“Russia’s Steppe Frontier: The Making of a Colonial Empire, 1500-1800” – Michael Khodarkovsky
Una llanura sin fin alrededor de Toledo
¡Ah, Rusia! ¿Hay algún país que nos haya dado más horas de felicidad en LPD (excepto España, claro, nadie puede igualar a España en ese sentido)? Solo Alemania podría competir, pero incluso mi acendrada germanofilia tiene que reconocer que en la historia alemana las fases de interés se ven interrumpidas por largos periodos de aburrida Gemütlichkeit y enanitos de porcelana. En cambio, cuando se trata de Rusia, puede que no todos los momentos sean tan intensos, pero desde que Riúrik el Varego se dejó caer por Novgorod ninguno carece de interés. Y hoy les traemos un libro que examina la frontera esteparia del estado ruso durante la edad moderna; un aspecto de Rusia poco conocido, pero no por ello menos interesante. Además, le sirve a uno para entender expresiones afortunadas como la del “Kaganato de Kiev”.
Es interesante el libro también por los curiosos paralelismos que traza el autor entre Rusia y España. Al margen de que Riúrik es el equivalente varego de “Rodrigo” (y ya se sabe que la historia de España no se entiende sino como una sucesión de yoyah para lograr una nación cada vez más pura en la fe, con lo que el reinado de Don Rodrigo marca el nacimiento de España como la entendemos), Khodarkovsky nos iguala a Rusia y España por ser ambos los “flancos defensivos de Europa frente al Islam” (o si prefieren el símil futbolístico: Rusia y España serían los defensas laterales izquierdo y derecho –muy apropiado- de Europa), aunque se ve que de historia de España anda algo despistado porque a continuación iguala a Moscú con Toledo. Y si Rusia es una llanura alrededor de Moscú, entonces España es una llanura alrededor de Madrid (y por seguir, Barcelona sería la Kiev hispana; Cataluña por tanto Ucrania, y Ceuta y Melilla el Oblast de Kaliningrado, con Álava en el papel de Crimea y Portugal en el de los “hermanos eslavos”). Además, resulta llamativo como en el libro se refiere una y otra vez a “Moscú” como centro, sinónimo o metáfora de Rusia.
Antes todo era campo
El libro comienza en 1500, pero la historia comienza unos siglos antes, con el imperio mongol, que sometió a Rusia (y la condenó a un atávico retraso con respecto a Europa, o al menos eso me contaban en el colegio), y su sucesor, el Kanato de la Horda Dorada, cuya desaparición, a su vez, convierte la estepa euroasiática, que se extiende desde los Cárpatos hasta Siberia, en un mosaico de inestables confederaciones de tribus nómadas. Sobre este sindiós, los príncipes rusos, y muy especialmente el Ducado de Moscovia, van a ir extendiendo poco a poco su influencia y poder mediante una combinación de colonización, intervenciones militares y presiones económicas. Un proceso que durará tres siglos, y al cabo del cual, como si de una enorme partida al Age of Empires se tratase, las sociedades nómadas habrán sido sometidas por los agricultores eslavos.
Alguien afirmó que Rusia, al no tener fronteras naturales, necesita de una continua expansión para su defensa. Khodarkovsky parece ir por ahí, aunque pronto aclara la diferencia en inglés entre “frontier” y “border”. “Border” es lo que aquí llamamos “frontera”, una línea clara que separa dos entidades estatales soberanas. “Frontier”, en cambio, define a una región en el límite, más allá de la cual comienza lo salvaje. Una marca, vamos. Algo que no es privativo de Rusia, sino que abunda en Europa: la marca de los daneses, la marca de Brandenburgo, Ucrania (derivado de ukraina, “borde” o “periferia”) o la Extremadura española. El Gran Ducado de Moscovia, con fronteras claras en el oeste, no las tenía hacia el sur y el este, y solo la continua expansión podía proporcionar protección a la población de las razias de los nómadas.
