“Die Büchse der Pandora: Geschichte des Ersten Weltkrieges “ – Jörn Leonhard
Esto no es un libro. Es un Señor Libro. Es un intento, por parte del historiador alemán Jörn Leonhard, de realizar una “obra total” (mil y pico paginitas en compacto y alambicado alemán, si incluimos las notas al final) sobre la Primera Guerra Mundial, puntualmente en el centenario de la misma, insertándola e interpretándola en el contexto histórico. El de antes y sobre todo en el de después, como anuncia desde el título, recordándonos el mito de Pandora, que en la mitología griega por orden de los dioses bajó al mundo y abrió una caja que contenía todos los males imaginables. Igual que Pandora, la Gran Guerra liberó unos espíritus que devastaron el mundo y en parte siguen sueltos a día de hoy.
De Westfalia al Maidan
El contexto previo, según Leonhard, arranca tan atrás como la Paz de Westfalia, que en 1648 finiquita la Guerra de los Treinta Años y establece un sistema internacional basado en el equilibrio entre naciones soberanas, poniendo fin a un siglo y medio de salvajes guerras de religión que han arrasado el continente. No es que deje de haber guerras, pero de ahora en adelante serán guerras de gabinete, de limitado alcance, al servicio de la razón de estado, libradas por ejércitos profesionales, y que solo buscan derrotar militarmente al rival, no exterminar al enemigo y destruir su nación o confesión. Este sistema, según Leonhard, se mantiene esencialmente hasta 1914 (por supuesto, esto se limita a Europa, en el amor y en la guerra colonial todo sigue estando permitido). Incluso las guerras que hoy vemos como “guerras del pueblo”, como las guerras de unificación nacionales de Italia y Alemania, son en realidad guerras de gabinete que a posteriori se han reinterpretado como nacidas de la voluntad popular, para así apuntalar a los estados nacidos de ellas. La única excepción es el periodo revolucionario, cuando Francia recurre a la levé en masse, la nación en armas, para defenderse de los ejércitos de los reyes vecinos, dando lugar a las guerras más devastadoras en siglos. La diferencia significativa es que tras la derrota de Napoleón el Congreso de Viena logró retornar al sistema anterior, mientras que tras la Primera Guerra Mundial eso ya no fue posible y así llegamos hasta hoy, con Ucrania bailando entre Rusia y Occidente, entre otros legados de estos cien años tan interesantes.
En España –uno de los pocos países neutrales- los análisis sobre el origen suelen ser bastante simplistas en comparación con lo que se estila allí fuera, entre otras cosas porque –como todo lo que pasa el “filtro CT”- tiende a simplificarse hasta el nivel del cuñadismo más básico. Unos lo reducen a “nacionalismo exacerbado” (donde “nacionalismo” es el que se imaginan: el de los otros), otros al “militarismo exacerbado” (como si los militares fuesen totalmente estancos de las sociedades en las que existen). Unos y otros generalmente suelen apuntar a Alemania como culpable singular (una tesis revisada sorprendentemente más por historiadores británicos que alemanes, que aseguran que el patriotismo militarista no era precisamente privativo de Alemania), y pasan por alto con un silbido la implicación de las casas reinantes en Europa, no vaya a ser que a alguien le de por cuestionar la idoneidad y preparación del sistema monárquico para evitar que millones de ciudadanos mueran a mayor gloria de los sueños de grandeza de los propios monarcas populistas y demagogos.
Jörn Leonhard, en cambio, al fin da por superada la Kriegsschuldfrage (bello palabro de la no menos bella lengua germana, que significa “pregunta acerca de la culpa de la guerra” y que hace referencia a unos encarnizados debates entre historiadores sobre quien tuvo la culpa de la guerra, con amplias implicaciones políticas pues el Tratado de Versalles incluía un punto que obligaba a Alemania a reconocerse como único culpable de la guerra, algo inédito y que denota cierta mala conciencia entre los vencedores), y prefiere hablar de responsabilidad compartida entre todos, aunque en mayor medida de Alemania y Gran Bretaña, dado que pudieron evitar la escalada (en 1912 lo habían hecho durante la Guerra de los Balcanes) y no lo hicieron. Alemania le dio muy pronto carta blanca al Imperio Austro-Húngaro para lanzarse sobre Serbia, e Inglaterra mantuvo demasiado tiempo una posición ambigua, tanto que hasta el último momento en Berlín estaban convencidos de que no entraría en guerra, mientras en París y San Petersburgo estaban seguros de tenerlos de su lado. El clima social imperante, empapado de imperialismo, militarismo y darwinismo social, contribuyó bastante, pero en absoluto era una guerra inevitable, como demuestra la mediación de 1912, o los numerosos esfuerzos por controlar y reglamentar la guerra de aquellos años (la Convención de la Haya es de 1907). O el movimiento pacifista, una novedad histórica, que se organizó internacionalmente dentro del movimiento obrero, aunque no logró alcanzar un acuerdo para declarar una huelga internacional indefinida en caso de guerra (fracaso debido sobre todo, según Leonhard, a los partidos socialdemócratas establecidos, que no querían poner en peligro sus logros “dentro de la legalidad”).
El desarrollo parte 1: los planes no salen bien
El desarrollo de la guerra ya es bien conocido, y Leonhard no pierde mucho tiempo con el atentado de Sarajevo y la Crisis de Julio, pero aporta algún punto nuevo (al menos para mí). Primero, el hecho de que es una “guerra de trenes”: los ferrocarriles se van a convertir en el arma más importante durante los primeros meses, pues permiten a los alemanes mover tropas con una velocidad inusitada y aceleran la llamada a filas de los rusos, trastocando los planes de guerra en el frente este. Por otra parte, una vez avanzan en el norte de Francia, los alemanes se ven sin el apoyo logístico de sus trenes, lo que frena su avance hacia París y permite a los franceses rechazarlos en el Marne. No parece casualidad que el armisticio de 1918 se firmara en un vagón de tren.
Otro aporte es su punto de vista sobre el Plan Schliefen, los cambios introducidos por Moltke el Joven, y el Septemberprogramm. El Plan Schliefen (ataque “con todo” a través de Bélgica y por el norte de Francia hasta tomar París, firmar rápidamente la paz antes de que intervenga Gran Bretaña, y volcar el ejército hacia Rusia con ayuda de la red ferroviaria) es todavía un plan propio del siglo XIX: una guerra de gabinete, rápida y con unas pocas batallas decisivas. Moltke el Joven mantiene el diseño original, pero según Leonhard prevé ya una guerra larga, y modifica el plan para que Alemania obtenga una ventaja inicial suficiente, más que una victoria rápida en la que no cree. Para ello debilita el ala derecha atacante para reforzar las defensas en el Rin, y luego encima quitará dos cuerpos del ejército en plena batalla para mandarlos al frente este, donde al final no hicieron falta. Aún así, Alemania llegó muy cerca de París y la cosa estuvo a punto de salir bien, y es durante estas semanas de septiembre de aparente éxito que Kurt Riezler, un asistente del Canciller alemán Hollweg, desarrolla un programa para después de una victoria alemana que incluye la creación de una zona euro bajo dirección alemana unión Centroeuropea bajo dirección prusiana, con el Reich anexionándose Bélgica, Luxemburgo, la zona minera de Longwy, la costa de Dunkerque, la Polonia rusa y un imperio colonial continuo en África Central. Austria, Escandinavia y los Países Bajos serían forzados a una dependencia mayor, y los estados vasallos de Rusia serían liberados para debilitarla.
Aunque posteriormente se usó como prueba de las aviesas intenciones germanas, nunca llegó a ser un documento oficial, pero reflejaba muy bien el sentir de las élites alemanas y su deseo de asegurar las fronteras del Reich en Europa y adquirir un imperio colonial comparable al británico. Leonhard presenta este programa más como una consecuencia que como una causa de la guerra, aunque refleja también un enfrentamiento interno en la dirección alemana, entre los que pretendían seguir luchando hasta la victoria final para implantarlo (Hindenburg y Ludendorff serían sus máximos exponentes, lo cual explica las malas compañías que frecuentaron tras la guerra) y los que veían las cosas con más claridad, como Erich von Falkenhayn. Falkenhayn fue nombrado jefe del estado mayor cuando Moltke sucumbió a una crisis nerviosa en septiembre de 1914, y a los dos meses redactó un memorando afirmando que una victoria militar convencional ya no iba a ser posible tras la derrota en el Marne, y que recomendaba negociar. Posteriormente en 1915 sugirió que Austria-Hungría cediese la provincia de Trento a Italia para evitar un frente en el sur. Le mandaron a freír monas en ambos casos, y como buen oficial alemán siguió puntillosamente una estrategia oficial que no compartía, conquistó brillantemente Rumanía, y salvó a los judíos de Palestina de sufrir el destino de los armenios (y también fue quien montó la carnicería de Verdún para desangrar a los franceses, que lo sensato no quita lo espantoso).
