Pagando por Ello, de Chester Brown
Una ardilla puede cruzar España de puti-club en puti-club sin tocar el suelo. Y volver al punto de partida de puti-club en puti-club sin repetir ninguno. Y luego probar en zig-zag. España no es un país de pandereta, sino de pandero de puta. Pandero de puta para perder la virginidad. Padres e hijos que van al burdel juntos. Despedidas de soltero con rameras. Putas para el final de los congresos agropecuarios. Putas para celebrar la victoria del equipo de fútbol. Noche habitual de sábado en el Cuchi Cuchi’s. Meretrices para las convenciones de médicos. Políticos y putas. Periodistas y putas, valga la redundancia. En la calle, en pisos, en clubes de carretera, en el bar de los hoteles caros, en el bar de los hoteles baratos, en el bar. Fiesta grande en el pueblo con las fulanas. En ningún otro sitio tiene menos fuerza el insulto hijo de puta. A mucha honra, habría que contestar, hijo de puta usted también. A mucha honra, caballero. Una zorra para cada español de bien. En castellano corte viene de cortesana.
Hay tres tipos de españoles. Primero están los que a los 20 años ya se han ido 1.300 veces de putas. Luego vienen los que a los 20 años se han ido 1.300 veces de putas pero afirman que no han subido a la habitación (prostíbulo y escaleras van indisolublemente unidos). Sólo van a hablar, versión cañí y alcoholizada de quien lee los reportajes del Play Boy. Por último tenemos a los que a los 20 años ya se han ido 1.300 veces de putas pero lo niegan todas las veces que haga falta antes de que cante el gallo porque “no lo necesitan”. Españoles todos hermanados en el descaro o en el secreto, en la verdad o la mentira, pero con el corazón de neón rojo, azul y amarillo, con grasa en la guantera y un alma que perder, que diría la canción de Joaquín Sabina. Ni águila, ni escudo. En la bandera rojigualda debería aparecer Clara de noche abierta de piernas. En esta inmensa casa de lenocinio sólo nos falta Portugal.
Por eso al español le puede chocar en principio el cómic “Pagando por ello”. Se trata de una obra autobiográfica de Chester Brown. El autor decide en un momento de su vida y tras una ruptura que se acabó la búsqueda del amor romántico. A partir de entonces, y siendo canadiense hasta ese mismo instante, se españoliza, obtiene la nacionalidad sin más burocracia que la voluntad de ser uno de nosotros. Todo serán relaciones de pago. El impacto para el lector se debe a su timidez inicial, a la torpeza en la búsqueda de sus primeras prostitutas y a los esfuerzos que debe de hacer para sortear los problemas legales, puesto que en Canadá la prostitución está perseguida por ley, al contrario que en España, donde se fomenta y se puede llegar a castigar muy duramente a quien no se vaya de putas, así como a las mujeres que no ejerzan la prostitución, a las que se condena al paro o a los trabajos precarios.
La obra de trazo sencillo y distribución simétrica de las viñetas tiene en cierto modo una intención documental o divulgativa. Narra los encuentros del protagonista con diversas prostitutas. En esos encuentros lo importante no es el morbo o el erotismo, elementos de los que carece este cómic, sino el debate y la reflexión sobre el amor, las relaciones y el sexo. Todos estos temas están tratados desde una perspectiva bastante fría, lo que favorece esta parte de “ensayo”, aunque pueda resultar algo rara. Ya desde el principio Brown se desvela como alguien peculiar o algo excéntrico en sus emociones, como una especie de inadaptado. Esta condición de raro le permite sin embargo analizar multitud de cuestiones relacionadas con la prostitución de forma ordenada, muy clara y también honrada, puesto que busca constantemente contrapuntos a sus opiniones. Estamos ante alguien que observa y se observa con lupa y sin pasión y realiza un interesante informe convertido en tebeo.
Pese a esa frialdad, Chester Brown humaniza a las prostitutas. Estas mujeres al principio son referencias en páginas de Internet, medidas de pechos y cintura, catálogo de prácticas sexuales, críticas de clientes. A través de los encuentros nos encontramos con personas normales, muy distintas. Cada una ha recalado en esa profesión por diversos motivos y muchas de ellas se desvelan como jóvenes guapas e inteligentes que podrían hacer muchas otras cosas. No realza a las prostitutas con el habitual recurso al sentimentalismo. Las muestra como son, seres humanos cada uno de su padre y de su madre, como se diría coloquialmente. Y a la vez ellas hablan de los clientes como exactamente lo mismo. Y entre ambos se da un intercambio comercial, pero también se generan lazos de todo tipo. Incluso el protagonista, que empieza abandonado por su novia pero reaccionando de una forma inusual, concluye su peripecia de forma más inusual todavía con una de las prostitutas con las que estuvo.
