Pagafantas
El cine español se compone de dos tipos de películas: o bien se trata de buenas ideas mal llevadas a la práctica, como era común en muchas de las míticas españoladas; o bien hablamos de malas ideas mal llevadas a la práctica (como podría ser el caso de Ágora, y de tantas otras).
La película que nos ocupa pertenece a la primera especie. Y, como corresponde a una película española del tipo A, es mala hasta decir basta. Pero tampoco desesperemos más de la cuenta, pues podría ser peor. Podría ser del tipo B, mala hasta hacer vomitar a una cabra, como decía Rambo en Acorralado, y además pretenciosa y vacua a la par.
Pagafantas, como su acertado nombre indica, cuenta la historia de un pringao, vasco para más señas, que no moja ni a la de tres y que queda prendado de la clásica tía buenorra, mitad loca, mitad caradura, que se le cruza en su camino, y que a partir de entonces lo utiliza para sus propios fines cual títere, cual marioneta, cual testaferro, cual hombre de paja; “cual” todo lo humillante, servil y degradante que se les ocurra salvo “mamporrero”, que al menos da la sensación de que el chaval ahí algo mojaría, y desde luego no es el caso.
La idea es muy buena. Describir el hábitat, costumbres y comportamiento de un pagafantas puede dar mucho juego. Y es que todos conocemos a varios, o nos hemos comportado como tales alguna vez (o siempre, que de todo hay en la viña del Señor, incluso si esta viña es tan viril y echadapalante como LPD). El pagafantas cree lo que quiere creer, aunque los hechos, tan tozudos como siempre (por no hablar de todos los que le rodean), no le den la razón. Pacientemente, contra toda evidencia, el pagafantas espera que algún día la ilusión se torne en realidad, que se produzca un milagro y que pueda, por fin, tirarse a la tía buena que, mientras tanto, se aprovecha o directamente se ríe de él (el lector notará las extraordinarias concomitancias existentes entre la condición de pagafantas y la de seguidor de cualquier confesión religiosa).
Esto es, a grandes rasgos, lo que cuenta esta película. Por desgracia, no lo cuenta demasiado bien. Y eso que la tía buenorra está realmente buenorra y que el pringado es muy, muy pringado (no en vano, es de Bilbao, y ya saben que, como los propios bilbaínos a menudo proclaman orgullosos, en inmejorable demostración de que es una tierra pródiga en pagafantas, en Bilbao apenas follan).
Otra cosa, claro, es que sepan actuar. Prepárense, si deciden verla (esta es la clásica película que uno ve en un cinefórum con los amigotes, junto con otras joyas como Goma 2 o La hoz y el Martínez), para asistir a un recital de ademanes impostados, sobreactuación como no se veía desde el cine mudo, y una vocalización digna de Manuel Fraga. ¿Y el guión? ¡Qué podemos decir del guión! Los momentos “cachondos” de la película vienen tan claramente predeterminados por la narración que sólo falta que se active un rótulo de neón verde en la pantalla que rece: “atención: momento cachondo”. El personaje no consigue dar risa, pero sigue sin dar pena al espectador. Casi lo mejor de la película es que, al menos, ésta resista la tentación de permitir que el pagafantas consiga su sueño, un contrasentido en sus mismos términos que dinamitaría definitivamente la película, y por tanto muy apropiado para un film español.
Amigo pagafantas: deje de simular que es superamigo de alguna chica, o de varias si juega Usted a varias barajas, y de que todas le digan que es especial. Piense Usted que en estos momentos “especial” significa, a los ojos de casi todos –salvo de su madre- que es Usted gay, además de idiota. Lo cual no supone un problema en ninguno de los dos casos, si fuera cierto. Pero nadie suele tener tan interiorizada su propia estupidez, y por otro lado piense que los gays hacen muchas amigas “después de” proclamarse gays, no antes. Por otro lado, y como ya le veo venir: está feo hacerse pasar por gay en la esperanza de que así su protonovia “no le verá como una amenaza”, y tampoco sirve de mucho: ella no le ve como “amenaza” en ningún caso, y de eso se trata precisamente.
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Comentario de Llamadme Israel (16/12/2009 12:12):
¿La habitación de Fermat? Yo dejé de tomármela en serio cuando pretenden colarnos que Alejo Sauras se liga a las gachís impresionándolas mediante el cálculo de factores de números de cabeza (o algo así). Tras esa introducción, que no podía ser mas que el sueño friki que partía de la recreación dramatizada de la mas lúbrica fantasía del gafapastas del director mientras veía al compañero mazas de la facultad llevárselas de calle con levantar la ceja, no pude dejar de pensar que todo era un sueño de alguno de los personajes.
La explicación y desarrollo posterior fue aún mas sonrojante y de vergüenza ajena, lamentablemente