Pasados los primeros meses, se vio que la guerra iba para largo y el ambiente cambió bastante, pasando del entusiasmo inicial (que tampoco fue para tanto, en realidad; muchas de las fotos entusiastas –incluyendo una muy famosa en el centro de Viena con Hitler saludando- eran en realidad “posados” dirigidos por los fotógrafos) a una sensación de “oche, esto no se va a solucionar en dos fines de semana”, sensación que por cierto no llegó a los estados mayores, pues estos insistieron en ataques en masa contra ametralladoras atrincheradas hasta bien entrado 1915. Pero el cambio más importante había sido la pavorosa escala de muerte y destrucción que había traído la nueva forma de hacer la guerra: cientos de miles de muertos en pocas semanas. Por primera vez las muertes se producían mayormente a distancia (70% de muertos causados por la artillería, frente a un 1% en combate cuerpo a cuerpo), creando una sensación irreal de permanente amenaza y deshumanización del enemigo. Poco a poco la sencilla guerra de gabinete se torcía en guerra total, siguiendo una siniestra lógica de jugador compulsivo que ante la pérdida dobla la apuesta: cuando Falkenhayn recomendó negociar y restablecer el statu quo ante, ya habían caído el doble de soldados alemanes que en toda la guerra franco-prusiana de 1870. Razón de sobra para parar, pero la dirección político-militar creyó imposible justificar tantas muertes si no se obtenía nada a cambio y optó por continuar la guerra prometiendo el oro y el moro en caso de victoria final. Es en esta lógica que hay que insertar el Programa de Septiembre (y la durísimas condiciones impuestas más tarde a Alemania en Versalles, fruto de las elevadísimas expectativas en el bando aliado).
También empezaron los problemas de abastecimiento. En el caso de los Aliados, con sus imperios coloniales para abastecerles, hasta 1916 no hubo grandes problemas, pero en Alemania esto se notó en seguida, especialmente en el nitrato potásico, esencial para la fabricación de pólvora y que tenía que ser importado en su totalidad. De una estimación de gasto de 650 toneladas al mes, el ejército alemán acabó necesitando 20000, y la guerra seguramente habría terminado en 1915 de no ser por el proceso de Haber-Bosch, que permitió sintetizar amoniaco del nitrógeno de la atmósfera (Fritz Haber, por cierto, también fue esencial para el uso del gas como arma química; su mujer se suicidó en 1915 por sus desavenencias sobre el asunto, él ganó el premio Nobel en 1919; para más inri era judío). En general Alemania compensó sus carencias en materias primas con la elaboración de sucedáneos por parte de su potente industria química, pero tarde o temprano esto tenía que llegar a su límite, y para 1917 los recursos estaban esquilmados y el hambre llegó a la población civil.
Entrado 1915, la guerra seguía estancada en el Oeste, pero Alemania logró sus primeros éxitos en el este, donde estaban dos tercios de sus tropas y además había movimiento, en contra de esa imagen de “trincheras en Flandes” que tenemos de la guerra. Leonhard señala la batalla de Przemyśl como un hito en este frente, un “Stalingrado para los austrohúngaros”, que perdieron allí a 110000 hombres y quedaron reducidos a poco menos que un ejército de milicianos. Alemania tuvo que mandar tropas para reforzar un frente que iba desde el Báltico a Rumanía, degradando de facto a la Monarquía Dual a mero vasallo. El agotamiento de los recursos, unido a las esperanzas de algunos de acabar pronto la guerra (pues una larga guerra de agotamiento jugaba a favor de la Entente, que podía recurrir a sus imperios coloniales), es lo que lleva a Alemania a atacar con gas, a usar su flota de zepelines para bombardear ciudades, y posteriormente a usar indiscriminadamente los submarinos. En casi todos los casos –y como en el ataque a Bélgica en 1914-, por presiones de los militares, que obvian las implicaciones políticas (la violación de la neutralidad belga forzó la intervención de Gran Bretaña, y la guerra submarina la de Estados Unidos) creyendo que se pueden controlar militarmente.
Pero también los aliados buscaron soluciones rápidas: se atrajeron a Italia mediante generosas promesas en el tratado secreto de Londres, y así abrieron un nuevo frente en el sur que les sirvió para atar recursos de los Poderes Centrales. Los italianos, por su parte, perdieron hombres a porrillo a cambio de nada, porque en Versalles Woodrow Wilson impuso el principio nazi-comunista de dejar votar a los pueblos lo que querían en vez hacer lo justo y democrático, que era respetar lo que unas élites aristocráticas habían pactado en secreto antes de lanzar a sus súbditos a la picadora de carne. También intentaron los Aliados romper el bloqueo a Rusia ocupando los Dardanelos, en una operación a mayor gloria de Winston Churchill y la battleship diplomacy del siglo XIX, mal planificada, peor ejecutada, y que resultó en un montón de muertes particularmente absurdas. Si alguna vez leen algún relato sobre la Campaña de Gallipoli, háganlo con un whisky en la mano y escuchando a John McDermott.
El desarrollo 2: hacia la guerra total
En 1916, Falkenheyn recibe su última oportunidad de decidir la guerra en el frente oeste, que considera prioritario ya que en el frente este la profundidad geográfica juega a favor de los rusos y él no quiere repetir los errores de Napoleón. Su fracaso en desangrar a Francia durante el asalto a Verdún lleva al Kaiser a reemplazarlo con Hindenburg y Ludendorff, partidarios de decidir la guerra en el frente oriental (y anexionarse algún territorio, el Drang nach Osten empieza a asomar la patita), donde Rusia ya está teniendo unos problemas de suministro importantes. La pareja H&L, donde Hindenburg daba la cara y se convertía en el verdadero soberano de Alemania mientras Ludendorff hacía de eminencia gris, desarrolla el Hindenburgprogramm, cuya filosofía básica es que, puesto que la Entente puede sacrificar a más hombres que Alemania, Alemania tiene que sustituir hombres por máquinas para equilibrar la balanza. La lógica industrial aplicada al campo de batalla. Se incrementa notoriamente la producción de maquinaria de guerra, a costa de detraer recursos para el abastecimiento civil. Leonhard inserta aquí un delicioso “momento Botswana”: mientras para la población civil empieza “el invierno de lo nabos” (1916/1917), el Kaiser lee un informe del encargado de una de sus fincas de caza, recomendando la compra de zanahorias para que los ciervos desarrollen cornamentas más grandes y bonitas.
La Entente, mientras tanto, no se queda corta y monta una ofensiva en el Somme que causa todavía más bajas, para demostrarles a los alemanes que si quieres desangrar, toma dos tazas. Claro que en el bando aliado muchos de los que mueren son soldados de las colonias, mientras que Alemania no tiene de donde sacar refuerzos. Aún así, lo único que logra esta ofensiva es detraer soldados alemanes de Verdún, como lo hará también la ofensiva Brusílov de los rusos en el este. Esta ofensiva logra importantes avances (y convence a Rumanía a entrar en la guerra, rapidito ahora que están a punto de ganar y así nos apuntamos al reparto del botín, de parte de la Entente), pero no debilita significativamente a los Poderes Centrales.
En ambos lados, la desmoralización empieza a causar estragos: particularmente en los imperios multiétnicos se multiplican las deserciones y los abandonos, mientras en la retaguardia la lealtad de las minorías se resquebraja. Aventura Leonhard que una de las causas de que veamos la Primera Guerra Mundial como una guerra de trincheras en Flandes tiene mucho que ver con que la guerra en el frente este –tan sangrienta o más que en el oeste- cayó en el olvido. Los países nacidos de la guerra basaron sus mitos fundacionales en las guerras que siguieron, mientras los muertos anteriores se consideraban caídos por un imperio ajeno y no recibieron el mismo culto.
El desarrollo 3: nos estamos hartando
El cambio de año entre 1916 y 1917 marca para Leonhard un cambio fundamental en la guerra. La propaganda en ambos bandos ha llegado a extremos absurdos, creando expectativas altísimas cuya decepción solo podía llevar, a la larga, a una pérdida de legitimidad de los regímenes afectados. Rusia fue la primera en caer, con la revolución de febrero de 1917 que trajo al poder al gobierno de Kerensky. El nuevo gobierno, no obstante, pretendió continuar la guerra, pero la “ofensiva Kerensky” de julio de 1917 fracasó: tras unos avances iniciales contra los austriacos, los alemanes empujaron a los rusos de vuelta y el frente retrocedió 240 kilómetros en territorio ruso. El ejército ruso estaba desmoralizado y en práctica descomposición. Rusia quedaba lista para una nueva revolución.
