“Infiltrados” de Martin Scorsese
“Cuando esto no funcione, quiero que rompas tú la relación. Yo no podría. Soy irlandés, puedo conformarme toda la vida con algo que está mal”
Colin Sullivan (Matt Damon)
El guionista vasconavarro aragonés que hizo el guión de Million Dollar Baby para Clint Eastwood, por lo visto se está forrando en Hollywood porque ahora ha contratado sus servicios el mismísimo Martin Scorsese. Como todo el mundo sabe, italianos e irlandeses se llevan a matar. Por lo visto, Scorsese, célebre cronista de la mafia italiana, ha tenido que devolver el favor por las historias que los macarronis le prestaron para sus geniales Uno de los nuestros y Casino atendiendo una sencilla petición: haz una película sobre irlandeses en la que sean todos tontos, pero tontos de cojones, para que nos riamos un poco a su costa ¿capisci?.
El autor de aquella obra maestra sobre la vida de un lector del blog de Luís del Pino, Taxi Driver, que perdió el óscar ante la Million Dollar Baby de su tiempo, Rocky, aceptó encantado el encargo -por la cuenta que le traía entre otros motivos- y se puso manos a la obra. La primera medida fue contratar al guionista vaconavarro aragonés. La película hace especial hincapié en la descoordinación entre los diferentes cuerpos de la policía, por lo que sólo un español puede explicar lo que significa que su seguridad esté en manos de municipales, autonómicos, nacionales, y coronando el sin dios con impagable indumentaria, la Guardia Civil.
Los personajes, una puta mierda
A partir de ahí, coser y cansar. De todo el plantel, sólo hay un personaje que se ajuste mínimamente a un perfil creible: Jack Nicholson como Frank Costello. Se trata de un dibujante frustrado mezquino, cruel y traicionero que sólo sabe hablar de pollas, de lo grande que la tiene él y de lo que hacen los demás con la suya. Quien haya tratado con dibujantes en esta vida sabrá que, si bien en la realidad son incluso más asquerosos, el retrato no ha quedado del todo mal. Como contrapeso al comedido y templado papel que desempeña Jack Nicholson como mafioso, parece ser que el vasconavarro aragonés recomendó a Agustín González para hacer de comisario, pero su triste fallecimiento dio al traste con los planes y el mundo se ha perdido este hierático duelo interpretativo de sutil y prácticamente inapreciable mímica.
El resto tienen el inconfundible sabor del escritor borono-baturro: Matt Damon como un pijo trepa que entra en la mafia por un puñado de golosinas, Michael J. Fox, que ahora le llaman Leonardo no sé qué, como noblote tipo duro de la calle, Mark Wahlberg como José Amedo, Alec Baldwin como madurito cabeza de familia cantamañanas y Martin Sheen de madurito cabeza de familia ejemplar, casi Papá Noel. Y hasta poco más de aquí llega la mano de Scorsese porque esta película es un remake de Infernal affaires (Juego sucio), una peli china (de la realidad nacional hongkongniana) que según cuentan los que entienden está de putifa.
La historia, una puta mierda
Pero el colega Scorsese tuvo a bien cambiar el final. Oye, no sólo iba a limitarse a ponerle caras a la idea de otro. Lo cierto es que la película transcurre bastante entretenida hasta cierta movida entre Jack Nicholson y Matt Damon. Scorsese es un tipo al que le gusta la buena música. Como además dota sus películas de un ritmo bastante trepidante, pues ahí, escuchando clásicos de toda la vida y viendo hostias como panes yendo y viniendo, uno se traga tres cuartos de película más a gusto que en brazos. Sobre todo, porque hasta la movida anteriormente señalada, el suspense está tan logrado que el espectador si tiene sangre en las venas, ama a su país y cumple con la parienta en la cama, se angustia bastante. Lo que no quita que las personas más de bien aún, las que amamos al grupo galés Badfinger, nos sintamos un poco turbados cuando suena el Baby Blue del Straight Up mientras le meten un tiro en la rodilla a un toxicómano. No puede ser. Badfinger fue un grupo precursor del power pop, un grupo de canciones delicadas y aterciopeladas en el que dos de sus miembros se ahorcaron por la fata de éxito. Hubiera sido más apropiado ponerlos con el primer plano de los intestinos del personaje que se cae desde una azotea. Dónde va a parar.
Pero lo último es letal. Scorsese le pidió al guionista vasconavarro aragonés un final contundente, en su estilo. Y el español tuvo la ocurrencia de escribir un desenlace para Infiltrados basado en la popular obra de Muñoz Seca, que en Paracuellos descanse, La Venganza de Don Mendo. Sin embargo, esta adaptación del clásico del teatro patrio, viene introducida por un giro del guión más inspirado en la literatura británica, en concreto, en la obra de Benny Hill: (cuidado con lo que lee que destripo parte de la película) Leonardo di Caprio tiene que joder a Matt Damon, para ello goza de todo tipo de posibilidades, cintas, testigos, un sobre con pruebas comprometedoras, y coge y en lugar de llevarlas a la comisaría más cercana, se las guarda “por si le pasa algo” y queda con Matt Damon para detenerlo y llevarlo al talego en el lugar más alejado y recóndito posible, cuando es él y no Matt el que vive de incógnito por las calles. En fin, una cosa surrealista que golpea a la inteligencia del espectador con un calcetín sudado.
Total, una puta mierda
El resultado es que algo bastante bien llevado se nos va todo en su conjunto a tomar por culo por el tan habitual rice de rizo final, que ya tenía su tirabuzón cuando Di Caprio, casualidades de la vida, va a la consulta de la psiquiatra a la que se tira Matt Damon, aunque se perdona porque la trama precisa de ese resorte para mantener el paralelismo argumental entre ambos personajes. Por otra parte, por el amor de Dios, que alguien haga algo: no más orientales cabreados en el cine. Los chinos -que son los que salen en la película pegando voces y haciendo aspavientos cual Caparrós desde la banda- son gente de lo más tranquila, normal y pacífica. Tanto o más que los occidentales. Ya está bien de sacar orientales o con cara de ojete todo serios fríos y calculadores o histriónicos desquiciados perdidos.
Al final, los mafiosos italianos que encargaron la película han debido quedar la mar contentos. Estamos hartos de ver en los Soprano cómo hay que llevar los negocios de la familia: no meterse en drogas, no contar con cualquier tolai y no dar el cante jondo cada vez que operas, que esta historia nos resulta un manual del mafioso patoso o, como dirían los italianos mordiendo el palillo sujetándose el canoli con la mano: paleto borracho irlandés En ese sentido, Scorsese, no sufras, que lo has conseguido. Cuando Jack Nicholson dice “si digo que eches el cadáver al pantano, es porque quiero que lo eches al pantano” con una mezcla entre Faemino & Cansado y Pepe Gotera y Otilio, más de uno tuvo que esnifarse accidentalmente los raviolli. Tal vez el director no consiga su anhelado Óscar, pero en el Festival de Venecia le hubieran sacado en calesa de oro bajo una lluvia de pétalos de rosa. Mira que no presentarla ahí. Qué mala suerte.
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