Extraterrestre, de Nacho Vigalondo
A mediados de los ochenta me encontraba yo cuan niño era en la comunidad de vecinos, una comunidad con piscina grande, campo de fútbol, buenas zonas de césped e incluso chiringuito. Era de noche y estaba con lo que entonces llamábamos amigos, posteriormente conocidos como hijos de puta con los que no me tomaría ni una caña aunque la soledad me estuviese devastando hasta el punto de deambular con los ojos perdidos por la calle hablando en alto en algo parecido al arameo de loco de barrio y pidiendo un cigarro por las terrazas o veladores. También recuerdo por allí a mis hermanos y, repartidas por diversos puntos estratégicos, a las madres, pues la mayoría de los padres estaban a esas horas, ya bien entrada la noche, ganándose el sustento en reuniones que se solían prolongar bastante o con un imprevisto aumento del trabajo a casi al terminar la jornada. Las madres se situaban en dichos puntos para proteger a la prole de lejos, mientras afianzaban los vínculos sociales como se puede ver a otros niveles en los documentales de la 2. Estos vínculos sociales se reafirmaban con charlas reiterativas sobre las notas de los pequeños, juegos de cartas o incluso el bingo, que había quien se llevaba a la piscina su bingo de plástico y eso generaba hasta grandes discusiones por una línea mal cantada o cantada con corrección pero aviesamente, con mucha ansia, ese ansia que recalca que al otro no le ha tocado nada. En resumidas cuentas, en un territorio acotado y bien protegido del enemigo (yonkis, gitanos, cuñados) se distribuía una manada de humanos en bañador u otros ropajes de entonces con hombreras incorporadas y pantalones superpitillo.
De pronto un grupo de madres, en la lejanía (uno se considera siempre en la cercanía por un sencillo hecho espacial y de percepción del yo muy complejo de explicar en estas líneas) empezó a gritar viniendo hacia nosotros, con gestos que un antropólogo interpretaría como miedo inequívoco, y nosotros, cachorros juguetones, interpretamos como que menudo coñazo ya nos tendríamos que ir a casa dejadnos en paz por el amor de Dios que estamos aquí con la pelota y en breve se inicia la sesión de policías y ladrones que es sagrada. Efectivamente era miedo, materializado con gestos de aspaviento de venid p’acá ya (brazo extendido con un rápido movimiento del antebrazo hacia el propio cuerpo repetido una y otra vez mientras se grita el nombre del niño en cuestión, algo que en el caso de madres con varios hijos suele convertirse en no terminar ningún nombre sino empezar los de todos, o sea, si sus hijos se llaman Alfonso, Luis y Gema, gritaría Alfonsluigem…, para interrumpirlo finalmente con el inclusivo venid p’acá que da nombre a este tipo de interacción entre homo sapiens adultos y sus retoños).
Aquel griterío, al que hicimos caso omiso mientras pudimos, con el inteligente método de mirar hacia otro lado conforme seguíamos hablando como si nada -un método que casi siempre consigue prolongar la situación de caso omiso pero raramente permite su triunfo e imposición como estrategia evolutiva válida-, se transformó en una algarabía de tintes más serios. Madres corriendo, otras personas adultas que todavía no se habían reproducido levantándose hasta de los asientos del bar, que ya tiene que ser grave la cosa para que un español se levante de los asientos del bar, donde he visto permanecer hasta a médicos españoles observando impertérritos el ataque epiléptico de una adolescente en una mesa de al lado y ahí te las den todas que yo ya no estoy de servicio, puedes seguir golpeándote la cabeza contra el suelo y esperemos que la lengua no obstruya tu conductos respiratorios que me acaban de servir la Cruzcampo… y, en general, resumimos, mucho follón en grado de parece que se está liando parda pero no sabemos por qué.