Al oír “razzia”, igual piensan en hordas de aullantes mongoles incendiándolo todo, cosechas y aldeas enteras, mientras destrozan todo lo demás, roban el oro, matan o mutilan a los hombres, y se llevan a las mujeres para incluirlas en su harem. Cuánto daño ha hecho Jólibuz. No es que las razias fuesen agradables, pero eran mucho más prosaicas: de lo que se trataba era de secuestrar gente y ganar dinero con el rescate o vendiéndolos como esclavos. Mutilar habría rebajado su valor como esclavos, quemar aldeas y campos habría imposibilitado a los supervivientes pagar los rescates, y el oro tampoco es que abundara en las aldeas de campesinos. El asunto estaba reglado, con intermediarios oficiales y todo, e incluso un impuesto especial para rescatar a secuestrados – siempre que fuesen, no rusos, sino cristianos ortodoxos, que posteriormente los moscovitas no tendrían problemas en secuestrar y traficar con gentes de otros credos e incluso otras sectas cristianas. Rescate oficial, pues, que era parte de una cada vez mayor identificación entre el estado moscovita y la religión cristiana ortodoxa.
Ampliando horizontes
Poco a poco, el poder de Moscú fue doblegando a los nogay, a los kazajos, a los tártaros de Crimea, a los circassianos, a los siberianos… seguido, cuando era posible, de una conversión a la religión ortodoxa, algo tan importante o más que la conquista política: en los años 1740 renunciaron a someter políticamente a los osetios para no entorpecer la misión ortodoxa. Vista la última guerra de Georgia, con los osetios firmemente del lado ruso, no cabe duda que la paciencia rentó. Khodarkovsky dedica un rato a los jueguecitos diplomáticos de las estepas, donde los rusos convirtieron el quitarse el sombrero en un símbolo de sumisión (la mayoría de nómadas eran musulmanes, cuyas costumbres exigían no descubrirse nunca), lo que a veces daba lugar a situaciones donde los kanes ordenaban al intérprete quitarse el sombrero en su lugar. Todo esto, aderezado con la vieja táctica de “firmamos un tratado de paz pero no te dejo copia del mismo”, que resultaban en profesiones de lealtad de gente que creía haber firmado algo muy distinto. Incluso al traducir cartas extranjeras o tratados en otros idiomas, los funcionarios moscovitas “planchaban” el lenguaje para adecuarlo a la percepción oficial de la realidad, y los emisarios rusos no tenían capacidad de negociar detalles en sus misiones diplomáticas (Moscú les proveía de varios tratados y tenían que intentar imponer el más restrictivo tal cual; si ese fallaba, pasar al siguiente y así sucesivamente, pero sin añadir o quitar una coma de lo que Moscú había predeterminado). La paranoia rusa por el control de la realidad no empezó borrando a Trotski de las fotos.
Además de las conversiones (siempre la fórmula preferida), Moscú tenía otras vías, como fortalecer a diversos jefes que pudiesen someter a sus súbditos y así al menos tener alguien con quien negociar. Esta vía en particular la habían usado los propios mongoles con los rusos, fortaleciendo a Moscú para que sometiese a los demás principados rusos, y así ahorrarse la complicada gestión de todo eso, quita quita, con un mamporrero que nos recaude los impuestos vamos que chutamos. El posterior hundimiento del imperio mongol, claro, no llevó a una liberación de los demás principados, “a ver si os enteráis, pringados: los impuestos no los pagabais a los mongoles, sino a Moscú.”
Crónica de un imperio anunciado
El libro está dividido grosso modo en dos partes: una primera te analiza los diversos aspectos (saltando alante y atrás en el tiempo), y una segunda te relata los tres siglos del título en orden cronológico. La verdad, no estoy seguro de que ponerlas en el orden inverso me hubiese ayudado a enterarme mejor, pero creo que el problema es que yo partía muy de cero en esta materia.
El relato cronológico empieza con la decadencia de la Horda Dorada, y la alianza entre Moscú y el Kanato de Crimea. Ambos estaban amenazados por dos frentes (Polonia-Lituania por un lado, los kanatos del este por el otro), y ambos se complementaban muy bien. En 1480, la alianza logró frenar a los restos de la Horda en el rio Ugra (nada del otro mundo, simplemente los rusos fortificaron los vados y les impidieron cruzar, aunque los cronistas posteriores lo convirtieron en un “Covadonga” en toda regla). Empezaba la expansión que previsiblemente iba a acabar en el imperio ruso.
