Sons of Anarchy, el motero que llevamos dentro

Esta crítica no contiene ojocuidaos (anteriormente conocidos como spoilers)

 

Quién no ha deseado montar a lomos de una Harley Davidson con una escultural mujer detrás vestida de cuero. Cabellos al viento dejando detrás una puesta de sol y un rastro de neumático quemado, olor a combustible y testosterona en el aire. Suena rock duro a nuestro paso, de pura hombría. Podemos pronunciar Steppen Wolf con un polvorón en la boca sin soltar ni un perdigón. Los amortiguadores están de adorno, nos basta la almohadilla de nuestros cojones para absorber los impactos que surjan del irregular asfalto de las carreteras secundarias. Esto es un derecho inalienable de cualquier macho desde la cuna.

Entonces descubres que eres un pardillo. Tienes cara de pardillo, voz de pardillo, gestos de pardillo e incluso desgarbados e inequívocos movimientos de pardillo. Es hora de aceptar la realidad. Aún así la vieja imagen se resiste. Quizá no somos tan pardillos después de todo. Hemos pasado la treintena de largo, sí, pero puede existir una alternativa, un sucedáneo. He ahí las mancuernas para echar unos bíceps decentes. He ahí la camiseta de AC/DC con la caricatura de la mosca. He ahí esas motos de 125 que imitan a las custom y las chopper. He ahí nuestra barba recién dejada. Detrás la novia de toda la vida o un cielo de bragas que vuelan si se está soltero. Esto es un derecho inalienable de todo macho que va entrando en la mediana edad.

Entonces descubres que sigues siendo un pardillo. Tienes cara de pardillo, voz de pardillo, gestos de pardillo e incluso desgarbados e inequívocos movimientos de pardillo, ahora si cabe más lentos. Es hora de aceptar la realidad. Aún así la antigua ilusión persiste. Quizá no somos tan pardillos después de todo. No pudo ser la aspiración de la Harley, tampoco el tardío anhelo de la Suzuki Van Van 125 de segunda mano color amarillo. Pero puede existir otra alternativa, la experiencia vicaria, vivir las emociones a través de lo que otros sienten. Esto y lo del emisor- receptor es de lo único de lo que me acuerdo de la carrera.

Cobran importancia entonces los documentales, películas y series de moteros, entre las que destaca “Sons of Anarchy”, decisiva desde el primer capítulo para nuestros viriles propósitos, para nuestro proyecto vital tantas veces aplazado por causas ajenas a nosotros, ora la mala fortuna, ora las zancadillas que nos pone un entorno siempre hostil donde un corazón de gasolina no tiene sitio.

Lectores y redactores de LPD tras una tertulia sobre el capítulo VII de la Constitución

En “Sons of Anarchy” no sólo tiene sitio. Es su medio perfecto, encaja como un guante en una mano que aprieta el acelerador rumbo al horizonte. Dos buenas noticias desde el principio. Una, la aparición de Ron Perlman. Dos, la aparición de Katey Sagal. Perlman atrae a nuestro yo Peter Parker, al niño lector de tebeos, al pardillo justiciero que una vez quiso combatir a los quinquis en pijama. Sagal a nuestro yo humorístico, al joven que se acercaba al vitriolo de “Matrimonio con hijos”, al pardillo cultureta que siempre cuenta con una réplica ingeniosa si hubiese alguien dispuesto a oírla. Con semejantes maestros de ceremonias la cosa no puede ir mal. Para colmo repiten algunos productores, guionistas e incluso actores de “The Shield”, la serie más trepidante de la historia de la televisión.

S.O.A., como también se conoce en abreviatura, cuenta las aventuras y desventuras de una panda de moteros que controlan el tráfico de armas desde Charming, un pueblo ficticio. Sus peripecias consisten en mantener esta labor enfrentándose a otras bandas u organizaciones de diverso tipo que tratan de controlar el lugar con actividades más perniciosas, como el tráfico de drogas. En ese sentido la serie es muy americana. Los AK-47 son, en fin, herramientas que depende del uso que les dé cada uno. La droga es siempre el demoño. Rifles y alcohol, bien. Coca, mal. Metralleta y putas, bien. MDMA, mal. Reventarle la cabeza a basura blanca, negros e hispanos, bien. Porros, mal. La bandera estadounidense cubre simbólicamente el cadáver amortajado de Charlton Helston. La droga, sencillamente, no es de hombres de verdad, de los de antes.

Entre esos enfrentamientos, la lucha contra la policía o el FBI y el clásico folletín entre los miembros de la banda (con amores, traumas del pasado y culpas por pagar), “Sons of anarchy” consigue enganchar al espectador pese a que las tramas no acaban de tener una gran calidad –muchas veces son repetitivas o inverosímiles- y a que los personajes -en los primeros episodios parece que van a ser memorables- se quedan en la mitad de la mitad de lo que prometieron, cuando no en la nada, incluida la mala elección de un protagonista guaperas y demasiado blandito. Y a pesar de eso algo hace que nuestro pauloviano hocico de espectador salive al escuchar las notas de la canción del principio. ¿Qué ocurre aquí? ¿Por qué queremos ver esta serie cuando a lo mejor se está desnudando una actriz de “Juego de Tronos”?