Pero también en Francia o Inglaterra surgían voces criticando la guerra. En Francia, el Mariscal Petain tuvo que montar consejos de guerra a miles de soldados para mantener el orden y la disciplina tras las fracasadas ofensivas del general Nivelle, que había prometido terminar la guerra en 48 horas. Cientos fueron condenados a muerte, aunque posteriormente muchos serían perdonados. Los ingleses ya se habían enfrentado el año anterior a revueltas en la India y en Irlanda.
1917 marca también la entrada en el juego de dos nuevos protas que ofrecen cada uno un diseño alternativo para el mundo: un profesor universitario con amplios conocimientos de macroeconomía, y un revolucionario profesional de prolífica oratoria y amplio vello facial. La suma de ambos, junto a una coleta, nos daría a Pablo Iglesias. Nos referimos a Woodrow Wilson y Vladímir Ilich Uliánov “Lenin”. Con ellos, la guerra se vuelve verdaderamente mundial, y el mundo se transforma para siempre. Lenin aprovechará el descontento con la guerra para iniciar la Revolución de Octubre, y Wilson -que acababa de ganar las elecciones presidenciales en 1916 con el lema “he kept us out of the war”- saca a los Estados Unidos de su aislamiento y decidirá definitivamente el resultado de la contienda.
En Alemania, Hindenburg y Ludendorff ordenaban en febrero de 1917 la retirada a la Línea Hindenburg, una línea defensiva fortificada con búnkeres de hormigón y alambre de espino que debía congelar la guerra en el oeste y liberar tropas para decidir la guerra en otros frentes. La implicación de los americanos, que declararon la guerra a Alemania en abril de 1917, se creía poder frenar mediante guerra submarina. En el este, el frente ruso pudo resolverse tras la ofensiva Kerensky y la Revolución de Octubre (con los alemanes “infiltrando” a Lenin en Rusia desde Suiza; tuvo que atravesar Alemania en un vagón de tren para el que exigió inmunidad diplomática, con una ralla de tiza en el suelo para separar el territorio ruso del alemán, y un complicado sistema de vales y cheques para usar el retrete). Y en el sur, tras dos años sin avances significativos, Alemania tomó cartas en el asunto y el ejército italiano se vino abajo en la batalla de Caporetto, con profundos avances en territorio italiano que solo se detuvieron por falta de reservas móviles. Por ahí hacía sus primeros pinitos un tal Erwin Rommel, que tomó buena nota de aquello (mientras hacía 1500 prisioneros italianos con apenas una patrulla de soldados alemanes). Los italianos hicieron lo más sensato que podían: poner al mando a un general de origen español, Armando Diaz, y aguantar así hasta casi el final de la guerra, cuando ante el colapso austriaco Diaz lanzó la ofensiva de Vittorio Veneto, recuperando todo el territorio perdido.
El desarrollo 4: rien ne va plus
1917, como dijimos, marca para Leonhard un cambio fundamental. La salida de Rusia de la guerra (paz de Brest-Litovsk, ciudad justo sobre el frente; el gobierno civil del Reich prefería la neutral Estocolmo, pero H&L quieren dejar claro quien manda; por cierto que Lenin, creyendo que una revolución mundial es inminente, juega a ganar tiempo durante las negociaciones, llevando a los alemanes a avanzar de nuevo y a reconocer a una Ucrania independiente, si es que la historia se repite más que el ajo) libera tropas y recursos para que Alemania pueda jugárselo todo en la Ofensiva de Primavera de 1918, que repite la jugada de 1914 con los alemanes llegando a pocos kilómetros de París. Es aquí donde muchos apuntan para decir “Alemania pudo ganar”, pero Leonhard no lo ve así. Para empezar, París era muy simbólico pero su captura no habría decidido la guerra. Y aunque Alemania tenía más hombres y armas, iba muy por detrás en vehículos motorizados, de modo que los avances desangraban al ejército alemán, que perdía muchos hombres rompiendo el frente pero luego carecía de movilidad para aprovechar las roturas, permitiendo a los aliados replegarse una y otra vez. Pero incluso de haber tenido esos vehículos, habría carecido de combustible. La movilidad se fio a los caballos, y tras cuatro años de guerra estos estaban tan demacrados como los soldados (para que se hagan una idea: en el regimiento de infantería 73 del ejército austriaco, el peso medio de los soldados era de 55 kilos). Y aunque las fuertes pérdidas propias se compensaban con perdidas iguales en el bando contrario, estos tenían ahora el inmenso potencial de los Estados Unidos y podían aguantar más. Tras el verano, el frente empezó a retroceder cada vez más deprisa en dirección a Alemania.
Aquí es cuando el gobierno alemán decide que las condiciones de Wilson no son tan malas y que quieren negociaciones – a lo que Wilson replica que no negociará con autócratas. Se produce un tira y afloja dentro del gobierno alemán, los marineros de la flota empiezan a formar soviets, y la gente de Berlín se harta y empieza a salir a la calle. El Kaiser pone tierra de por medio y se refugia en Holanda, ante el pasmo de la derecha y los sostenes del régimen, que quedan tan patidifusos por los acontecimientos que la izquierda moderada tiene que hacer una revolución porque no le queda otra ante el vacío de poder. Finalmente la derecha aceptará la renuncia a la monarquía, pero esto traerá una trampa: lo que le reprochan al Kaiser no es haber fomentado una cultura militarista que ha llevado a una guerra horrible y la ha prolongado cuatro años – lo que le reprochan y consideran motivo de abdicación es que les ha hecho perderla con sus absurdas políticas coloniales y alianzas. Los militares se irán de rositas y dirán que la derrota -y los durísimos términos de Versalles, que sin embargo no eran tan duros como los que Alemania forzó a Rusia en Brest-Litovsk- fue culpa de los civiles y los politicuchos de siempre. En fin, ya sabemos a donde llevó eso.
Los protas
Consciente de que la guerra fue distinta en cada país, Leonhard hace también un repaso a cada protagonista por separado. El Reino Unido fue uno de los combatientes más recalcitrantes, tal vez porque intuía lo mucho que tenía que perder. No colonialmente (el Imperio Británico alcanzaría su máxima extensión gracias a las incorporaciones de Versalles) pero sí en su forma de vida: hasta 1914, un inglés obediente de la ley podía pasar toda su vida en Gran Bretaña sin entrar en contacto con el estado más que cuando pisara una oficina de Correos (juntando eso y ser gobernados por Winston Churchill, aquello era la Jauja de nuestros actuales liberales). El PIB per cápita era bastante elevado, y al contrario que las potencias continentales en el Reino Unido no había reclutamiento forzoso, ni lo habría hasta 1916. Esto y la incorporación de las mujeres a las fábricas (tampoco tan masiva como a veces parece; lo que ocurrió fue que las mujeres pobres, que ya trabajaban de asistentes o en otros empleos mal pagados como la industria textil, se fueron a las fábricas y acerías a sustituir a los hombres, y las mujeres ricas pues lo que se imaginan, agitar banderitas, montar comités “para apoyar a nuestros muchachos” y repartir plumas blancas entre aquellos ingleses que no tenían ganas de alistarse voluntarios, aunque en honor a la verdad muchas participaron en el fuerte movimiento pacifista británico) provocarían grandes cambios en la sociedad inglesa, con la gente diciendo, “oiga, si se mete en mi vida para mandarme a morir en Flandes, también podría hacerlo para pararle los pies al oligarca que me exprime”, teniendo como consecuencia que el estado se metiese cada vez más en la economía y en la vida de los ciudadanos. David Lloyd George llegó incluso a limitar los horarios de los pubs. No es extraño que el partido Liberal no levante cabeza desde entonces. Les relato una anécdota colorista: en 1915 en Glasgow, los caseros, en el libre uso de la economía de mercado, intentaron subirles abusivamente los alquileres a las mujeres de los obreros que estaban luchando en Francia. Estas se organizaron en una PAH para oponerse a las subidas y los desahucios, y cuando llegaba la policía a dispersarlas, ellas se echaban en tromba sobre los policías – ¡y les bajaban los pantalones! Ante tamaño desafío terrorista, el gobierno británico, en vez de de aplicar la ley y defender la libertad y unidad de mercado, hincó la rodilla e impuso límites a las subidas de los alquileres.