Claro, aquí contamos con la ventaja de verlo 500 años después. Una sociedad agrícola, a la larga, será mucho más productiva que los nómadas. Añadamos la cada vez más avanzada tecnología, el superior crecimiento demográfico, el armamento moderno que los nómadas no podían fabricar… a la larga, estaba claro que los agricultores ganarían. Pero eso no estaba claro durante aquellos años, y además los nómadas sabían explotar con inteligencia su posición entre los diversos imperios, pivotando entre los rusos, los chinos, los persas o los turcos otomanos. Los rusos se quedaron con un pastel que igual podría haber alimentado a una China que llegase hasta los Urales. Que los rusos se llevasen el gato al agua fue mérito suyo, no de que los chinos la tuviesen pequeña o algo así y prefiriesen esconderse tras sus murallas. Y el mérito empieza en 1547.
Ese año, el Gran Duque Iván IV se corona con todo el boato posible como primer zar de toda Rusia. En la Europa católica, solo el Papa podía conceder el título de rey, y en las estepas solo los descendientes de Genghis Kan podían convertirse en kanes. La proclamación de Iván IV le equiparaba a los reyes y kanes, y renovaba la latente reivindicación de Moscú como heredera de Bizancio, de la Horda Dorada, Tercera Roma y cabeza de una monarquía cristiana universal (reivindicaciones que Moscú perseguiría con una agresiva diplomacia, tanto que en algún sitio echaron a patadas a sus embajadores por arrogantes e irrespetuosos). Por si acaso esto no quedaba claro, Iván se encargó de eliminar dudas -y a un montón de gente- con las conquistas de Kazan y Astrakan, dominando casi por completo el curso del Volga y poniendo un pie en el Mar Caspio. Posteriormente mataría a aún más gente (les ahorro los detalles, pero generalmente por la vía más bestia posible; se ve que había aprendido las lecciones de Genghis Kan), incluyendo a su hijo y heredero en un ataque de furia, para ganarse ante la historia el nombre de Ivan el Terrible (sin que Khodarkovsky use nunca ese apelativo, si bien la Wikipedia nos informa gentilmente que deriva de una mala traducción de grozny, “estricto, apabullante”). Aunque lo más sorprendente es que este terrible soberano, en 1547, ¡solo tiene 16 años! La historia de Rusia, descubro, es el resultado de una pavada adolescente que salió bien. Por eso tenemos a Putin comportándose como un quinceañero texano al que han regalado en un mismo día su primer coche y su primer rifle: ¡lo llevan en la sangre! ¡Su estado se fundó sobre esto!
Con Iván el Terrible, la dinastía de los rurikidas ya da sus últimos estertores, y tras unos cuantos zares medio imbéciles llega al trono un tal Mijail Romanov en 1613, cuya dinastía va a durar 304 años. Con él prosigue la expansión rusa hacia el sur, que echó al Kanato de Crimea a los brazos del Imperio Otomano, quien se erigió en protector suyo, pero apenas realizó acciones ofensivas de importancia hasta siglos posteriores. Prefirieron centrarse en avanzar contra austriacos y húngaros. Más valen cuatro pequeños ducados en los Balcanes que toda la estepa euroasiática, debieron pensar. En todo caso, Khodarkovsky, a partir de este momento, se olvida bastante de Crimea, y nos birla la posibilidad de ponernos el monóculo para decir que la anexión rusa del año pasado hunde sus raíces en la historia y tal.
El protagonismo principal, durante el siglo XVI, corresponde a los Nogay, otra facción nacida de la Horda, que pasaron por varias fases de amor-odio con Moscú, hasta que en la década de 1630 fueron barridos por una nueva confederación, los calmucos. Estos constituían una rareza -eran budistas tibetanos, lo que no es óbice para que pegasen unas yoyah de aquí te espero- y no formaban parte del sistema de la Horda, que de jure aún era la base de muchas relaciones entre los estados y entidades de la estepa. Causantes de no pocos problemas, no obstante, hacia 1700 ya están absorbidos por el imparable avance ruso, que baja por el Volga (usando colonos alemanes, que por aquel entonces no colonizaban por medio de panzers sino mediante su germana productividad), y lo poco que queda de su independencia se lo cepillarán los principales rivales del siglo XVIII, los kazajos. La orientación hacia Occidente de Pedro el Grande no quita empuje al continuo avance hacia el este e incluso el sur, incluyendo una campaña contra Persia en 1722.