Las miradas de los adultos gritones hacia el cielo nos hicieron mirar también al firmamento por contagio, viendo entonces lo que ocurría. En el edificio de en frente, de tres pisos, y a sólo unos metros de la azotea, se mantenía casi estático un extraño objeto volante no identificado. Ovalado, más delgado y fino que un zepelín, sin alas, de más de diez metros de largo, apenas se movía. Emitía un casi imperceptible ruido de motor que sólo se oía una vez estabas ahí mirándolo, entre estupefacto y lleno de incipiente canguele, y que no superaba desde luego el que emiten muchos motores de aire acondicionado durante las noches de verano (ventana abierta, grillo, cigarra también, motor de aire acondicionado, camión de la basura y borrachos que gritan de guiero Puri al aire). A aquella cosa que tan cerca estaba de nosotros además se le notaban intenciones, no digo perversas o malévolas, pues no tengo datos suficientes para saber en primer lugar si la tripulación era terrestre o alienígena, y en segundo lugar para conocer la naturaleza de su misión tanto si fuesen una especie autóctona como otra exterior o sideral, pero intenciones tenían y se notaba porque aquello estaba camuflado. En efecto, cuando lo mirabas se percibía el intento de confundirse con la noche, de mimetizarse como un camaleón con lo oscuro. Y hombre, si la piscina entera lo ve a primeras de cambio muy bien no les había salido pero lo importante es que estaba claro que sí que lo habían intentado de cojones con investigación intensa detrás, y a lo mejor esta vez la cosa no había ido bien pero estaban a puntito, que la próxima iba a ser la buena y que el dinero en principio, fuesen terrestres o no, parecía más o menos bien invertido porque había curro, aunque en algún tramo de la cadena la cosa se había torcido un poco no por la falta de valía del personal sino seguramente por imprevistos, intangibles y el azar en plan jodido que siempre aparece cuando menos se lo espera a aguar la fiesta.
El objeto camaleónico pero no tanto continuó muy cerca de la azotea, con su zumbidito mínimo y moviéndose lentíiiisimamente, hasta desaparecer detrás del edificio, donde no alcanzaba nuestra vista. Mi abuelo, que en paz descanse, que bajaba en ese momento de la sierra en su Renault 18 con limpiaparabrisas en los faros, delicatessen para los quinquis que se los quitaban una y otra vez, también lo vio a la altura de la vía, pues Córdoba, antes de ser la puta mierda que es ahora era una puta mierda de carácter colosal o pantagruélico, y al lado de mi casa estaba la vía del tren de los militares de Cerro Muriano y, lo juro, la casa del guardagujas, que habitaba como último reducto del pasado renuente en mitad de una sociedad ya llena de sida y de Mecano. Ese mismo día salió en la radio lo del OVNI, en un programa famoso que había entonces sobre parapsicología y estos asuntos. A todo esto, las madres testigos de mi piscina, y con más insistencia la mía, aseguraron siempre que vieron a la nave moverse a una velocidad increíble desde lo alto del cielo en la noche cerrada hasta la azotea que describí, y ahí se ve el amor de madre, pues son capaces de ver olas del Gran Miércoles en la espuma guarra que llega a la orilla en Fuengirola los días de calma chicha, y todo para proteger a sus vástagos del peligro del marrajo y de la desolación espiritual que la mar provoca. Vamos, que aquello identificado no estaba, y volante también era, pero aseguro que su estructura era más de un estilo cauteloso, de vigía o de acecho que de un vehículo ideado para viajar más rápido que la luz o, si me apuran, que el mismo sonido y medio. Que cogería su velocidad no lo dudo. Pero no nos pasemos tampoco.
La experiencia fue de tal calibre y tan evidente que no hubo lugar para el espécimen de observador incrédulo de ovnis que había entonces, cuyas explicaciones ante la visión de un fenómeno de estas características solía resumirse en:
a) Es un globo sonda.
b) O bien es Venus.
Podían tener encima de sus narices un encuentro en la tercera fase que todavía mantenían lo del globo sonda cuando los tíos amarillo verdoso de los ojos ovalados los habían subido a su nave y ya les estaban metiendo el primer cable por el culo, que al parecer tienen obsesión según cuentan con ese tipo de perversiones entre el bondage y la ciencia.
Debido a este conocimiento tan cercano del mundo de los ovnis tenía una gran preocupación cuando me puse “Extraterrestre”, dirigida por Nacho Vigalondo, ya que no es lo mismo juzgar cuando uno ha pasado por este tipo de conmoción y lo vive desde dentro que intentar hacer una crítica objetiva y serena como es habitual en La Página Definitiva. Afortunadamente, los ovnis eran una excusa o macguffin en la película y pude respirar tranquilo ante la responsabilidad que tenía delante.