Rusia era el gran terror de los alemanes, que veían como se incrementaba su poder año a año, y la rápida movilización inicial pareció confirmar el temor al sorpasso. Sin embargo, el desarrollo posterior reveló las graves carencias y debilidades internas, empezando por los generales más obcecados de toda la guerra. El altísimo número de bajas, y el no menos alto número de deserciones y rendiciones, degradaron tanto la situación interna que en 1916 el Zar Nicolás asumió personalmente la dirección de los ejércitos rusos, con lo que los fracasos militares le serían imputados a él en persona. Además, como en todos los imperios multiétnicos, estos fracasos acabarían creando fracturas étnicas, con los bálticos en cabeza queriendo independizarse. Militarmente, tras las ofensivas alemanas de 1915, vino la respuesta con la ofensiva Brusílov de verano de 1916, coincidente con Verdún y el Somme. La ofensiva fue un éxito táctico, con profundos avances rusos, la derrota de lo que quedaba del ejército austro-húngaro, y el incentivo que necesitaba Rumanía para entrar en la guerra (tres meses duró frente a Falkenhayn), pero un fracaso estratégico por el alto número de bajas (1.400.000, el doble que los poderes centrales) y porque no logró ser decisiva.
Leonhard revisa críticamente otro de los mitos de esta guerra: que el retraso ruso provocó su colapso y la revolución de Octubre, que dio el poder a los bolcheviques. Aparte de que ese retraso no casa bien con el temor de los poderes centrales a una Rusia cada vez más fuerte, afirma Leonhard que Rusia inició un programa de modernización brutal con la guerra, realizando en tres años el esfuerzo de décadas. Entre 1914 y 1917 se duplicaron los trabajadores de las fábricas y las minas. El problema es que ese contingente de trabajadores -así como los millones de soldados incorporados a filas- solo podían salir del campo, que sin trabajadores ni maquinaria moderna ni capital (la guerra interrumpió las importaciones industriales alemanas e impidió las exportaciones rusas) sufrió una caída de la producción igualmente brutal. Unido a una inflación rampante que se comía los sueldos, la carestía hizo mella en las ciudades, causando la caída del zar y un gobierno republicano en febrero de 1917. Dicho gobierno, sin embargo, optó por jugárselo todo a una última ofensiva (la ofensiva Kerensky) que fracasó, dejando el camino libre para los bolcheviques.
El Imperio Otomano, por su parte, se llevó hostias como panes en todos los frentes, y sin embargo resistió mucho mejor de lo que el mundo esperaba a la vista de cómo había ido menguando en los 100 años anteriores. Nuestra germanofilia nos lleva a pensar que seguramente fue gracias a los competentes -y sonoros, no lo negarán- oficiales alemanes, como Otto Liman von Sanders o Friedrich Kress von Kressenstein, que guiaron y asesoraron a las tropas otomanas.
Von Sanders de hecho fue quien ascendió a Mustafá Kemal, Atatürk, a general de división, contra el criterio de los aristócratas turcos, que veían en él a un plebeyo advenedizo. También fueron los alemanes los que presionaron al Sultán –en su calidad de Comendador de los Creyentes y Guardián de los Lugares Sagrados- para que declarase una jihad contra la Entente, en cuyos imperios coloniales había muchas naciones musulmanas. La jihad, sin embargo, no prosperó, entre otras cosas porque los árabes prefirieron aliarse con los británicos a cambio de promesas de un estado propio (una excepción significativa, en general las minorías –feministas en Gran Bretaña, judíos en Alemania, eslavos dentro de la Monarquía Dual…- de entrada se pusieron al servicio de su estado/imperio, con la esperanza de que su contribución les valiera mayor autonomía o más derechos; y solo con el paso del tiempo cambiaron de postura), y en 1916 los turcos perdieron las ciudades santas de Meca y Medina, y a ojos de los musulmanes eso era una colleja de Aláh muy clara. No obstante, ni franceses ni británicos deseaban desmembrar al Imperio Otomano cuando empezó la guerra, Sykes-Picot nació más tarde, con la radicalización de objetivos para justificar las enormes pérdidas. Radicalización que en el lado otomano llevó al genocidio armenio, en este caso también como respuesta a las masivas deportaciones de turcos tras las guerras Balcánicas.
Italia, por su parte, hizo bueno el dicho de que para ganar una guerra lo más importante es no meterse: tras entrar en el conflicto de la forma más estúpida e innecesaria posible y sufrir 600000 bajas en un frente montañoso que apenas se movió durante tres largos años (doce batallas nada menos en el rio Isonzo en su primer año de guerra), no vio cumplido ni uno de sus objetivos. Bueno, se incorporaron territorios poblados por italianos – que seguramente habría obtenido como premio por no intervenir del lado de sus antiguos aliados. Por lo demás, ni Dalmacia, ni excolonias germanas, ni protectorado sobre Albania, ni nada de lo que las élites habían proyectado como proyecto de unión nacional. Vittoria mutilata, lo llamaron, y llevó –entre otras cosas- al ascenso del fascismo.
Sobre el papel del Imperio Austro-Húngaro: patético y poco menos que genocida. En su campaña contra el Reino de los Serbios morirá un 18% de la población serbia, con diferencia el país más castigado durante la guerra, aunque los historiadores luego siempre se fijan más en el papel de Alemania en Bélgica, donde por supuesto hubo matanzas pero no a esta escala, y en general como consecuencia del miedo y las prisas por la ejecución del Plan Schliefen, donde pensaban que se jugaban la guerra, no por resentimientos nacionalistas. Como estado plurinacional cogido con pegamento, la Monarquía Dual era quien más tenía que perder de una guerra larga, y sin embargo fue el primero en meterse en ella, para encima perder gran parte de su ejército en las primeras ofensivas, con lo cual necesitaron la ayuda de Alemania en casi todas partes (ayuda que Alemania, el Conejito Duracel de la Historia, fue capaz de suministrar mientras luchaba contra tres enemigos en dos frentes). Las élites austriacas llevaban tiempo temiendo al creciente poder ruso y su influencia en los Balcanes, y seguramente vieron en la crisis de julio una oportunidad para bajarles los humos a los serbios y a sus propias minorías nacionales, todo para acabar siendo ellos mismos una minoría dentro de Alemania 20 años más tarde. Además, las posibles anexiones habrían aumentado la población eslava de la Monarquía, obligando a darle una representación que habría transformado la Monarquía Doble en Monarquía Triple, cosa que a los húngaros no les hacía ni puñetera gracia y que explica que durante toda la guerra estuviesen muy quisquillosos con su prerrogativas, hasta el punto de tener que duplicar casi todas las administraciones de guerra. Quisquillosidad que la Monarquía Dual replicaría en sus tratos con Alemania, haciendo la guerra por su cuenta conforme dependía más y más del primo de Berlín. Por ejemplo, Austria consideró demasiado tiempo el frente italiano como una prioridad, restando fuerzas a ofensivas comunes contra Rusia y en los Balcanes.
En el interior, la Monarquía Dual basaba su unidad en la adoración hasta extremos norcoreanos de su emperador, como cita Leonhard:
“¡Nuestro emperador! Que plenitud de amor y admiración, de recuerdos y esperanza, que despiertan estas dos palabras. Cuatro generaciones le han jurado ya la bandera […] Ahora, tras dos años de horrible lucha, su nombre y recuerdo llenan el corazón de los soldados que por él van campo de batalla. Por él luchan y por él mueren, y su ojo quebrado aún le ve a él, el ardientemente amado, el doliente.”
Habida cuenta de que Francisco José murió dos meses tras la publicación de este artículo, surgía la duda de qué podía mantener unida a la Monarquía. Y la respuesta es: nada. Checos, croatas, eslovenos, húngaros y demás pueblos no le vieron ningún interés a seguir en una confederación que les trataba como a menores de edad y los mandaba a morir por millares. Gradualmente, se produjo una desafección, y al final el Imperio se deshizo como un azucarillo.
Francia se inventó al principio de la guerra un bello cuento, la union sacrée, para justificar una mítica unión entre todos los franceses, independientemente de su origen o clase social, que en general aguantó bastante bien los primeros tres años de la guerra, ya que esta se libraba en su propio suelo y contra un invasor. Luego vinieron las fracasadas ofensivas de Neville y los motines de las tropas, pero la dirección política logró responder, pues al igual que en Gran Bretaña se mantuvo el primado de la política sobre el ejército. No obstante, Francia se sintió defraudada por la paz de Versalles, y ante las atroces pérdidas humanas optó por “refugiarse” tras la Linea Maginot durante el periodo de entreguerras. La mitificación del martirio propio entró a formar parte del espíritu francés, llegando incluso a alinear a cinco mutilados de guerra ante la mesa donde la delegación alemana firmó la paz, imagen de la que se llegaron a vender millones de copias en forma de postales.
