Rambo
A los críticos les cuesta reconocer que esta película marcó un hito en varias generaciones de espectadores allá por los años 80. Rambo es la triste e ilustrativa historia de un luchador por la patria, un sufrido soldado al que se le niegan los méritos más elementales cuando regresa a su país. La tecnificada sociedad americana que intenta olvidar su pasado ha de enfrentarse, cara a cara, con la capacidad destructiva de un superviviente, que no puede evitar ver a un siniestro vietnamita en cualquier afable policía yanqui comedor de donuts que se le acerque. Los militaristas disfrutaron mucho con esta película, pero los no militaristas también.
Toda la prolongada saga hollywoodiense de héroes solitarios que se enfrentan a un sistema corrupto e inútil se basa en esta gran película, que dejó, además, varias frases de gran valor literario (como el archiconocido “no siento las piernas”) y una crítica solapada a la realpolitik de los burócratas de Washington que miraron para otro lado en la intervención soviética en Afganistán (cuando un afgano en Rambo III le espeta a nuestro héroe lo siguiente: “Pueblo afgano siempre luchando, siempre combatiendo”, no puedo evitar las lágrimas, especialmente ahora que todos los occidentales parecen indignados con la aparición del islamismo radical de los talibanes. ¿Qué esperaban, que se hicieran todos calvinistas para oponerse al comunismo soviético?
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