En 1736, los rusos plantan un firme pie más allá de los Urales con la fundación de Orenburg, desde donde proyectan su poder sobre los kazajos aprovechando las luchas de estos con los Oirates y usando la estrategia ganadora de los últimos dos siglos: lograr gestos de sumisión de los khanes (que solo valían lo que los regalos que Moscú adjuntaba, pero ya se metía una cuñita de cara a la elección del siguiente khan), dotarles de privilegios comerciales y armas, una vez que dependiesen totalmente de Moscú tratar directamente con la nobleza media, usar unos contra otros, incentivarlos a dejar su nomadismo, asentarse y convertirse al cristianismo, y finalmente el control directo deponiendo al último khan y poniendo a un virrey en su lugar.
No obstante, el peligro de una rebelión general siempre estaba ahí, y en 1773, aprovechando una guerra entre Rusia y los Otomanos, los cosacos del Yaik (rio que sale por doquier en el libro, y del que me entero a estas alturas que es el viejo nombre del rio Ural) se unen con los calmucos para montar la rebelión de Pugachev (no relacionado con la Cobra de Pugachev), hartos del cada vez mayor empobrecimiento de los siervos y campesinos. Moscú, en un giro típico, intenta enrolar a los kazajos para acabar con la rebelión (los mismos kazajos que habían sufrido durante años las razzias de cosacos y calmucos, instigadas desde Moscú). Los kazajos a su vez, en otra maniobra típica nómada de bailar en todas las bodas a la espera de ver cómo van las cosas, responden entusiastas a la carta del zar… para a continuación escribirle otra carta no menos entusiasta a Yemelyan Pugachev. Al final, la revuelta fracasó y Pugachev fue descuartizado en Moscú.
Construyendo la hegemonía
Los rusos por supuesto también se construyeron su hegemonía cultural, el pilar de la cual era la conversión de sus súbditos al cristianismo ortodoxo, como solución final a un conflicto nacido en el siglo XIV, con la conversión de la Horda Dorada al islam, frente al cual Moscovia instrumentalizó el cristianismo ortodoxo como una seña de identidad. A esto se dedica la quinta parte del libro, que a estas alturas ya me ha decepcionado bastante. Demasiado académico, demasiado seco, demasiados nombres raros.
Hacia 1720, el poder militar y económico ruso ya es tan superior al de los nómadas que Moscú ya puede dejarse de medias tintas y ambigüedades, e imponerse como un poder verdaderamente colonial. Curiosamente, esto es percibido por los nómadas más humildes como una vía de escape a su situación: muchos abandonarán a sus nobles para asentarse dentro de los dominios rusos (imagínense cómo serían las cosas en las Hordas para que la Rusia zarista te parezca una tierra de oportunidades), seguros de que los nobles no se atreverán a ir a buscarles y que Rusia, al contrario que antes, ya no les entregará de vuelta… a condición, claro, que se conviertan al cristianismo. A los nobles, como cabe esperar, esto no les hace gracia, y varias hordas empiezan a mirar hacia la Sublime Puerta. Ante esta amenaza y con las exigencias de los nobles cabardinos sobre la mesa exigiendo que les devuelvan a sus peones fugados, la zarina Catalina les responde que no es de recibo entregar a hermanos cristianos libres a gentes de otra fe, que eso es un principio in-a-mo-vi-ble de la religión cristiana y que se olviden lo antes posible de tal barbaridad… pero que por otra parte los cabardinios fugados son gentes tan simples e ignorantes que no son capaces de entender y comprender los intríngulis de la fe cristiana, y como por lo tanto su conversión no puede ser sincera y de todas formas están mejor en los campos de Kabardia (sita, como seguro que sabrán, justo al lado de Osetia del Norte), pues que, por supuesto, los van a tener de vuelta muy pronto en recompensa por ser tan buenos vasallos de Moscú.