Los Estados Unidos aprovecharon la guerra para colocarse como primera potencia mundial en el terreno económico, aunque políticamente prefirieron aislarse y ni siquiera ratificaron el tratado de Versalles, que incluía la Sociedad de Naciones. Tuvo que firmar paces separadas con cada uno de los Poderes Centrales. Militarmente no está tan claro que aportaran tanto, de hecho su falta de experiencia al llegar al frente oeste les produjo unos números de bajas como no se veían desde 1914, y los propios anglofranceses no esperaban que la ayuda diese sus frutos antes de 1919 e incluso 1920 (y al mismo tiempo lo temían, pues un alargamiento de la guerra solo podía fortalecer a los americanos).
Alemania, como cabía esperar, ocupa un papel central en el libro – o al menos el libro se centra en la guerra desde una óptica alemana, aunque lo cierto es que todos los países obtienen su justa representación. Alemania, en todo caso, merece atención especial por ser el líder de las Potencias Centrales, por ser su derrota el principal objetivo de guerra de la Entente, por como ejemplifica que las políticas mediocres llevan a un país a la ruina, y porque a lo largo de la guerra podemos ver reflejados en ella todos los tópicos de la Gran Guerra. Y bueno, porque particularmente el topicazo “Alemania contra el mundo” vende mucho, y en LPD nos lleva a alzar nuestro Steinkrug en admiración ante tamaña osadía, digna si acaso solo de países como España, que juegan en otra liga.
Alemania entró en la guerra con una gran contradicción interna: pese a su rápida y exitosa industrialización, que la convertía en la principal potencia económica del continente y con visos de adelantar a Gran Bretaña, políticamente el Reich surgido en 1871 era un país agrario, con el poder en manos de una aristocracia terrateniente muy conservadora que, eso sí, se había aliado con los grandes magnates de la nueva industria. Esta élite decidía las cosas por encima del pueblo, o en palabras de un historiador cuyo nombre no logro recordar: “en vísperas de la primera guerra mundial, Alemania era el país mejor administrado, más avanzado, más próspero y peor gobernado de Europa”, y la verdad es que poca duda puede caber ante un tipo tan incompetente como el Kaiser Guillermo. La obsesión de las élites por una guerra rápida, mediante el Plan Schlieffen primero y el recurso a atajos –uso indiscriminado de submarinos, guerra química- después, nace también del deseo de mantener las cosas así: una guerra rápida permitía volver al business as usual, una guerra larga en cambio iba a exigir mayor participación de las clases bajas y medias, las cuales iban a exigir contraprestaciones políticas.
Conclusión: lean el libro
Pues si, lean el libro. ¿Acaso creen que este tocho lo resume todo? ¡Ni se imaginan lo que he tenido que saltarme, y eso que estoy de vacaciones! Leonhard lo estructura alrededor de los años de guerra, intercalando episodios para hablarnos de los frentes internos, de las guerras culturales, de los espacios de memoria… un libro muy completo que, eso si, está en alemán. Lo que significa que abundan expresiones como Erinnerungskultur, Gewalträume, Herrschaftsfantasien y otros que ni había leído nunca, y que se pueden traducir a las lenguas latinas, pero que te salen unos churros de palabras que meterlos en una frase es como meter una cómoda en un Seat Ibiza: es posible, pero te lo revienta.
El término “guerra total” se ha usado muy gratuitamente y en todo tipo de guerras, pero eso no quita que refleja una realidad: el desarrollo de las sociedades industriales permitió una movilización de recursos para la guerra nunca antes vista – a condición de que se adoctrinase convenientemente a la población, cuya complicidad resultaba imprescindible para desatar tales recursos. Dicho adoctrinamiento tenía su reflejo en objetivos de guerra muy ambiciosos, que dificultaban enormemente negociar una paz sin que mediara una derrota total. Las guerra industriales, desde la Guerra de Secesión Americana y hasta la Segunda Guerra Mundial, acaban casi todas por aniquilamiento físico de uno de los combatientes. La Primera no llegó a tanto, pues Alemania no fue ocupada, pero más por agotamiento que otra cosa. Las armas cada vez más mortíferas venían acompañadas de poblaciones cada vez más fanatizadas, con cuya implicación “total” se esperaba derrotar al enemigo. Lo que los disparos de Gavrilo Princip pusieron en marcha el 28 de junio de 1914 en Sarajevo fue una nueva dimensión de la violencia como factor político, como elemento de ordenación del mundo al servicio de una ideología, raza o nación. El 11 de noviembre de 1918 apenas fue una pequeña parada dentro de un espacio de violencia que arrancó con las Guerras Balcánicas y continuó hasta el completo agotamiento de la última guerra en 1923. Nuevas rondas de la espiral de violencia vendrían sucesivamente como consecuencia de unas expectativa insatisfechas (pues con expectativas tan altas y contrapuestas en todos los bandos era imposible satisfacer todas), y solo la aparición de armas nucleares ha roto esta lógica.
Hoy hemos llegado -al menos en Europa occidental- a una cultura de paz. Nos ha costado dos guerras mundiales y una Fría, pero la violencia no se considera ya una forma legítima de lograr objetivos políticos. No hay más que ver lo bien que estamos llevando la crisis, que los únicos muertos son los pobres que se suicidan de la vergüenza que les da no ser lo bastante emprendedores. Si algo significa la Construcción Europea, es eso: que se acaben las guerras en el continente. Los espíritus que liberó Pandora han sido recogidos con mucho sufrimiento. En ese sentido, todos somos herederos de la Gran Guerra, al menos hasta que su recuerdo caiga en el olvido. Por eso son importantes libros como este: porque mantienen vivo el horror original.
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Comentario de mictter (12/08/2014 22:32):
Sie sind ein echtes Held, Herr Carlos!
Como mi alemán no llega mucho más lejos, tendré que esperar a que aparezca una traducción, o arriesgarme a emplear cinco años en llegar al capítulo segundo. Si opto por lo segundo, serán cinco años sin leer otra cosa (haciendo excepción de LPD, obviamente), sin telediarios, sin periódicos, sin enterarme de si Pablemos se funde al Pasok, si Cataluña, una vez libre del yugo español, se convierte en el faro que guía al mundo o si la liga de fútbol se concentra en un par de partidos entre dos equipos. Hoygan, qué treinta euros más bien gastados pueden ser.
Una gran reseña. Se van acumulando los libros por leer, y siendo la Gran Guerra el germen de tanta calamidad, me va tocando… ¿alguien recomienda el de Christopher Clark (“Sonámbulos”)?
Por cierto, mi versión predilecta de “The Band Played Waltzing Matilda” es esta de los Pogues: https://www.youtube.com/watch?v=cZqN1glz4JY
Comentario de galaico67 (12/08/2014 22:59):
Muy bueno, en serio, felicidades.
Sobre el tema serbio, un día indagando sobre macabreces, me tropece con fotos escalofriantes de tropas austriacas ejecutando a civiles serbios, mujeres en este caso, acusadas de partisanos, puro estilo campaña de Rusia 1942. La guerra no fué tan ” de soldados” como nos contaban.
Comentario de emigrante (12/08/2014 23:01):
Un tema sin duda fascinante, me leería el libro si no estuviera ya tan saturado de plículas, documentales y Erinnungen que a diario salen por la tele.
Otro de los regalos que nos trajo la Gran Guerra fue la mal llamada gripe española que mató entre dos y cuatro veces más gente que la propia contienda. Llegó a Europa con los americanos que a saber que habrían estado haciendo con las aves de corral para pillarse el virus. No se si el dato es cierto, pero en algun sitio he oído o leído que a finales del s. XIX en Europa vivía el 25% de la población mundial. Éramos el sudeste asiático de hace cien años. Si no fuera por toda esa gente que desapareció en las guerras, la gripe y la que emigró a América no tendríamos dónde meternos hoy en día.
Comentario de cervera (13/08/2014 00:03):
Para los que no tengan ganas de aprender alemán (pero sí inglés), Cataclysm: The First World War as Political Tragedy, es una historia de la WWI en un sólo volumen. Tiene la ventaja de que no llega a las 600 págs de texto, aunque, eso sí, con letra pequeñita, y, por lo que he leído en esta augusta reseña, cubre más o menos los mismos temas que Leonhard.