¿Por qué entonces he contado esta historia? Pues porque se la cuento a todo el mundo en cuanto me tomo un medio de fino de Montilla y he pensado que era el momento de aprovechar las posibilidades de la red para transmitir un mensaje de tranquilidad a las masas, porque al final aquella nave creó mucha expectación pero no hizo una mierda y fue algo berlanguiana, por lo que intuyo pertenecería a una sección secreta del ejército español, y decepciona un poco pero también alivia que no te lancen un rayo cuando ni siquiera habías llegado a la pubertad, y sobre todo porque, tengo que reconocerlo, es lo más trepidante que me ha pasado en la vida junto a cuando me monté en un pony en la feria y el animalito se desbocó bien por el estrés bien porque fui un niño que pesaba un quintal métrico. Mi experiencia ufológica queda así como un ejemplo y lección de algo aunque no sé muy bien de qué.
Liberado ya me dispuse a ver la película. Años antes había visto la ópera prima de Vigalondo, “Los cronocrímenes”, y me había interesado bastante a pesar de sus costurones: cierta falta de medios, interpretaciones mediocres o menos que mediocres y falta de trabajo en partes del guión, sobre todo en las transiciones entre hecho cotidianos y hechos menos realistas, lo que producía un efecto chocante (los personajes asimilaban los hechos menos realistas al instante, sin justificaciones que hicieran la transición entre tonos más verosímil).
A pesar de todo, “Los cronocrímenes” mostraba una interesante vuelta de tuerca al género fantástico de los viajes en el tiempo, convirtiendo la película en una reflexión sobre ese tipo de películas. No se quedaba en el sencillo análisis metacinematográfico, sino que el viaje en el tiempo funcionaba igualmente como mcguffin para observar una historia no fantástica y centrada en otro tipo de reflexión sobre el tiempo, más concretamente sobre qué ocurre cuando la vida se va al garete por un hecho fortuito. El viaje al pasado demostraba que sólo hay presente y por tanto te puede pasar cualquier cosa (la hipoteca y su puesto de trabajo de años no daban la seguridad vital que esperaban, ¿verdad queridos lectores? ¿aprender un idioma que se declina no estaba entre sus planes? ¿me equivoco? ¿tampoco servir mesas con un título de derecho? ¡Ja!)
Vigalondo ya había cometido errores parecidos en su excelente corto “Choque”, que adolecía también de interpretaciones mediocres y algún fallo en esas transiciones del guión entre las partes más cotidianas y las que se salen de lo habitual. Este corto, rodado después de su nominación al Óscar por otro corto estimable, “7:35 de la mañana” (una vuelta de tuerca en esta ocasión al musical y a las películas de atraco con rehenes), mostraba en pequeñito las virtudes y defectos de un director con ideas renovadoras, un modo clásico de dirigir y esos defectos que terminaban chirriando.
Si en en “Los cronocrímenes” aumentaban virtudes y defectos, con la consecuencia de que los defectos, o este tipo de defectos, siempre distorsionan más la totalidad, “Extraterrestre” supone de nuevo un aumento de ambos extremos. Una magnífica idea (la renovación de la comedia madrileña en un ambiente de ciencia-ficción muy peculiar y original) queda empantanada por esos errores marca de la casa, en esta ocasión mucho más claros y perjudiciales. Se podría decir que con cada trabajo Vigalondo muestra un crecimiento aritmético de sus buenas ideas y originalidad, pero las habituales deficiencias crecen de forma exponencial.