Sencillamente “Sons of Anarchy” repite con inteligencia los clichés de las películas del oeste, del “western”. El espectador está muy familiarizado con sus historias y lugares comunes, adaptados aquí a principios del siglo XXI pero manteniendo las mejores esencias del que se considera género cinematográfico por antonomasia después del porno. Así que la respuesta automática está asegurada. Los buenos, que son también malos, la banda que da nombre a la serie, representan a los tipos rudos hechos a sí mismos que viven en el poblado. Son una panda de criminales, de acuerdo, pero mantienen grandes valores familiares, un cierto código de honor y una tradición de esfuerzo. Hay constantes menciones a la fundación de la banda y de la localidad: los pioneros. Los malos, o sea, los malos malos, representan la ruptura, la llegada del progreso. En una peli del oeste dicho progreso estaría representado por el tren, el automóvil o por un cambio en los usos ganaderos, lo típico de vallar el campo y aquí no entran ya sus vacas, caballero. La pérdida de la inocencia. Aquí lo representa la droga y lo que viene con ella, la voracidad urbanística (al ser Charming un pueblo del sur de Estados Unidos se percibe la influencia española). Unos sheriff son simpatizantes con los buenos malos, alguno está directamente a sueldo. Comparten raíces. Son sheriff también de western, de esos que no pueden con todo y están más unidos a las tradiciones y al espíritu local que a la ley. De la ley se ocupan los vaqueros y pistoleros autóctonos, aquí moteros que cabalgan motos que son caballos. El taller es una especie de pequeña hacienda o rancho, la sede local del club de motos un saloon (cuya decoración  recuerda a él). Hay prostitutas constantemente y rock en lugar del pianista de burdel. El pueblo apenas se muestra, y cuando se hace se observan sólo algunas casitas modernas con jardín, pero distribuidas de modo que siempre recuerda a la calle principal o a las cuadrículas de los pueblos del oeste. Sólo faltan el matojo rodante y el silbido de Kurt Savoy.

De esta manera una serie aceptable sin más pero con grandes carencias logra mantener la atención de unos espectadores que esperan un nuevo capítulo o se lo bajan con ansia (pagando, por supuesto, y lo decimos con una cara muy seria). Dichos defectos se contrarrestan con códigos cinematográficos de probada eficacia resueltos con ritmo y profesionalidad, por lo que una vez más nos tenemos que quitar el sombrero, de vaquero en esta ocasión, ante una industria capaz de realizar semejantes productos que sin ser ni de lejos sobresalientes demuestran un dominio absoluto de la “literatura” del cine y por supuesto de su realización. Mientras llega su versión española, con actores adolescentes y Antonio Resines encima de una Mobilette Campera con Jesús Bonilla de paquete, los que somos tipos duros de verdad y en el fondo nunca necesitamos ni moto, ni chicas esculturales que no nos convienen ni aventuras que despeinarían nuestros cabellos fijados con laca Nelly, podemos disfrutar desde el sofá de las cansadas andanzas de unos tipos brutos que tienen una superficial vida de broncas, viajes, bebidas y sexo. Y reírnos de esa vida. Sí, que tontos son… ¡ay!


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  1. Comentario de Camarada Bakunin (06/04/2012 11:28):

    Qué descojono (sobre todo los 3 primeros párrafos). Como tipo malo que monta una Harley y se siente anarquista tengo que reconocer que no conseguí pasar del tercer o cuarto episodio. Otros harleros más de centro-de-toda-la-vida, o de extremo centro, se pajeaban con cada nuevo capítulo…

    A mí, cuando el guapete se pone al final de cada episodio a meditar “sobre la esencia de la anarquía y esas cosas tan profundas que me enseñó papá”, me daba mucha vicisitud.

  2. Comentario de Bunnymen (06/04/2012 12:49):

    ¡Muy grande!. Desde luego uno descubre que es un pardillo, cuando tiene en su PC guardados tres artículos esbozados, que no acaba de terminarlos por cosas de la vida, la pereza, etc, y un día entra aquí a leer y se encuentra que le han pisado el tema de uno de ellos. Aunque toda la gran reflexión acerca de los derechos inalienables del macho me hace pensar que Dios, el destino, las líneas de la mano o lo que fuese que rige nuestros actos en esta tierra no querían que yo terminase.

    La serie (folletín inspirado en Hamlet, el rey Ron Perlman casado con Katey Sagal, madre del príncipe heredero Charlie Human a quien el fantasma de su autentico padre biológico habla desde la tumba a través de un diario) a todo esto tiene todos los elementos para que el escuchante habitual de rock&gol pueda tener una erección sin uso de viagra, pero por lo que sea, le falta algo para llegar a ese estadio de series (casi) redondas, quizá a Charlie Human le faltan puntos de carisma. Pero vamos, a mí, como macho con alopecia incipiente y metabolismo ralentizado (a partir de los treinta para conservar los abdominales no basta entrenar levantando litronas de cerveza) que soy, me mola.

  3. Comentario de Johnnie (08/04/2012 13:24):

    Camarada, lo del diario y la vergüenza ajena que da acaban por sacarlo del guión, a mi también me obligaba a mirar mi yo interior o cualquier otra cosa que no fuera prestar atención a Charlie. Por si le quieres dar otra oportunidad, digo.

    Gran lectura, Alfredo, y dado lo caro que es rodar una serie ambientada, tanto que aunque sea la hostia y las masas la reclamemos (estoy hablando de Deadwood) se acaban cancelando, pues no está mal que hagan uno ahorrándose los caballos para seguir tirando millas cuando azote la crisis.

    La wikipedia tiene un artículo dedicado a los westerns series de tv, con alguna joya oculta por ahí http://en.wikipedia.org/wiki/Westerns_on_television

  4. Comentario de k98k (19/04/2012 12:50):

    Bueno, todos sabemos que los americanos suelen llamar a los moteros scumbags y tienen bastante razón con la descripción, es una serie de scumbags, pero con Katey Sagal y su marido haciendo de Otto en la carcel, en The Shield el hacía de asesino armenio amputador de pies, solo por eso y Bobby Elvia vale la pena.

    Pero vamos, que el Sur no es California, a ver si nos vamos coscando.

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