Si lo que nos mola son los mapas con cuadraditos señalando divisiones y qué general comandaba el cuerpo de ejércio X, y no esos rollos de políticos y sindicalistas peleándose en el frente civil, The First World War de John Keegan tiene dos virtudes: tiene menos de 500 págs de letra grande, y está bastante bien escrito. Yo me enteré de la importancia del transporte ferroviario leyéndolo, y de como la carencia del mismo hizo al Plan Schlieffen inviable.
Respecto a la banda sonora, yo me quedo con Eric Bogle, que para eso a) es australiano, y b) se tomó la molestia de componer la puñetera canción, para después ver como hordas de artistas irlandeses se dedicaban a ganar pasta con ella.
https://www.youtube.com/watch?v=WG48Ftsr3OI
De hecho, el hombre debe tener alguna fijación con la WWII, ha compuesto varias canciones sobre ella. La más famosa es The Green Fields of France
https://www.youtube.com/watch?v=DxkhBvO8_kM
que también ha sido versionado por esos bárbaros de hibernia (mejorando el original, en mi opinión)
https://www.youtube.com/watch?v=ntt3wy-L8Ok
Comentario de parvulesco (13/08/2014 04:29):
Voy a meterme de troll marxista, sorry.
Pues según la reseña para ser el libro definitivo sobre el tema se pule muy rápidamente el pasteleo franco-británico contra el Imperio Otomano a expensas de los árabes -además del genocidio armenio-, ni habla de la tesis de Luxemburgo y Lenin del imperialismo como última etapa del capitalismo y por lo tanto la IGM como su consecuencia lógica no?
No sé, es que los locos de ISIS cuando entraron en Mosul iban gritando “nos hemos cargado al fin las fronteras de Sykes-Picot!”, el conflicto palestino tiene sus raíces ahí y la guerra civil de Siria también. El fin de la pax otomana llevó a eso.
Quizá es que acabo de ver Lawrence of Arabia y estoy poco eurocéntrico, qué os voy a decir.
Bueno, alguna mención a la Liga Espartaquista hubiera estado bien. Qué mierda el Friedrich Ebert ése.
Comentario de Andrés Boix Palop (13/08/2014 09:06):
Caramba, Carlos, vaya breve reseña muy interesante te ha salido. Con todo, no comparto el optimismo final sobre la erradicación dela guerra en Europa. Nuestras elites jugaron con fuego en Yugoslavia en los noventa y, si bien es cierto que no se quemaron, la cosa fue de lo que fue. Ahora está la UE siguiendo alegremente la estrategia de EE.UU. en Ucrania, apostando indisimuladametnte por los métodos que tanto crítico europeo y partidario de expediciones punitivas suscitó cuando Gadafi o Asad mantenían el “orden interno” con esos mismos métodos (y ens este caso, además, previo golpe de estado basta te descarado apoyado a full desde Occidente). Todo esto, aquí al ladito, en espacios que de hecho forman parte del tablero del conflicto 14-18.
Comentario de Lluís (13/08/2014 09:11):
#1,
Yo le recomendaría “Sonámbulos”. Hace bastante énfasis en los asuntos de los Balcanes desde finales del siglo XIX (y no como otros, que lo despachan en 3 páginas, y si no hubiese sido por el atentado de Sarajevo, ni eso). Pienso que es un buen libro para el que quiera conocer una versión alternativa de las causas del conflicto (el libro no habla de la guerra) y también es de los “revisionistas” que insisten en no dar toda la culpa ni a Alemania ni al militarismo prusiano. Aquí, se habla bastante de la actitud de Serbia, de Rusia y de Francia, ésta última vivía pendiente (comprensiblemente) de tomarse el desquite de 1870, pero claro, necesitaba la ayuda del primo del Zumosol (Rusia) y, para conseguir el apoyo británico, que alguien le hiciese el trabajo sucio de encender la mecha.
Comentario de Enrique Zaragoza (13/08/2014 10:05):
Toll Suizo, toll! me ha gustado mucho. Sobre todo después de ver hace dos días la exposición de la Primera Guerra Mundial en Berlín. Los alemanes estaban totalmente convencidos de una victoria, eran ricos, poderosos, ya habían ganado a Francia en 1871 y la combinación de soberbia y codicia hicieron lo demás… La mayoría de las fotos que existen de la primera guerra mundial incluidas las de tropas saliendo de trincheras al ataque, son posados, sobre todo porque las cámaras fotográficas de entonces apenas eran capaces de captar movimientos rápidos y si no lo hacían así, salían desenfocadas. Glückwunsch! Enrique
Comentario de Carlos Jenal (13/08/2014 11:34):
No creo que el libro se traduzca, la verdad es que es una guerra que en España no interesa demasiado. Por cierto, mictter, encantado con que alguien aprecie “The Band Played Waltzing Matilda” (los Pogues me encantan pero los tengo demasiado clasificados como punkis, es escucharlos y esperar continuamente que empiecen a berrear). En una primera versión, tras recomendar la canción y el whisky, iba a pedir que derramaran una lagrimilla por los ANZAC boys, pero ya me estaba saliendo un post demasiado pesado y serio, y he preferido acabarlo con una nota optimista porque la verdad es que esta guerra es de lo más deprimente.
@parvulesco: trolling back: Sykes-Picot ya lo hemos tenido aquí hace menos de dos meses, http://www.lapaginadefinitiva.com/2014/06/25/a-line-in-the-sand-britain-france-and-the-struggle-that-shaped-the-middle-east-james-barr/
y no quería repetirme demasiado. Y si, me he dejado cosas en el tintero, pero es que ponerlo todo es imposible.
En cuanto a “Sonámbulos”, ya me estoy metiendo en vena otro de Christopher Clark del que pronto tendrán noticias.
Comentario de emigrante (13/08/2014 13:37):
Repasando la Wikipedia alemana encontré que Ludendorff achacó su fracaso en la última gran ofensiva alemana de 1918 a los numerosos casos de gripe. No sé si sería una excusa, pero si hubiera algo de cierto sería un caso involuntario de guerra biológica con consecuencias catastróficas.
http://de.wikipedia.org/wiki/Spanische_Grippe#Ausbreitung
Comentario de mictter (13/08/2014 15:56):
#6 Gracias por la recomendación, Lluis.
Creo que una buena secuencia de lectura puede ser “Sonámbulos” y “Los cañones de agosto” (Barbara Tuchman), ambos sobre las causas de la guerra, y luego “Die Buchse der Pandora” para seguir su desarrollo, espero que cuando llegue a él esté ya disponible en inglés. O que, tal como van las cosas, me esté ganando los garbanzos con un minijob en cualquier deprimente pueblo de Westfalia y necesite llenar mis tardes con algo más que el Bild (chorizado por la calle, por supuesto).
Comentario de Destripaterrones (13/08/2014 16:20):
Excelente reseña, tan sustanciosa como suele, y además se nota que va puliendo la redacción, cada vez más ágil.
#1 Mictter, yo le recomiendo dicho libro. Es un pelín farragoso y lioso, al haber tanto personaje, pero vale muchísimo la pena. Muy interesante la visión de la estructura de las cadenas de mando y de toma de decisiones, y cómo todos los futuros contendientes tenían el convencimiento de que la decisión de comenzar la guerra siempre estaba en manos del contrario. Profusa y excelentemente referenciado. Un poco demasiado germanófilo en mi opinión, a veces da la impresión de que el autor pretende justificar los movimientos de Alemania y Austria.
#4 Parvulesco y #7 Enrique Zaragoza Alemania parece ser la piedra angular del asunto, demasiado poderío para tan poco espacio. No conozco las tesis de Lenin y Luxemburgo en profundidad, pero parece ser que a la poderosa industria alemana se le iba quedando pequeña la cuota de mercado que le dejaban. Aunque hay datos que van contra esta tesis, como el hecho de que Alemania estaba todavía menos industrializada per cápita que Reino Unido, o que éste todavía practicaba el librecambismo a ultranza, lo que beneficiaba a los alemanes.
#5 Andrés Boix En mi opinión, en Europa para hacer guerras lo que falta, y mucho, es energía. Los viejos son más que nunca y los jóvenes no somos tan duros como antaño. Como haya algo parecido a una guerra nos barren, quien sea.
#8 Carlos Jenal La reseña que prepara, ¿es la de “Iron Kingdom”? Porque si “Sonámbulos” es excelente, ése es obra maestra. El análisis que se hace de Prusia a través del tiempo trasciende la mera correlación de hechos, e incluso diría que la historia de Prusia (es una exposición del pensamiento político europeo). Especialmente brillante la exposición de cómo va calando el pensamiento ilustrado, y cómo choca con las ideas establecidas (que no eran tan oscuras en comparación).