Sin ser siempre tan radicales las posiciones (muchas veces, las “deserciones” se compensaban económicamente, y los fugados eran reasentados en provincias lejanas del imperio, no fuesen a darse cuenta de que Rusia tampoco era una tierra donde fluyen leche y miel), demográficamente la partida siempre se decantó del lado ruso, y las poblaciones agrícolas fueron achicando espacios hasta reducir los pastos y obligar a los nómadas restantes a asentarse.
Concluyendo
El tema, aún siendo interesante, se presenta de una forma tan aséptica que el libro acaba pareciendo soporífero, y solo lo salva su breve extensión. Además, para cuando aprendes a distinguir al mirza de un ulus del nuraldin del bey, ya no te apetece leerte los párrafos anteriores para quedarte con la copla. Khodarkovsky asume tal vez un nivel demasiado elevado en sus lectores, y desconecta su libro casi completamente del resto de la historia rusa. Mi manía de empezar las whishlists con obras que exploran algún oscuro detalle me ha jugado aquí una mala pasada.
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Comentario de Guillermo López García (13/03/2015 00:55):
Una vez más, gracias al sr. Jenal por sus siempre instructivas aportaciones. ¡Leerle a usted y aprender cosas interesantes es todo uno! La verdad es que, en el caso que nos ocupa, la expansión de Rusia hacia el Este-Sur era un misterio ignoto, más que nada sustanciado en Miguel Strogoff y en las victorias contra los turcos ya en el XIX (es decir, después de la gran expansión). De hecho, mi principal “fuente” al respecto eran un par de partidas al Europa Universalis, donde en efecto jugar con Moscovia (que es tan apasionante como horrible) consiste, a partir de cierto momento, en atizarse más y más y más con múltiples hordas y kanatos de toda clase, dado que el acceso hacia Europa Occidental, una vez te haces con Lituania-Polonia (que tampoco es cosa sencilla), es mucho más costoso.
Comentario de domingo (13/03/2015 13:04):
Muchas gracias por este resumen de libro.
Curiosamente, aunque Tovarich Jenal no lo recomienda a mi me ha picado la curiosidad por conocer más detalles. Sobre todo de la emperatriz Catalina, con la que Diderot tuvo sus más y sus menos.
Comentario de Destripaterrones (13/03/2015 22:32):
Gracias por otra gran reseña.
Interesante el paralelismo con España, la influencia musulmana, la de la geografía, y muy interesante la ausencia (¿total?) de motivos económicos en la conquista de Siberia. ¿Tuvo Rusia algún provecho más que el geopolítico? Aparte del económico, me pregunto si en Siberia hubo algo así como el equivalente a una Expedición Malaspina.
Supongo que al menos mentarán al cosaco Yermak, ¿o el libro es tan aséptico que ni éso?
#1 Guillermo, en el Europa Universalis II es un dolor de huevos, teniendo que equilibrar la Innovación, necesaria para desarrollar tecnologías a buen ritmo, pero que te quita colonos, imprescindibles para expandirse, problema que tienen tanto Rusia como España. Buena plasmación de la dificultad de gestionar territorios gigantescos.
Comentario de pululando (14/03/2015 11:51):
Comenta Miguel-Anxo Murado en “La invención del pasado” que esto de la historia de los distintos lugares acaba cayendo en lugares comunes bastante reconocibles y se vale de ejemplo inicial precisamente de la comparación España-Rusia:
(CyP)”Cualquier persona familiarizada con la historia de España reconocerá el siguiente relato. Un país europeo que había sido visitado por pueblos comerciantes en la Antigüedad, logra crear un reino al comienzo de la Edad Media, pero repentinamente es víctima de una invasión a cargo de un pueblo de jinetes nómadas extranjeros, comienza entonces un largo proceso de reconquista, que desemboca en el siglo XV en una cierta reunificación del territorio. Entonces asciende al poder un monarca que toma el título de emperador, bajo el que se exploran y colonizan tierras extrañas, casi todo un nuevo continente al que este país traslada su lengua y la religión cristiana. Mientras tanto, en Europa este imperio tiene que hacer frente a guerras continuas con el país vecino y con el Imperio otomano, al que logrará derrotar en una batalla decisiva en el siglo XVI. Pero el desgaste de los conflictos termina por hacer mella y arrastra a ese imperio al cansancio y el declive. La dinastía reinante es sustituida por otra nueva que aporta modas ilustradas venidas de Francia, aunque sin lograr frenar esa decadencia. A esto sigue una invasión a cargo de los ejércitos de Napoleón, a los que el pueblo opone una resistencia heroica en forma de guerrilla que le conduce finalmente a la victoria. Algunos lideres de esta guerra, liberales, esperan una apertura política en premio a estos sacrificios. Pasado el peligro, sin embargo, el monarca reinante impone de nuevo el absolutismo del antiguo régimen. Este se prolonga hasta casi mediados del siglo XX, cuando finalmente es sustituido por una dictadura tutelada por el ejército.”