El cómic contiene, tras las viñetas, multitud de apéndices de texto acompañado de algún dibujo. En ellos trata, punto por punto y de forma bastante aguda, aunque no apta para determinado tipo de feministas y biempensantes, sobre todos los prejuicios que hay contra la prostitución. Aporta además un poco habitual alegato en torno a la admisión del sexo de pago como uno de los derechos humanos, pues se muestra en contra de la legalización, de la entrada en la cama de las instituciones y gobiernos. Este punto está defendido con notable acierto y hace reflexionar, como todo el cómic, que se mueve constantemente entre la representación de una historia en la que alguien busca a su modo el amor y la felicidad, y el examen lo más objetivo posible del mundo de la prostitución o de al menos parte de él.
Al final el protagonista vuelve a su condición de canadiense, abandonando la nacionalidad española, o sea, vuelve a un estado personal civilizado donde buscar su propia satisfacción y la de su pareja, dejando para bien lo que hubiese sido el camino ibero, esto es, casarse con quien conviene, una buena mujer española que le dé hijos y que tenga una conducta moral intachable, o al menos la imagen de esa conducta, aunque, eso sí, tenga que ser una puta en la cama y una dama fuera de ella que no diga tacos muy limpia mira como tengo a los niños en su tae kwon do por ahí viene mi madre.
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Comentario de Latro (07/06/2012 14:37):
No lo he leido, ni creo que lo haga, porque no me va tanto el rollo autobiográfico de miserables perdedores – para eso ya tengo mi vida, gracias – pero si recuerdo que cuando salío muchos de sus amigos venian a decir, mas o menos, que Brown si, vale, es un gran artista y tal, pero raro es un rato largo. Raro en plan “este tio o es autista o se le parece un rato”
Comentario de Alfredo MG (07/06/2012 21:54):
El concepto “perdedor” es muy americano, y bastante conservador, ya que se adapta a una serie de lugares comunes relacionados con el trabajo, dinero y familia tradicional. En ese sentido, más que un perdedor, Chester Brown parece aceptar sus limitaciones en el campo de la comunicación y sus anteriores desengaños. Y elige el camino donde ve que tiene alguna oportunidad de ser feliz en vez de quedarse transitando por un trayecto más común donde sólo será un desgraciado. Sacrifica la imagen que proyecta a los demás, prescinde del qué dirán, y toma la opción que puede servirle de algo. En la otra no hay sitio para él. Desde un punto de vista “americano” se trata de un perdedor. Pero no sé si realmente lo es si se reflexiona. Al fin y al cabo es un considerado autor de cómic que pasa varios años acostándose con jovencitas esculturales y termina yéndose con una dentro de una relación sui generis.
Pingback de Sobre putas, rameras, prostitutas y puteros españoles « cerca del mediterraneo (09/06/2012 11:33):
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Comentario de almadecantara (12/06/2012 12:49):
por que ser autista es un insulto? reivindico el derecho aser introspectivo, que no autista, a mie me es mas comodo estar con alguien simpatico pero calladito que con un cantamañans pavo chulesco y gilipollas
Comentario de Latro (13/06/2012 15:51):
¿Y quien dijo nada de insultos? Lo que digo es eso, que alguno de sus amigos salio a “defenderlo” en plan “es que este tío es muy marciano. A ver si no será autista”
Porque vamos, asumira usted que una buena parte de, por ejemplo, el feminismo bienpensante le ha puesto a caer de un burro. O que salir a la calle y que te reconozcan como “Mira, ahi va el putero” si te llamas Charles Brown y no Carlitos Marrón pues es un poco problemático.
Ponerse a detallar con pelos y señales tu idea de que el sexo mercenario es la salida a la imposibilidad de conseguir una relación estable es de introspectivo profundo, si. Y un poco ajeno a la de bofetadas que puedes llevar.
Comentario de Latro (13/06/2012 15:51):
Y si es Chester, metida de pata, pero a ver que nombre hispano hay para eso.