Comentario de Carlos Jenal (13/08/2014 17:35):
@Destripaterrones, ¿me espía usted? “Iron Kingdom” es la siguiente, efectivamente. Luego suelo darme tiempo antes de leer libros del mismo autor, aunque los haya comprado juntos, es una manía.
Comentario de Baturrico (13/08/2014 20:53):
Ich kaufe es. Aber sofort!!
(me lo coy a Comoran pero que YA!!)
Comentario de Baturrico (13/08/2014 20:54):
A comprar… (Maldito corrector de textos)
Comentario de Baturrico (13/08/2014 20:58):
He pasado hoy en coche por la carretera de Amiens hacia Vincennes, en el valle de la Somme, de camino a Renania, y he quedado muy impresionado con la cantidad de cementerios ingleses, incluso neozelandeses, franceses… Todos en pocos kilómetros. Y ahora su reseña…
Comentario de mictter (13/08/2014 21:26):
Me sumo a las recomendaciones de Iron Kingdom, un libro que me encantó, y no por lo que siempre se suele asociar con Prusia (militarismo, expansionismo, Junkers y demás) sino por lo bien que establece el contexto en el que se desarrolla el nuevo reino: político (las instituciones del Sacro Imperio, alianzas dinásticas y líos de herencias), religioso-cultural (luteranismo, calvinismo, pero sobre todo pietismo) e histórico: todos los movimientos de electores y reyes destinados a evitar otro desastre como la Guerra de los Treinta Años.
Droga dura, de la que suele gustar por aquí.
Hasta lo reseñé (en mi forma cutre habitual, compárese con la maravilla que nos trae por aquí) en este lugar: http://respirandoporinercia.blogspot.com.es/2012/05/el-reino-de-hierro.html
Comentario de perri el sucio (14/08/2014 00:33):
Es usted una persona horrible, poniéndonos los dientes largos con un libro escrito sólo en esa lengua infernal en la que nadie sabe hacer ni un titular de periódico sin usar un trennbar verb.
Yo hice mis primeros pinitos en el tema con un resumen para enciclopedia del capitán Liddell Hart, donde básicamente el señor defendía la tesis de que toda la guerra, desde las declaraciones hasta el armisticio, es una sucesión de cagadas políticas y militares, y con un libro de un militar español que se centraba mucho en el plano táctico (lleno de mapas de operaciones etc).
Destripaterrones, el germanocentrismo es inevitable en esta guerra. Primero, porque alemania estaba en el centro geográfico de la contienda, y segundo porque todo el conflicto fue básicamente “alemania y un par de sacos de piedras colgando de su culo contra todos”.
Por lo demás, coincido con el capitán Lidl en que esta guerra puede ponerse como ejemplo de razones para exterminar a la humanidad. Todo, desde las razones de estado a las matanzas de civiles, pasando por las tácticas de atacar con más hombres que balas tienen las ametralladoras contrarias, aberraciones como el tratado de Trianon (aún hay muy malas fechas para ir a hungría si eres francés), es una suma de despropósitos espectacular.
Por cierto, ya que estamos, si alguien maneja documentación seria sobre la guerra de la triple alianza en el Paraguay, que comparta. El tema es apasionante hasta extremos difíciles de creer, pero muchas de las fuentes siguen repitiendo la propaganda aliada 150 años después, cuesta encontrar material serio. Es una preciosa guerra que muestra lo “libre” del librecambismo.
Comentario de Gekokujo (14/08/2014 08:34):
Gracias por la reseña, muy instructiva.
Por lo pronto quizás tomaré algo de Iron Kingdom pues el tema del alemán lo llevo mal, mi ex-suegra alemana y sus amigas se descojonaban cuando recitaba el trabalenguas Fischers Fritz…
Comentario de mictter (14/08/2014 09:47):
#18 Supongo que en esta página quien más quien menos conoce al War Nerd. Su artículo sobre la guerra del Paraguay, escrito con su estilo destroyer habitual, es para enmarcar: http://exiledonline.com/paraguay-a-brief-history-of-national-suicide/
Comentario de Meollo (14/08/2014 11:55):
Volviendo a los Pogues, os dejo un par de cosas, bastante más allá de su rollo punky:
http://www.youtube.com/watch?v=emxVuo4WJYo
https://www.youtube.com/watch?v=W-JdFM41RUg
https://www.youtube.com/watch?v=FJt4y4fH938
Comentario de emigrante (14/08/2014 12:26):
El ambiente en Alemania durante los primeros días de guerra era de entusiasmo total, los chavales se alistaban creyendo que regresarían a casa antes de Navidad después de una victoria segura. Pero no creo que en Francia hubiera menos ganas de pelea. No se hasta que punto influía la opinión del pueblo porque al final todas las decisiones se tomaban en el gabinete, pero el ambiente debió ser de guerra fría desde al humillación de 1870. Hay una novela de Julio Verne en la que pone a parir a los alemanes.
http://es.wikipedia.org/wiki/Los_quinientos_millones_de_la_beg%C3%BAn
Viene a decir que el refinamiento de la cultura francesa se mide en contraposición con las costrumbres alemanas. Describe a la lengua germánica como más propia de pueblos primitivos que de una nación civilizada. Se indigna ante sus costumbres culinarias. Una prueba de más de barbarie es que beben cerveza en las comidas en lugar de vino. Se deduce que no los podía ver ni en pintura. No sé si era la opinión personal de Verne o un truco editorial para que se vendiera mejor, al fin y al cabo el personaje protagonista de Viaje al Centro de la Tierra también era alemán. El genio de Verne además de submarino y los viajes espaciales también supo prever la guerra mundial.
Comentario de parvulesco (14/08/2014 19:08):
Destripaterrones,
“No conozco las tesis de Lenin y Luxemburgo en profundidad, pero parece ser que a la poderosa industria alemana se le iba quedando pequeña la cuota de mercado que le dejaban.”
Es exactamente esto: Lenin y Luxemburgo pillan las tesis de Hobson sobre la evolución lógica del capitalismo en imperialismo cuando necesita su expansión en nuevos mercados – que encuentra vía colonización, es decir, la misma acumulación primitiva que ya se dio en Inglaterra durante las enclosures.
Comentario de keenan (15/08/2014 11:47):
Ahora que mencionaís Ucrania, y la posibilidad de una guerra en Europa… guerra no creo, por las razones que ha expuesto Andrés. Por muy hiperteconológica que se haya vuelto la guerra, sigue habiendo que salir a pegar tiros. Y no creo que haya muchos voluntarios.
Pero lo que sí es claro es la vuelta a una mentalidad de guerra fría o no tan fría, y de grandes bloques geopolíticos (Occidente vs Rusia, y con matices, Occidente vs Islamismo Rádical). En el caso de Ucrania, por ejemplo, se ve muy bien como se aplica un intervencionismo brutal (apoyar un golpe de estado con dinero y armas, además de dando cobertura moral y legal) que se justifica siempre por la existencia de un enemigo despiadado acerca del cual se siembra la idea de que “si no les paramos los píes, se comen el mundo”. Y paradógicamente, ese “pararles los pies” suelen convertirse en sumar un +1 a la lista de agravios, un +1 que contribuye a definir y enfrentar mas a esos grandes bloques geopoliticos. Y así, +1 a +1, hasta que se llega al tope, y pasamos a DEFCON algo. A lo que voy: mi impresión es que esa idea del imperialismo/expansionismo del bloque opuesto suele ser una mala excusa para el propio imperialismo/expansionismo. Además, con el efecto colateral de que puedes mear en la boca -con perdón- a tu gente, y acusarles de antipatriotas si se quejan -Reaganismo puro y duro-. Y los tiros, tiene pinta de que van por ahí ahora mismo. Por eso creo que el mamoneo de la UE/USA en ese aspecto ha sido totalmente impresentable, y como es obvio, solo ha contribuido a empeorar las cosas.
Comentario de lalo (15/08/2014 15:59):
Felicidades por la resena, amplia y amena. A moltke se le atribuye el fracaso de la ofensiva inicial, al haber desplazado tropas del ala derecha. Es facil jugar a la ficcion, pero personalmente si creo que la toma de paris al comienzo de la guerra hubiera supuesto la victoria, o al menos un escenario muy diferente. Efectivamente la toma de paris, tras cuatro anos de guerra, en 1918 no creo que hubiera supuesto mas que una vitoria moral, a medida que los anos fueron pasando la victoria alemana era altamente improbable, y totalmente imposible tras la entrada de los eua en la guerra.