Y, sí, puede ser Rusia o España, o seguramente un puñado de países más.
Por cierto gracias por la reseña.
Comentario de Pablo Ortega (15/03/2015 04:54):
Como friki que soy de la historia del Imperio ROMANO DE ORIENTE y del Imperio Ruso, exijo una corrección inmediata del gran error cometido por el artículo.
Fue el gran duque de Moscovia Iván III, casado con una de las sobrinas o primas del último emperador bizantino, quien decidió proclamarse zar (de “césar”) y de paso proclamar a Moscú la Tercera Roma que “nunca caería” como si lo hizo la Segunda Roma, Constantinopla. Eso fue a fines del siglo XV, más o menos por la época en la que Colón descubre América, no recuerdo la fecha exacta.
Iván III fue el abuelo de Iván IV el Terrible, por cierto, por lo que ya el Zarato ruso llevaba tiempo. Iván IV lo que hizo fue formalizar y continuar la obra de su abuelo.
He allí, además del hecho que fue el Imperio bizantino el que convirtió a la Rus de Kiev al cristianismo ortodoxo, el profundo vínculo entre Constantinopla y Rusia, que lleva a cosas como que el símbolo del Imperio ruso fuera el mismo del Imperio bizantino: el águila bicéfala.
El sueño de los zares, desde Pedro el Grande, fue recuperar Constantinopla para la Cristiandad y así ser realmente herederos de César y Augusto. Por eso Pedro el Grande adoptó el título occidental de Emperador (imperator).
Comentario de fondoy (15/03/2015 14:43):
Bueno, pues aquí va otra comparación entre Rusia y España:
“Descontando Rusia, es indudable que no existe país en Europa que reúna tal variedad de tipos morales y tan poderosamente caracterizados como España. ¿como se explica este fenómeno?
Probablemente, por el parcelamiento geográfico del pais: el territorio español está dividido en una infinidad de pequeños grupos, casi incomunicados entre sí. La originalidad y la robusta personalidad de cada individuo debe atribuirse a que cada uno no recibe otra formación moral que la que adquiere en contacto con la vida, y casi siempre con la del campo, en trato con la naturaleza y la tierra.”
Jean Baelen, Notes sur le caractére espagnol. 1925
Comentario de Carlos Jenal (15/03/2015 15:31):
@P.Ortega – Es cierto que Ivan III ya intenta asumir el título de Zar, pero más bien de forma discreta, a mitad de su reinado, sin coronación ni nada, en plan “a ver si cuela”. Y no, no coló, porque ni occidente ni los tártaros le reconocieron como tal. Por eso su hijo Basilio ni siquiera usa el título, y es su nieto Iván IV el que lo reclama de nuevo, pero esta vez desde su entronación y dispuesto a asumir las consecuencias y las guerras necesarias para que los demás lo reconozcan. Las listas de los zares empiezan casi todas con él:
http://es.wikipedia.org/wiki/Zarato_ruso
En ese sentido, Ivan III era tan zar… como Carlos Javier de Borbón-Parma es el actual rey de España.
Comentario de Pablo Ortega (15/03/2015 16:35):
Ya veo, don Carlos Jenal. Aunque un ejemplo más apropiado sería don Juan, el padre de Su Campechana Majestad -que yo sepa, aún es rey, aunque lo sea de honor o algo así-, al que de aplicarse la regla que se aplicó con el hijo de Luis XVI, debería ser reconocido como rey Juan III.