Los excelentes cimientos de “Extraterrestre” no pueden evitar que el edificio se desmorone (y aquí me he permitido un guiño superingenioso de la muerte para quien haya visto la película). Las comentadas transiciones entre los pasajes cotidianos y los que se apartan más de lo habitual resultan más abruptas que nunca, lo que repercute desde el principio en la verosimilitud de la trama (ni siquiera hay reacciones que se puedan catalogar de “normales” al hecho de levantarse y ver por la ventana un gigantesco platillo volante ahí plantado), las interpretaciones –salvo Michelle Jenner, que cumple, y el cómico Miguel Noguera, que lo hace muy bien- son realmente desastrosas, y todo se ve entorpecido por un ritmo lentísimo que hace que las escenas cómicas se pierdan y resulten inconexas unas veces, otras alargadísimas. Al igual que el OVNI que vi en mi infancia, y al que se veían sus intenciones al final malogradas, a Vigalondo también se le ven sus propósitos… lamentablemente no consigue llevar el UFO a buen planeta.
Da la sensación, al ver varias de las obras de este director, de que se encamina demasiado rápido, por decirlo de alguna manera, a las cuestiones que le interesan (las partes menos cotidianas), descuidando la escritura de pasajes fundamentales que hacen sólido de verdad un guión, y que o bien no tiene demasiado ojo para escoger los repartos o que la dirección de actores es un campo que no le interesa en absoluto, algo que se extiende en “Extraterrestre” a un montaje cuya elección no resulta comprensible. De gran talento para la dirección de la cámara (planos escogidos, planificación) y sin duda para las ideas que dan base a sus películas y el humor, la cojera de sus obras impiden que salgan de una sensación de amateurismo que creo lastraría definitivamente su carrera de repetirse en un tercer largometraje. El acaparamiento de trabajos de Vigalondo (guiones, dirección, en varios cortos y en “Los cronocrímenes” también la interpretación) no sé si es fruto de una decisión personal, de la necesidad de ahorrar costes o una combinación de ambas, pero si tuviera un consejero aúlico debería recomendarle redondear los guiones gracias a la labor de otros guionistas, apartarse del casting y la dirección de actores y centrarse, si las circunstancias de la industria cinematográfica española se lo permiten, en la dirección y el armazón de la historia.
Cineasta moderno en el mejor sentido, Vigalondo no pierde de vista a los clásicos y muestra indudables aptitudes para, como suele decirse, dar la campanada (y más de una). Parece sin embargo lastrado por una serie de malas elecciones y por un momento muy malo para el cine español conjugado con la influencia de internet en esta industria ya tan débil en un país que se va poco a poco por el desagüe. Quizá sus posibilidades profesionales sólo puedan consolidarse fuera de nuestras fronteras, siguiendo el camino emprendido en Hollywood por otros directores españoles. Los mimbres del cine patrio parecen no ajustarse a sus necesidades, no por grandilocuentes, sino por no encontrar apoyo para enmendar sus carencias y por la ahora más que nunca acuciante falta de dinero. Hasta ahora sus dos largos muestran valiosos intentos de renovar géneros y el apoyo de una gran imaginación que no consigue cuajar ni sobreponerse a una serie de lagunas que entorpecen e incluso hacen imposible la realización de una película redonda. La frescura de “Los cronocrímenes” y su ritmo salvaban el conjunto. No es el caso de la fallida “Extraterrestre”, de la que se pueden aprovechar algunas escenas cómicas y por supuesto la idea central, sobre todo como esperanza para la confirmación de este cineasta que, en principio, parece reunir magníficas condiciones.
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Comentario de Judge Dreed (28/08/2012 14:30):
Joder, precisamente empecé a verla ayer. Y digo empecé porqué fui incapaz de terminarla por todos los defectos que bien apuntas.
Vale que era una hora en la que uno ya estaba trilladito, pero esa lentitud, esos chistes calzados en medio de la nada, esos actores que parecían sacados de Impro Show no me ayudaron mucho a hacer el esfuerzo y finalmente me fui a la piltra. Y no figura entre mis tareas pendientes acabarla, dicho sea de paso.
Lástima, despues de malgastar 50 minutos de mi vida y que la elección de la película haya socavado – más – mi reputación a la hora de elegir filmes con la pareja.
Comentario de Regularizado (28/08/2012 14:40):
Gracias por haber acabado con la sequía LPD, Alfredo, que ya empezaba a tener mono.
