El nacimiento de una nación (Estados Unidos, 1915)
Griffith es considerado el auténtico padre del cine, o al menos del cine tal y como lo entendemos ahora (recuerden: el famoso “Moro de Representación Institucional”). ¿Quiere esto decir que Griffith se especializó en hacer películas donde el bueno al final siempre consigue a la chica, no hay nada de auténtico sexo (sexo tal y como se define en el cine español: ¡Desnudos integrales! ¡Sexo explícito! ¡Imágenes gratuitas por doquier!), el guión destila american way of life por todos sus poros y los efectos especiales ocultan la ausencia de guión? Pues sí, exactamente de eso se trata. En El nacimiento de una nación no hay sexo lo mires por donde lo mires, los efectos especiales, para la época, no están nada mal y el american way of life aparece en estado puro, puesto que los malos son los negros. En cualquier caso, no cabe duda de que El nacimiento de una nación constituye un hito en la historia del cine, en todos los aspectos:
– En el plano técnico, Griffith supo aplicar todos los recursos cinematográficos esbozados por él y por otros realizadores en los primeros años del cine: el montaje paralelo, los movimientos de cámara, los picados y contrapicados, … Con Griffith, el cine se convierte en un auténtico lenguaje para contar historias, y de él son directamente deudores los realizadores inmediatamente posteriores, como Eisenstein, por ejemplo. Por supuesto, la creación de este lenguaje (el Moro de Representación de los Huevos) implica la alienación de las clases productoras frente al imperialismo yanqui que intenta presentar un modelo de sociedad fundamentado en el trabajo, el éxito y la riqueza, un sistema falsamente democrático ideado para destruir las peculiaridades nacionales de los cines europeos y, de paso, la estructura de subvenciones adyacente que les permite seguir filmando somníferas obras de arte.
– En relación a lo anterior, El nacimiento de una nación también permitió convertir al cine en una industria de masas, no sólo por los enormes medios que se utilizaron para su filmación (18.000 actores, ninguno de ellos negro; siete meses de producción del film; y así todo), sino por el espectacular éxito de público; El nacimiento de una nación fue, durante muchísimos años, la película más vista de la historia del cine, con millones y millones de telespectadores blancos dejándose millones y millones de dólares en las taquillas para tirar tomates y huevos podridos a la pantalla mientras se reían de los malos malísimos.
– Es decir, los negros, porque lo que en mi opinión otorga auténtico valor, como joya histórica, a El nacimiento de una nación, es una filosofía de la vida que se revela como escandalosa y explícitamente racista. A lo largo de tres horas de película, Griffith nos cuenta la historia de una familia sureña en la Guerra de Secesión y los sucesos posteriores, que según nos revela el director acabaron poniendo Estados Unidos en manos de los malvados negros. Los héroes sureños, atacados por el Eje del Mal (los negros de EE.UU.), se vieron obligados a formar un grupo de modernos cruzados para defender todo lo que es bueno y decente: en efecto, esta película no sólo cuenta la historia del Nacimiento del Ku Kux Klan (Vaya “nacimiento de una nación”, ¿no creen?), sino que los tipos del Klan son “los buenos”, en contraposición a unos (falsos) negros (no crean que Griffith contrató a un solo actor de color para hacer su película; con este tío iban daos los pobres, no ganaban un Oscar ni a la de tres) que protagonizaban escenas antológicas, como por ejemplo aquella en la que se nos relataba cómo los representantes negros en el Congreso de los EE.UU. se dedicaban a quitarse los zapatos y dormirse en el escaño, tirar escupitajos en el más puro estilo Vicente González Lizondo, etc. Lo dicho, antológico. Por supuesto, la película, con sus tres horas de batallitas, es un peñazo, pero nadie le podrá negar a Griffith su poderosa influencia no sólo en el mundo del cine, algo ya mostrado, sino en la sociedad, concretamente en la sociedad americana, que después de ver la película se aseguró de que durante muchos años ni un solo “afroamericano” pisase la Cámara de Representantes de EE.UU.
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