Lo dicho excelente resena, dan ganas de devorar el libro, pena de aleman.
con respecto a ucrania y la posibilidad de guerra en europa, si pienso que actualmente es altamente improbable, pero si se esta construyendo un escenario internacional de bloques que se vislumbra bastante inquietante.
Comentario de Gekokujo (16/08/2014 10:14):
Aunque China esté colonizada por las multinacionales sus élites siguen teniendo una cierta capacidad de control. Rusia no hace falta mencionarlo, ha esquivado esas multinacionales en parte gracias a Putin, para bien o para mal.
El tema es que la confrontación de un bloque euroasiático al tradicional atlántico (otanista) tiene mala pinta. La inversión en armas y todo lo necesario para estas cosas es un despilfarro que Europa no se puede permitir. Y el desvío de recursos rusos hacia China es el canto del cisne para el dominio de EEUU.
Un gráfico, que por aquí parece que pone más que el porno:
http://www.eia.gov/todayinenergy/images/2011.12.07/Coal_Prod.gif
Ustedes verán solamente un aumento progresivo de la producción de carbón en el bloque euroasiático mientras se contrae en el bloque atlántico. Sí los chinos lo queman para fabricar iphones, pero además es la materia prima del grafeno (http://es.wikipedia.org/wiki/Grafeno) y los chinos ya son los primeros productores. Bienvenidos al siglo XXI.
Comentario de Iván (16/08/2014 17:31):
Felicidades por la reseña. El libro tiene muy buena pinta. Esperemos que alguna de nuestras editoriales fetén que se dan siempre mucha prisa para bodrios insufribles con intención verdosa como las nosecuantas sombras de Grey lo edite as sun as posible.
Han pasado ya años desde que os descubrí por casualidad… Eran los comienzos y ahí seguís: de lo mejorcito del cibertotum revolutum.
De un alicantino expatriado de su Levante derrumbado, aunque haciendo bueno un Madrid hostíl y desastrado…
¡Salud!
Comentario de Iván (16/08/2014 17:38):
Por cierto, ahora que veo que estáis tratando el tema de la reedición de bloques, o Cold Wars Returns…
No puede haber una guerra europea como las que tratamos y tragamos en documentales sin fin una y otra vez. ¿Cómo sería eso posible militarmente sin destruir el continente entero?
Además, ¿quién iría? ¿Las masas enfervorecidas desfilando por marcialmente por La Castellana y la Avenida de Les Corts? Los españoles gritando ¡a las armas!, o los franceses, los ingleses o incluso los alemanes…
Que, aparentemente vuelve a haber una política de bloques… Es posible. Aunque también es posible que sea el mismo cuento de siempre y que lo fue por supuesto en aquella “Guerra Fría”: una élite económica principalmente anglosajona (la primera gran élite económica mundial digna de tal nombre y con un poder nunca antes visto) que no tolera no dominar dónde y cuando quiere, que es siempre y en todas partes…
¿La “Guerra Fría” una cuestión ideológica? ¡Bah! Ni de coña. Eso sí, era mucho más entretenida y ordenada que esta reedición.
Por cierto, papelón estelar para España, para variar.
¡Salud!
Comentario de Destripaterrones (17/08/2014 19:54):
#13 Carlos Jenal Imaginé que podría ser la biografía de Guillermo II, dada la efeméride. Tampoco hay muchos libros donde elegir, con todo el trabajo y consiguiente tiempo que debe meter Clark en cada libro (le estoy mirando a usted, sr. Vidal).
#17 Mictter Debo darle las gracias, descubrí dicho libro gracias a usted y a su reseña.
#18 Perri ¿Hay alguna guerra europea de alcance total en la que Alemania no haya jugado un papel primordial? Eso sí, nunca en tanto grado como en este caso.
#22 Emigrante Precisamente, en “Sonámbulos” se pretende desmentir el supuesto mito de la euforia previa a la guerra, y creo que con éxito.
Verne como novelista era excelente, con más miga de la que se le atribuye, pero como personaje público dejaba un poco que desear. Fue uno de los intelectuales que firmaron el manifiesto “anti-Zola” contra Dreyfuss.
#23 Parvulesco Aquí hay mucha lana que cortar. Incluso podría discutirse si el Imperialismo es un estadio superior, o intrínseco al Capitalismo desde el principio. Se nos pinta la Revolución Industrial como una mera consecuencia del maquinismo (los historiadores serios no lo hacen), cuando por ejemplo los antiguos griegos ya conocían el vapor, pero nunca pasaron de usarlo como juguete. El colonialismo a gran escala fue vital para el desarrollo capitalista global, para proveerlo tanto de mercados como de mano de obra, y fue bastante antes de que se hablara de imperialismo.
Comentario de Lluís (20/08/2014 16:34):
#29
¿Hay alguna guerra europea de alcance total en la que Alemania no haya jugado un papel primordial?
Depende de que se entienda como “Alemania” o “papel primordial”. La Alemania unida como tal aparece a partir de 1870, hasta entonces era un conglomerado de estados que, en caso de conflicto, incluso podían enfrentarse entre ellos. Durante el siglo XIX, lo que si dirimió fue la hegemonía de Austria o de Prusia, dos centros de poder en la periferia, o incluso fuera, de la propia Alemania. Y durante los siglos XVI-XIX, Alemania fue muchas veces teatro de las contiendas (y en el caso de la Guerra de los 30 años, el teatro principal), pero muchas veces los propios alemanes hacían apenas el papel de figurantes, cuando eran otras potencias (Francia, España, Suecia, Austria,…) las que estaban dirimiendo sus diferencias a tiros.
Comentario de Destripaterrones (24/08/2014 19:58):
¿Cuándo tuvieron los alemanes el papel de figurantes? Porque el papel que tuvieron en la Guerra de los 30 años no me lo parece en absoluto…
Comentario de Lluís (25/08/2014 12:20):
#31
Los actores principales fueron los Habsburgo de Austria y España y los franceses, que eran los que se estaban disputando la hegemonía continental, con los suecos y los holandeses como estrellas invitadas de lujo. Alemania, por la época, estaba dividida en varios estados de distinto tamaño, que podían contribuir a liarla parda, pero en su mayor parte no dejaban de ser títeres que actuaban por cuenta de otro.
Claro que también depende de lo que se considere “alemanes”, yo no metería en ese saco al estado dirigido desde Viena.
Comentario de Destripaterrones (25/08/2014 17:38):
Yo sí los considero alemanes. Fíjese que incluso considero Bohemia como un sitio “alemán”. La guerra surgió en Alemania por motivos “alemanes”. Que luego fuera algo mucho más grande no quita protagonismo a Alemania. ¿Acaso no lo tuvo Turquía en la Guerra de Crimea, por ejemplo?
Comentario de Lluís (25/08/2014 17:51):
Yo veo la Guerra de los 30 Años más como un asunto de quién la tenía más larga (franceses o castellanos) que como un asunto meramente religioso o alemán. Alemania tuvo la mala suerte de estar en el centro de Europa, tener la excusa perfecta con los asuntos de religión, el problema de la Francia del cardenal Richelieu era el eje Madrid-Viena, y si para laminarlo había que ir del bracito con protestantes, se hacía. Pero otorgar la centralidad a los alemanes en ese conflicto sería, a mi entender, lo mismo que dárselo a serbios y búlgaros en la I Guerra Mundial.
Comentario de Destripaterrones (25/08/2014 20:07):
Es que yo no les doy la centralidad, sólo digo que tuvieron un rol importante en esa guerra, como en casi todas, si no como protagonistas, como secundarios de lujo.
Comentario de mictter (27/08/2014 19:32):
Después de tragarme este tochaco me creo con derecho a pontificar sobre la guerra de los 30 años: sí, participaron suecos, daneses, polacos, holandeses, españoles, franceses y hasta cosacos, pero fue sobre todo una guerra entre alemanes, cuyo contexto político es el Sacro Imperio y lo muy escocidos que estaban los Habsburgo austriacos de los tratados que en su día firmó el abuelo Carlos V cediendo ciertos derechos a los príncipes protestantes. Además de los austriacos (que era otra región/reino alemán), todo cristo levantó ejércitos y los puso a dar vueltas por el país: sajones, bávaros, prusianos, renanos, westfalianos (o como se diga), arzobispo de Maguncia, hasta ese liante del Palatinado y sus pretensiones dinásticas.
La fuente principal de mercenarios para unos y otros fue -sorpresa- la población masculina alemana, al igual que durante los siglos anteriores y posteriores.