Comentando de la peli, puedo decir algo que pocos podrán: ¡yo la vi! ¡En un cine! ¡Pagando! ¡En un cine “clásico”, el Renoir de Cuatro Caminos, en una sala con 10 personas, última sesión y en mitad de la semana, la víspera de la Huelgua General!
Es la primera obra de Vigalondo que he visto (tengo pendientes los cronocrímenes) y me gustó, o al menos satisfizo plenamente las expectativas que tenía al entrar al cine: pasar un buen rato. Aunque entré con la idea de “ciencia ficción española” y luego no tenía nada que ver. Es cierto que la peli es lenta, pero eso es todo, y esta crítica también tarda un rato en empezar a hablar de la peli (nota: me encantan tus anécdotas cordobesas). La carencia de medios hasta me la hizo simpática: “¿que no tenemos presupuesto para extras? Pues hacemos una peli en la que solo salgan 5 personas.”
Por lo que me contaron de Vigalondo (fui a verla con una caterva de frikis que cuando ven una porno debaten más sobre la iluminación y el ángulo del foco que sobre la interpretación, no sé si me explico), al hombre le gusta asumir el control total en sus trabajos, de ahí que se vuelque y ocupe tantos papeles. En una industria más profesional, no podría hacerlo; ¿beneficiaría a su cine que le metieran en vereda? No lo sé, pero yo si vería más cosas suyas.
Comentario de Alfredo MG (29/08/2012 10:16):
No es que tarde en empezar la crítica, Regularizado, sino que es a su vez un mcguffin para publicar mis memorias “Añagazas de un niño ñoño”. Es un juego complejísimo y multirreferencial el que estamos construyendo aquí, cuidado.
Comentario de Pedrín (29/08/2012 17:05):
Hoyga, pues yo disfruté mi infancia en el mismo emplazamiento espacio-temporal que usté y no recuerdo ningún OVNI. Andaría despistado ese día. Claro que, siendo un niño del Polígono de la Fuensanta, mas nos valía mirar a ras de suelo que al cielo, para detectar a lo lejos algún simpático yonqui de los tubos o algún residente de la Calle Ceuta de los que decían que no nos iban a hacer nada, que solo quería hacernos una preguntita…
Comentario de Asín...nos va (29/08/2012 22:16):
Gracias Alfredo por tomarte un fino y compartir parte de tus “Añagazas”, nos conformamos, de momento, con este pequeño fragmento de tus memorias en vista de que tu Azul acecho aleve II se retrasa.
Efectivamente, la expresión “p’acá” como interacción entre homo sapiens adultos y sus retoños es bastante común. Aun me recuerdo tumbado en playa española, somnoliento, cuando madre protectora grita a hija que se encamina a lo salvaje de las olas: ¡Kimberly, p’acá!
Comentario de Castellano. (31/08/2012 11:47):
Procura escribir claro, en vez de tener estilo.
Comentario de Asín...nos va (03/09/2012 20:05):
¡Hombre! Castellano, no es para ponerse así por un quítame allá esas pajas por el viejo debate entre el fondo y la forma. Y ya puestos, recomiendo “Ejercicios de estilo” de Raymond Queneau (hay traducción al… Castellano).
Comentario de Regularizado (06/09/2012 09:38):
Habiendo visto anoche los Cronocrímenes, afino mi opinión de Vigalondo como mal actor y buen director amateur. Hacer películas de serie B con pocos medios me parece un arte en si mismo, y habiendo visto en fechas recientes bodrios multimillonarios como el nuevo Spiderman o Prometheus, más admirable cada día.
Es mejor Los Cronocrímenes que Extraterrestre, desde luego. Las transiciones de lo “normal” a lo “extraordinario” se producen rápido y sin transición, es cierto, pero eso forma parte del “encanto de serie B”: se supone que el director cuenta con la complicidad del público para contar la historia con menos medios.
Su pasado de director de cortos se nota en los largos silencios (al menos a mi me llama mucho la atención que en los cortos se habla muy poco): hay partes en las que no habla nadie durante minutos. Hay a quien esto se le hace lento, tipo arranque de “2001 una odisea espacial”, pero en realidad pasan bastantes cosas.
En fin, que estoy lampando por ver más películas de Vigalondo y leer más añaganzas cordobesas de Alfredo.