Comentario de hglf (15/03/2015 19:20):
Pues Hola,
Gracias por comentar el libro.
Por agregar algo. Hace muchos años ya, una conjunción me permitio leer “La Hija del Capitán” de Alexader Pushkin, novela (o “novelilla” quizá, para algunos) ambientada durante la revuelta de Pugachov. Si el sr Khodarkovsky le pareció aburrido, a lo mejor éste de Pushkin le puede saber mejor. Por otro lado, a mí no me inquietó mucho.
La memoria engaña. Pero de todos modos, en la edición que me tocó, por allí leí lo que unos cosacos decían: “…¡Ya verán la que armaremos!”
Comentario de mictter (15/03/2015 21:33):
Don Carlos, lleva usted una temporada magnífica. Gracias por publicar aquí sus reseñas.
Probablemente si algún día me pongo a leer algo de historia rusa comenzaré por otro libro, ya que este es tan árido… conclusión que por supuesto añade utilidad a su crítica.
Comentario de emigrante (15/03/2015 23:24):
Ya veo que no es por casualidad que se vinieran a rodar la de “Dr. Zhivago” a Soria, aunque La Siberia está en Badajoz.
Comentario de Destripaterrones (20/03/2015 07:12):
#4 Pululando
¿Por ejemplo?
Comentario de pululando (21/03/2015 09:54):
Pues sin buscar mucho: Polonia.
Comentario de Destripaterrones (21/03/2015 17:49):
Pues sin pensar mucho:
¿Qué tierras extrañas (casi todo un nuevo continente)exploró y colonizó Polonia? En la campaña siberiana rusa y en la americana española el volumen importa, y mucho. Éste es el punto clave de la excepcionalidad española y rusa, en mi opinión.
Además, los polacos fueron aliados de Napoleón, y su excepcionalidad radica en el tiempo en que estuvieron “destrizados”.
Portugal tampoco valdría, ya que aunque cumple el requisito de exploración y colonización, nunca tuvo un peso geopolítico (dominio) importante a nivel europeo por sí mismo.
Comentario de JoJo (24/03/2015 14:12):
Muy interesante tanto el artículo como los comentarios. Otra cosilla que tienen en común España y Rusia es que son de los pocos países europeos, si no los únicos, donde es delito la blasfemia y se procesa gente por ello. Pregunten a Javier Krahe o a las Pussy Riot.
Comentario de pululando (25/03/2015 14:15):
Entiendo que el resto lo acepta… así que nos vamos al siglo XV, con una unión polaco-lituana estabilizada, un Reino reconstruido y la Orden Teutónica en declive hasta la secularización. Los Jagellón se asientan en Bohemia y en Hungría. Polonia lucha contra el turco y se extienden por Ucrania y Rusia hasta el Mar Negro y Moscú, en lo que yo sí que veo tierras vastas… Acompañado además por el tema religioso (la unión de Brest que corta de raíz cualquier problema entre ortodoxos católicos).
Obviamente los polacos estuvieron del lado de Napoleón porque su decadencia fue mayor y acabaron despiezados, pero compartiremos que las revueltas populares en Polonia y la marca del período napoleónico son definitorias en los tres lugares.
Está claro que si no hay dos personas iguales, y somos un puñado, menos va a haber dos lugares iguales. De ahí lo sospechoso de los lugares comunes que se dan en las historias, no tan relacionadas con los hechos acaecidos sino en cómo los ordenamos, cuáles escogemos para convertir en puntos de inflexión (muchas veces hechos que en su tiempo habrían pasado bastante desapercibidos) y cuáles terminamos por ignorar. Y no entienda que con esto quiero decir que la Historia es una elaboración digamos política hecha con un determinado fin, sino que está en nuestra propia naturaleza el buscar el orden en el caos y esto termina derivando en la creación relatos que siguen unas docenas de esquemas dados.
En el caso señalado de España y Rusia son ciclos históricos en los que partiendo de unos orígenes borrosos se pasa a “invasiones buenas”, períodos prósperos y “cataclismos” (invasiones malas) a las que siguen períodos de reunificación, nuevo clímax y decadencia… en lo que muchos terminan por concluir que la historia es cíclica.