [líder de los ultras unionistas] y el Sinn Féin acordando un reparto de poder en un sistema autonómico. Los moderados de ambos bandos fueron sobrepasados y los enemigos implacables se dieron la mano […] Aún hay oposición interna al acuerdo en ambos lados y los disidentes republicanos mantienen una constante amenaza paramilitar. Irlanda del Norte ha sido vendido como una lección al mundo de resolución de conflictos. No lo es: cada conflicto es diferente. Pero baste saber que tras todo el caos y el odio en la historia del Ulster, no han sido los moderados los que han redimido la provincia sino los extremistas saliendo del frio. Hay esperanza para el futuro.
Comparado con lo que se trajeron estos dos señores y sus seguidores, lo que pasa entre Puigdemont y Arriamdas es pecatta minuta.
La Historia repitiéndose como sardana o algo así
¿Es el Acta de Unión de 1800 el equivalente al Decreto de Nueva Planta de 1714? ¿Es la Gran Hambruna el equivalente al Franquismo? ¿Es el “Home Rule” de 1870 el “Estatut d’Autonomía” de 1977? ¿El gaélico de entonces el catalán de hoy? ¿Era la Liga Agraria el equivalente rural de la PAH? ¿Los LibDems de Gladstone el PSOE de Vacío [60]? ¿Valtonyc nuestro William Butler Yeats o solo nuestro Shane MacGowan? ¿El bombardeo de la oficina de Correos de Dublín son los porrazos del 1-O? ¿Los fusilamientos [61] de 1916 los procesos de rebelión y sedición? ¿Oriol Junqueras el James Connolly [62] de Sant Vicenç dels Horts? ¿Son O’Donnell, Parnell y Redmond los Pujol, Mas y Puigdemont de Irlanda? Pues miren: no. La Historia no se repite… pero a veces rima. No hay dos conflictos iguales. La Historia no está aquí para darnos una predicción infalible de lo que va a pasar. No está para darnos respuestas: está para que nos hagamos estas preguntas, y al hacerlas reflexionemos.
¿En qué momento perdió Gran Bretaña a Irlanda? ¿Cuál fue el último momento en el que se pudo cambiar el rumbo? Preguntas que a lo mejor guardan relación con cómo vemos si España ha perdido a Cataluña o no, y lo que podría hacerse para evitarlo. Porque el camino puede llevar a Irlanda… pero también a Escocia. Unida a Inglaterra ocho años antes del Decreto de Nueva Planta, con una industrialización temprana basada en los textiles muy similar a la catalana, con un potente renacimiento en torno a la lengua a finales del XIX (Romanticismo/Renaixença)… y sin embargo, en el referéndum de 2014 el 55% votó en contra de la independencia. Que ya debería hacer saltar todas las alarmas el que 9 de cada 20 quieran irse, pero aún no son mayoría, y puede que nunca lo sean. En fin, que todos hacemos nuestros paralelismos históricos por razones perfectamente humanas, pero que no está de más mirar los de los otros. Quizás la única lección irrefutable a extraer de la Historia es que algunas cosas son imposibles… hasta que dejan de serlo. Y eso puede pasar muy, muy deprisa.